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Categoría: Maduras

La viuda Bego (01)

Este relato está basado en la historia que me contó un amigo como absolutamente verídica. Después de contármela no tuve más remedio que llevarlo a mi casa y hacer un trío con mi compañero y casi marido Mariá. Gracias Mariá por llevar con tanta dignidad los cuernos que te suelo poner.



 



. . . .



 



Tenía yo 16 años. Eran las postrimerías del franquismo y el comienzo de la transición a la democracia. Yo era virgen y vicioso de la masturbación cuando conocí a la viuda Begoña, o Bego, como la llamaba todo el mundo.



 



Por entonces, al salir del instituto, solía acudir a la tienda de ultramarinos de mi padre para ayudarle a ordenarla o hacer repartos a domicilio. Yo ya había llevado pedidos a la viuda Bego y no me había fijado en aquella mujer madura y poco atractiva para mi. Me interesaban las veinteañeras, con ningún éxito, y mis compañeras de instituto, con muy pocas oportunidades de meter mano, y menos de perder mi virginidad. Mi ideal de mujer era entonces la rubita del grupo Abba.



 



Pero aquel día fue distinto. Cuando la llevé el pedido no me recibió con su bata casera, vestía una blusa ligera con amplio escote que enseñaba el canalillo y una falda un tanto corta y muy ceñida a unos gordos jamones. La visión no me interesó ya que mi ideal de mujer se parecía más a una sílfide.



 



Llevé la caja a la cocina y ella me siguió. Mientras sacaba las bolsas la mujer me puso una mano en la nuca y preguntó afablemente:



 



- ¿Cuantos años tienes ya David?



 



- Dieciseis Doña Begoña.



 



- Por favor, no me trates de Doña. No soy tan mayor. Yo tengo treinta y seis. Llámame Bego, como todo el mundo.



 



- Si ... claro ... Bego.



 



Seguía acariciándome la nuca y me gustaba. Me bajaba una agradable sensación por la columna vertebral.



 



- Eres ya un apuesto hombretón. ¿Tienes novia?



 



- No, aún no.



 



- No, claro. Qué tontería, con lo guapo que eres tendrás cien chicas tras de ti y no sabrás a quien elegir.



 



- Pues la verdad es que no ligo mucho.



 



- No puede ser, me mientes. Seguro que tu pajarito no para de trabajar.



 



- Ojalá fuese así.



 



Dije yo un tanto molesto de confesar que no me comía una rosca.



 



- No irás a decirme que aún no te has acostado con una chica.



 



Colorado de vergüenza no tuve más remedio que asentir.



 



- Oh, vamos, eso habría que arreglarlo. Es imperdonable que tan guapo mocetón sea virgen.



 



La mano de la nuca seguía las caricias y la otra se posó en mi mejilla.



 



- Tienes suerte, hoy ando algo necesitada y estoy dispuesta a corregir ese fallo. No hay nada mejor, se dice, que perder la virginidad con una mujer experta.



 



La mano que estaba en mi mejilla pasó a desabrochar un par de botones de su tensa blusa que reveló entero el canalillo entre dos tetas que se adivinaban francamente opulentas. La mano que estaba en mi nuca empujó suave pero firmemente mi cabeza para colocarla en medio de aquellos dos abundantes cántaros.



 



Ya con sus dos manos en mi nuca guió mi cabeza para que mi boca, desplazando la tela, se encontrase con uno de sus pezones que comencé a chupar ansiosamente.



 



He de decir, que en mi estado de necesidad sexual y no habiéndome pajeado desde la mañana, mis gustos por las niñas anoréxicas fueron olvidados ante aquellas abundantes masas y mi pajarito, como ella lo llamó, se resentía de su encierro en el ajustado vaquero.



 



Hábilmente la viuda me despojó de la camisa y poco después desabrochó el cinturón mientras mis manos ya habían entrado en actividad por si solas y amasaban ansiosamente las pendulonas tetazas.



 



Con los pantalones y los calzoncillos en los tobillos, la viuda se agachó ante ni polla y la tomó en sus suaves manos friccionándola dulcemente. Poco rato después experimenté por primera vez en mi vida la entrada de mi herramienta en un agujero femenino.



