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Tras mi primer encuentro con Mati, tuve mucho trabajo. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y, si no quería perder la beca y volver al pueblo para trabajar en el campo, más me valía estudiar. Desde aquella tarde con Mati, las chicas ya no me parecían igual de atractivas. Laura, una chica de mi clase con la que había tonteado se había quedado para mí en una niña pequeña. Carolina, mi compañera de piso y musa de muchas de mis pajas antes de mi encuentro con mi vecina no merecía ya mi atención visual. Todas las chicas se quedaban cortas si las comparaba con la diosa que tenía por vecina.
Salíamos del último examen, eran finales de Junio y el sol apretaba. Comentaba el examen con Carolina y Jesús, mis compañeros de piso, y otros compañeros de clase.
- ¿Vienes a tomar una cerveza? Para celebrar el fin de curso.
- No, me parece que voy a volver a casa a empaquetar. Tengo el billete de bus sacado para mañana a las 8 de la mañana y tengo muchas cosas que hacer.
- Vaya un soso te has vuelto, con lo que te gustaba antes la marcha – era Laura la que me agarraba por detrás y me sonreía mientras me decía esto. Sentía sus pequeños y jóvenes pechos en mi espalda.
- Lo siento, ahora soy un chico responsable – le dije en tono de sorna.
- ¡Seguro que sí! Habrá que ver cómo empieza el curso que viene – salto Jesús.
Ya tenía apalabrado el mismo piso para el año siguiente con los mismos compañeros… y la misma vecina.
- Nos vemos en casa, chicos – me despedí del resto de mis amigos hasta el curso siguiente y volví a casa como loco. Deseando llamar a casa de Mati. Abrí la puerta del portal y subí corriendo las escaleras. Cuando llegué a nuestro piso, llamé al timbre de Mati y esperé. Nada. No estaba.
Bueno, la esperaría.
Como éramos vecinos nunca habíamos intercambiado nuestros números de teléfono. Aunque ella era originaria de un pueblo, no solía salir de la ciudad, ni para ir de vacaciones. Así que era fácil localizarla.
Esperé durante dos horas y nada. Carolina y Jesús volvieron, algo borrachos y, como era nuestro último día juntos hasta el curso siguiente pasé esa tarde con ellos de bromas y risas.
El verano lo pasé en mi pueblo, aburrido. Ví a los amigos, trabajé en el campo para sacar algo de dinero y me bañé en el río, pero no dejaba de pensar en Mati, ansiando volver a verla a la vuelta de vacaciones.
El día 31 de Agosto estaba deseoso de volver a la ciudad. Mis padres no sabían que hasta el 20 de septiembre no empezaría las clases, así que les dije que empezaba a la semana próxima y me largué en cuanto pude. La ventaja era que, además, Carolina y Jesús no llegaban hasta el 18 o 19, así que, podíamos ir a mi casa o a la suya.
Llegué al piso y, antes de colocar nada fui a llamar a Mati. Toqué al timbre y esperé. Dentro se oían voces, una era Mati, la otra un hombre. Fue el hombre el que me abrió.
- Buenas, chaval. ¿Qué quieres?
Me quedé de piedra, ¿qué hacía ese tipo allí?. Era alto, moreno y un poco barrigudo. Con el pelo corto y una barba de dos o tres días.
- Hola. Esto, yo…
- Tomás, ¡Qué sorpresa! – Mati apareció por detrás del hombre y me dio un abrazo -. Pasa, pasa. Te presento a Mario, mi marido. Nos hemos reconciliado – me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Ah! ¿Este es Tomás? Si es guapo, sí.
No me lo podía creer. ¿Qué le había contado Mati a su marido de mí?
Pasamos dentro de la casa. Ambos insistieron en que me quedara a tomar un café. Me senté en el sofá. En el mismo sitio donde meses antes había hecho gozar a la mujer de mi anfitrión.
Mario me dijo que Mati le había contado cómo maté al ratón y las buenas migas que habíamos hecho.
- No hace más que decirme lo guapo que eres, al final hasta me había puesto un poco celosillo – me dijo en broma dándome con el codo.
Yo sonreí sin ganas.
