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La ventana de mi cuarto

La ventana de mi cuarto como tantas otras de muchas casas de las que podemos considerar como de clase media, tiene unas preciosas vistas a un patio interior donde tengo una fantástica visión de la cocina de mis vecinos, los sres. López. Conozco a la perfección los hábitos de comida de la impresentable criatura que tienen, a veces incluso creo que mi cerebro relaciona los típicos ruidos que oigo desde mi cuarto, con la situación que debe estar produciéndose en ese momento en la casa de mis vecinos.



Odio las tardes de verano donde es imposible respirar debido al calor sofocante que hay en el ambiente, la única posibilidad de obtener una corriente de aire es abrir todas las puertas de casa y dejar una ventana para intentar dejar los mínimos obstáculos posibles a la leve brisa que pueda existir en esos momentos.



Como cada verano, y como esta siendo una tradición estos últimos veranos me toca estudiar debido a que me han quedado tres asignaturas para Septiembre en la universidad, así que tengo por delante un apasionante verano con mis libros y mi espléndida mesa de estudio, tengo muy claro que ya me puedo olvidar de la playa, del moreno y de los ‘pedetes lúcidos’ de las noches veraniegas. Para variar como también viene siendo tradición, toda mi familia me ha abandonado en mi ciudad solitaria y se han ido al apartamento de la playa a descansar unos días, la verdad es que no lo llevo mal, aunque no soporto tener que realizar las compras y tener que hacerme la comida.



Supongo que la crisis económica de la cual hablan los periódicos, ha hecho mella en mis vecinos, porque por primera vez en muchos años también los tengo de acompañantes en este cálido, mejor dicho caluroso y exagerado verano que nos ha tocado sufrir, nuestros encuentros en el ascensor suelen ser apoteósicos, nos miramos, sonreímos, callamos, mantenemos la mirada perdida en el vacío, y nos despedimos eso si, muy amablemente y hasta la siguiente vez, aunque debo reconocer que mi vecina Esther López como aparece su nombre en el buzón, siempre me ha inquietado con su presencia, más de una vez la he espiado desde mi ventana mientras ella da de comer al salvaje de su criatura de un año, que no para de dar el coñazo a todo el vecindario con sus lloros por la tarde y noche.



Me encanta después de comer, si se puede llamar así, a lo que yo cocino, hacer una siesta de un ratito para luego fundirme con mis libros de estudio, es el mejor momento del día, echarme en mi camita vestido y dejar volar mi imaginación , y porque no?, también darme una alegría que uno anda un poco necesitado, y además como no tengo novia… pues tengo que desfogarme de alguna manera…



Esa tarde tenía mi ‘hermano pequeño’ juguetón, el calor era insoportable un día más, había pensado en tomarme la tarde libre e irme a la piscina pero sentía una pereza increíble de sólo tener que salir a la calle y andar los 10 minutos que me separan de mi casa al club del cual soy socio que dispone de una piscina, así que teniendo en cuenta no me había desbrabado desde hacía una semanita estaban todos los poros de mi piel en ebullición, debían ser las tres y media de la tarde y oía como mi vecina preferida estaba a punto de limpiar los platos de la comida, así que me quité mis pantalones y me quedé en calzoncillos en la cama con una camiseta.



Mi ventana que estaba abierta, había quedado en una posición tal, que me ofrecía una excelente panorámica de la cocina de Esther mediante el reflejo que se producía en el cristal, tan sólo me permitía verle la parte superior del tronco, pero con ello tenía suficiente para dejar que mi imaginación volase sola.



Solamente verla en el cristal reflejada, hacía que mi mente empezase a dar órdenes para producirme una erección en mi ‘hermano pequeño’, la verdad es que debo reconocer que me gusta su físico, sus pechos, sus ojos, sus labios, sus manos… sin darme cuenta mi mano se dirigía lentamente recorriendo mi cuerpo hacia mi entrepierna, donde notaba una presión que hacía que me sintiese incómodo con los calzoncillos puestos, así que estaba claro lo que me pedía mi cuerpo y lo que yo quería…



