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Categoría: En el Trabajo

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN (2)

Continuación…


Estaba él de pie frente a mi, cuando me dijo: “¿A qué esperas? Chúpamela. Has estado tanto tiempo provocándome, que hoy te haré lo que nunca te habías imaginado”. No me creía que ese chico tan tímido me estuviera diciendo esas cosas, pero me excitaba mucho que lo hiciera. Así que obedecí.

Comencé a lamerle la punta lentamente, bajando y subiendo por todo el tronco, hasta que me la metí en la boca, succionando rápidamente. Cuando veía que gemía más fuerte, chupaba más lentamente. Me la sacaba de la boca y se la lamía de forma muy golosa, mirándole a la cara. Así varias veces, hasta que me pidió que parara.

Me puse de pie y él, agarrándome bruscamente por la cintura, me dio la vuelta y comenzó a besarme por el cuello, hombros y espalda. De pronto, me empujó hacia la mesa, quedando apoyada bocabajo sobre ella.

Sin darme tiempo a reaccionar me la metió de golpe en la vagina, pegando un grito por la sorpresa y el dolor. Se movía muy rápidamente, sacándola y metiéndola con fuerza.

Aunque estaba siendo muy brusco, me estaba mojando cada vez más y estaba a punto de llegar a mi segundo orgasmo. Él, con la respiración entrecortada me decía: “¿Te gusta, eh? ¿Era esto lo que querías eh?” Y yo respondía: “Siii… siii, no pares por favor”.

En ese momento, empezó a moverse más suavemente y muy lentamente. Acercó su dedo a mi boca y me dijo que lo chupara bien. Obedecí sin saber lo que me esperaba.

De repente, sacó su pene dejándome al borde del orgasmo. Noté cómo me abrió mi culito con una mano y con el dedo mojado por mi saliva, comenzó a acariciar mi ano. Le pedí que no hiciera lo que estaba pensando, que por ahí nadie me había penetrado y me iba a doler. Su respuesta fue clara: “Tú me has estado buscando todo este tiempo y ahora no puedes echarte atrás. Esta noche eres mía”. Y dicho esto, metió todo su dedo por mi agujerito.

Pegué un grito de dolor y le volví a pedir que parara, intenté levantarme pero no me dejó. Me dijo que si me resistía iba a ser peor, que ahora tenía que acabar con lo que había empezado. No sabía que hacer, me quedé callada pensando cómo podía salir de la situación, sin encontrar solución.

Él mientras no dejaba de mover su dedo en mi ano y ya no me dolía tanto, incluso me estaba gustando. Daba vueltas en mi interior, intentando dilatar mi agujero. No pude reprimir algunos gemidos de placer y él se dio cuenta de que me estaba relajando.

En ese momento, sentí como introducía otro dedo abriendo mucho más mi ano. Me dolía y no dejaba de pensar en lo que vendría poco después.

No se hizo esperar. Sacó sus dedos y puso la punta de su pene en la entrada de mi agujerito. Empujaba lentamente, mientras que sus dedos jugaban con mi clítoris y entraban y salían en mi vagina. Él estaba bastante excitado así que no tardaría mucho en correrse.

Era una sensación muy extraña porque notaba como mi ano me dolía y ardía, pero a la vez, me producía placer el roce de sus dedos con mi clítoris. Su pene iba introduciéndose muy poco a poco y, cuando ya casi me lo había metido entero, se quedó quieto unos minutos esperando a que mi esfínter se relajara.

Después lo sacó despacio y me lo volvió a introducir todo poco a poco. La verdad es que era bastante delicado y estaba consiguiendo que me gustara esa nueva forma de placer.

Sus movimientos se hicieron cada vez más rápidos, como mis gemidos que eran cada vez más fuertes, hasta que llegué al orgasmo. Un orgasmo que nunca antes había experimentado y que me cuesta describir. Notaba unos espasmos en mi vagina y también en mi ano, cosa que nunca antes había sentido.

Él también gritaba y se estremecía de placer, llegando al orgasmo casi al mismo tiempo que yo y corriéndose en mi interior. Luego paró y se me echó encima sin sacar su pene. Solo se oía el ruido de nuestra respiración, que estaba bastante agitada por el esfuerzo y la excitación.

A los pocos minutos, nos separamos. Me limpié como pude, nos vestimos, recogimos todos los papeles que habían caído al suelo y pusimos la mesa en orden. No hablábamos, solo nos mirábamos recordando la experiencia que acabábamos de compartir. Después cada uno se fue a su casa.

Los días siguientes volví a vestirme tan discreta como antes e intenté evitarlo, pero aún así me lo encontraba por los pasillos, en la cafetería y en muchos otros sitios. Él seguía siendo ese chico tímido de siempre, casi no me miraba y cuando me hablaba lo hacía de forma entrecortada y con la cabeza agachada. Nunca mencionamos lo de aquella noche.

A las pocas semanas, el empleado que estaba enfermo se recuperó, volviendo a su puesto de trabajo. Así que él se fue de una forma muy fría casi sin despedirse, y ya no he vuelto a saber de él.

Ahora comprendo el dicho “las apariencias engañan”, porque nunca imaginé que este chico tan tímido me fuera a proporcionar tal placer ni a iniciarme en el temido pero delicioso mundo del sexo anal.
Datos del Relato
  • Autor: Dyana
  • Código: 15328
  • Fecha: 16-07-2005
  • Categoría: En el Trabajo
  • Media: 5.13
  • Votos: 46
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3544
  • Valoración:
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