Durante la media hora que me tuvieron allí no hice más que reírme de los chistes estúpidos de Mario. Me contaron también cómo él había vuelto pocos días después de aquella gloriosa tarde y le había dicho lo mal que se sentía por haberse separado y lo mucho que quería una segunda oportunidad. Obviamente, Mati no le había contado nada de lo nuestro.
Me fui de allí con una impresión un poco mala de aquel tipo, no era mala persona, pero parecía muy simple, y decepcionado con Mati.
Pasé unos días de soledad en casa. Iba al gimnasio y de vez en cuando llamaba a algún amigo de los que había hecho por allí. Pero no conseguía quitarme a Mati (ni a sus pechos) de la cabeza. Carolina y Jesús volvieron el día 19.
- ¿Has visto lo que dicen en el grupo de clase?
- No el qué.
- El jueves que viene es la fiesta de Biología. Y este año nosotros hacemos las novatadas – me dijo con sonrisa siniestra Carolina.
- Bueno, pues habrá que preparar algo, ¿no? – respondí.
Mi visión de las chicas había cambiado esos días a raíz de mi reunión con Mati. Miré a Carolina de arriba abajo mientras iba a la cocina. Llevaba una camiseta corta y unos pantalones ceñidos que marcaban un estupendo culazo. Sus rizos pelirrojos le caían por la espalda. Ahora volvía a ser para mí la musa que fue anteriormente.
Fuimos a la fiesta los primeros, para preparar las cosas. Era en una discoteca a las afueras. A las 23:00 empezaron a llegar los chicos de 3º y 2º y a las 00:00 empezaron a llegar los novatos. Uno tras otro, íbamos gastándoles bromas. Yo estaba como un perro en celo. Fijándome en todas las chicas nuevas y tonteando con ellas.
Cuando ya iba por el cuarto o quinto cubata, sentí como alguien me acariciaba sensualmente la barriga y se apoyaba contra mí. Eran los mismos pechos pequeños que me abrazaron al acabar los exámenes.
- ¡Laura! ¿Qué tal? No te he visto esta semana por clase.
- He llegado hoy mismo, para las novatadas.
- ¡Qué bien te veo! – llevaba unos pantalones negros y una camiseta amarilla de tirantes. No llevaba sujetador pero sus pechos se mantenían firmes, ya que no eran muy grandes.
- Yo también, ¿quieres que tomemos algo y me cuentas?
Estuvimos un buen rato hablando. Cuando me quise dar cuenta, la fiesta era toda una locura.
Los novatos iban completamente pringados y los obligaban a hacer cosas vejatorias que ellos aceptaban sin problema a causa de la desinhibición del alcohol. Uno corría por la barra con el guardia de seguridad persiguiéndolo, dos saltaban sobre las mesas. Al fondo hasta me pareció ver una pelea.
- Vámonos de aquí, hay mucho jaleo – sin pensarlo siquiera, la cogí de la mano y la saqué de la discoteca.
Una vez que salimos, no intercambiamos palabras antes de besarnos. El beso fue apasionado y largo, lo que ambos llevábamos tiempo deseando. Ella me tocaba el culo, yo metí la mano bajo la camiseta y vi que, efectivamente, no llevaba sujetador. Le pellizqué un pezón.
- Espera – dijo sacándome la mano -. Nos van a ver. Vamos a otro sitio.
Fuimos al aparcamiento. Había un par de farolas rotas, víctimas de la borrachera de jóvenes estudiantes y fuimos debajo. La tumbé sobre el capó de un coche mientras la besaba y le quité la camiseta. Besé su cuello y fui bajando con mi lengua hasta sus pequeños pechos. Sus pezones apuntaban al cielo. Primero chupé uno, luego el otro. Bajé la lengua hasta llegar a sus pantalones. Los desabroché y se los bajé. Llevaba un tanga de hilo. Lo aparté un poco y chupé su depilado coño. La oí gemir. Seguí con mis dedos. El índice entraba en su cueva y el pulgar pasaba por su clítoris. Fui acelerando poco a poco. Ella, tumbada como estaba sobre el capó gozaba. Giraba su cabeza a ambos lados y, con los ojos cerrados, a veces era ella misma la que se daban placer jugando con su clítoris.