 



Me mamaba la polla con una enorme habilidad que conseguía hacerla entrar casi hasta la garganta y pronto estuve a punto del orgasmo. Quise avisarla de que me corría, pero mi calentura me lo impidió y eyaculé en su boca sin remedio. Ella no se sorprendió ni asqueó. Es más, se tragó mi esperma tranquilamente.



 



- Ahora, mi nene, te toca a ti alegrar a esta viudita desasistida.



 



Se desnudó mientras yo me deshacía de los pantalones y de paso de los zapatos y los calcetines, ya que nunca me ha parecido nada tan ridículo en un hombre como encontrarse desnudo y con calcetines. Aproveché para evaluar su cuerpo.



 



Aunque de cara era una mujer anodina, ni fea ni guapa, si que tenía una expresividad simpática que la hacía atractiva enmarcada en su corto pelo negro. Su cuerpo tenía unos cuantos kilos de más, pero la grasa estaba colocada en los pertinentes lugares y no mostraba ni pizca de celulitis. Las tetas grandes, largas y encantadoramente pesadas se coronaban en unas inmensas aréolas y unos gordos pezones que en aquel momento estaban totalmente enhiestos.



 



Recios brazos y suaves manos de regordetes dedos donde lucía exclusivamente las dos alianzas ilustrativas de su condición de viuda. Cintura estrecha que contrastaba con unas amplias caderas soporte de unas inmensas y contundentes nalgas que, a su vez, encaminaban a unos jamones vastos y rotundos. Pata recia de acuerdo con la muslada. Era, en suma, una mujer de las que los albañiles califican "de bandera", un cuerpazo de otros tiempos donde las curvas hacían estragos en los hombres. Nada de lo que a mi me gustaba, pero que no afectaba a mi herramienta, ya recuperándose del primer polvo gracias a mis años de privación.



 



La gordita se aupó a la encimera de la cocina con una agilidad inesperable de su constitución, asentó en ella sus posaderas, subió las piernas apoyando los pies en la tabla y separando bien los jamones. Y entonces, de entre la pelambre de su pubis, los bonitos dedos hicieron aparecer ante mi vista un coño femenino por primera vez en mi vida al natural. Impúdicamente me dijo:



 



- Tócalo David. Verás qué caliente está.



 



No necesité que me animase más para poner los dedos sobre la almeja y acariciarla, notando su tibieza y la humedad que comenzaba a manar de allí. No tuvo que darme instrucciones para animarme a meter un dedo y poco después dos. Y el instinto me dijo como moverlos para darle placer.



 



Pero fue ella la que me pidió que se lo comiera. Aunque un poco remiso lo empecé a hacer mientras el agujero ya soltaba un copioso caudal que en principio me daba algo de asco pero que al poco rato estaba bebiendo golosamente mientras ella gemía al tiempo que descubría su clítoris de entre su capuchita y me indicaba como tratarlo con la lengua.



 



Se corrió soltando todavía más flujo y me lo bebí en reciprocidad a lo que ella había hecho con mi esperma.



 



Yo ya tenía de nuevo la polla bien enhiesta y deseando meterla donde había metido la lengua. Cuando ella me la vio, la tomó entre sus hermosas manos y la condujo a su preciado agujero. No hizo falta que trabajase como maestra en ese aspecto. Yo ya había visto alguna revista porno para saber qué tenía que hacer. La bombeé frenéticamente mientras ella se acariciaba el clítoris y yo le amasaba los gordos pechos. Me volví a correr y lo hice al tiempo que ella.



 



Sin avergonzarse de su desnudez me ofreció un refresco y ella se sirvió otro. Yo estaba sentado en una silla y ella aposentó su enorme culo sobre mi regazo ofreciéndome la oportunidad de seguir jugando con sus tetorras. Estuve un buen rato palpando todos sus atributos, que ahora ya me parecían encantadores, sobre todo la suavidad y tersura de su piel, hasta que nuevamente mi verga volvió a coger tono.



 



Esta vez me ofreció la posibilidad de follarla desde atrás con sus manos apoyadas en la encimera de la cocina, así pude manosear a placer sus gloriosas posaderas o aferrarme a las colgantes ubres que se balanceaban libremente golpeando sobre la encimera.



 



. . . .



 



Ni que decir tiene que su oferta de volver cuando quisiera la aproveché al día siguiente. A partir de entonces se acabaron mis pajas. Había días que ni siquiera acudía al instituto. Me metía en su tibia cama y pasábamos la mañana entera dedicados al sexo. Aquella gordita era insaciable y yo también.



