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Categoría: Maduras

La vendedora de cigarrillos electrónicos

¿Disculpe señor usted fuma?, retumbó de pronto en mis oídos. Había olvidado lo molestos que eran los vendedores de cigarrillos electrónicos en los centros comerciales, sin embargo ese día iba tan distraído que olvidé escaparme de ellos por otro pasillo. Levanté lentamente la mirada dispuesto a contestar con un: NO, las siguientes 5 preguntas que me hicieran, sin embargo ese día fue distinto, pues en vez del mismo tipo malencarado al que siempre le sacaba la vuelta, me topé con un rostro de mujer, que a primera vista, me hizo responder que si.



Conforme me fui acercando mientras le contestaba mis hábitos con el tabaco, me di cuenta de que no era tan joven como me había parecido de inicio, incluso, parecía mucho mayor de lo que pensé. Tras un montón de maquillaje y bajo una cabellera larga y castaña que llama la atención de cualquiera, había una mujer de unos 45 años, tal vez más, con un rostro afilado de facciones suaves y un par de ojos color miel enormes, seguramente detrás de unos pupilentes, pero capaces de enamorar a muchos. En otras circunstancias habría detenido aquel repertorio de argumentos con un ‘no me interesa’ un buen rato atrás, sin embargo no era el producto el que me mantenía atento en esa ocasión.



Llevaba un traje sastre en color azul claro, con una falda a media pierna y un saco que le ajustaba perfectamente en un abdomen que parecía el de una chica de 20 años bien formada. Mientras miraba el cigarrillo que sostenía frente a ella me di cuenta de que sus pechos no eran grandes, sin embargo los lucía bastante bien con una blusa blanca que brotaba en la abertura que el saco hacía después de los botones. Siendo lo más discreto que podía, miré entre los botones de la blusa para darme cuenta que mostraba solo lo necesario para atraer a unos ojos ansiosos como los míos, una piel blanca y tersa que seguramente estaría encumbrada por un par de rosados pezones que se escondían en un bra color blanco de encajes que se asomaba por entre los botones.



Para cuando me di cuenta ya me había pedido que la acompañara al módulo para mostrarme los precios, situación que sin dudarlo un segundo aproveché para permitir que se adelantara y, mientras caminaba, darme cuenta de que aquella falda ajustaba perfectamente a un par de nalgas que a primera vista lucían carnosas y firmes. Fijé un segundo mi vista para investigar el estilo de su interior buscando la marca del elástico, mas no la pude encontrar.



En menos de lo que esperaba aquella curiosidad por barrer con la mirada a la vendedora se había convertido en algo más. Me descubrí a mi mismo pensando en la mejor manera de desviar la conversación, en si sería o no una mujer casada, y ¿si fuera casada sería capaz de ser infiel?, ¿lo sería conmigo?, ¿o tendrá miles de tipos que la asechan los mismos pensamientos que yo?.



‘Señor… señor… ¿Qué sabor de los que le mencioné le gustaría probar?’ - ¡Demonios! ¿De qué sabores me hablaba? – Seguramente mi rostro reflejaba a la perfección la incertidumbre que sentía, pues la mujer me miró con cierta ternura y, tras esbozar una sonrisa, me preguntó si le había puesto atención a lo que ella había dicho.



‘Claro si, me gusta el natural’, le contesté.  Sin embargo ella no respondió, simplemente me miró durante algunos segundos más fijamente a los ojos. – Me sentí como un adolescente, me puse excesivamente nervioso en el momento – Y cuando por fin ella se decidía a responderme, me adelanté y simplemente me disculpé con ella por no haberle puesto atención.



No creas que es la primera vez que me sucede, me dijo  - ¿creas?, la mujer me estaba ‘tuteando’ ya – y continuó diciendo que diariamente tenía que lidiar con tipos que se acercaban a ella no para comprarle cigarrillos electrónicos, sino para ver qué más podían obtener. Pero tu me caíste bien, me dijo, no me molesta haber perdido mi tiempo.



