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Categoría: Confesiones

La vecina

Cuando yo era muy joven, vivía en una aldea gallega. Al lado de mi casa, vivía una mujer morena, delgadita, de grandes tetas y muy guapa. Su marido, que era veinte años mayor que ella, andaba embarcado. Tenía dos hijastros, varón y hembra. El hijastro era un traste y yo le gustaba. Yo no era, ni soy marquiita, pero un día, él, su hermana y yo, estábamos cogiendo piñas en el monte, y me dijo él:



-¿Me dejas que te la chupe?



Lo tomé a cachondeo.



-Y tu hermana, mira como lo haces. ¿A qué sí?



Me respondió la hermana



-Claro, y tiro la pera mientras te la chupa.



¡Coño! Si no estaban de cachondeo, pagaba la pena. Me iba a correr e Iba a ver como se masturbaban las mujeres. Sólo de pensarlo ya me empalmé. Él, vio el bulto en mi pantalón. Se arrodilló. No le dije nada cuando desabotonó la bragueta de mi pantalón, y siguió. Me bajó los pantalones y los calzoncillos. Ella, se apoyó a una gran roca, metió una mano dentro de las bragas y comenzó a masturbarse. No tardó en bajarse las bragas y levantar la falda para que le viera aquel sexo rodeado de vello negro. Él, no sé quién le aprendería, pero la chupaba de maravilla. Cada vez que me iba a correr, paraba de menearla y de chuparla. Vi como Ella, mientras nos miraba, empezó a mover sus dedos con más y más velocidad sobre su clítoris, y después le dijo a su hermano:



-¡Ya, cariño, ya!



Él, me la meneó con rapidez, al tiempo que la chupaba. Vi como ella, en silencio, se fue encogiendo con el placer que sentía hasta que al final soltó un "¡¡¡Oooooooooh!!!". De verla y oírla, me corrí con una fuerza brutal y le llené a su hermano la boca con mi leche. La bebió con avidez.



Él, que estaba empalmado como un burro, quiso que yo le devolviera el favor, pero se quedó con las ganas. Pensé aquel día que me follaría a la hermana, pero las lesbianas no se dejan penetrar. Lo que sí me enseñó fue a hacer el cunnilingus perfecto.



Esto viene a cuento, por lo siguiente. Él y Ella, se iban una semana de vacaciones a la casa de los abuelos, que estaba en otra aldea, y él, antes de marchar, me dijo:



-No te olvides de que mi madrastra toma la siesta todos los días.



-¿Y?



-¡Ah! Tú sabrás.



Ella, que estaba a su lado, me dijo:



-Tiene 28 años. Lleva un año sin estar con mi padre... Usa tu imaginación, hombre, usa tu imaginación.



Esa tarde, entré en la casa de mi vecina, sin hacer ruido. Fui a la habitación. Era verano y, como estaba sola, descansaba sobre la cama, destapada y desnuda. Tenía un antifaz para dormir. Vi sus tetas grandes, con grandes areolas negras. Tenía las piernas separadas. Su sexo estaba abierto. Me acerqué. Saqué la polla. Tenía un empalme bestial. Comencé a masturbarme. Me arriesgué. Acerqué la polla a su boca. Sus labios se entreabrieron. La chupó.



-¡Que buena está, cariño! -entre sueños, se debió pensar que era su marido.



Me la chupó hasta que me corrí en su boca. Se bebió toda la leche de mi corrida. Luego, dijo:



-Estoy mojadísima. Hazme un cunnilingus.



Mi sueño hecho realidad. Desde que se lo hiciera a la hija, soñaba con hacérselo a la madre.



Me metí entre sus piernas. Su sexo estaba empapado, tanto, que su flujo vaginal ya había mojado la cama. Pasé mi lengua por su sexo para saborear aquella humedad. Me centré en su clítoris erecto. Se lo chupé y se lo lamí. Despacito, muy despacito. Mi lengua entraba y salía de su sexo cando no estaba chupando y lamiendo. Oí como me decía:



-Me voy a correr, amor.



Dejé de jugar con su sexo y le acaricie y chupe las tetas, para que la despistara. Volví a bajar. Al poner mi lengua sobre su clítoris y empezar a lamerlo, cogió mi cabeza con sus manos, y dijo:



-No pares, no pares, cielo, no pares... Me, co, me co, me cooooorro.



Se corrió haciendo un arco. Puso una mano en la boca y la mordió, para no hacer ruido, ya que la podían oír en mi casa. De su sexo salió una corrida blanquecina. Salió a pequeños borbotones. Me gustó beberla y después ver la que cayó sobre la cama.



Cuando acabó, quería más.



-Fóllame como si te fuera la vida en ello.



Se la metí. Entró con facilidad. Como la mujer era delgadita, cerró las piernas. Yo, con mis 2O centímetros y las piernas abiertas sobre ella, comencé a darle duro. Ahora entraba apretada. Nuestras bocas se comían. Ella, entre sueños, dijo:



-No te preocupes, vida, no te preocupes por nada que no voy a despertar.



Unos minutos más tarde. Me cogió el culo. Me apretó contra ella, y me susurró al oído:



-No te muevas que yo saco la corrida de los dos.



Comenzó a mover el culo alrededor... hacia arriba... hacia abajo... hacia los lados... Quise decirle que me iba a correr dentro de ella, pero me descubriría.



Tampoco hizo falta. Lo sabía.



-¡Vámonos, vida, vámonos. Lléname!"



Al sentir mi leche calentita dentro de su sexo, comenzó a correrse. Me comía a besos, entre pasionales gemidos. Nada más acabar, me dio la vuelta. Se puso encima y cabalgó para volver a correrse, una, y otra, otra, otra, otra. otra, otra y otra vez. En menos de dos minutos se corrió ocho veces. Después se dio la vuelta, se puso a roncar, y yo me fui.



Hoy en día aún me masturbo pensando en aquellas tarde de verano, pues me da morbo el creer que se hizo la dormida.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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