 



Mis último año de bachillerato y el PREU no fueron un ejemplo de aplicación. Mis notas bajaron bastante pero mi destreza follando se desarrolló con aquella viuda que no tenía ningún reparo para ensayar todas las posturas del Kamasutra.



 



Cambié de trabajo. No hay peor patrón que un padre, ya que considera que lo que trabajas para el negocio es también para ti y por tanto te restringe el sueldo. Me metí en un taller mecánico y allí conocí a Lew. Se llamaba Luciano y era español, pero como presumía de haber estado en el Reino Unido durante dos años y ser más cosmopolita que los demás adoptó la variante británica de su nombre. Era un poco fantasma e ignorante, hortera y deslenguado. Lo que contaba de Gran Bretaña no parecía muy verosímil aunque estuviera mucho más adelantada que España. Peor eran los cuentos sobre sus hazañas sexuales. Cerca de ocho meses de compartir grasa y CO2 con él no me permitieron conocerlo lo suficiente hasta algo más tarde como ya te contaré.



 



También conocí a mi jefe, Tomás, un cincuentón bajito, calvo y con muy mala leche. Seguramente por no follar nunca. Tomás tenía enfilado a Lew por algunos desaires a los clientes debido a su deslenguado comportamiento.



 



Con el tiempo, la viuda Bego y yo ya nos comportábamos como un matrimonio y llegó la rutina al tiempo que yo conocía una fascinante chica en la universidad. Pero la chica era más bien frígida y poco entusiasta por el sexo aunque me permitió desvirgarla al poco tiempo de empezar a salir.



 



Follar a mi novia no era sino follar a una esfinge. La comparaba con la viuda y era un iceberg al lado de un volcán. Pero mi chica era una belleza y teníamos verdadera empatía en lo intelectual. En aquella época en que se imponía otra vez el análisis a la intuición, se me ocurrió la estúpida idea de que mi gorda podía enseñar a follar a mi novia, a la que quería como madre de mis hijos.



 



Como era un gilipollas no se me ocurrió más que insinuar a la viuda un trío. La zorra de ella no dijo que sí ni que no cuando lo sugerí. Pero a los pocos días me dijo que le parecía muy bien y que cuando traía a mi ¡amigO!.



 



Me quedé de piedra y no supe reaccionar ni buscar solución en la media hora que estuve con ella follando. Di largas al asunto durante un par de semanas pero ella me recordaba:



 



- ¿ No ibas a traer un amigo para hacer un trío? ¿Te acuerdas? Yo no dije nada. Fue idea tuya.



 



Y otro día: - Yo no es que tenga muchas ganas y no me parece bien, pero, cariño, si quieres hacer un trío, yo no me opongo.



 



Y otro: - Amor, yo solo he probado la herramienta de mi difunto marido, que en gloria esté, y la tuya. La tuya es mejor, ... pero ¿tienes reparo en que conozca otras?.



 



Y más: - Cielo, me pones a cien con la idea de follar con dos y ... ya ves ... aquí esperando ... ¿Qué pasa?



 



- Bueno, vale, está bien. Ya busco otra polla para que estés contenta.



 



- No te enfades, mi niño. No es que esté descontenta de tus atenciones. Es solo curiosidad. ... Ya me entiendes ...



 



Ya desesperado le propuse a Lew si le gustaría follarse a una viudita gordezuela. No esperaba que aquel fantasmón que, según él, se había follado a media humanidad femenina, aceptase soltarle un polvo a mi madura gordita. Sorprendentemente aceptó, lo cual, para mi significaba que no follaba tanto como decía. Puso la condición de que, sentase como sentase a mi viuda, si no le gustaba se largaba y punto final.



 



Le conté a mi gorda la condición de mi amigo y ella encontró natural que si no le atraía, no la jodiese. Me juró que no se ofendería. Así que una tarde nos presentamos los dos juntos en su casa.



 



Desde que entramos y la presenté a Lew la mala educación y rudeza de mi colega se hizo patente:



 



- Que buena está la vieja. Joder, déjame verte jamona. La puta, qué curvas. Te voy a llenar de lefa el agujero del coño hasta que te salga por la boca, chochona.



