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A veces hay que atreverse a hacer ciertas cosas para conseguir lo que uno quiere. La timidez es algo crónico en mí y he sufrido mucho por eso, pero en materia de mujeres, a pesar de todo he logrado conseguir algunos propósitos. Una de las pocas veces que logré romper la timidez y lanzarme atrevidamente al abismo fue con Xiomara, una vecina cuarentona que desde que se mudó al barrio no logró más que obsesionarme. Todos los chicos estaban locos por su hija Nancy, bonita, esbelta y muy sensual, pero a mi me deslumbraron los ojos café claro de su madre.
Tan solo los buenos días muy respetuosos me atrevía a pronunciarle mirándola a esos ojos conquistadores cada mañana cuando la veía pasar por mi ventana bien vestida camino a su trabajo. Conocía ya todos sus perfumes y sus ropas tan elegantes. A veces se colocaba gafas de sol que le daban un toque místico y mucho más seductor.
Pasaron los días y tuve algunas oportunidades de toparla en la parada de buses y meterle cualquier conversación sin ton y son. Ella me correspondía pero sin darnos cuenta esos encuentros servían para romper un poco el hielo. Luego los saludos se tornaron un poco más fluidos y hasta muchas veces le decía bromas. Pasaron los días y me atreví a decirle cumplidos algo más dicientes cuidándome de no pasarme de la raya.
Un viernes lluvioso, camino a casa tuve la fortuna de hallarla en el mismo autobús. Ambos veníamos del trabajo y por media hora pude sentarme a su lado. Allí le dije lo bonita que me resultaba y prácticamente le declaré mi gusto hacia ella. Xiomara, lejos de cerrarse o sentirse cohibida, se tornó pomposa y más resuelta como encantada por tantos halagos de parte de un joven por lo menos veinte años menor que ella. Aproveché la coyuntura y saqué garras de donde no tenía olvidándome de la timidez crónica y le hice una pregunta tan atrevida como la que más a una mujer casada.
- ¿Xiomara, si la invito a salir usted aceptaría?
Cerré los ojos como asustado y esperando cualquier cosa. Ella iluminó mi universo con una sonrisa coqueta y algo extrañada. Luego me respondió con la mayor naturalidad del mundo:
- ¿y por qué no habría de aceptar?
Me quedé pudo ante aquel interrogante tan precioso a mis oídos y solo algunos segundos después recuperé el aplomo y pude sonreírle. ¡Me estaba aceptando una invitación a salir!
Conversamos con la confianza que confiere haber roto el hielo durante los minutos restantes hasta bajarnos en la esquina de nuestra cuadra. Intercambiamos teléfonos fijos, celulares, correos electrónicos y direcciones de trabajo. Ella estuvo radiante y contenta. Sentí que me estaba dando el lugar que me correspondía: el de un potencial amante y no el de un muchachito al lado de su maestra. Me trató de tu a tu haciéndome sentir por momentos como si yo fuera un hombre mayor.
Dos días después arreglamos todo para encontrarnos. La esperé a una cuadra de su oficina a las cinco de tarde en una refresquería muy acogedora. Llegó reluciente con un vestido enterizo café claro como sus ojos grandes y bellos. Nos sentamos a conversar y la fuerza de la atracción mutua se hizo sentir. Por momentos la tomaba de la mano muy disimuladamente puesto que no teníamos mucha privacidad. Parecíamos dos novios en su primera cita. La regalé una tarjeta de amor que la emocionó mucho.
- Ni sabes cuanto hace que un hombre no me daba un detalle así de sencillo y precioso
Hizo ese comentario como enamorada otra vez y con profunda honestidad. Se pasó la hora volando y acordamos en salir otra vez, pero bajo un plan mas “privado”. Cuidadosamente me dio el primer beso. Fue corto y dulce, pero logró emocionarme y excitarme de inmediato porque mi pene se agrandó calladamente bajó mi blue jean. Salimos y tomamos el autobús. Antes de acostarme la llamé a su casa. Afortunadamente me contestó ella. La llamé solo para decirle cuanto la quería y que esa noche soñaría con ella. Xiomara bajó la voz y me respondió provocadoramente que podía hacer con ella en el sueño lo que yo quisiera. Nos reímos y nos enviamos sendos besos.
