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"No hay mayor aventura para los sentidos que seguir a una mujer en la suya"
Yo no entiendo a las mujeres, ni falta que hace, ¿para qué?, no son una especie de alienígenas . No son distintas a los hombres en general. Quieren que las quieras un poquito, amor eterno aunque dure el tiempo justo de un roce. Cuando quieres entender a una en particular es cuando te puedes liar. Ni ella misma puede repetir dos veces seguidas lo que quiere, lo que ahora le gusta mañana le hace heridas. Así que, con mi sentido práctico, y como me gusta disfrutar de las mujeres al máximo, disfrutar con ellas cuando se entregan como si no hubiese mañana, creo que sólo hay dos maneras de entender a esa mujer en particular que acabas de conocer y se presenta delante tuya como un ser único e irrepetible. Una es escucharla, nadie escucha con más atención que un hombre con ganas de follar. Escucharla, y esperar a que quiera terminar de desahogarse contigo. Para esto hay que echar algo de paciencia. Pero existe la segunda forma, tan excitante que se puede uno aficionar rápido, porque te mantiene en tensión como un deporte de riesgo . Y esto es, esperar La Ventana. Hay un momento, en la vida de cualquier mujer, que se le abre una ventana "espacio tiempo", y es capaz de las mayores locuras, y si en ese momento estás ahí, y el miedo no te impide saltar de cabeza por la ventana, vivirás una experiencia inolvidable.
Serían las siete cuando entré por la puerta del bar para tomar una cerveza. Ya con ese llevaba tres días sin follar; para mí era un récord mundial, llevaba muchos años siendo un hombre formal, ocupado de mi familia, pero al menos echar un polvo o dos al día era el trato. La cosa no pintaba bien en casa, y no me apetecía volver para más bronca. Me quedo en la barra de pie, miro alrededor y veo veinteañeras por doquier, en grupitos de dos o tres, la vista me encantaba, y yo las miraba sin reparo. Soy un hombre de mediana edad, pantalones de pinzas, camisa entallada, con todo mi pelo y complexión atlética. Ellas me miraban y cuchicheaban y se sonreían. Yo tenía tantas ganas que estaba que me follaba encima, pero eran las siete , hora de café, las lobas no han salido aún, y si me acerco a un grupo de adolescentes no pasaría de viejo pagafantas. Así que me acomodo y decido dejar el tiempo pasar. Me planteo emborracharme mientras me lo pienso, y luego quizás dormir en un piso que tenia por la zona, que casualmente aquel día estaba sin inquilinos.
En esto estoy, mirando tantas bellezas, como el chiquillo que ese día se escapa de casa, cuando a un metro de mí, en la barra, se planta otro individuo de mediana edad y pide una cerveza. Este me animó, ya no era yo el único viejo en aquel especie de pub. Y además estaba gordo, y calvo. Coño, si este tiene esperanzas aquí, mi causa a lo mejor no está perdida.
Como de la nada surgen dos veinteañeras, una morena alta, y otra bajista y rubia, y se echan al cuello del individuo y se lo comen a besos y lo abrazan excitadas. A mí me pilla de improviso y les digo, ¿y a mi que?, yo también quiero. La morena ni me mira, la rubita me dice, ya calmada, es que él es de Londres y ha venido hoy después de mucho tiempo. Y yo le digo, pues yo también, las dos últimas semanas las he pasado en Londres, yo también me merezco un abrazo. La niña se colgó a mi cuello, y yo la abrazaba y besaba donde podía, y quizás las manos se movieron de la cintura a otro sitio y ella se echó atrás. Me miró extrañada, y yo recobré mi compostura de hombre de bien y le di las gracias por el abrazo, lo necesitaba, le dije, hoy ha sido un día terrible. Me miró con sus ojos brillantitos, y su boca húmeda entreabierta, y me dieron ganas de comérmela viva y dejar las presentaciones para otro día.
