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Sucedió en la noche de San Juan. La noche de verbena. La más corta del año.
Acudimos mi pareja y yo a la fiesta que habían organizado en su trabajo. En casa de su jefe.
Una residencia con amplio jardín en una de las urbanizaciones próximas a Barcelona. Una de esas zonas de lujo donde reside la gente de nivel adquisitivo alto.
Yo solo conocía a una de las cuatro parejas que íbamos a ir. Juan es un compañero de Carlos, al que suelo ver a menudo, cuando se van de viaje juntos por temas laborales. Y a su pareja también. De haberla visto en esas mismas despedidas.
Con las otras dos parejas era la primera vez que iba a encontrarme. Otro compañero del departamento, y su jefe. Ese que, más a menudo de lo que a mí me apetece, me “roba” a mi pareja mandándola a algún lugar distante.
Escogí para la ocasión un vestido blanco, vaporoso, y corto hasta medio muslo. Anudado al cuello con un fino cordón, ciñe de forma exquisita mi busto. Y lo acompañé de un cinturón ancho, de ropa negra, a juego con mis zapatos de talón de aguja y un bolso menudo.
Ya os podéis imaginar lo que sigue. Presentaciones, besos, risas, canapés y comida fría en el jardín, junto a una piscina deliciosamente apetecible. Mucho cava fresco, licores, charla distendida. Y cuando la noche ya estaba más que avanzada, música. Una música suave y envolvente, con la que empezamos a bailar cruzándonos entre las parejas.
Fue en ese entorno que me encontré en los brazos de Jordi, el jefe de mi pareja. Un hombre de unos generosos quince años más que yo, que ostentaba el título de anfitrión de la fiesta, junto con su mujer. Una deliciosa rubia de bote que disimulaba con verdadera maestría esos años de más que le separaban de mí, y con una figura envidiablemente conservada.
Durante la velada, no me habían pasado desapercibidas las miradas penetrantes con las que Jordi me había recorrido entera. Y las sonrisas que me regalaba cuando sus ojos se cruzaban con los míos. Galante, educado, pero incisivo en sus miradas, que me provocaban algún que otro escalofrío en aquella noche cálida. Incluso, no me avergüenza confesar, que también una cierta humedad entre mis piernas, cuando dejaba volar mi mente perversa.
Bailando con él, mi cintura se sentía firmemente sujeta, y mi cuerpo era apretado contra el suyo con firmeza. Ni que decir tiene, que, con el ambiente caldeado, yo no ofrecía resistencia.
Sentía mis pechos aplastados contra aquel torso firme y moldeado (seguro que iba al gimnasio) y sus manos como bajaban un poco más abajo de mi cintura. Y fue entonces cuando empecé a sentir un roce de “algo” abultado que se clavaba entre mis piernas.
Una rápida mirada a mi alrededor me permitió echar una ojeada a la situación. Mi pareja estaba bailando con la mujer de Jordi, pero habían desaparecido. Y las otras dos, intercambiadas también, bailaban muy cerca del borde de la piscina, un poco alejadas de nosotros.
Me sentía empapada, desinhibida por el alcohol y el cava, mi interior empezaba a soltar mis efluvios por mis muslos.
Mirándole a los ojos, me liberé de la prisión de sus brazos y le pedí para ir al baño.
Cortésmente me acompañó al interior de la vivienda. Cruzamos el living y me indició la puerta del baño.
Vaya. Estaba ocupado. El pomo no me permitía abrir porque era evidente que alguien estaba ocupando la estancia.
-“Arriba hay otro servicio”- me indicó Jordi muy cerca de mi rostro, al tiempo que con el brazo me indicaba el camino hacia unas escaleras de caracol situadas en el otro extremo del living-salón.
-“Hay otras escaleras en el recibidor, pero si vamos por aquí es más rápido. Es un acceso directo a nuestra habitación-suite”-
Cuando llegamos al pie de las escaleras, con una sonrisa en sus labios y un brillo en sus ojos que me hizo estremecer, me cedió caballerosamente el paso.
Era fácil imaginar lo que quería: Una escalera de caracol, con escalones sin entre-huella, y mi vestido corto. Bien, no era cuestión de negarse. Así que empecé a subir con todo el glamour que el alcohol que corría por mis venas me permitía, y con extrema lentitud, para que pudiera recrearse bien en toda esa visión de mis piernas y… demás que iba a tener al alcance de sus ojos.