Cuando sus gemidos empezaron a ser más estridentes paré. Ella, como una posesa, vino a por mí, sin camiseta y con los pantalones bajados, el tanga aún lo llevaba.
Me apoyó contra el coche y se arrodilló. Me bajó los pantalones sin desabrocharlos siquiera. Cuando vio mi pene se paró en seco, asombrada.
- ¡Qué cabrón! Vaya cacharro gastas – me miró con cara de viciosa y, sin dejar de mirarme a la cara, empezó a lamer el glande. Primero por abajo, recreándose en el frenillo, después por un lado y después por otro.
Poco a poco fue engulléndola. Al principio se metía y se sacaba el glande despacito. La fue metiendo despacito más adentro. Cuando iba por la mitad empezó a mover la lengua. Me estaba volviendo loco.
Miré hacia arriba con los ojos abiertos de par en par, estaba en el séptimo cielo mirando las estrellas.
Sentí cómo se la sacaba de la boca y su lengua subía desde mi pene hasta mi cuello. Se acercó a mi oreja y, tras lamerla me susurró:
- Fóllame.
Dicho y hecho, la agarré de los hombros y la puse mirando al coche. Ella colocó el culo en pompa, preparada para la penetración.
Lo hice sin piedad. Coloqué el glande a la entrada de su vagina y empujé fuerte. Chilló alto, pero nadie la escuchó por los gritos y la música de la discoteca.
- ¡Ostias! ¿Por qué coño no hemos hecho esto antes? – casi me gritaba mientras yo la penetraba una y otra vez. No contesté.
Mi pene salía cada vez más húmedo. Oía el chapoteo a la entrada y salida. Estaba empapadísima. El ritmo fue rápido desde el principio. Yo le agarraba las tetas desde detrás y las sobaba, pellizcándole ocasionalmente los pezones. Ella echaba los brazos hacia atrás por encima de su cabeza para agarrar la mía. Así estuvimos un rato, hasta que aumenté el ritmo, me oyó gemir más fuerte, sentía que me iba a correr.
De improviso, se dio la vuelta y me dijo:
- Córrete encima mío.
Ella seguía metiéndose el dedo mientras yo me masturbaba furiosamente delante suyo. El primer chorro salió con mucha fuerza y le impactó de lleno en el pecho izquierdo. Me acerqué un poco y el siguiente le cayó en el estómago. Ella volvió a gemir, también se estaba corriendo. Un chorro cayó de su vagina a sus pantalones. Yo terminé de eyacular en el suelo.
Me apoyé en el coche con una mano, jadeando, mientras con la otra me sujetaba el pene, que ya había pasado a estado normal. Ella también jadeaba.
Nos vestimos sonriéndonos mutuamente, había pasado lo que ambos llevábamos tiempo deseando.
- Joder, estoy completamente mojada – decía mientras se tocaba los pantalones -. Me parece que la fiesta se me ha terminado, no tengo muda – y me miraba, como preguntándome qué iba a hacer.
- ¿Tienes quién te lleve?
- He traído coche, ¿quieres que te deje en tu casa?
Todo el alcohol me había bajado y casi tenía resaca. Un cansancio enorme me inundaba.
- Pero en mi casa - le dije serio.
- No te preocupes, ya he tenido suficiente por esta noche – me guiñó un ojo y me besó.
Subimos en su coche y fuimos hablando de cosas de la universidad y demás banalidades hasta que me dejó en mi casa.
- Bueno, Tomi, nos vemos la semana que viene – me dijo una vez que me hube bajado, con la ventanilla bajada.
- Ok, preciosa – le respondí con una sonrisa.
Riéndose, pisó a fondo y salió despedida para desaparecer por la primera esquina, a unos 50 metros.
Esa noche dormí como un tronco y por primera vez en un tiempo, conseguí apartar a Mati completamente de mi cabeza.
- Arriba, dormilón – Jesús y Carolina habían entrado en mi habitación y me habían subido la persiana.
- Venga, Don Juan, que ya estamos todos en pie y tú fuiste el primero en retirarte – Jesús me dio dos bofetones amistosos.
