Hoy, sábado.
Estoy avergonzada. Hoy me ha ocurrido una aventura que jamás sospeché pudiera pasarme. Ahora, al recordarlo, no sé si hacértelo saber, querido Diario, pues si lo leyera mi marido…, ¡madre mía!, ¡con lo que lo amo…! Pero lo ocurrido me ha dejado tal impronta en mi cuerpo y en mi alma, que soy incapaz de ocultártelo.
Ayer ya te advertí que esta tarde tenía cita con el decorador que nos amuebla el nuevo piso. Sin saber porqué me he esmerado un poquito más de lo que acostumbro en el arreglo de mi persona. Bueno, la verdad es que el hacerlo ha sido porque el decorador… está como un tren…
A la hora exacta de la cita he llegado a su despacho. Él mismo abierto la puerta y me ha hecho sentar en un sillón frente a su mesa de trabajo, ocupando él su puesto habitual.
Yo, desde que he entrado, no he podido apartar mis ojos de su boca. Es la boca más perfecta que he conocido en mi vida. El dibujo de sus labios, la blancura nívea de su dentadura simétricamente dispuesta, emana tal sexualidad, que, contra todo propósito, en ese momento han absorbido mi mirada con la atracción de un potente imán.
No sé si se ha dado cuenta de mi atención, pero al poco se ha levantado de su silla con la excusa de buscar unos dibujos y de regreso se ha situado en el sillón frente al mío. Ver su boca tan cerca de mi me ha producido una sensación de deseo que al parecer se traslucía en mi cara, ya que en su mirada he vislumbrado como un atisbo de extrañeza.
Él ha continuado explicando los trabajos y materiales a emplear, y mientras me ha mostrado los dibujos de lo que sería el conjunto acabado he notado que sus rodillas se pegaban firmemente a las mías. Mi intención, de momento, ha sido separarme, pero el atractivo de su boca que en ese instante ya la sentía como pegada a la mía, ha hecho me manifestara indiferente, como si no me apercibiera.
Que gracia. Mientras me hablaba y me miraba a los ojos, se ha ido poniendo colorado y ha comenzado a divagar en sus explicaciones. Bien he adivinado la razón: una de sus rodillas se abría puesto entre las mías y se adentraba entre los muslos acercándose cada vez más a mi persona. Me he sentido tan halagada por esa emoción que le he despertado, que sin darme cuenta me he acercado a su boca y la he besado con un ardor tan brioso e inconsciente, que jamás me consideré capaz de sentir.
A partir de ese momento, ambos hemos perdido la cordura, y en menos tiempo del que preciso para contarlo, nos hemos encontrado desnudos uno en brazos del otro y …
A ti, querido Diario, no te lo puedo ocultar, He sentido, besando aquella boca, el placer sexual más inconmensurable que he gozado en mi vida.
Ahora siento vergüenza de haberle faltado a mi marido. Y me asalta terror de que al volver a ver aquella boca, no sea capaz de resistirme. Creo que alegaré un desplazamiento inaplazable a casa de mis padres, que viven fuera, para no volver a encontrarme con el decorador mientras duren las obras.
(Lo he copiado subrepticiamente. Espero que la dueña del Diario, que es una buena amiga mía, no se enfade por esta indiscreción imperdonable. Menos mal, me consta, que no lee Buscacuentos)
Claro que tienes razón, como siempre. Pero no soy yo quién lo dice, sino ella. Y bien sabes tú, querido Juan, que los sentimientos de la mujer, además de ser insondables, la mayor parte de veces se manifiestan incomprensibles para el hombre. Lo sabes, claro que sí, que cuentas con todo mi cariño. Angel (“Labios irresistibles”, de Angel F. Félix)