Me detuve un momento para pensar cómo dirigirme a ella, y luego sin pensar me salió como respuesta un ‘No, no te preocupes, si te lo voy a comprar, dime cuanto es por favor’. La mujer se sonrió y puso el cigarrillo sobre el mostrador mientras su mirada no se despegaba de mis ojos – Para ese momento lo que tenía yo no era nerviosismo, sino pavor, aquella mujer era tan segura de si misma que me estaba haciendo sentir como un adolescente a mis 35 años de edad – No te preocupes, me dijo.



Cuando terminaba decirme aquello sus ojos se destrabaron de los míos y, en un movimiento lento y con muchísima seguridad, recorrió mi cuerpo de pies a cabeza con la mirada, no una, sino dos ocasiones que lograron ponerme a sudar como si estuviera frente a una modelo desnuda y lista para revolcarse en el piso.



‘Tal vez no estás decidido ahora, pero mira, regresa cerca de las 8 de la noche que es mi hora de salida y volvemos a discutir al respecto’, me dijo. Sus palabras me dejaron aun más confundido. Tal vez no entendí, tal vez entendí lo que quise entender, sin embargo preferí no investigar más y  me di la media vuelta para salir del centro comercial todavía con las piernas temblorosas.



Ni siquiera regresé a la oficina después de comer, me fui directo a casa lleno de una incertidumbre que me mataba. Mientras me duchaba pensaba en qué sería lo que en realidad quería esa mujer, ¿Me propondría una cena romántica?, ¿una conversación simplemente?, ¿buscará un encuentro sexual, o simplemente estaría jugando conmigo para entretenerse de su rutina?. Tuve una firme erección mientras el agua ardiendo tocaba mi cuerpo y me masturbé durante unos segundos dándome cuenta de que la excitación de aquella situación me tenía muy caliente. Sentí la necesidad de terminar, pero decidí esperar.



Tenía que inventar algo, algo que me permitiera ir a confirmar que  no hubiera sido un sueño, y en caso de que fuera real, poder escaparme de mi esposa un buen rato, asi que sin tener siquiera la valentía de llamarla para no despertar sospechas, le envié un mensaje de texto diciendo que me juntaría con mis amigos a tomar un par de cervezas, pero regresaría temprano. Para mi buena suerte, mi mujer respondió con un simple: ok.



Como adolescente busqué mi mejor ropa casual, los interiores que más atraían a mi esposa – era la única referencia que yo tenía del gusto femenino en los últimos años – la camisa más nueva en mi guardarropa y un pantalón de mezclilla para no levantar sospechas de mi mujer.



A las 7:30 de la noche ya deambulaba por el centro comercial con un café en la mano. Desde la planta alta la vi abordar a un par de personas sin éxito y mirar su reloj un par de ocasiones mientras se arreglaba el saco y la blusa. Era momento de aparecerme frente a ella y confirmar sus intenciones, asi que caminé lentamente por las escaleras hasta tomar el pasillo.



A unos cuantos metros me vio venir. Su rostro no se inmutó, simplemente mantuvo su mirada fija en mi hasta que estuve a unos pasos. ¿Disculpe señor usted fuma?, me preguntó mientras se acercaba a mi. Ya sabe que si, le contesté. Ella me sonrió muy levemente y luego me preguntó si había ido decidido a comprar el cigarrillo, o buscaba alguna otra cosa.



Sin sonreír le contesté que no me interesaba comprar cigarrillos, y antes de que pudiera decir algo más, me miró a los ojos y me dijo que era eso lo que esperaba escuchar, que fuera al estacionamiento sección R4 en 10 minutos, luego hizo una pausa y continuó para decirme que su jefe nos estaba viendo, asi que se alejó de mi diciéndome en voz alta ¡Muchas gracias! como si acabara de ser rechazada por un cliente común.



