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Categoría: Maduras

La tabernera

¿Cómo había empezado todo? Ni lo recordaba bien, y tal vez ni debiera recordarlo. Tenía en la lengua la sensación del alcohol de la noche y el dolor de cabeza, pero no podía asociar las imágenes de forma concreta. Tampoco podía saber cómo había llegado hasta la calle… aunque lo intuía. En mi mano, solo la nota de papel que me había dejado, probablemente, la tabernera…



-          ¡Pero qué buena estás, jodía…!



Me imaginé que no tiene que sonar nada agradable escucharme hablar así… pero la cogorza es lo que tiene, que lo vuelve a uno grosero hasta las barbas. Y es que esa tía me tuvo cachondo durante un par de horas. Me emborraché sin darme cuenta mirando ese bonito par de tetas. ¡Cómo estaba, la muy puta!



-          Venga, sírveme otra, corazón… Que te voy a pagar la universidad con las propinas.



Bueno, creo que al menos ese comentario le sentó mejor que el anterior, ya que tanto ella como yo sabíamos que ya no está en edad de estudiar nada de nada… A no ser que sea la revista de los domingos que dan con el periódico, claro. Creo que a esa hembra le gustó que la creyera jovencita… y en verdad que con el peo que llevaba seguro que mal no la estaba viendo, tampoco.



-          Anda, toma- me dijo, llenando la copa de whisky por enésima vez-. Pero la última, que luego no quiero limpiar tus vómitos.



Su sonrisa era lasciva, como si estuviera imaginando tener que limpiarme algo con la lengua… Y me habría encantado que lo hiciera, la tía se merecía una buena polla llenándole la boca, de eso no hay ninguna duda. Y la mía llevaba un gran rato pidiendo salir de la bragueta.



La camarera, que creo, si mal no recuerdo, que era también la dueña del bareto en cuestión, me siguió mirando apoyada en la encimera de la barra, con los brazos cruzados bajo el escote haciendo que su canalillo fuera más que prominente, incitando a enterrar mi cara en ese pecaminoso anclaje. Mis manos en su culo prieto, que me enseñaba embutido en un estrecho vaquero cada vez que se daba la vuelta… y mi lengua recorriendo las redondeces de sus tetas, atrapando los pezones erectos con mis dientes… El alcohol hacía que me pesase poco la lengua, y que tuviera pocos deseos de contener mis actos.



-          Te follaba ahora mismo contra el estante de las bebidas…



Las palabras se me escapaban de la boca torpemente, y tan bajito como si se las estuviera susurrando al oído, con la vista fija en ese cuello sudoroso que estaba loco por morder como un salvaje.



-          Y yo te daba con el palo de la escoba como te viera intentar pasar la barra…



Siempre me había gustado que la tía se hiciera de rogar, y más cuando sé que tenía el coño completamente mojado. Meter los dedos allí entonces tendría que ser la hostia, de tan calentito y jugoso que seguro que lo tenía. Hacerle que separe las piernas, agacharle la cabeza y que me ofreciera el culo… Meter dos dedos entre sus pliegues y comprobar que estaba en el punto perfecto para recibir mi verga. Jugar con sus labios y su clítoris, pellizcarlos y arrancarle gemidos con cada movimiento. Escucharla pedirme más, pedir polla, pedir mi polla…



Me tragué el whisky de una vez, abrasándome la garganta ya casi nada. Tenía la boca anestesiada y pastosa, por lo que ya me daba igual si me entra alcohol o gasolina. Veía a veces doble, por lo que eran cuatro tetas y no dos las que quería abarcar con mi boca. No se me hacen tantas, la verdad… de peores he salido airoso, y esa noche quería marcha. Cuatro tetas serían, probablemente, suficientes…



-          Otra, amor. Y después cierras el local, ¿eh? Quiero correrme en tu culito…



Ella miró a ambos lados del bar, a mi espalda. Supongo que no le había gustado la sensación de ver que la pareja que hace poco nos acompañaba acababa de salir por la puerta, y nos habíamos quedado solos. La noté intranquila, pero era una mujer curtida, y me imaginé que tras la puerta del fondo seguro que estaba el chico que solía ayudarla a cerrar. No era el primer día que me emborrachaba en este tugurio, y dependiendo del final de la noche podría ser que tampoco fuera el último.



