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LA ULTIMA VOLUNTAD DEL ABUELO

La última voluntad del abuelo tuvo mucho de juventud. Digamos nunca fue un hombre dichoso si tomamos en cuenta la suerte, caso contrario tenía todas las características del humano a partir del nacimiento como lo era crecer, reproducirse y eventualmente morir,mal o bien morir. Una de las inolvidables acogencias de la memoria a la hora de la despedida definitiva fue aquella cervecería del callejón de tierra de la ciudad, apenas pueblo para esos años, situada en un lúgubre sitio sin energía eléctrica, el cual frecuentaba durante la adolescencia todos los viernes en la noche; luego vino la metamorfosis no solo de las cosas sino también de los seres evidenciándose en un avance tecnológico de aquellos los cuales suelen negar la identidad de la historia; así la taberna sería convertida en una luminosa tasca asentada al borde de una avenida después de ochenta años de existencia, esta quedo en el intrincado mundo mental del hombre como si fuese parte esencial del embrión originario de la vida: Tasca El Abuelo, ese era el nombre, ese fue siempre el significado más allá de cualquier morboso acontecer. Tirado allí en la hamaca el viejo recordó en segundos como durante la juventud al cruzar el umbral de la puerta, donde alumbraba escasamente un bombillo rojo, los ojos de las mesoneras reposaban inquietamente la mirada en los pectorales y bíceps atléticos apoyados en una estatura alta y fornida la cual exhibía al caminar entre la hilera de mesillas pletóricas de cervezas, siempre alguna de las mancebas insinuaba con una sonrisa codiciante una noche de embriaguez y placer desenfrenado. La tasca del abuelo se hubo convertido entonces en el alborozo radiante de los mejores años de vida, posteriormente por igual aquel hombre musculoso perdió la imagen blindada, muy masculina, dando paso a un anciano famélico de color amarillo cuyos últimos minutos de existencia pendían de dos lingotes de madera situados en un patio terroso de aves gallináceas. Nada tenía a ver el recuerdo con quien solía llevarse tres buenas hembras a una habitación toda la noche sin dormir un minuto, despuntando el alba con un café negrito para pasar la borrachera, terminando por ultimo sumergido en las caudalosas aguas del magnánimo Orinoco el cual cruzaba en maratónicas faenas competitivas. Así durante muchos años el mozo descubrió en esta rutina la manera de pasar la vida feliz, nunca acepto testimonios de viejas de plazas de pueblo, menos escuchar amonestaciones mientras compraba una caja de cigarrillos en una bodega cualquiera al regresar de los trabajos de minería en los predios aledaños. La vida de minero no era fácil, bajar a las profundidades de la tierra o navegar en el lodo perfeccionando la búsqueda de piedritas de oro, incluso durante horas nocturnas podía enfrentar en cualquier momento la muerte, el viejo lo aprendió durante la juventud, en varias ocasiones pudo con una rapidez irascible triturar con las manos la cabeza de una serpiente, así mientras lavaba en una cesta de lodo una cantidad innumerable de pedriscos permanecía alerta, no solo ante el mundo animal sino ante las devorantes fauces del ser humano, no había sido una sola ocasión en la cual debió defender con la vida el salario representado en una piecita metálica amarilla o un diamante precioso orlado en el dorado. Así después de un mes yacido en el fondo subterráneo emergía de las honduras de aquel encierro asomando la humanidad al candil de cerveza de la recién descubierta cervecería del abuelo: muchos atardeceres salía cubierto de lodo y sudor con sed bestial y ansias de disfrutar un espécimen de mujer bendito, entonces al llegar tiraba sobre una mesa tres guijarros diamantinos invitando a las mejores hembras del lugar, revolcándose con ellas en la cama entre mordiscos y carcajadas, sintiéndose un macho, no sabía decir palabras hermosas, apenas hablaba un lenguaje muy coloquial, pero dejaba bajo el almohadón piedritas preciosas las cuales junto a la contextura atlética musculosa persuadían a las mujeres de pasar una noche bastante fructífera. La vida de minero se veía recompensada en el disfrute de un buen culo de alguna muchacha india a veces virgen, en ocasiones una experta acompañante. Ingresar a las habitaciones del abuelo donde vivían los más esplendorosos orgasmos pervertidos significaba un codiciado relax para todos los obreros de las minas contiguas, sin embargo el viejo siempre fue el líder de la manada, para él, sentir al lado una dama seducida y apretar entre sus callosas manos los voluminosos glúteos de adolescente afortunadamente permitiendo un preámbulo amoroso el cual duraría luego una noche efímera, desde los años mozos significo una exquisita vivencia pornográfica, si era pornografía desde la entrada al bar hasta la madrugada impregnada de licor añejo, así cuando se le antojaba una mujer nadie podía impedírselo aunque quisiese algún desventurado competir a todo riesgo con el amo implícito de los deseos, el dueño de las nocturnas vivencias de la tasca. La entrega del licor amoroso iniciaba sobre el mantel de una mesa pequeña la noche del viernes, así comenzó a frecuentar a Lolita, la morena despampanante, quien fuera una adolecente venida de la selva amazónica, una muchacha india transformada por las últimas tecnologías de la ciudad en una muñeca de tetas voluminosas y amplias caderas, cuya belleza, pensaba, era como la naturaleza sencilla de las grandes cascadas de la planicie inmensa de esa tierra bendita, disfrutó extensos