Sudaba frío en medio de un estacionamiento en donde el calor del sol de toda la tarde se encerraba. Miraba de un lado a otro desesperadamente, hasta que a unos metros la vi venir, con pasos lentos y seguros, cargando un maletín y con una leve sonrisa en su rostro que más bien parecía sarcástica.



Me limité a decirle ‘hola’ cuando llegó frente a mi, pero ella no me regresó el saludo. Por el contrario comenzó a darme una serie de instrucciones que no sabía cómo tomar en ese momento: Tengo que regresar a mi casa con mi marido y me imagino que tu también tendrás que ver a tu mujer, no me interesa tu nombre, tu edad, tu dirección ni a qué te dedicas; y a ti tampoco te interesa esa información sobre mi, ambos somos adultos y sabemos cómo son estas cosas, asi que sígueme y no hagas preguntas.



-Esto solo lo he visto pasar en los videos pornográficos – me decía a mi mismo mientras caminaba a dos metros de ella siguiéndola. Su trasero se contoneaba de un lado a otro en cada paso que daba mientras yo tenía la enésima erección del día en pleno estacionamiento. Caminamos por 3 secciones del mismo mientras yo me secaba el sudor frío de mi frente, hasta que llegamos a lo que parecía una entrada de carga y descarga para proveedores, una entrada antigua, abandonada al parecer.



De vez en cuando miraba de reojo para ver si yo seguía detrás de ella, y cada vez que lo hacía, se pasaba la mano por una de sus caderas y parte de su nalga suavemente para incitarme. Entró por una puerta y tuve que acelerar el paso para no perderla. En el pasillo había puertas que parecían haber sido la entrada trasera de locales comerciales – ahora caía, estábamos en los pasillos del área antigua del centro comercial, la que meses atrás habían cerrado para remodelar y nunca reactivaron – Aquello estaba desierto, sin embargo ella parecía saber a dónde se dirigía. Unos metros después ella se puso el maletín debajo del brazo, y con sus dos manos comenzó a subir poco a poco su falda mientras caminaba más lentamente. Mis ojos querían saltarse de mi cuerpo, en pocos segundos fue descubriendo el borde de un par de carnosas nalgas justo como las había imaginado: blancas, firmes y sin ropa interior. Apreté el paso pensando en abordarla ahí mismo en el pasillo, sin embargo ella cortó para entrar en una puerta que tenía el logotipo de una tienda de relojes.



Cuando entré ella ya estaba de frente a mi. Me miraba parada frente al escritorio que posiblemente fue del relojero mientras yo cerraba la puerta. Su cabello lucía hermoso a media luz, sus ojos miel parecían brillar viendo directamente a los míos, su saco permanecía cerrado, sus manos descansaban sobre sus caderas, sus caderas que ya estaba completamente descubiertas encumbradas por una falda arremangada sobre ellas, una falda que hasta hace unos minutos había mantenido guardado ese tesoro que tenía frente a mi ojos: una entrepierna perfectamente depilada cuyos labios parecían llamarme a besarlos.



Comencé a caminar lentamente hacia ella. Ella fue moviendo suavemente su mano derecha hasta colocarla sobre su parte y comenzar a hacer movimientos en círculo sobre su rajita. La erección volvió con todas sus fuerzas y pareció guiar mi cuerpo hasta que nuestras pelvis chocaron, la de ella desnuda, la mía aun debajo de un estorboso pantalón de mezclilla.



Intenté besarla pero me volteó el rostro para que mi boca terminara en su cuello. Su piel era suave y el aroma de su cabello era todavía fresco. Mis manos se posaron en su cintura mientras con mi lengua humedecía su cuello y con mi boca retiraba parte de su saco para tratar de besar su hombro. Sus manos recorrieron primero mi pecho, luego mi abdomen, y terminaron por gancharse con mi cinturón, donde permanecieron durante unos segundos antes de comenzar a buscar la hebilla para soltarlo.