Llegó por fin el sábado y pasé a recogerla. Salió a medio día, pero ya le había mentido a su aburrido marido que saldría un poco tarde. Su marido en un hombre cinco años mayor que ella que solo piensa en irse a beber los fines de semana con sus amigos, Descuidando mucho a su mujer, bella y sensual.
Ese sábado a las dos de la tarde hacía un sol radiante y Xiomara se veía espléndida con un faldón rojo de bonito diseño y una blusa con mangas tres cuartas, blanca bien ajustada a sus curvas suaves y sobre todo a esos preciosos senos medianos.
La esperé en otro sitio cercano para no levantar sospechas y nos subimos en un taxi. Le dije al conductor que nos transportara camino a La Playita. La Playita es un motel que alquilan por horas a parejas cuyas habitaciones son cabañas individuales con vista al mar. Muy tranquilas y bien diseñadas para el amor. Xiomara encantada entró deslumbrando sus ojos ante curiosos detalles de buen gusto y diseño bajo esa cabaña cubierta con paja y con una cama redonda roja en el centro. La ventana amplia daba una vista espectacular hacia el mar azul y profundo. Nada más romántico que descrestara a una señora mayor resignada por tantos años a hacer el amor por costumbre en la habitación matrimonial.
Mientras miraba estupefacta el paisaje marino a través de la ventana la tomé desde atrás rodeándola por la cintura y recostando mi sexo contra sus caderas y sus nalgas contra mis muslos. El calor de su cuerpo se transmitió al mío. La besé en el cuello apartando su cabellera castaña y ella respondió de inmediato con un gemido profundo. Se giró y nos comimos vivos en un beso prolongado que para ella fue como un retorno a la vida. Mientras la besaba fui desabotonando la blusa blanca hasta hacerla caer al suelo. Sus senos rosados estaban atrapados en unos sostenes blancos de media copa que la hacía ver más seductora. Su mirada era lo que mas me excitaba. Me senté en el sofá y ella se posó muy seductoramente sobre mis piernas y de frente con su sexo cálido sobre el mío y con sus piernas como tenazas a lado y lado de mis caderas. Nos comimos a besos otra vez hasta que pude descender por su cuello hasta sus senos. El sostenedor resbaló por sus curvas hasta su regazo y después de contemplar esos pezones redondos y tiernos los metí en mi boca para hacer una fiesta con ellos. Xiomara solo gemía emocionada con sus pezones endurecidos y atrapados en mi boca.
Se dejó caer resbalando por mi cuerpo hasta quedar sentada frente a mí con sus rodillas en la alfombra. Esa imagen de sus pechos erguidos desnudos y su parte baja cubierta por un faldón extendido por el piso, fue una estampa que nunca he olvidado. Desesperadamente me bajó el pantalón y lamió la tela de mi boxer justo donde estaba el bulto apretado que mi verga dura había formado. Me dijo que eso la excitaba mucho. Se entretuvo varios minutos hasta que tomó mi calzón de las tirantas y cadenciosamente lo bajó para empezar a jugar con mi miembro y su boca.
Se distrajo buen rato con mi verga en la boca haciéndome como cincuenta técnicas diferentes. Allí me confesó que a su marido tenía años que no se la mamaba. Su lengua la revoleteaba juguetonamente por mi glande inflado, a veces lamía el tronco desde la punta al pegue y viceversa; por momentos simplemente me masturbaba lentamente y miraba el juego de pieles cubriendo y descubriendo la cabecita morada. Se distraía sonriendo y acariciándome las bolas que luego lamía para mas tarde resolverse en una mamada violenta y disciplinada. Yo la contemplé extasiado por largo momento jugar como niña pequeña con juguete nuevo. Se dio gusto mamando la verga joven de su vida. Los cosquilleos y sensaciones placenteras me electrizaron cada vez que esa señora pasaba la lengua rodeando el glande desde la punta hasta el pegue con el resto del pene. Me hacía volar y ella lo sabía. Por momentos yo cerraba los ojos y me entregaba a disfrutar los abismos de placer infinito de esa boca carnosa y calurosa tragándose la verga, o bien por momentos abría los ojos y miraba la tranquilidad azul del mar profundo a través de la ventana. Xiomara se cansó un poco y llegó la hora de ponerme un poco activo.