ejercicios nocturnos en compañía de la hembra hasta esta metérsele entre ceja y ceja como un clavo en la mitad del cerebro, destrozarle las neuronas en insomnios febriles, termino por vivir con ella los fines de semana, alejado del hogar y de los hijos, cuando dejo de ir en búsqueda de la compañera fortuita y retornar al hogar, la morena atajo en la puerta a la esposa, lucía una enorme barriga, y con una voz seductora y templada, intervino por el fruto de su vientre, bastó para tener las maletas en el umbral el día postrero, paso dos años sin poder pisar la tierra de su casa, durante este tiempo se dejo llevar por el ron y la coca hasta esa ocasión en la cual apareció frente a Clarita Montés, arrodillado, sin un peso encima, pidiendo la aceptación nuevamente a su mujer para estar junto a ella, morir junto a ella, declinar a sus pies, él le prometió a cambio no volver a sentarse a ninguna mesa de la mancebía. Hombre de pelo en pecho se propuso a si mismo conquistar a Clarita, un día junto al fogón de la cocina la cargo con una fuerza descomunal llevándola al chinchorro guindado bajo las matas de tamarindo, sin ella poder hacer nada por zafarse del musculoso cuerpo, le llamo cabrón cuantas veces quiso, adujo a esa mala vida de alcohólico, pero sintió como penetraba las tiernas entrañas y dejaba semen en un coito animal inusitado donde quedo embarazada, Clarita pensó en el hombre como un semental de caballería pero tal vez esa era la mayor atracción de macho, por un instante le parecía muy humano. Al pasar los años no quiso poseerlo exclusivamente hacia sí. El Joven atlético y robusto comenzó a declinar así como la luz declina en el atardecer de la selva guayanesa, los pectorales cayeron sobre el abdomen, la flacidez de la piel a nivel del bíceps dejo notar la atrofia cada vez más significativa de los músculos antes tensos acostumbrados al rigor del trabajo en el claustro de las minas, el rostro envejecido con notables grietas tostadas por el sol de los ríos dejaba ver el cansancio acumulado de los años, era el paso de un ave real a reptil humano. Ahora estaba transformado en un abuelo, apenas si podía arrastrar las piernas atróficas. Tirado allí en la hamaca el viejo miro su cuerpo frágil y enfermo, pensó por un instante en las veces las cuales había defendido la vida durante la mocedad al cruzar el lodo de los afluentes buscando oro, o luego de la faena, un fin de semana, al pelear con tres hombres sangrientos, o ante la sorpresa de un asalto en el camino de vuelta al pueblo cuando divisaba un bombillo rojo anunciándole la llegada a los dulces aposentos de la tasca, pelear diputándose una hembra era cosa fácil, recordó las narices rotas de quienes lo enfrentaron ante los ojos suspensos, recordó el miedo paralizando la mente de los otros, una sonrisa victoriosa y melancólica dejo asomarse a través del tiempo en la cara huesuda y boca sin dientes del esquelético ser anciano amarillento cuya despiadada enfermedad carcomía hasta las uñas; si era cierto nada tenía a ver la memoria con quien solía llevarse tres hembras a una habitación toda la noche, ahora al despuntar la madrugada, llamaría a todos los hijos, para expresar la última voluntad la cual sellaría el paso de este mundo a otro donde soñaba encontrar un prostíbulo y brindar con un vaso de añejo por unas buenas nalgas facinerosas, la última voluntad de todos los apetitos. Así al amanecer tuvo a bien llamar los hijos y manifestarles el último derecho, lo creía de esta manera: ser llevado a la tasca del abuelo para por póstuma vez disfrutar de una de aquellas hembras benditas cuyos cuerpos demandaban los más ; los muchachos carcajearon por un buen rato de las chuscadas del viejo y después de tanto reír, la insistencia del progenitor les convenció de la seriedad de la circunstancia, pues el anciano entre palabras entrecortadas decía no querer morirse sin asistir un viernes nocturno al recinto sagrado de la juventud donde pasará casi la mitad de la vida, significaba despedirse de la gloria de sus días, decir adiós a la juventud y la existencia, entonces optaron por cumplir cargando al viejo hasta el burdel donde lo esperaba una de las muchachas más bellas traídas de la selva amazónica. Los hombres llevaron al abuelo hasta una de las habitaciones contiguas al bar donde se oía el rock ola entre espumas de cerveza y salivazos de los obreros aun olientes a sudor, la música de un Ricky Martin inundo el ambiente; en uno de los rincones un muchacho besuqueaba y apretaba los glúteos de una hembra de algunos veinte años, los hijos del abuelo dejaron este con la despampanante mujer, sin saber de él hasta un momento en el cual la morenaza desnuda abrió la puerta y les dijo asustada-Se está muriendo, pero aún esta duro - los herederos entre llanto y risas melancólicas no podían creerlo , la mujer salió una y otra vez, diciendo:-- es increíble, es increíble, se está poniendo morado pero aun vive, vive-, pasaron dos horas y la mujer salió exhausta…, cuando trasladaron al viejo desde la habitación este tenía un rostro rejuvenecido sin angustias, conforme, llevaba un gesto sonriente en la cara huesuda, después de tres horas descanso en paz en su casa luego de haber cumplido con la última voluntad ante Dios Y los hombres. El paso del tiempo una mujer morena acerco se hasta la antigua casa del abuelo llevando consigo un niño de algunos diez años, todos se sorprendieron cuando menciono aquella última noche del abuelo.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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