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La verdad es que nunca me había pasado en los años que vengo ejerciendo mi profesión. Sentir este tipo de fascinación por un paciente y más siendo una mujer joven. No entendáis mal, no soy lesbiana ni nada parecido…o al menos eso pensaba yo, porque desde que Aurora entró en mi vida ya no estoy tan segura de ello.
No solo me había cautivado por su belleza física, sino también por esa dulzura, su aspecto delicado y femenino que poseía y una increíble sensualidad que se expresaba en su mirada felina y sus gráciles movimientos. Una sensualidad que te envolvía para no dejarte escapar, que penetraba en tus poros para dominar por completo tu alma. Desde luego estaba más que segura que era objeto del deseo y fantasía de muchísimos hombres…y también de más de una mujer.
Aurora había venido a mi consulta porque estaba muy preocupada (ahora dudo lo dudo). Todas las noches sin excepción, tenía salvajes sueños eróticos, donde era poseída una y otra vez por individuos de ambos sexos y muchas veces en contra de su voluntad, aunque disfrutaba como nunca, para luego despertar sudorosa y húmeda, excitación que mantenía durante el resto del día siendo una deliciosa tortura para ella.
La mecánica desde el primer día había sido la misma. Ella, después de "hipnotizarme" con sus ojos, se acostaba en el diván, con las persianas bajadas, dejando la consulta en una penumbra inquietante (según ella, así estaba mas cómoda y relajada) y entonces me contaba lo que había soñando las últimas noches durante el resto de la hora de la sesión. Ahí es donde se acababa su dulzura. Su voz se volvía ligeramente ronca y susurrante, y no tenía ningún reparo en describirme sus sueños más húmedos con las palabras más soeces que podía encontrar. Yo situada detrás de ella, sentada, fingía tomar notas mientras me mojaba con sus historias como una vulgar colegiala.
Cuando ella hablaba, yo me trasladaba a esas fantasías oníricas, imaginándome ser la protagonista o más impactante todavía, compartiendo protagonismo con ella, disfrutando de las mieles suntuosas del sexo. No sabía a ciencia cierta si yo iba a poder ayudarla en su "problema" o si era ella quien inconscientemente (o conscientemente, no lo sabía) me iba arrastrando a su torbellino de deseo.
Al final de cada sesión, cuando se incorporaba en el diván, Aurora siempre me preguntaba: "¿Doctora, soy ninfómana?". Era una pregunta que me martilleaba el cerebro una y otra vez, ¿lo era?, no lo sabía, y para mi tampoco importaba demasiado. Solo anhelaba la siguiente sesión para poder disfrutar de su compañía, para que compartiera conmigo sus más íntimos secretos. A veces me preguntaba quien era aquí la psicoterapeuta y quien la paciente.
Hoy era la sexta sesión con ella y Aurora ya estaba acostada en el diván con las luces apagadas y las persianas levemente bajadas. Hoy estaba preciosa de verdad. La luz de sol que entraba de manera suave bañando su escultural cuerpo hacía que pareciese un ángel…o una diablesa. Yo como siempre detrás de ella, sentada en la silla, con mi bloc de notas y el bolígrafo esperando a que comenzara, sin olvidarme de mi fiel grabadora puesta en marcha encima de la mesa.
"…se desnudó por fin, y vi su erección increíblemente hermosa palpitanto ante mi como una espada. Había crecido tanto que la piel se había retirado hacia atrás. Le hacía irresistible.
Extendí el brazo y le rodeé la polla con una mano, bajando aun más su piel para dejar el descubierto toda su cabeza enrojecida, húmeda, brillante con los líquidos del preorgasmo.
Él se estremeció, pero se acercó más a mí. Me llevé la punta de su verga a la boca, y sentí su calor en la lengua. Saboreé su suavidad en mis labios, y con la otra mano le cogí los huevos, para rascarlos suavemente con las uñas. Él gemía. Tenía los ojos cerrados y apretaba los puños.
Cuando por fin nos dejamos caer en la cama, puso su cabeza entre mis piernas y me envolvió el clítoris con sus labios. Luego, con su larga lengua, lamió la vulva, sus dedos se hundían en mi carne. Le gustaba lo que estaba haciendo. Incluso emitía murmullos de aprobación, como el que disfruta de una sabrosa comida.
Pronto toda mi atención se centro allí, en mi vulva, y en su boca. Fui consciente de que el orgasmo iba formándose en mi interior. Se detuvo, pero sólo un instante para decirme: Tienes el coño más dulce del mundo.
