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Categoría: Confesiones

LA VACA

Se lo dijo a su esposa, los dos sentados en el sofá de su vivienda en la ciudad. Tenían una casa en un pueblo pequeño de la montaña que peligraba.

"Si firma el alcalde, nos expropian la casa para ensanchar la carretera. Además, nos darán una miseria de dinero por ella." 

·Déjalo de mi cuenta. Este fin de semana lo arreglo, pero iré yo sola", le dijo ella.

El marido no quiso saber qué planes tenía para convencer al alcalde, prefería no saberlo si con ello salvaba la casa.

Mientras viajaba al pueblo de la montaña en su coche, ella pensó en el alcalde, en sus costumbres y en la forma en que podría convencerle de que no firmara el ensanchamiento de la carretera, que pasaba por tirar su casa. Recordó que un día en que lo invitaron a cenar en su casa y que bebió mucho, confesó que una de sus vacas era la favorita y eso suponía acostarse y follar con ella.

Llegó al pueblo tras dos horas y media de viaje, con una sola parada de quince minutos para tomarse un pincho y un refresco a mitad de camino.

  

Se instaló en la casa, abrió alguna ventana y se asomó a la terraza con la intención de ver al alcalde, que tenía la casa y la cuadra enfrente.

Transcurrido un tiempo en el que no apareció, se dedicó a limpiar un poco la casa y asomarse al exterior de vez en cuando para que no se le pasara la presencia del alcalde, un hombre de baja estatura, grueso y con un ojo parcheado por un accidente. Poca gente vivía allí, no llegaría a la decena, y los vecinos sólo se veían cuando llegaba a la plaza un camión con el pan o con otros alimentos, una vez a la semana.

Al cabo de tres horas, vio al alcalde que se dirigía al establo llevando a su vaca favorita. Lo llamó desde la ventana de una habitación y acto seguido salió a la calle para saludarle. Se estrecharon las manos. "Hace tiempo que no veníais por aquí", comentó el alcalde. "He venido sola, mi marido tenía mucho trabajo. Te invito esta noche a cenar", le dijo ella. El alcalde aceptó gustoso la invitación. Ella sabía que le gustaba al hombre, nunca se privaba de dirigirle miradas lascivas cuando la veía, aun en presencia de su marido.

Por la noche, a eso de las nueve, el alcalde llamó a la puerta y comprobó que estaba abierta. Se asomó al interior de la casa y llamó a la mujer. "Entra, estoy arriba, en la cocina", le dijo ella.

El hombre entró y subió lentamente las escaleras. Encontró a la mujer vestida sola con un delantal, que dejaba al descubierto por detrás su espalda, nalgas y piernas.

"Disculpa que te reciba así, pero tengo mucho calor", se excusó ella. "A mí no me importa", comentó él. "Siéntate a la mesa y sírvete un vino", indicó la mujer.

El hombre así lo hizo sin dejar de mirar el trasero de ella. Se dio la vuelta y se acercó a él indicándole que le sirviera un vaso de vino. Con mano temblorosa, el alcalde le llenó hasta la mitad un vaso de caldo. "¿Estás nervioso?", le preguntó al alcalde. "Un poco sí", reconoció él.

"Seré tu vaca favorita este fin de semana si me garantizas que no firmarás para que expropien esta casa", le dijo. Sabía por haberlo comprobado muchas veces que era un hombre de palabra.

"¿Te imaginas lo que será tomarme como haces con tu vaca?", le interrogó.

"Lo quiero saber ahora mismo", dijo él levantándose. "Quítate el delantal y ponte a cuatro patas". le dijo él. ¿Así, sin más? Dame tu palabra de que no firmarás la expropiación". El alcalde se bajó los pantalones y se cogió la abultada verga con una mano, poniéndola en erección. "Te doy mi palabra, pero me gustaría más que nos mirase tu marido". "Todo llegará", dijo ella quitándose el delantal y colocándose en el suelo sobre las palamas de las manos y las rodillas. La posesión fue brutal, acostumbrado como estaba a hacerlo con una vaca. Con sus grandes y duras manos arañó su espalda y manoseó sus abultados pechos mientras entraba y salía de su cuerpo con fuertes embestidas, que ella, con los ojos cerrados y haciendo gala de imaginación, disfrutó. Mugió como una vaca durante el encuentro sexual y él berreó como un toro. Así durante casi dos días, en los que ambos acabaron agotados.

A su regreso a la vivienda de la ciudad, un día después de lo planeado que utilizó para descansar en un hotel de carretera, el marido le preguntó por los resultados del viaje. "¿Tenemos o no tenemos casa?", quiso saber. "Tenemos casa. ¿Acaso lo dudabas?".
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