Me encantaban sus movimientos, su cintura contorneándose levemente en cada paso que daba, sus pechos embutidos en esa camiseta de tirantes veraniega, se notaba que no llevaba sujetador pues sus pezones quedaban marcados y se vislumbraban como dos puntitos duros que me volvían loco. Mi mano acariciaba lentamente mi entrepierna por encima de mis calzoncillos, vi que se acercaba a la ventana donde debajo de ella había la pica donde lavaba los platos, con cada movimiento que hacía sus pechos se movían bruscamente, mi imaginación me situaba detrás suyo y mis manos se acercaban a sus pezones lentamente, acariciándolos, confirmándome sus gemidos aceptación por su parte, acercándome a su culo con mi entrepierna, sintiendo como se posicionaba mejor para ofrecerme lo mejor de si misma y permitiendo que mis movimientos fuesen naturales y acompasados con cada plato que lavaba o secaba, me encantaba me sentía en la gloria, sentía mi cuerpo a cien y reaccionaba como hacía tiempo que no lo hacía, no me daba cuenta pero mi mano se mecía totalmente sobre mi glande e iniciaba un movimiento que me estaba llevando a la gloria….



Mis ojos estaban cerrados pero mi mente me sugería que me agachase detrás suyo y le bajase lentamente los pequeños pantalones que llevaba puestos, mientras mi lengua recorría toda la piel que podían mis ojos abarcar, su culo duro y bien formado se convertía para mí en una preciosa fruta que tenía que degustar, sin prisas, lentamente, tomándome mi tiempo y permitiendo que todos mis sentidos sintiesen que formaba parte de mí. Los ruidos desde su cocina se habían acallado, pero mis manos sentían toda la potencia de mi glande en plena efervescencia, mis movimientos era rápidos siendo acompañados por mi imaginación que me hacían sentir que me encontraba dentro de Esther, mientras ella se apoyaba en la pica y me ofrecía todo su tesoro para que fuese invadido por mi carne que entraba y salía de su interior con un ritmo que nos llevaba a la locura a los dos…



Sentí que mis manos se inundaban de un líquido espeso, y de mi interior salía a través de mi boca un gemido de satisfacción… Mis ojos se abrieron lentamente, me encontraba bañado en sudor, la primera imagen que recibió mi cerebro era mi vecina con la mirada fija en mi ventana y una mano recorriendo su pecho.



La voz de alarma se encendió inmediatamente en mi mente, era evidente, que si yo podía verla a ella, porque no podía también ser al revés?... me levanté súbitamente y cerré la ventana de un golpe, fui rápidamente al baño a limpiarme y a darme una ducha, pero había algo claro, y era que aunque intentase correr una maratón no podía quitarme de la cabeza la primera imagen que percibí tras masturbarme…



Pasaron las horas, y aunque intentaba concentrarme en mi libro, seguía dándole vueltas a lo ocurrido esa tarde, no sabía que hacer o que pensar, estaba hecho un lío, realmente había sido real o bien, había sido una jugarreta de mis sueños eróticos…



Me resultaba imposible estudiar, y el bochorno de la noche se acercaba, por tanto decidí que era hora de dejarlo todo e irme a una terraza de mi ciudad solitaria a degustar una cerveza fría e intentar relajarme lo máximo posible. Me vestí con unas bermudas y una camiseta nueva que me había comprado la semana pasada, cogí mis llaves y mientras cerraba la puerta y le daba al botón del ascensor ensimismado en mis pensamientos, la puerta de mis vecino López se abrió de repente, el corazón me dió un vuelco, al girarme para ver quien era, la ví a ella, a Esther, nuestras miradas se cruzaron, me pareció vislumbrar una sorpresa y sobretodo una vergüenza que era compartida también por mí, la saludé balbuceando y fui correspondido con un escueto ‘buenas noches’, el ascensor no llegaba, la situación me incomodaba, al fin llegó a nuestro piso el ascensor, le abrí la puerta y obtuve como respuesta un inaudible ‘gracias’.



Mientras recorríamos los tres pisos de distancia hasta el rellano de la portería, nuestras miradas no se cruzaron en ningún momento, y no se estableció ningún diálogo entre nosotros. Al llegar a la planta baja, mi cuerpo me pedía abrir la puerta y salir corriendo para perderme en las calles de mi solitaria ciudad veraniega, pero entre los deseos y la realidad siempre hay una gran distancia, así que procedí a abrirle la puerta y me permití mientras pasaba delante de mí, a repasar visualmente ese precioso culo que me había facilitado una gran alegría esa tarde. Se paró a medio camino del pasillo que llevaba a la puerta que comunicaba con la calle y dirigiéndose a mí con esa preciosa boca me dijo:



‘Mañana lavaré los platos a la misma hora’.



Sin más comentarios, se giró, abrió la puerta, y salió a la calle.


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