- Bufffff, qué pestazo , abre la ventana, Jesús – Carolina vestía un pijama cuyos pantalones (si pueden llamarse así) casi le dejaban al descubierto las nalgas y sus pechos se movían en la camiseta de tirantes de un lado a otro.
- ¿Me dejáis cinco minutos? – dije en voz baja. Había quemado el alcohol, pero no era suficiente para todo ese garrafón, la resaca era tremenda.
- ¡No! – me gritaron los dos. Y se fueron riéndose viendo el respingo que dí.
Pasé unos cinco minutos más en la cama escuchando a mis compañeros comentar sobre las bromas que gastaron anoche a los novatos y quién se enrolló con quién. De mí no dijeron nada. Me paré unos segundos a recordar el polvo de anoche con Laura y mi pene saltó, duro. Esperé unos segundos pensando en otras cosas hasta que se me bajara y salí al salón.
- Bueno, y aquí tenemos al campeón de la noche – anunció Jorge mientras se reía. A Carolina parecía no hacerle tanta gracia.
- ¿Por qué dices eso? – le pregunté.
- ¿Es que no te acuerdas? Te cepillaste a la cachonda de la clase entre dos coches – me decía entusiasmado.
- ¿Te enteraste? – no quería que se enterara nadie. Todos son unos chismosos.
- Yo y media clase.
- Hasta los novatos – dijo seria Carolina.
- ¿Pero cómo?
- Parece ser que los chillidos de tu amiguita fueron algo escandalosos y Pedro y Juan se acercaron a ver qué pasaba. Tuvisteis público – y una mueca siniestra se dibujo en la cara de la pelirroja.
Me quería morir. Me puse rojo y no sabía qué decir.
- Oye, pero no creas que te dejaron mal, Nos contaron lo que calzas y cómo acabó todo – dijo sin parar de reirse.
Tierra trágame. Y con todas las clases allí. Faltaban tres días para volver a clase y se me acababan de quitar todas las ganas de ir, ni en un millón de años.
Carolina y Jesús suavizaron un poco el asunto y consiguieron que me relajara algo. Pasó el viernes de resaca y, ya que no hicimos nada en todo el día, el sábado a las 9 de la mañana estaba fresco como una rosa y decidí salir a correr.
Fui a la avenida principal y la recorrí de arriba abajo. Cuando volví, decidí meterme por unas calles comerciales para atajar. Sin esperarlo, oí mi nombre a lo lejos:
- ¡Tomás! – Mati me saludaba sonriente en la puerta de una tienda de ropa. Me la había quitado de la cabeza y ahora todo volvió de golpe. No quería acercarme, yo sólo pensaba en ella de una forma, y ella ya tenía esas necesidades cubiertas.
- ¡Ey, Mati! ¿Qué tal? – dije como si no pasara nada.
- Pues ya ves, hoy libraba y he decidido salir a renovar el vestuario.
Hablamos unos minutos como si no pasara nada hasta que, sin quererlo, solté la pregunta:
- ¿Y qué tal con tu marido? – le pregunté de golpe.
- Muy bien, estamos como el primer día. Vuelve a ser el chico del que me enamoré.
Aunque esté mal decirlo, eso me hirió. Deseaba que ese tío fuera un capullo y rompieran pronto. Verla tan ilusionada me desilusionó a mí.
- Bueno, Mati, creo que debería irme.
- Espera, ¿podrías ayudarme? – se acercó un poco a mi oído y me susurró -. No me fío de estas arpías, dicen cualquier cosa con tal de vender.
Quería que le dijera qué le parecía un vestido que estaba pensando en comprarse. Entramos dentro y ella se metió al probador. Era una tienda grande, había unas cuantas mujeres más y, al menos, tres dependientas, que debían ser más o menos de mi edad.
- Tomás, ¿puedes pasar? – oí su voz desde dentro del probador.