No sé cuánto tiempo transcurrió. Subí despacio y moviendo mi cuerpo para que el vestido de vuelo se mostrase generoso. Y sentía arder el fuego entre mis muslos.
Cuando llegué arriba me encontré con una amplia estancia, decorada con un gusto exquisito, minimalista en sus formas, pero generosa en sus detalles. Me giré sobre mí misma, y me apoyé en la baranda que coronaba el agujero redondo de la escalera, mirando hacia abajo, aunque los ojos de Jordi no me correspondían. Estaban clavados en mis piernas, y más arriba…
Los últimos peldaños los subió con mucha lentitud, recreándose con descaro en el “paisaje” que mi cuerpo le estaba ofreciendo.
Llegado a mi lado se acercó hasta casi pegarse a mí y señalando con un dedo me indicó una puerta que se encontraba cerca, detrás nuestro.
-“Es ahí. Todo tuyo…”- apoyando su respiración en esas últimas palabras, que las mezcló con un delicioso susurro. Era una declaración de intenciones muy evidente, sin duda.
Sonreí, un tanto temblorosa, y me dirigí con paso rápido hacia el servicio. Abrí la puerta y observé el lugar.
Enfrente un amplio espejo rematado en su parte inferior con el lavabo amplio de doble pila. Y en la pared que separaba de la habitación, el servicio y el bidet. Al fondo, una mampara de cristal transparente y una ducha rodeada de pizarra negra que contrastaba con el color de los azulejos.
Mirando al espejo, pude ver a Jordi, detrás de mí. Así que, me dirigí al servicio sin cerrar del todo la puerta, dejándola solamente entornada.
Situada enfrente del espejo, me levanté el vestido, y con toda la delicadeza del mundo, inicié el descenso de mi tanga blanco. Sin dejar de echar disimuladamente una mirada fugaz al espejo, en donde podía observar de forma destacada el brillo de los ojos de Jordi, mirándome desde su posición.
Me senté en el servicio. Y lancé un sonoro suspiro.
Al levantarme, y aguantando con mis manos el vestido arrugado en mi cintura, me miré al espejo. Mi sexo se mostraba generoso y empapado. Acerqué mi mano derecha a mis labios vulvares y los recorrí con una caricia suave, mientras de mi boca salía un nuevo suspiro. Paseé mi dedo por el interior de mi coño empapado, y un sonido peculiar se dejó oír en el silencioso ambiente. Ese chasquido de la yema de mi dedo hurgando en la carne de mi sexo humedecido.
Otra mirada fugaz al espejo, mientras mi boca se entreabría de forma viciosa para dejar aflorar mi lengua, para que, acto seguido, mis dientes mordiesen mi labio inferior en una maniobra más que sugerente.
Jordi seguía de pie, en la penumbra, con sus ojos clavados en el espejo. En ese espejo donde se reflejaba la película de mi ofrecimiento explícito.
Con un gesto muy femenino y estudiado, me deshice del tanga, sin agachar mi cuerpo, y elevándolo hacia mi mano, colgando del talón de uno de mis zapatos. Lo doblé cuidadosamente, y me lo pasé por encima de mi coño, como queriendo secar toda esa excitación que me invadía. Y me dirigí hacia la puerta.
-“Vaya, si estás ahí. ¿Qué estabas mirando pillín?”- le dije con voz de chica inocente. Y al mismo tiempo, levante la mano donde guardaba mi tanga doblado, para apoyarla en el dintel de la puerta. Lo más arriba posible.
Jordi se acercó a mí, y apoyando sus manos abiertas en mis nalgas me clavó su boca en la mía. Nos enredamos en una guerra de lenguas ardientes que se recorrían mutuamente. Mientras sus manos se movían sobre mis nalgas, masajeando esa carne deliciosa que configura mi trasero, y que soy plenamente consciente de que atrae a los machos.
Me estaba gustando mucho. Fue en ese momento cuando separando su boca me dijo: -“¿No llevas nada debajo?”-
-“Tenía el tanga empapado. ¿No me has visto cómo me lo sacaba?”- le pregunté otra vez con voz sugerente
Fue entonces cuando puso una mano suya sobre la mía, y me la abrió, cogiendo su trofeo para llevárselo hasta su nariz.