 



Ni qué decir tiene que la Bego se molestó y no le cayó nada bien. Por un momento pensé que renunciaría a lo del trío, pero tanto tiempo anhelando e imaginando el asunto la debía tener a tope de calentura, por lo que solo le recriminó su desvergüenza llamándolo maleducado y dejando constancia que ella no era una vieja si no que nosotros unos bebés.



 



- Vale chochona, déjame ver tus grasas y tus agujeros. Y se puso a desnudarla sin que ella se opusiera pese a recriminarle su lenguaje mientras era despojada de sus prendas con muy pocos miramientos. Yo me puse también a desnudarla más que nada para impedir que Lew le rompiese alguna prenda.



 



En cuanto se encontró en pelotas el lenguaje de Lew se volvió más grosero por la excitación.



 



- Joder qué jamones, y dice que no es jamona. Y el pandero, más grande que la plaza de Trafalgar. Vaya tetazas. Me voy a poner morado con este saco de carne. Qué suerte tienes David de tener una puta guarrona y sobrada como esta gorda.



 



- Ni soy puta guarrona ni gorda. Estúpido. Vete a la mierda o cállate y vamos a la cama los tres.



 



- Oye vieja, tienes mucha pelambre en el coño. Ahora las americanas llevan el chumino afeitado. Deberías afeitarlo. Déjame que te lo afeite antes de comérmelo.



 



- De eso nada, cretino.



 



- Pues mira. ¿A que te gusta mi rabo bien depilado?.



 



Lew se bajó los pantalones y los calzoncillos a la vez y mostró impúdicamente una enorme herramienta con toda la ingle totalmente depilada. Contemplé cómo mi gordi se quedaba pasmada. Desde luego a su lado mi aparato, que hasta ahora había considerado de discreto tamaño y dentro de la media, quedaba muy malparado. Para colmo, la tranca del tipo estaba completamente erguida y arqueada orgullosamente hacia arriba. Bego, aún en trance, se arrodilló lentamente para contemplarla a gusto, la tomo delicadamente en su mano como temiendo que fuese un espejismo y desapareciese. Se la llevó a la boca lentamente y poco después la mamaba frenéticamente.



 



Creí que mi vieja se había olvidado de mi y de mi humillada polla, cuando la escuché mascullar apenas sacando el tremendo glande de su boca, que la comiese el coño. Me puse presto tumbado boca arriba bajo su coño y metiendo los dedos para apartar su pelambre y entreabrí sus cerrados labios para meterle la lengua en la raja ya húmeda.



 



De pronto, Lew apartó su verga y le dijó.



 



- Bueno putón, afeitamos ese coño o me guardo el instrumento.



 



- Hijo de puta. Bastardo.



 



- Ya, pero a lo que estamos. Tu verás golfa sebosa.



 



- Eee ... yo ... lo pensaré esta noche.



 



- Si no te quito la melena no hay polvo ni ahora ni nunca.



 



- Está bien cabrón. Dónde me lo vas a hacer.



 



- En la cocina. Trae maquinilla y jabón.



 



Bego se fue y volvió al rato con la maquinilla, brocha y jabón de su difunto que yo había visto en el armario de baño y que había utilizado alguna vez que no me había afeitado en casa.



 



Para entonces Lew ya estaba totalmente despelotado y yo estaba en la labor. Hube de reconocer que aquel hortera estaba muy bien constituido, cosa que advirtió de inmediato la viuda echando mano a los robustos bíceps primero y apretando las duras y salientes nalgas después. A fin de cuentas era posible que el chaval no exagerase sobre sus innumerables ligues.



 



- A ver golfa, pon tu rollizo trasero en la encimera y separa los jamones.



 



Mi amante gordita obedeció sin rechistar la orden y no dijo nada mientras Lew le cortaba la pelambre y después afeitaba totalmente el monte de Venus y el entorno del agujero del culo. Ella, cuando podía, sobaba lascivamente la parte del cuerpo del chico que le quedase a mano.



 



Desde luego el espectáculo que ofreció el pubis de la Bego una vez se limpió la espuma fue subyugante. Un monte de Venus deliciosamente abultado, blanco y suave se encontraba dividido por una larga y apretadísima raja que no permitía ni adivinar los labios interiores. No fui capaz de contenerme y allí, como estaba, sentada en la encimera me arroje a comer aquel jugoso bollito cremoso. Lew aproximó su soberbio aparato a la boca de la gordi que prosiguió con avidez su interrumpida mamada.