Se puso de pié y parecía una diosa con sus senos lindos, perfectos, erguidos, su sonrisa de niña grande, su cabellera castaña y la caída roja de su faldota sensual. La contemplé excitado por varios segundos, luego me brindó su mano. Se la besé y luego la tomé como apoyo para levantarme. Nos volvimos a besar allí de pie y sentí su boca más suave y deliciosa que al principio. Fuimos dando pasitos lentos como bailando en el beso hasta que sus pantorrillas se toparon con el borde redondo de la cama amplia. Allí se tumbó. Su cabello se derramaba en el colchón como rayos solares apuntando los senos al cielo. Contrajo sus rodillas y yo me agaché. Le quité las zapatillas y me agaché en la alfombra. Abrió sus piernas y en la penumbra del refugio de su falda pude medio contemplar sus muslos gruesos y la moda de su calzón sin precisar el color. Me fui en ese hueco. Metí la cabeza en esa caldera respirando el vaho de sus intimidades. Fui recorriendo lentamente el largo camino desde sus pantorrillas lamiendo como perrito dócil. Luego llegué a esos muslos y el olor silvestre de sexo femenino se hacía mas intenso. Pronto estuvo ya cerquita a la gloria. Posé mi lengua justo en su conchita aún cubierta por la telita fina sedosa y de encajes delicados de ese calzón sensual que se había puesto.
Lamí como jugueteando por sobre la tela y en las tinieblas bajo esa falda roja. Ella gemía agradecida y ansiosa. Quiso retirarse la prenda íntima de un arranque, pero yo no se lo permití con un ademán que ella bien comprendió. Debía dejarme hacer las cosas a la velocidad del placer divino: dulcemente. Yo mismo tomé las tirantas de su panty y lo halé despacio resbalándolo por sus largas piernas. Cerró los ojos y me concentré en ese olor profundo, penetrante y exquisito a sexo húmedo de mujer enloquecida por la excitación. Saqué mi cabeza de la penumbra un momento para mirarla a la cara. Xiomara estaba extasiada y aún faltaba mucha tela por cortar. Sus ojos estaban dominados por la lujuria y su boca semiabierta jadeaba dulcemente. Como gesto seductor extendí su calzón blanco entre mis manos. Era una prenda muy bonita y seductora. Pasé mi lengua por la zona telilla estrecha que tapa la entrada de la vagina para lamer sus jugos. A ella esa imagen la sedujo aún mas aumentando la ansiedad de que por fin le comiera su almeja.
Volví a penetrar mi cabeza en la penumbra de su faldota y fui directamente al grano. Un cúmulo suave de pelos escasos rozó mis labios. Me entretuve un momento con las sensaciones de ese pelaje suave acariciando mi rostro. Di luego unos besitos suaves en el borde de su rajita y después si posé la lengua justo en el botoncito para que Xiomara estallara. Se contorneaba casi gritando con el concierto de lengua que le regalé a lo largo, ancho y hondo de su vagina húmeda y dilatada. Los jugos fluían a raudales. Metí luego la lengua hecha punta como si fuera un pene de niño en esa raja deliciosa y ella se desesperaba en profunda lujuria. Gozaba esa señora cuyos últimos años se había resignado a los polvos tristes una vez cada diez días con su marido. Las sensaciones orales de ese sexo maduro en mi boca me volvían adicto a tal punto que a pesar de sentirme fatigado deseaba seguir lamiendo es su sexo. Xiomara estalló por fin en un profundo orgasmo obligándome a detenerme, pues con sus potentes muslos apretujó mi cabeza que quedó inmóvil. Se contrajo, se contorneó, gritó, gimió, se rió, y hasta lloró con su piel de gallina. Se volvió sensible que hasta la sábana la irritaba. Le deje entonces que se recuperara de esas sensaciones divinas al experimentar un orgasmo. Su respiración se volvió lentamente mas calmada mientras yo me entretenía desnudo sobre la cama acariciando sus cabellos y mirando sus ojitos divinos.