Ponía todo mi esfuerzo por no desesperarme, pues aquella mujer hacía los movimientos tan suaves y lentos que parecía tener todo bajo control. Retiraba su cabello con un movimiento para que cambiara mis besos al otro lado de su cuello mientras terminaba de desabrochar mi pantalón, mas no continuó, me dejó con el cierre arriba para desviarse hacia ella y meter las manos entre nuestros pechos comenzando a desabrocharse el saco. Cuando se lo soltó hizo un movimiento de hombros para que la ayudara a dejarlo caer al piso.



Me hice hacia atrás para admirarla. Ella se sonrió y con movimientos muy sensuales comenzó a soltarse los botones hasta desabrochar su blusa y dejarla caer. Me dejó admirar sus pechos cubiertos por el bra de encaje durante unos segundos, y luego llevó mano derecha hasta su espalda para soltarle el broche. Sus pechos cayeron de manera natural junto con el bra, un par de pechos blancos, de tamaño mediano y de pezón muy grande y rosado, pechos que me mostró primero al aire y después amasándolos con sus propias manos durante unos segundos.



Me acerqué a ella para acariciarla pero nuevamente me detuvo para tomar el control. Me giró de espalda a ella y pasó sus manos por debajo de mis brazos para comenzar a desabrocharme lentamente la camisa, luego ella misma la sacó de mis brazos y la dejó cuidadosamente extendida sobre el respaldo de una silla – aquello era increíble, pensaba hasta en esos pequeños detalles que más tarde podían haberme causado un problema con mi mujer – Acarició mi espalda unos segundos, luego pegó su cuerpo al mío y me dejó sentir aquel par de tetas apretándose contra mi espalda mientras besaba mi cuello y sus manos se paseaban entre mi costado y mi pecho.



Sentí después como sus tetas fueron bajando rozando mi espalda como si ella se estuviera poniendo en cuclillas - intenté girar pero no me lo permitió – Sentí su rostro muy cerca de mi trasero y luego vis sus manos subir por mis piernas hasta alcanzar el cierre de mi pantalón, el cual desabrochó con maestría para comenzar a bajármelo lentamente. Me sentí incómodo, pues mi esposa jamás le ponía atención a mis nalgas y esta mujer las tenía en plena cara, sin embargo el primer contacto de su lengua con ellas me hizo estremecerme y olvidarme de cualquier inhibición.



Lamió y besó mi trasero durante varios segundos mientras sus manos subían y bajaban por mis muslos sin llegar a tocar mi bulto. – Era increíble como esta mujer sabía excitar sin necesidad de haberme visto o tocado mis partes – De pronto su rostro se retiró de mi cuerpo, y con sus manos me tomó de las piernas girándome para ponerme de frente a ella.



Una vez más la experiencia de aquella mujer, sabiendo lo que a un hombre le gusta se dejó ver, pues estando aun en el piso, miró un par de segundos mi erecto pene de cerca y luego levantó la mirada para encontrarse con mis ojos y decirme: ¡Que verga tienes!, ¡Que verga deveras! – Hoy puedo decir abiertamente que mi pene es de tamaño normal, sin embargo en ese momento me sentí como uno de esos actores porno. ¡Vaya que sabía lo que los hombres queremos escuchar! – Regresó su mirada a mi paquete, y sin más ni más lo tomó con su mano derecha y se lo metió en la boca haciéndome soltar un tremendo gemido que me hizo preocuparme porque alguien pudiera escucharnos.