Entré y la ví tan sólo con ropa interior. Su cuerpo me deslumbró de nuevo. Las uñas de sus pies y sus manos eran ahora de color azul. Llevaba unas sandalias de cuero en los pies y un conjunto de lencería de encaje blanco. La braguita tipo tanga dejaba al descubierto un culo grande y redondo. Sus pechos luchaban por salir de su encierro. La cadena con la cruz gracias a la cual empezó todo, lucía entre sus dos enormes mamas. Al verla así no pude evitar empalmarme.
- No puedo desabrocharme el sujetador. El vestido va sin sujetador – aclaró.
Lo que me faltaba, con esa erección y que me pida eso.
- Ya me has visto una vez, no creo que te asombres, ¿no? – y me sonrió de nuevo.
Empezaba a perder la cabeza con ese jueguecito, no obstante, decidí aprovecharme para magrear. Pegué mi entrepierna a su culo para que sintiera mi erección y cuando le desabroché el sujetador, se lo quité, tocando levemente sus pechos. Sin moverme de detrás, la miré en el espejo.
Sus pechos estaban tal como los recordaba. Redondos y grandes, con los pezones erguidos apuntando al frente. Pasamos así un momento sin que ninguno dijera nada.
- ¿Te puedes apartar un poco para que me ponga el vestido? – me sacó de mi sueño.
- Sí, claro.
Me aparté y así como estaba ella, descolgó el vestido y se lo puso.
Estaba preciosa. Era un vestido negro hasta los tobillos que le dejaba media pierna derecha al descubierto por una raja. El escote bajaba casi hasta la barriga. Parecía una diosa.
En ese momento jugué mi órdago. No sabía cómo iba a reaccionar, pero si no lo hacía allí, no podría hacerlo jamás. Sin pensarlo, bajé mis pantalones de deporte allí mismo y empecé a masturbarme, despacito, recreándome en toda la longitud de mi pene. Abrió los ojos de par en par y me susurró alterada.
- ¿Qué coño haces? Aquí me conocen. ¡Súbete los pantalones!
- Es que… Mira como me has puesto – seguía masturbándome mientras le hablaba -. No puedo irme así a casa. Con los pantalones de deporte se me nota mucho, y cuando salgamos los dos de aquí y yo con esto así…
- Señora, ¿va todo bien? – una dependienta hablaba al otro lado de la cortina.
- Sí, tranquila. Estoy preguntándole a mi amigo GAY – puso énfasis en esta última palabra – cómo me quedan estos vestidos.
- Perfecto, si quiere nuestra opinión…
- No, gracias – contesté yo, rápidamente sin dejar de masturbarme.
Mati no sabía qué hacer.
- Bueno, pues acaba rápido, si no va a cantar mucho.
- Ayúdame, así acabaremos antes.
No hizo falta que se lo dijera dos veces. Se agachó y comenzó a meneármela. Sabía cómo hacerlo. Alternaba ritmo rápido y ritmo lento. Con una mano me acariciaba los genitales y luego subía por mis abdominales, pero no era suficiente.
- Oye, chúpamela, así acabaremos antes.
- Ni hablar – respondió muy orgullosa -. Espera, a ver si con esto…
Se bajó la parte de arriba del vestido hasta la cintura, rodeó mi pene con sus dos tetazas y empezó a hacerme una cubana. Estaba empitonada completamente.
¡Dios! Eso no se me había ocurrido pero ahora sí que estaba en la gloria. Escupió a mi pene y éste empezó a deslizar más deprisa. Yo acariciaba sus cabellos y metía el dedo pulgar en su boca. Ella no se oponía. Ayudé un poco con leves movimientos pélvicos.
Mi pene empezó a hincharse, síntoma de lo que se venía. Matí dejó la cubana y siguió a mano apuntando a la pared del probador. Yo aproveché para sobar una vez más esas magníficas domingas.
Mi leche saltó y se estampó en la pared. Nos quedamos mirándonos unos segundos. Ella aún con mi pene entre las manos.
- Entonces me lo compro, ¿no? – y ambos empezamos a reirnos. Parece que ella también había disfrutado.
Algo había cambiado en casa desde la fiesta de principio de curso. Jesús me tenía por una especie de dios (al pobre no es que se le dieran muy bien las chicas, y yo había follado con la que mejor estaba de la clase) y Carolina se mostraba más distante, aunque vestía cada vez más provocativa.