 



- Cómete mi nabo chochona –decía Lew- que después verás como lo disfrutan los otros agujeros. Te voy a poner el culo como un bebedero de patos.



 



- Mi ojete trasero ni tocarlo. Nadie me ha dado por ahí nunca.



 



- Pues ya es hora de que lo uses. Para que crees que Dios te dio esas orondas nalgas, más que para adornar ese agujero y que sea bien aprovechado.



 



- Eso se lo harás a las furcias con las que vas, pero conmigo vas de ala.



 



- Mira zorrona, tu no te distingues de ninguna furcia. ¿Cómo si no has aprendido a comer las pollas casi enteras?. Estoy seguro que si que te han dado por el trasero más de una vez.



 



- Te repito que no soy una furcia. Solo he conocido a mi marido y a David cuando me quedé viuda. Mi marido era un buen amante y me enseñó a mamársela a fondo.



 



- ¿ Y nunca usó tu enorme pandero?. No sería tan buen amante. Mejor, así estará bien cerradito y disfrutaré más.



 



Bego no pudo contestar porque mi trabajo con la boca en su coño surtió efecto y alcanzó el primer orgasmo. Como consecuencia aumentó el flujo de su coño que yo me bebí con deleite. De vez en cuando retiraba mi boca para admirar aquel blanco, abultado y sedoso pubis. Lástima de años follandola y mamando entre aquella pelambrera sin imaginar el primor que se ocultaba tras ella. Cada vez me congratulaba más de haber incorporado a Lew en mis relaciones con la gordi. Esperaba ansiosamente que la convenciese de dejarse sodomizar. La discusión prosiguió:



 



- Zorra, si no me das el culo soy capaz de hacerme una paja antes de meter la polla en tu otro agujero. Y para castigarla retiró su soberbia herramienta de la golosa boca de Bego y se puso a pajearse.



 



- te voy a soltar la lefa en las tetas y la cara. Agárratelas y sube esos sacos. Qué lástima no tengan leche. Con semejantes aldabas seguro que alimentarías a un batallón. ¿Has tenido hijos?.



 



- No, no he tenido niños. Vamos métemela en el coño.



 



- Ni hablar si no me prometes después el culo.



 



- Me dolería mucho. No quiero.



 



- Mira cretina. Méteme un dedo en mi culo, pero antes chúpalo. Dijo dándole la espalda.



 



La viuda se mostró curiosa y, aunque con timidez, fue introduciendo delicadamente su regordete y hermoso dedo índice en el ano de Lew.



 



- Ahora méteme dos.



 



La viuda obedeció preguntando: ¿Eres maricón o qué?



 



No soy maricón. Te demuestro que hay que disfrutar de todo lo que tenemos en el cuerpo. Déjame meterte a ti un dedo, verás como no duele.



 



- Solo un dedo.



 



- Date la vuelta. ¿Dónde está el aceite?



 



- ¿Para qué?. Preguntó con aprensión.



 



- Para untarme el dedo y que entre más fácil.



 



Lew se untó el dedo mientras la Bego se colocaba de rodillas con el culo en pompa hacia mi desenvuelto compañero. Yo cambié de posición bajo ella para seguir mamando de aquel bello y caudaloso coño y observar en primer plano la maniobra de la penetración anal con el dedo.



 



Mi colega metió el dedo en el culo de la gordi sin mucha paciencia ni delicadeza, pero ella apenas se quejó. ¿Ya está?, preguntó.



 



- Espera, que no está entero dentro. Mintió como un bellaco, ya que yo veía todo el dedo enterito dentro del recto de mi amante.



 



Retiró el dedo y esta vez metió dos, el índice y el mayor.



 



- Me molesta un poco. Siento como si se me fuera a rasgar el ojete. Sácalo.



 



- Tranquila relájate mientras te distiendo y verás cómo en unos instantes ya no te molesta.



 



Ella apoyo la cabeza sobre sus brazos dispuesta a seguir pacientemente la indicación.



 



Lew comenzó a girar los dedos suavemente en el ano y a separarlos para distenderlo. También hacía maniobras de entrada y salida. Yo me había olvidado de trabajar mi lengua sobre el clítoris absorto en el desvirgado del glorioso agujero, pero Lew me indicó que siguiese, sin duda para distraer la atención de mi gordita. Usé mi lengua sin dejar de observar y vi cómo el cabronazo sustituía el dedo mayor por el índice de la otra mano y comenzaba a estirar hacia lados opuestos el esfínter.