-          Te follarías al gato con tal de correrte, mamarracho. Paga a una de las fulanitas de la calle de atrás. Te hacen un buen servicio por pocos euros.



No me hizo ni pizca de gracia que pretendiera que me follara a otra…



-          Reina… es tu culito el que me pone cachondo…



-          Rey, este culito no se toca.



-          Pues la boca, entonces.



Estaba seguro de que se le había vuelto a mojar el coño. Se había estremecido al escucharme, no eran imaginaciones mías. Me importaba un carajo si el tipo del almacén me cogía por la chaqueta y me lanzaba unos metros volando fuera del local. Tenía que intentar acercarme a ella en ese momento, cuando creía que todavía me mantenía en pie.



Empujé un poco el taburete y puse las piernas en el suelo; algo me tambaleé, pero no era grave de momento. Ella solo se puso algo más tiesa. La miré desde el otro lado de la barra, solo un obstáculo a bordear. Si fuera menos ebrio la hubiera saltado sin problemas, incluso tal vez hubiera caído del otro lado de manera elegante y hubiera conseguido no tropezar absolutamente con nada. Un milagro, sería, en verdad… ya que el espacio era bastante pequeño…



-          ¿Vas a echar a correr si voy a por ti?



-          No es necesario, no vas a llegar a acercarte tanto…



-          ¿Apuestas algo?



-          Un mamporro…



Estaba dispuesto a recibir un golpe si tras él conseguía arrancarle un beso a esa jugosa boca. Un golpe que no me tumbara, claro, y que no fuera en los cojones, que luego para poco iba a servir según la idea que tenía de cómo habría de acabar la noche.



Avancé un par de pasos hacia el lado por donde se abría la barra al local, y ella caminó otros en la dirección opuesta. Tropecé un par de veces y me escoré hacia el lado de la barra. Por suerte puse la mano antes de darme con la encimera en plena cara. Estaba visto que no andaba en buena forma. Dos pasos más, y la volví a mirar. Ella se agachó y sacó un enorme palo de debajo de un estante, y me lo mostró en actitud disuasoria. Poco caso creo que le estaba haciendo, en verdad, para lo contundente que se mostraba. Al final iba a ser que realmente no quería nada conmigo…



-          Corazón, ¿para qué el palo?- me regodeo en mi miedo a perder la oportunidad de enterrarme en su coño calentito… ¡Con el frío que tiene que hacer ahí fuera!- ¿No te basta el que llevo aquí encerrado?- Le señalo mi entrepierna, donde exhibo una imponente erección apretada contra el pantalón, de esas que hacía tiempo no tenía…



-          No me hagas abrirte la cabeza…



-          No lo hagas, reina. Me tienes como loco por comerte el coño.



Llegué al inicio de la barra y me abrí paso a través de las puertas batientes que custodiaban la zona de trabajo. Me apoyé en los estantes de licores con torpeza, cayendo un par de vasos de colores al suelo. Casi ni lo noté, pero a ella le había molestado mucho que hubiera cristales en el suelo. Otros dos pasos para sujetarme al lado contrario… la barra era más estable.



Estaba seguro de que podía salir mal parado, sobre todo mi cabeza, pero parecía que el alcohol también me había hecho un poco más gilipollas de la cuenta, y al final no me quedaba otra que escarmentar mientras me estuvieran dando los puntos en el hospital más cercano. Con un poco de suerte… la enfermera estaría buena.