Conversamos unos minutos. Estaba ella muy agradecida con la vida y con migo. Es ese momentos supimos que nuestra relación no tendría marcha atrás. El sexo y el amor brotaron como imanes implacables y poderosos que eran difíciles de evadir.
Se quitó la falda y su cuerpo finalmente lo tuve desnudo frente a mí. Yo estaba acostado contemplando a esa diosa mayor. Sus nalgas bonitas eran bien proporcionadas y su espalda preciosa tenía algunas pecas marrones muy bonitas. Se giró y su vulva era efectivamente de pelos escasos de un café bien oscuro. Era una vulva muy estética a la vista. Me hizo recrudecer la erección que se había bajado un poco. Ella misma se ensartó de frente hacía mi. Jugó con mi verga en su mano sobándola contra su vulva. La pasaba por la entrada de su rajita y luego la desviaba hacia arriba para rozarla contra sus pelos púbicos; después la volvía a bajar hasta que mi cabecita morada entraba un poco en sus cálidos labios menores. Sonrió y finalmente se dejó caer lentamente dejando que la verga se metiera hasta el pegue y que sus nalgas tibias se posaran en mis muslos.
Cabalgó como puta con sus manos en sus tetas haciendo ademanes seductores. Miraba con picardía y con su boca hacía gestos eróticos. Sabía culear bien esta señora de sexos negados. Era un desperdicio si el marido no la gozaba como debía. El placer visual a veces superaba al de sensaciones viendo ese cuerpo de señora madura subir y bajar libremente. Mi verga se hundía y salía a su ritmo de ese chocho suave. Su vagina se sentía tan caliente y picante que tuve que obligarla a que se meneara más lentamente para no correrme tan rápido. Bajo su ritmo, pero era Xiomara tan seductora que solo logró excitarme mas. Le anuncié gritando que estaba por venirme y ella aumentó sus embestidas con violencia. Estallé en esa chocha caliente mirando a los ojos hermosos de esa señora desafiante derritiéndome de placer infinito. Todo se volvió azul por un momento hasta que recuperé el sosiego.
Ella se quedó quieta como una mariposa en la flor. Mi sexo palpitando aún en su sexo. Se reclinó para besarme y yo sentí la cosquilla de sus senos cálidos en mi pecho. Se incorporó luego y lentamente empezó a cabalgarme. Quería seguir culeando y yo no la iba a decepcionar. Le pedí que se girara. Lo hizo con un gesto erótico. Me cabalgó suavemente mientras yo gozaba con mis ojos clavados en su culo, en sus caderas, en su espalda y en esas nalgas perfectas que se aplastaban sobre mi pelvis cada vez que Xiomara se dejaba caer para ensartarse. Se sintió un tanto exhausta, pero yo recuperé mis fueros.
La acosté boca arriba en pose de parto y le hundí el palo en su oscura chocha. Embestí como salvaje golpeando mi pelvis contra la suya. Nuestros pelos púbicos se enredaban cada vez más y el placer se nos volvía a subir a la cabeza. Xiomara gritaba como preludio de otro orgasmo mas intenso y yo sentí que no demoraba en volver a eyacular. Aumenté sin embargo mis embestidas gozando ansiosamente el placer de su chucha en mi verga caliente. Estábamos al borde de la locura, nuestros cuerpos sudaban, nuestras gargantas gritaban, nuestras pieles se golpeaban cada vez mas intensamente, nuestros ojos se desorbitaban hasta que por fin estallamos al unísono. Fue un orgasmo de connotaciones celestiales. Xiomara disfrutó como loca su propio orgasmo intenso mientras yo derramaba semen en lo más profundo de su intimidad. Nos tomó varios minutos comprender y asimilar lo que habíamos experimentados. Solo instantes desnudos, relajados y metidos en la tina pudimos mirarnos otra vez a los ojos y sonreír con tranquilidad.
Nos marchamos hambrientos y sedientos. Cada uno buscó la ruta a casa solo pensábamos en comer e ir a dormir. Después pensaríamos cuando volvería a ser el próximo encuentro. Me dio un beso. Estaba agradecida con la vida. Volvió a sentirse mujer de verdad, y yo me sentí orgulloso y complacido de haber conquistado a esa mujer mayor que sería mía mucho tiempo.
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