Un fin de semana que Jesús se había marchado, estábamos Carolina y yo solos.
Acababa de salir de la ducha y llevaba el albornoz puesto. El albornoz me llegaba un poco por encima de las rodillas, ya que tenía muchos años y yo había crecido bastante.
- Tomás, ayúdame, corre – era Carolina la que gritaba.
Fui a su habitación y vi que, sobre su cama había un montón de cajas. Ella estaba subida a una escalera de mano con su armario empotrado abierto. En la parte de arriba, sujetaba un montón de cajas para que no cayeran.
- Tranquila, déjalas caer y yo las amortiguo un poco – le dije.
- No, están la cámara y los objetivos.
Subí como pude a la escalera (por suerte, era resistente) y la ayudé a meter las cajas de nuevo hacia adentro. Estábamos los dos pegados, y yo, con el albornoz sentía cada roce que había en mi polla.
Ella llevaba sus pantaloncitos de pijama y una camiseta ancha. Cuando la terminé de ayudar a meter esas cajas me pidió un favor:
-Anda, ya que tú llegas mejor, ayúdame a meter bien las cajas para que se queden ordenadas.
- Espérate que me cambie y vengo.
- Venga, hombre, si ya hay confianza, tampoco creo yo que sea tan grave la cosa…
Como ya he mencionado antes, no tengo complejos y hasta soy un poco exhibicionista. Además, encontraba la situación bastante excitante.
Me subí a la escalera y ella me iba pasando las cajas. Cuando me pasaba una muy pesada me sujetaba, cada vez más cerca de mi culo o mi entrepierna, como tanteando.
- Esta ponla al fondo, espera, te ayudo.
Su ayuda consistió en apoyar su mano izquierda en mi culo y su mano derecha en mi pelvis.
Tal y como (seguramente) había planeado, al ponerme de puntillas y estirarme para colocar la caja al fondo, el albornoz subió lo suficiente como para dejar al descubierto mi erecto pene. Me demoré un poco en colocar la caja, esperando a ver qué pasaba.
Sentí dos labios en mi glande. Cerré los ojos y me quedé allí, con los brazos y la cabeza metidos dentro del armario. Esperando a ver qué más pasaba. Otro beso en mi glande. Me estiré un poco más y mi polla salió completamente al descubierto.
Con una mano me tocaba el culo y con la otra, la polla. Esperé un poco más y… lo conseguí. La oí escupir y sentí su saliva sobre mi pene a la vez que empezaba a masturbarme suavemente.
Saqué la cabeza y me desabroché el cinturón del albornoz. Allí estaba, subido a una escalera mientras mi compañera de piso me hacía una paja. Me miró seria, pero con cara lujuriosa. Pasaba su mano por toda mi polla. Cuando tenía el frenillo estaba completamente estirado, se acercaba y me pasaba la lengua. Subía otra vez mi piel y la bajaba de nuevo, repitiendo el proceso. Yo le acariciaba las manos y la cabeza cuando la acercaba a mi polla.
Cogí sus manos y bajé de la escalera. Nos besamos. Ella me quitó el albornoz y yo le apreté el culo. Estaba deseando ver ese cuerpo desnudo. Seguimos besándonos un poco más de tiempo, yo desnudo completamente. Empecé a subir su camiseta y ella agarró mis manos, impidiéndome el avance.
- Fuera de mi habitación – me dijo con tono enfadado.
- ¿Qué? – estaba alucinando. Me lleva a su habitación por algo que, seguramente, ella misma había provocado. Consigue seducirme, me toca y me pone como una moto y ahora me dice que me largue.
- Pudiste elegir esto – se apartó y giró sobre sí misma -, pero elegiste a la zorra de Laura. Te jodes.
Alucinante. Todo esto iba de celos. No me lo podía creer.
- Oye, lo de Laura…- la verdad es que no sabía qué decirle, pero tenía un calentón muy grande.
- Esto – y puso su dedo índice sobre mi polla -, llamas a tu amiguita para que te lo baje – y, por primera vez desde la fiesta de principio de curso, la volví a ver sonreír.
