Lo primero que Alejandra me dejó hacerle fue lamerle las plantas de los pies. Los tenía como me gustan: grandes —calzaba del seis—, anchos y con los deditos redondeados. Tendían a sudarle, pero la verdad es que no me importó. No le apestaban, pero al lamerlos se notaba un sabor marcadamente salado.
Ella se echó bocabajo en la cama y sus empeines quedaron al pie de ésta. Flexionó los deditos y enarcó las plantas, lo que me permitió ver un sinfín de arrugas. Me arrodillé y empecé mi trabajo. Un buen rato de olfateo, seguido de besos y, finalmente, lengüetazos. Ella tenía la cabeza apoyada en un codo y veía lo que yo hacía. En un momento dado me preguntó a qué sabían sus pies. Creo que le dije que delicioso.
Después pasamos a las ataduras. Me costó un poco de trabajo convencerla para que me dejara atarla, pero al final lo logré. Con ella siempre usé cuerdas de cortinas, que eran un tanto rugosas. Nunca la tuve desnuda, pero me bastaba con admirarle los pies. La posición típica para atarla era el hogtie. Entonces yo me ponía detrás de ella y me ocupaba de las plantitas, haciéndoles cosquillas y lamiéndolas.
Alejandra no tenía cosquillas en las plantas, que estaban un tanto curtidas. Aun así, yo siempre les aplicaba cosquillas y bastinado, el cual sí que la hacía reaccionar. A veces la amordazaba con una ballgag que hice yo mismo, y como no lo gustaba mucho —decía que le daban arcadas— tuve que reemplazarla con cinta de embalar. Una vez la dejé en hogtie, con los tobillos cruzados, amordazada y con los ojos vendados, una hora.
Ella también fue dominante un par de veces. Una vez me puso en hogtie, estando yo desnudo, y me aplicó cosquillas y falaka con desgano. Entendí que le daba asco hacer aquello. En otra ocasión, estando ella completamente vestida, me ordenó desnudarme y masturbarme ante ella. Lo hice con gusto, arrodillado en la cama, jalándomela con calma para que aquello durara. Alejandra me “ayudó” haciéndome algunas cosquillas en las plantas, que ella sabía que me encanta. Me vine al fin y ella lo vio todo. Creo que en otro momento me tumbó bocabajo en la cama, se puso a horcajadas sobre mí y me esposó, cosa que me la paró más que nunca; enseguida me abrió los pantalones y me los bajó con todo y calzones, para finalizar dándome una nalgotiza deliciosa.
Jamás cogimos, ni me hizo handjob, ni me humilló de otros modos que me hubieran gustado.
Todo se fue al carajo porque una ex amiga suya, fanática religiosa, oyó lo que hacíamos y la conminó a dejarlo en nombre de Dios. Cuando Alejandra me contó aquello, de inmediato le ordené que se fuera de mi casa.
No volví a verla.