Su pericia era increíble, más aun que la que pudieran presumir aquellas prostitutas con las que en mi juventud me había involucrado. Mi pene entraba y salía de su boca rápidamente, y en cada salida le daba un sonoro chupete para ponerle sabor al espectáculo de sonidos. Su mano derecha se sostenía de mi pierna, mientras con su mano izquierda pasaba de acariciar mis bolas a tomar firmemente la base de mi verga y darle un par de jalones mientras succionaba la punta. Sus labios chocaban contra mi pelvis en ocasiones mientras sentía como mi parte topaba ya en su garganta haciéndome sentir un placentero dolor, luego la tomaba con firmeza apuntándola hacia arriba para pasar primero con su lengua casi desde mi culo hasta lamer por completo mis bolas y terminar succionándolas mientras me hacía retorcerme frente a ella.



Llegó el momento en que sentí que no soportaría mucho tiempo más, asi que bajé una de mis manos para tomarla del cabello y hacerla que se lo metiera más adentro para terminar en su garganta, sin embargo la necesidad de tener el control de aquella mujer era demasiada, pues apenas la tomé firmemente del cabello y dejó salir mi verga de su boca para comenzar a levantarse.



Llegué a pensar que se molestaría y todo terminaría ahí, sin embargo me miró durante un segundo y luego caminó hasta el escritorio para sentarse en el borde. Abrió las piernas lo más que pudo y se limitó a señalar su entrepierna indicándome que era mi turno de darle placer oral.



Me puse de rodillas frente a ella, y ella tomó mi cabeza de la nuca sin alborotar mi cabello y empujándola suavemente hacia ella. Lentamente mi boca se fue acercando a su rajita hasta que mis labios se encontraron con su vagina. Abrí la boca lo más que pude metiendo todo su sexo en ella y lamiendo en círculos sus labios. Ella lanzó un tremendo suspiro mientras soltó mi cabeza para dejarme actuar solo, a lo cual respondí abriendo sus labios vaginales con mis manos y metiéndole mi lengua para ponerla a jugar dentro de ella.



Sin duda aquella mujer sabía a lo que iba, pues a pesar de que había estado todo el día trabajando su sexo tenía un sabor agradable, casi frutal por lo que pude sentir, lo cual me hizo pensar que previno aquel encuentro y utilizó algún aceite. Continué con mi trabajo un largo rato, tanto que mi cuello había comenzado ya a molestarme, sin embargo el éxtasis del momento junto con aquel delicioso sabor en la entrepierna de la mujer me hicieron no detenerme.



Subía la mirada de vez en cuando para darme cuenta que ella mantenía los ojos cerrados mientras con una de sus manos se masajeaba aquel par de flácidos senos. De pronto los gemidos comenzaron a tomar forma de palabras, y en cuanto fueron más claras pude darme cuenta de que la mujer me estaba llamando Diego, y pidiéndome que le chupara más duro.



Sin duda estaba llevando a cabo alguna fantasía en su mente con un tal Diego, sin embargo lejos de molestarme la incité a que continuara dándome instrucciones preguntándole qué más quería que hiciera. Aun sin abrir los ojos ella balbuceó: ‘al culo Diego, al culo’, mientras se bajaba del escritorio para ponerse de espaldas a mi  inclinándose recargada en el borde del escritorio.



Jamás mi mujer me dio tanta libertad, asi que no sabía muy bien cómo resultaría, sin embargo al ver aquel par de carnosas nalgas frente a mi no dudé en separarlas y meter mi rostro entero entre ellas, quedando con su culo en mi boca y comenzando a lamerlo como nunca antes lo había hecho. Aquel aceite de sabor estaba presente también ahí, asi que además de excitante el momento se volvió placentero. Mientras mi lengua exploraba los orificios de aquella mujer, sus dedos se toparon con mi barbilla, unos dedos que desde el frente de su cuerpo le daban placer a su rajita mientras yo me dedicaba a darle placer en el culo con mi lengua.