Me encaminé hacia la mujer. Con un palo lo cierto es que parecía hasta amenazante. Me pregunté si alguna vez lo habría usado para defenderse, o si se habría perforado el coñito con él al echar el cierre. Me la imaginé bajándose los pantalones y restregando el palo por la entrepierna, preparando la punta con sus humedades para introducirlo de forma más que contundente entre sus pliegues ardientes. Me la puso completamente dura pensar en verla masturbar así, observarla mientras goza con el trozo de madera llegando hasta el final de sus entrañas, mientras sus manos lo sacaban y lo entraban lentamente, mientras abría la boca para gemir, mientras me miraba al correrse moviendo las caderas contra el enorme palo.



-          ¿A cuántos has dejado  inconscientes con eso?- le pregunto, sin dejar de dar los pasos, lentamente.



-          No quieras ser el último…



-          Déjame masturbarme en tus tetas… juro que luego te las limpiaré con la boca.



Levantó más el palo entonces, casi por encima de la cabeza. Era lo suficientemente largo como para darme con él si avanzaba dos metros más. Tal vez todas las señales que indicaban que iba a ir directo al hospital no fueran simplemente meras fanfarronadas. Mi tabernera preferida parecía muy dispuesta a dejarme fuera de combate en breve, si me ponía a tiro. Y podía ser que ése fuera un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a plantearse la retirada. Si solo no hubiera estado tan jodidamente empalmado…



-          De veras que estoy loco por hacerte correr, nena.



No vi llegar el golpe. Tampoco recuerdo el dolor, o la caída contra el suelo. Fue todo tan rápido y confuso que me perdí la parte violenta del tema. Lo primero que sentí en verdad fueron los labios de la mujer en partes de mi piel buscando reacción. Los sentí picotearme aquí y allí mientras las palmas de las manos se aferraban al cuello y me lo meneaban. Entonces sí sentí cierto dolor, aunque no en exceso. Lo que más me mortificaba era haberme dejado coger desprevenido. La molestia duró solo un momento, y enseguida noté que me desmayaba.



Me despertaron sus besos…



Su boca en la oreja izquierda, mordisqueándola. Sus manos buscando la forma adecuada de desabrochar los botones de la camisa, torpemente, mientras sus piernas se posicionaban sobre mis caderas. La bragueta estaba abierta y mi polla se encontraba ya fuera. No tenía el tamaño ni la consistencia adecuados, pero solo ver las grandes tetas de ella tan cerca de mi cara hicieron que cambiara a mejor estado. En primer plano su escote… sus cabellos esparcidos por toda mi cara. Ahora que la tenía tan cerca me di cuenta de su verdadera edad; esa mujer no bajaba de los cincuenta, y sin embargo sus imponentes tetas me la tenían como una roca. Las arrugas en su rostro le conferían tanta naturalidad como el olor a sudor que desprendía su ropa. El maquillaje levemente corrido en los ojos por el trabajo de todo el día, el aliento a tabaco de unos cuantos porros en la parte de atrás de la tienda y las manchas de la espuma de la cerveza que había servido a lo largo de la jornada, en la camiseta de amplio escote, la hacían una mujer ruda y sexy. Una mujer capaz de aguantar las embestidas de una polla bien dispuesta en su gordito culo cincuentón. Se me puso dura como una piedra.



Sin casi desmontarme se abrió la cremallera y se bajó los pantalones. Distinguí un pequeño tanguita que no se molestó en quitar, sino que se lo apartó dejando al descubierto una pequeña mata de vello rizado muy oscuro cubriendo el monte de Venus. Mientras yo miraba como se colocaba se dio cuenta de que había despertado y fue cuando sonrió maliciosamente que me di cuenta de que me tenía esposado a la tubería que pasaba justo por encima de mi cabeza. Me calentó una barbaridad saberme indefenso ante los deseos de la sudorosa tabernera, que ya había abierto completamente mi pantalón y tenía expuestos mis huevos y la polla tiesa apuntando directa a la entrada de su coño peludito.