Sus palabras me excitaron casi tanto como sus actos, y allá fui. Arqueé las caderas y me dejé llevar por el orgasmo. Tuve que combatir el impulso de cerrar las piernas en torno a su cabeza. Mis pezones se endurecieron como guijarros, y gemidos involuntarios escaparon de mi garganta.
Finalmente, cuando cesaron los estremecimientos, subió hacia mí y me insertó su polla suavemente en la vagina. Le notaba tan grande dentro de mí que, cuando se hubo introducido por completo, lo sentí en todo el interior de mi coñito. Me llenó completamente.
Cuando me levantó la pelvis para que se encontrara con la suya, los bíceps de cada brazo emergieron bajo la piel sudorosa. Los hombros y el pecho le brillaban."
A esas alturas el rubor cubría mi cara. Temblaba ligeramente como alguien que sufre de fiebre y sin darme cuenta llevaba ya rato mordisqueando y chupando la base del bolígrafo. Cruzaba y descruzaba las piernas nerviosa, rozando mis medias bajo la falda, provocando un ruido de fricción muy característico. ¿Podría oírme moviéndome de esa manera?. Estaba húmeda, muy húmeda. La fina tela de mis bragas, como poniéndose de acuerdo con las roncas palabras de Aurora, se estaba hundiendo en mis labios vaginales a cada movimiento que hacía. Mi clítoris, hinchado, pedía con urgencia atención, al igual que mis pezones, duros como el acero. Una suave película de sudor se pego a mi piel como si fuera licra. ¿Era mi imaginación o ahora tenía dos botones de la brusa desabrochados que antes no?.
La tentación era grandísima. Levantar la falda, apartar la tela de mi ropa interior y masturbarme al ritmo que marcaba la voz de Aurora, dejarme llevar por una vez… después de todo ella no me podía ver…pero si seguramente sentir el calor que desprendía y oler los jugos de mi dulce secreto. Solo de pensar que Aurora supiera o que se diera cuenta que me estaría dando un festín con su fantasía me ponía aun más cachonda. Tenía los labios de la boca resecos. Pasé la lengua entre ellos para humedecerlos. Posé una mano en mi rodilla acariciándola suavemente con la yema de los dedos temblorosos. Abrí las piernas en otro movimiento involuntario y la tela se hundió un poquito más, rozando con descaro mi botoncito. Un gemido se me escapó de lo más profundo de mi ser. ¿Me habrá oído?, ¿Qué estará pensando de mí?, ¿Es esto lo que realmente busca?. Afortunadamente, estos pensamientos últimos me hizo dominarme a mí misma. Tragué saliva, retire la mano de mi rodilla que empezaba a avanzar peligrosamente por el muslo, me rehice el pelo como pude y seguí escuchando aunque el mareo de dejarme llevar por el momento aun rondaba mi mente.
"Cada vez que estaba segura de que habíamos terminado, empezaba de nuevo. Me dio la vuelta y me tomó follándome por detrás. Me puso una almohada bajo el vientre y me trató de tal manera que solo sentí placer. También me corrí así y, cuando terminé, me hizo mover de nuevo, esta vez, hacia el borde de la cama.
Mis piernas cayeron, me penetró con embestidas muy rápidas y certeras. Empecé a preguntarme si él se correría alguna vez. Yo lo hice de nuevo.
Luego volvimos a la cama, y yo me puse encima. Le monté con las rodillas flexionadas a ambos lados de su torso, mientras él me agarraba los pechos con las manos. Empecé un movimiento giratorio y vibrante con la pelvis, de manera que flotaba mi clítoris con la base de su polla. Me corrí muy fácilmente, y me dejé caer sobre su cuerpo casi de un chapuzón, tan húmedos y sudados estabamos.
Me maravillaba del tiempo que podía follar sin correrse, pero empezaba a agotarme. Entonces fue cuando sucedió; sentí que su cuerpo se ponía rígido. Tenía la boca junto a mi cuello, y gemía continuamente. Le sentí correrse dentro de mí. Su jugo irrumpió con tal fuerza que lo imaginé batiendo contra la pared trasera de mi coño. Surgió una, dos, tres, cuatro veces con grandes chorros calientes… Nos derrumbamos los 2 sobre la cama, totalmente desfallecidos…y ahí me desperté, como usted puede imaginar (no me tuteaba nunca)… no hará falta que le diga que me tuve que masturbar furiosamente"
Ella, se semi-incorporó en el diván y mirándome fijamente e ignorando mi estado (o haciéndose la despistada, quien sabe) me preguntó: "¿Doctora, soy ninfómana?"
¿Continuará?
Para cualquier comentario no dudéis en escribirme.
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