-“Mmmmmm, huele a ti”-
Ya no hubo más palabras. Apremiaba empezar. Así que me dirigí a una cómoda butaca que se encontraba de espaldas a una ventana que daba al jardín, y me coloqué encima, de rodillas, apoyando mis codos en el respaldo. Le miré con una mirada que creo que lo decía todo. Y lo entendió porque se acercó a mí, y levantando mi vestido empezó de nuevo a acariciar mis nalgas.
-“Me tienes a régimen, Jordi, con esos frecuentes viajes a los que envías a mi chico. Y yo soy muy caliente”…
Fue todo muy rápido. Sentí el ruido de una cremallera deslizarse y en décimas de segundo me sentí invadida por un miembro erecto que me llenaba todo mi interior más íntimo.
Sus manos se afianzaron en mis caderas y empecé a sentir un vaivén irrefrenable que invadía hasta los más hondo de mi ser, para después casi liberar del todo mi sexo. Mi cuerpo se balanceaba al ritmo frenético que me estaba imprimiendo Jordi. Mis pechos ondulaban sobre el respaldo del sillón, y mis manos se tuvieron que agarrar a él con fuerza. De mi boca empezaron a salir improperios susurrantes, y jadeos cada vez más fuertes.
Me sentía llenar y vaciar con una velocidad de vértigo. Intenté ladear la cabeza para verle. Estaba ahí, de pie, detrás de mí, sin despeinarse, bombeándome con energía, mientras empezó con una mano a cachearme en una de las nalgas. Era un chasquido fuerte, que incluso rozaba el dolor, pero que me provocaba todavía más excitación.
-“No volverás a pasar hambre, Julieta, voy a poner remedio a esa falta de cuidado contigo. Vas a estar bien atendida. Te daré un teléfono al que solo tú responderás cuando no esté “ese” y vas a tener todo lo que te apetezca. Pero ahora córrete, ¡Vamos! Aprieta bien las paredes de tu coño sobre mi polla, estrújamela, que quiero marcarte para que sepas quien te va a atender desde ahora…”-
Sentía mi cuerpo perdido en el valle del placer más lujurioso. MI cabeza se giró de nuevo hacia adelante y fue entonces cuando pude ver en el jardín, detrás de unos arbustos, a mi pareja manoseando a la mujer de Jordi. Aquello me encendió en extremo, y me liberó a abandonarme entera al más sublime de los orgasmos. Como hacía tiempo que no había tenido.
Sin cesar en ese bombeo acelerado, sentí como las manos de Jordi se apretaban sobre mis pechos, y con sus dedos intentaba encontrar mis pezones erectos. Ahora estaba siendo literalmente empotrada en cada embestida contra el respaldo del sillón. Apenas podía mantener el equilibrio. Jadeaba con fuerza. Pero mi mente estaba poseída, y mi boca le pedía más.
-“Vamos, Jordi, sí, lléname, márcame como tuya. Quiero que lo hagas mientras Carlos manosea tu mujer. Quiero ser tuya. Venga, cabrón, lléname. Quiero ser tuya ahora y siempre. Sigue, no pares. No ceses y te daré todo lo que me pidas…”-
Nos sobrevino al unísono un orgasmo que parecía no terminar nunca. Sentía en el interior de mi coño ese líquido espeso y caliente chocar contra cada recodo de mis adentros, hasta llenarme por completo.
Mis piernas aún temblaban cuando sentí que me liberaba, con un movimiento preciso. Y se dirigió al baño.
Yo permanecí en el mismo sitio, recuperando el aliento. Sin apenas moverme, mientras sentía deslizarse por mis muslos el río de semen que acababa de llenar mi sexo.
Y mis ojos permanecían fijos observando, casi sin ver, a Carlos levantándole el vestido a esa mujer, y hurgando entre sus piernas.
La voz de Jordi, me volvió a la estancia:
-“Toma este móvil. Guárdalo con mimo, y procura que solo esté a tu alcance. Recibirás instrucciones a través de él. Y no volverás a sentirte abandonada. Te lo aseguro. Vas a tener todo el morbo que estés dispuesta a recibir. Y gozarás de oportunidades que no llegas a imaginar…todavía.
Se quedó con mi tanga: Tuve que estar el resto de la velada sin nada. Y apañármelas para volver a casa sin que Carlos lo notase.
Y desde entonces tengo a buen recaudo ese móvil que solo sale a la luz cuando mi pareja viaja.
Aunque ahora parece que lo tengo que tener a mano siempre. Incluso cuando Carlos está aquí.
El morbo va subiendo. Y las situaciones son cada vez más excitantes.
Ya relataré alguna….
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