-          ¿Te gusta que te traten como a un objeto?- me preguntó ella, metiéndose el trozo de carne de una vez hasta el fondo. Su sonrisa de satisfacción por el cambio de tornas hacía un juego horrible con el tono de burla de su voz ronca. Se le escapó un gemido, y a mí otro-. Pues vas a saber lo que es que te usen, cabrón…



Literalmente me cabalgó. Violentamente. Disfruté de cada uno de sus movimientos, de cada jadeo de ella, de cada bofetón que recibí en la cara cuando le miraba demasiado las tetas y pedía su lengua. Sus caderas se restregaban contra las mías y su culo me estrujaba los cojones contra el pantalón vaquero que tenía abierto. Me dolía a veces y lo disfrutaba horrores. Se tocaba las tetas por dentro de la camiseta y la veía pellizcarse los pezones. Su boca escupía sobre la mía para que probara su sabor solo de la forma que ella quería… humillándome. Y lo hacía muy bien, la muy puta. Se empalaba mi verga con ritmo frenético, sin descanso, y me sentía embestir una y otra vez por el coño empapado de ella, que me mojaba toda la mata de pelos que



rodeaba mi nabo duro y caliente. Olor a zorra… hasta mi nariz llegaba el olor de su coñito cachondo. Y el sonido de los cuerpos chocando me tenía enloquecido.



¡Cómo gemía, la muy perra!



La quería sentir correr… quería correrme en ella y ensuciarme los huevos cuando se le escurriera fuera. Quería que me arañara, que me pegara, que me mordiera… Me tenía duro como una piedra y a punto de derramarme dentro. Tironeaba de mis brazos para afianzar sus movimientos, clavándoseme las esposas, y hasta sentí que empezaba a sangrar de lo que escocía el roce del metal en las muñecas. Pero así lo quería… salvaje y cruel. Así se lo habría hecho yo… follada contra la barra, enculada hasta correrme, restregando las tetas por la encimera, abriendo sus muslos para meter los dedos dentro de su coñito caliente y atormentarla mientras le perforaba el culo. Me habría encantado morderle las tetas…



-          Me corro… ¡Joder, me corro!



Gimió y cabalgó más rápido para sentirla reventar con mi polla dura como un palo. Y se corrió entre gritos destrozándome la verga con el movimiento de caderas. Se desplomó un breve momento sobre mi torso y me miró con los ojos entornados. Aunque ella en ese momento no se movía yo estaba empezando a tener mi orgasmo, y la bañé entera cuando aun no la había sacado. Parecía satisfecha de que lo hiciera, y me corrí con gusto en su coño latente aun por su orgasmo.



-          ¡Dios, qué bueno!



Su sonrisa es lo último que recuerdo, porque recibí en ese momento otro golpe.



Desperté en el suelo de la calle. Sucio, frío y oscuro.



Me dolía el cuerpo, y en especial la cabeza; no sabía si por el golpe o el alcohol, aun no lo tenía muy claro. Estaba boca abajo, con la cara pegada al asfalto. Me incorporé a duras penas con un horrible dolor de huevos, de esos que te dicen que te hace falta descargar en breve como sea. Me dejó la sensación mal sabor de boca.



Miré mis muñecas. Ninguna señal de haber permanecido con unas esposas atado a una tubería. Y los huevos me dolían como si llevara siglos sin correrme. ¡Joder! Al final me había derribado de un golpe y me había sacado a la calle, seguramente rodando.



¡La muy puta!



Con lo bien que me había jodido en el sueño…



Recogí la cartera del suelo. Casi ni la había visto en la oscuridad del asfalto. Abrí el billetero y vi que me faltaba un billete de 100 euros. En su lugar, un trozo de papel con letra muy rudimentaria explicaba la ausencia del dinero.



“Pagaste el juego de vasos.”


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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