Se fue a una reunión en la barra, a unos cuatro metros de ni. Eran dos parejas, ella escuchaba a un novio decir cosas importantes, pero tenía la mirada perdida en mi dirección. Tampoco sabía si me miraba a mi. Pedí otra cerveza y la miraba de vez en cuando por el espejo de la barra, sólo con verla imaginaba mil cosas, pero dejaba el tiempo pasar.
El grupito se deshizo momentáneamente, y ella aprovechó para venir a mi lado . Algo pasaba en su cabeza ¿quien eres?, me preguntó, alguien que necesita conocerte, que siente que ha encontrado alguien muy especial. Yo soy enfermera, me dijo, trabajo en tal sitio y se me acaba el contrato. Y yo rengo debilidad por las enfermeras y por las mujeres con perros negros. Son personas que encuentran belleza donde no la hay. Me gustaba y eso se notaba. Nunca digo mi profesión, pero me la sacó, también ella se sorprendió; le dije que tenia un piso cerca y que otro día podría seguir escuchando las desventuras del novio. No puedo, me dijo, y a todo esto sólo había pasado un minuto. Yo la agarraba por la cintura y procuraba pegárnela lo más posible. Nunca llevo calzoncillos y quería que notara el amor que se me estaba acumulando debajo del pantalón. Se fue otra vez, pero ahora era distinto, yo ya solo pensaba en la ventana. Tenía que saber si se abriría la ventana. Hacía muchos años que no me asomaba a ninguna, no porque no las viera abiertas, sino porque a mí mismo me parecía que no me merecía la pena jugármelo todo a una carta . Pero hoy no pensaba en otra cosa.
Al rato se dirigió al baño, a mí también me hacia falta. El baño estaba franqueado por una puerta cortafuegos, de esas que son obligadas en Londres, y en un descansillo la puerta de las mujeres enfrente de la de los hombres. Ella entró, cerró sin portazo, entré yo a mi baño, y mientras meaba se me iba poniendo tiesa, tanto que ya no la podía sacudir sin mojarme la cara. La meto en los pantalones y me digo que es el momento, si algo sale mal puedo decir que me he equivocado. Abrí su puerta, no le había puesto el pestillo, estaba sentada en la taza mientras doblaba el papel para limpiarse el coño. Me miró, yo eché el pestillo y me acerqué con la mano en la bragueta. Si me hubiese dicho no, vete, o let me alone, o algo parecido, me hubiera disculpado y hubiera salido pitando. Pero me dijo las frases más afrodisíacas que puede decir una mujer, no por favor, ¿por que me haces esto?. La polla a un centímetro de su boca, y ella hace como para empujarme la cintura, le cojo la mano y se llevo a la polla. Ella la aprieta y empieza a menearla, no por favor, por qué me haces esto, se la mete en la boca y chupa como si tuviera que inflar una llanta a pulmón. Tranquila, le digo, saborea, sientela. Se calma y lo hace más despacio. Con las manos la cojo del mentón, no la empujo, la controlo para que se deje llevar. La luz del baño es intensa. Cierra los ojos, y entonces chupa como solo sabe hacerlo una mujer enamorada, abandonada al placer, dejando que los sabores de la polla vayan entrando en su cuerpo, y ya sólo es una hembra que te lleva al placer máximo, y te sientes como el más afortunado de los hombres. Chupando el capullo, gota a gota con la lengua, ahora se la metía hasta la garganta sacándola despacio, acariciando los huevos, o se entretenía intentando escurrir otra gota del capullo.
Tocan a la puerta, se corta, quiere levantarse, le hago gestos para que no hable. Del inodoro sale el olor a su pis, me encanta, y luego hubiera querido beberne las gotitas que habrían que dado en su coño. Pero sabía lo que tenía que hacer. Tiré de la cisterna, el ruido daría margen. Le levanté la barbilla con la derecha. Me miraba con los ojos brillantitos y la boca entreabierta. Con la izquierda la terminé y se la enchufe en la boca, y mientras la saboreaba despacio, con una mano le acariciaba su garganta caliente, que palpitaba tragando, y con la otra le acariciaba las tetillas de merengue por el cuello del jersey, disfrutando de cada segundo de como sentía su lengua en la punta del capullo esperando otro chorro de leche.
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