Trabajo en el departamento de recursos humanos de una empresa textil muy conocida, y a su vez, muy antigua. Tanto, que la mayoría de sus trabajadores también lo son, excepto alguna gente joven en la que me incluyo.
A mis 26 años he conseguido llegar muy lejos en esta empresa, gracias a mi trabajo; pero reconozco que me suelo aburrir muchísimo, siempre rodeada de hombres viejos y un poco salidos. Por eso suelo vestir muy recatada y discreta para disimular mis pequeños pero firmes pechos y mi culito respingón.
Una de las funciones de mi puesto consiste en seleccionar al personal, así que el día en que uno de los empleados del departamento de contabilidad enfermó, comencé a buscar candidatos para ocupar ese puesto.
La mayoría de los que se presentaron a las entrevistas eran hombres con bastante experiencia laboral, pero muy mayores para mi gusto. Quizá parezca un poco superficial, pero buscaba algo distinto y nuevo.
Entonces entró él. Era alto, delgado, moreno, de ojos azules, pelo corto y negro… Ummm, en ese instante me volví loca. A pesar de lo joven que era (28 años), tenía bastante experiencia en contabilidad de empresas muy importantes. Era el candidato perfecto, así que no dudé ni un segundo en contratarle.
Desde que se incorporó, me las ingeniaba para toparme con él por los pasillos, coincidir en el desayuno, encontrármelo a la salida… Pero enseguida me di cuenta que tenía un gran defecto: era demasiado tímido y educado, parecía que no entendía mis indirectas e insinuaciones.
No sabía que hacer porque no dejaba de pensar en él. Tenía que conseguir estar con él como fuera, no me podía rendir. Así que comencé a ponerme ropa muy sexy para ir a trabajar. Me ponía minifaldas que no dejaban nada a la imaginación, generosos escotes, maquillaje resaltando bien mis labios y ojos… Pero aún así, me ignoraba.
Una noche, acabé de trabajar bastante tarde y ya no había nadie en la empresa. Para poder salir, tenía que pasar por el departamento de contabilidad y cuál fue mi sorpresa cuando le vi allí solo. Me dijo que estaba intentando cuadrar un balance y quería acabarlo esa misma noche. Le dije que me quedaría un rato haciéndole compañía y, aunque se negó, me quedé.
Me senté a su lado y me acerqué a él, interesándome por su trabajo, aunque lo que verdaderamente quería era rozarle y sentirlo. En ese momento giró su cabeza y me miró diciéndome: “He notado que has cambiado tu forma de vestir”. A lo que respondí: “Creía que no te habías dado cuenta, como no me miras…” Y en ese instante, se acercó y me besó.
Comenzamos a besarnos muy apasionadamente. Lo que me sorprendía era que este chico tan tímido me agarraba del pelo sin dejar que me separara de él, me daba suaves mordiscos en los labios y me besaba tan salvajemente que me dejaba sin respiración.
Empezamos a acariciarnos por encima de la ropa, nos pusimos de pie y le quité la camisa que llevaba. Él me cogió en brazos haciendo que me sentara encima de su mesa, sobre todos los documentos que había. Me acariciaba por todo el cuerpo y, casi sin darme cuenta, estaba completamente desnuda.
Me besaba todo el cuerpo, de arriba abajo. Hasta que en un momento se puso de rodillas frente a mi, me separó las piernas y me llevó hacia él, quedando su cara delante de mi vagina. Solo de pensar en lo que me iba a hacer, me excitaba.
Se hizo un poco de esperar, porque no dejaba de besar y morder mis ingles, pero después comencé a notar su lengua húmeda lamiendo mis labios y mi interior. Me chupaba el clítoris con fuerza y en pocos minutos logró que alcanzara un gran orgasmo.
Quedé exhausta, pero lógicamente aún me esperaba mucho más. Ahí estaba desnudo frente a mí, con su pedazo de pene erecto pidiendo más acción.
Continuará…