Un frío intenso recorre mis venas cada vez que me encuentro frente a ti. No es temor. Es un deseo imposible, unas ganas de abrazarte y de besarte como no he sentido nunca, pero que la situación en la que me encuentro me impide realizar. Ni tan siquiera comentar. Eres mi guía, mi sueño, mi desvelo; pero no puedo acercarme a ti. Eres la mujer de mi hermano y eso frena mi paso, mi atrevimiento. ¿Qué pensarían mis padres? Tan sólo puedo disfrutar de ti en mis sueños y cuando, las veces que vienes a casa, recibo esos tiernos besos tuyos en mis mejillas; la máxima sexualidad a la que puedo aspirar contigo.
¡Cuánto hubiera dado por probar esos labios!
He sentido siempre un extraño vacío en el corazón cada vez que me dabas aquellos consejos y ánimos, cuando deprimido te contaba el rechazo de la persona a la que amaba sin que supieras que era de ti de quien hablaba. Quise mirarte de otra manera, pero temí que mis ojos me delataran. Quise decirte que te quería, pero siempre supe que no debía.
He soñado despierto, mientras en familia te observaba, en tocar tu boca con mis dedos, como un ciego intentando descubrir la belleza ajena. Dibujar su perfil con mi índice, como si mi dedo fuera tu barra de labios, y sentir su tierna suavidad. Muchas noches provocaba que apareciera esa boca que tanto deseaba para sumergirme en mis sueños eróticos y así dormir soñándote, aunque tú no estuvieras a mi lado. También he viajado hasta tu cama, como un espíritu errante, como un alma en pena vagando entre los seres queridos, para observar en silencio y mientras dormías esas dos nubes sonrosadas y suaves que tanto me atraían. Y allí, al borde de la cama, observando tu cuerpo desnudo, imaginaba que tu alma despertaba y permitía que mis labios se fusionaran con los tuyos generando una hoguera de pasión astral. Desgastar mis labios besando los tuyos fue siempre mi húmedo y cálido deseo en cada sueño. Un deseo febril y obsesivo que mantenía oculto en las tinieblas de mi mente y que dejaba aflorar en la oscuridad de mis sueños.
Cuando estoy contigo, prefiero estar callado para dar paso a tus palabras. No es que me intimide tu presencia, como dice el imbécil de mi hermano, es que quiero ver cómo se mueven tus labios. Porque amo la perfección de su trazo, la suavidad de su color, la sensualidad de su movimiento y la esponjosidad de su tacto sobre mis mejillas. Por eso me gusta tanto hacerte reír, para ver como tus labios marcan en tu rostro el dibujo de esa sonrisa que yo he provocado y que muestra tus dientes perlados, y porque de alguna manera así me siento más cerca de ti. Pero no puedo más... Mi corazón sufre y me va matando lentamente. Me consume por dentro... No soporto ver cómo os besáis, como os cogéis de la mano, y rabio de impotencia cada vez que te trata con desprecio o te levanta la voz.
No sabes cómo sufro cuando oigo tu voz al teléfono, cómo muero por dentro cuando te veo pasar y cómo me derrito cuando observo tu cuerpo de atrayente mujer. Pero tu boca..., tu boca es como una pesadilla, como una droga que me tiene atrapado y que para ser curado necesito la dosis de tus labios sobre los míos. ¿Qué sabor tendrán esos labios que me sonríen, esos labios prohibidos? ¿Serán dulces como la miel? ¿Serán calientes como brasas? Necesito esa dosis de ti, pero normas éticas y morales levantan una barrera insalvable que ímpide que me acerque a ti. Sería como cometer un delito..., un escándalo familiar.
Por eso no puedo ya con tanto sufrimiento y he tomado una terrible decisión. Ahora tengo la escopeta de mi padre sobre la cama, cargada. Pronto estará entre mis piernas con la culata apoyada en el suelo y el cañón metido en mi boca. Apenas será un ligero movimiento del pulgar y todo mi sufrimiento habrá acabado. No puedo soportarlo por más tiempo. Estoy enfermo de amor por ti y quiero convertirme en esa alma con la que constantemente sueño, para estar todas las noches a tu lado y acompañarte en cada momento.
Pronto estaré a tu lado, amor, aunque tú no te des cuenta.