Estuve a punto de hacerla explotar. Sin embargo cuando más intensos eran ya los gemidos, la mujer se incorporó dejándome con la lengua en el aire y provocando que casi me fuera de frente. Se giró hacia mi y con una respiración notablemente agitada me miró. – Debo confesar que sentí terror, pues aquella mirada parecía de una profunda molestia, incluso llegué a pensar que comenzaría a golpearme, pues mantenía sus puños cerrados y apretados – Pasó por un lado mío aventándome y haciéndome que me incorporara rápidamente esperando un desenlace muy distinto al que había imaginado. Fue directamente hacia los cajones del escritorio y con movimientos rápidos y sonoros sacó un preservativo.



-No era necesario, aquí tengo uno – pensé mientras daba pasos atrás esperando el siguiente movimiento de aquella mujer. Luego me detuve a darme cuenta que aquella vieja oficina era su nidito de amor, pues ya tenía todo bien calculado. El pensamiento me hizo esbozar una sonrisa mientras con mi mano derecha comenzaba a acariciar mi pene para no perder el hilo del asunto.



Con su boca le arrancó una esquina al empaque y lo sacó de un solo tirón, tomándolo con sus manos y estirándolas para que yo me acercara a ella y encajara mi pene en el preservativo. Apenas me lo puso y caminó hacia un viejo sillón al fondo de la oficina conmigo detrás de ella como un niño desesperado tras un dulce. Se dejó caer fuertemente, y se recostó abriendo las piernas en un ángulo que cualquier veinteañera envidiaría lograr.



Encajé mi rodilla sobre el borde del sillón y me fui inclinando lentamente sobre ella. Ella cerró sus ojos para entrar de nuevo en su fantasía, y justo antes de que entrara en su cuerpo balbuceó de nueva cuenta el nombre de Diego indicándome que se la metiera inmediatamente.



Mi verga entró como cuchillo en mantequilla haciendo que la mujer se afianzara del sillón tan fuerte que pensé que lo rasgaría. Me detuve del respaldo y en cuanto sentí firmeza comencé a bombearla fuertemente chocando nuestros cuerpos y haciendo que su cuello se doblara en el descansabrazos. Ahora no era ella quien tenía el control, sin embargo parecía no importarle, pues entre más fuerte le daba más fuerte repetía el nombre de Diego seguido de un ‘si’ ahogado por la respiración agitada.



Por primera vez en la noche puse una de mis manos sobre sus tetas mientras le daba, fue una sensación extraña, pues a pesar de que a simple vista se veían firmes la edad había ya hecho estragos en ellos. No tuve mucho tiempo de pensar, pues casi de inmediato ella quitó mi mano de su cuerpo al sentir que la apretaba demasiado fuerte, asi que decidí regresar a apoyarme con ambos brazos en el sillón y continuar penetrándola tan duro como mi cuerpo me lo permitía.



Tuve que detenerme un par de ocasiones para controlar la leche, sin embargo cada vez que paraba ella abría los ojos y me susurraba que no me detuviera, asi que soporté el sufrimiento hasta que aquella mujer comenzó a estremecerse y a abrir su boca con un grito ahogado. La esperé, esperé a que su cuerpo se retorciera y lanzara un último suspiro, y después dejé escapar de mi cuerpo una tremenda carga de leche que por poco hace que me desmaye frente a ella de tanto placer.



Todavía no me recuperaba cuando sentí que me empujaba. Abrí mis ojos y ella me miraba con una expresión de satisfacción que hizo que tanto empeño valiera la pena. Me incorporé en el sillón mientras la miraba levantarse rápidamente y comenzar a vestirse con la vista clavada en el piso.



Me vestí lentamente mientras ella terminaba de arreglarse y retocar su rostro en un pequeño espejo que había sacado del maletín. Luego que terminó, se giró de frente a mi y se limitó a decirme: Afuera de esa puerta no nos conocemos, pero este sillón nos estará esperando para cuando esto se repita.



Esperé a que se alejara antes de salir al estacionamiento. No quería ni siquiera saber cómo era su coche o a donde se dirigía, al fin y al cabo, ya sabía en donde encontrar a aquella desconocida.


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