Me echó de su habitación tirándome el albornoz cuando hube salido.
Mosqueadísimo como iba, fui a mi habitación a calmar mis ganas. Cuando me corrí salí de la habitación, enfadado aún para hablar con Carolina y dejarle las cosas claras. Fui a su habitación y la escuché llorando. Me dio igual.
Entré de sopetón y allí estaba, sentada sobre la cama, rodeada de cajas y llorando.
- ¿Qué te pasa? - le dije con voz cansina.
- Soy una idiota – me dijo entre sollozos, sin mirarme siquiera -. Tengo al chico que me gusta delante y tengo que ponerme celosa de las tías a las que se tira, no soy capaz de dejarle hacer lo que quiera con su vida…
- Oye, Carolina –me senté a su lado, llevaba sólo el pantalón de pijama con el que conocí a Mati -, tranquila. No pasa nada. La verdad es que yo puedo haber sido un poco capullo últimamente…
- No, tú tienes que hacer tu vida y punto. Pasa de las tías como yo, que sólo traemos problemas.
- Ni hablar, me vine a vivir contigo porque me caes muy bien, pero la verdad es que tenía la esperanza de que algún día fuéramos algo más.
Carolina dejó de llorar y levantó la mirada. Estaba preciosa, con sus rizos pelirrojos amontonados sobre su cabeza, su cara ligeramente sonrojada por la conmoción y los ojillos húmedos.
Se lanzó sobre mí y nos volvimos a besar, un beso apasionado. Pasamos al menos 5 minutos besándonos, investigando nuestras bocas y nuestros cuerpos. Yo puse mis manos en sus pechos, eran bastante más grandes que los de Laura. Ella acariciaba mis hombros y mi cuello.
Nos acostamos y bajé sus pantaloncitos. Ella ayudó para terminar de quitárselos y, mientras seguíamos besándonos, busqué su vagina. Puse mi dedo corazón sobre ella y dibujé círculos. Al igual que Laura, llevaba el coño depilado, pero llevaba una fina franja de vello sobre su vulva. Mi dedo penetró en su monte de Venus y ella se separó de mí soltando un gemido sordo. Despacito, fui introduciéndolo hasta el fondo. Conforme se iba empapando más y más, mi dedo entraba más rápido. Añadí entonces el dedo índice. Encogió un poco sus piernas y volvió a besarme, agarrándome la cabeza. Metió su lengua en mi boca hasta el fondo.
Aumenté el ritmo hasta que ella me sujetó la mano. Me sonrió y buscó mi polla en mis pantalones. Sin sacarla, empezó a hacerme una paja como la que había empezado antes.
Me quité los pantalones para facilitarle la tarea.
Con su camiseta aún puesta, se echó un poco sobre mí, seria, sin parar de masturbarme.
Yo tocaba sus pechos por encima de su camiseta y subía hasta su fino cuello. Empecé a mordérselo. Ella emitía sonidos de placer.
Bajé mi mano a su coño, estaba empapadísimo. Le aparté las manos de mi polla y me puse sobre ella.
Lentamente fui penetrándola. Cuando mi pene entró completamente, ella, con las piernas abiertas, bajó sus manos hasta mi culo y empujó un poco más. La fui penetrando, paulatinamente más deprisa. Abría la boca, como para gemir, pero sin pronunciar ningún sonido, llevada al éxtasis.
Sus pechos botaban debajo de su camiseta a cada embestida y yo podía sentir sus pezones sobre la tela.
Sin dejar de penetrarla, bajé mi cabeza y mordí una vez más su cuello. Ese fino cuello era suave como la seda.
El ritmo era cada vez más rápido. Ella empujaba mi culo fuertemente. Hasta que no pude más. Recordé entonces que no llevaba condón y, que yo supiera, Carolina no tomaba la píldora. Con urgencia, saqué mi pene y apunté hacia delante sin dejar de masturbarme. La corrida manchó su camiseta.
- Bueno, ahora mejor, ¿no? – le dije.
Sin decir palabra, se levantó y me beso, sonriente y resplandeciente. Salió de la habitación quitándose la camiseta y me dejó allí tirado, en su cama. Al poco escuché la ducha.
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