 



La viuda protestó débilmente ya que estaba al borde de otro orgasmo logrado con mi ya hábil lengua y labios. Cuando se corrió profundamente Lew aprovechó para dilatar brutalmente el agujero sin que ella, indefensa en sus convulsiones hiciese otra cosa que gemir suavemente.



 



Cuando se recuperó, Lew le preguntó:



 



- ¿Qué tonelillo?. ¿Tan malo ha sido?.



 



- No, no mucho. Pero no me gusta.



 



- Verás cómo a las tres o cuatro veces te encantará. Que sepas que has tenido dentro dos dedos. Casi de ancho en total como la polla de David. Él será el primero en darte por el culo.



 



- ¿Ahora?. Ni lo sueñes. Tengo que acostumbrarme.



 



- Pues ahora empezarás a acostumbrarte. Desde hoy.



 



- No estropeemos lo que puede ser una hermosa tarde.



 



- No será hermosa si no te desvirgamos el orondo culo con un cipote. Y como sigas poniendo pegas me piro con una puta que no sea tan remilgada como tu.



 



- Está bien. Pero solo me la mete David. Tu, otro día.



 



- ¿Prometido que la próxima vez te la meto en el ojete trasero?



 



- Prometido. Me prepararé metiéndome los dedos o alguna cosa que encuentre. Pero quiero abrirme yo sola el culo y estar lista antes de que me metas esa tranca tan gorda y larga.



 



- Pues vamos a la cama, que será más cómodo.



 



Yo estaba dichoso con la idea de meter mi pija entre las extensas, mantecosas y blancas nalgas de mi amante. Le debía un favor inmenso al cabrón de Lew. Bego me embadurnó la verga con aceite de oliva y fuimos a la habitación. Lew colocó a mi gordita boca arriba sobre la cama con la cabeza colgando por un costado. En principio no entendí la razón.



 



- Putón, agárrate tus patazas bien abierta para darle paso al colega que te va a enseñar a usar y ser feliz con tu pandero.



 



No tuve que debatirme mucho para llegar a tener la polla dentro. Bego solo gimió un poco pero Lew la empezó a follar literalmente la boca hasta la garganta. Apremiada por la necesidad de respirar, Bego se olvidó de las molestias de su ano y comencé a bombear en su intestino sin los remordimientos que tenía cuando gemía.



 



Mientras bombeaba en su ano, Lew se inclinó y comenzó a acariciar el coño de la Bego. Metió dos dedos dentro y con el pulgar le acariciaba el clítoris. Después le metió tres dedos y por último los cuatro. Todo ello sin olvidarse de bombear él mismo en la boca de mi madurita y rolliza amante.



 



El morbo de mi primer culo junto al espectáculo de la tremenda verga de Lew follando sin piedad la boca de la viuda y casi toda su manaza taponando la enorme raja pelada y mojada como nunca hizo que me corriera en su interior en poco tiempo.



 



Cuando saqué mi polla estaba pringada de mierda así que me fui al baño a limpiar, al tiempo que Lew sacaba su garrote de la boca de Bego y se disponía a utilizar su empapado coño. Cuando regresaba del baño, la zorra estalló en un ruidoso tercer orgasmo. Lew se sacó la herramienta del coño y la puso entre las largas tetas pidiéndole una cubana. Bego manejó con maestría las flexibles aldabas y pronto un copioso chorro de esperma aterrizó en su cara. No tuvo ningún remilgo en abrir la boca para recibir los posteriores y recoger con el índice las manchas de la cara para bebérselas con glotonería. Se acurrucó sobre la cama con una sonrisa beatífica entregándose a una siesta mientras mi colega y yo íbamos a por unas cervezas a la cocina.



 



En vista de que no se despertaba, renunciamos a soltarla otro polvo y nos fuimos dejándole una nota escrita –con faltas de ortografía- por Lew. Le decía que volveríamos el viernes por la tarde y la recordaba la promesa de entregar el ojete a su polla. Que se entrenase. Que comprase en la farmacia una pera de irrigaciones para limpiarse los intestinos antes de sodomizarla y le sugería que se pintase las uñas de sus suaves y hermosas manos en rojo, que eso le ponía.



Continuará.


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