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LA SUERTE AYUDA

"Sol, playa, copazos, sexo, algún viajecito no demasiado largo, os lo recomiendo, merece la pena, aunque antes te tiene que tocar la lotería o dar un buen braguetazo, como en casi todo, la suerte ayuda."

 

Yo no sé vosotros, pero a mí me pone bien, pero bien, decirle a una mujer lo puta que es según me la estoy tirando, si me sale en el momento, que no es que sea una necesidad para mí. Es lo que se llama valor añadido, primero, que me excito más y mejor, segundo, que estoy convencido que mis orgasmos son mejores, más sentidos, más largos, tercero, estoy seguro que ellas también se ponen más cachondas, porque me parece a mí que en el fondo a todas les gusta y excita sentirse algo putas, o mucho, porque hay de todo según en qué momento, y algunas se ponen como perras salidas cuando se lo dices.

Bueno, pues a mi novia Amparo le ha dado por decir que es una falta de respeto, que no la valoro como mujer, sólo como objeto sexual, que no tengo en cuenta sus necesidades y sólo busco mi placer, que sólo la quiero por el gusto que me da, que me comporto como un cerdo, y cosas por el estilo, haciendo énfasis en que soy un machista. Vaya manera de comerse el coco, no sé por qué razón hay que separar lo mucho que me gusta y la quiero del hecho de ponerme como un verraco gracias a ella, a lo buena que está, a lo bien que nos lo montamos juntos y, dentro de todo ello, en el total de lo que es una relación entre dos adultos que se quieren, en el conjunto de lo que vivimos ambos como pareja, el sexo es importante y, digo yo, se trata de buscar —y encontrar— aquello que más nos excita, nos satisface y mayor placer nos proporciona, dentro del respeto personal, por supuesto, pero hay que entenderlo de manera que no son más que palabras, no tienen más sentido que la excitación del momento, es añadirle un poquito de gasolina al fuego encendido, por mi parte no hay más detrás de ello.

Pues verdes las han segao, ella emperrada en que no la valoro como mujer —pero coño, si estoy con ella será por algo, además, conmigo tiene unas corridas de la hostia cuando follamos, acaso no es importante, ¿no hay que valorarlo todo?— y desde hace tres domingos no quiere tener sexo conmigo. Que se lo tiene que pensar, que no sabe si está completamente segura de nuestra relación, que se siente utilizada sexualmente. ¡Joder!, ya se pasa.

Os cuento que Amparo es una mujer de bandera, alta, delgada, muy morena de pelo, es atractiva, está muy bien, aunque quizás no resulte especialmente llamativa hasta que la miras dos veces y te fijas en el cuerpazo que tiene y lo buena que está. De veintinueve años —yo tengo cuatro más— resulta turbadora con sus ojos gris azulados muy claros, en evidente contraste con las cejas anchas y negras, igual que el brillante cabello —a menudo dice que es de color ala de cuervo— que casi siempre lleva en media melena levemente ondulada, hasta llegar a los hombros, peinada con raya al medio. Su rostro es de rasgos duros, con los pómulos bastante marcados, al igual que las mandíbulas, orejas alargadas, nariz un poco grande, boca recta con labios anchos. A mí me parece guapísima.

Toda su piel es bastante blanca, aunque pasa muchas horas bajo los rayos UVA para tener un leve moreno, de tono rubito, con algunas pecas minúsculas que le dan un toque muy especial, atractivo. Tiene unas tetas picudas irresistibles, de las que se dice son del tipo copa de martini, grandecitas, separadas, altas, suaves, con pezones redondos no muy gruesos, de color marrón muy suave, al igual que unas mínimas areolas bastante difuminadas. El total de su cuerpazo es esbelto, completamente depilado con láser, sin un átomo de grasa, levemente marcados los músculos porque la piscina es su hábitat deportivo y si alguna vez desaparece habrá que buscar por las piscinas madrileñas. La bonita musculada espalda, el redondo culo —según ella es algo grande, pero a mí me parece perfecto— los fuertes muslos y las piernas largas, esbeltas, fuertes, completan una imagen excitante, de una mujer que está buena de la hostia. Tiene un coño que si no estuviera algo moreno sería totalmente obsceno de tan desnudo que parece sin un solo vello, mojado, brillante, de labios gruesos, abultados, joder, me encanta comérselo.

El domingo estuvimos los dos solos en el cine, en la sesión de media tarde, viendo un rollo de película romántica que ella llevaba varias semanas detrás de conseguir entradas. Después fuimos a cenar a una taquería nueva que está cerca del Bernabéu porque a Amparo le encanta la comida tex-mex. Un par de tequilas, unos besos, vacile tontorrón camino del coche, antes de ponerlo en marcha nos comemos la boca con ganas, a mí se me van las manos debajo de la falda más bien corta que lleva, pasea su mano por mi paquete dándose cuenta que el asunto está tieso y duro, más besos y arranco camino de mi piso. Durante los diez minutos que tardamos en llegar no se corta en seguir tocándome por encima del pantalón y me deja que le abra la camisa para ver parte de sus tetas y el bonito sujetador negro, de tamaño mínimo, que a mí me encanta. Lo normal, lo habitual, lo que tantas veces hacemos y tanto nos gusta a los dos.

En el garaje nos ponemos ciegos a darnos el lote, me saca la polla por fuera y yo me como sus tetas durante un ratito. Como se enciende una luz, nos tapamos un poco con los abrigos y vamos camino del ascensor. Más magreo hasta llegar al piso y al cerrar la puerta nos desmadramos un poco más, desnudándonos mutuamente con muchas prisas, ya con necesidad. Y tal y como ella hace casi siempre, se sienta en el sofá del salón, muy al borde del asiento, en completa tensión, me coge la polla con una mano y se pone a lamerla arriba y abajo, despacito, con mucha saliva, muchas veces antes de centrarse en mamarme el capullo. Ahí está lo bueno, me come la cabeza de la polla de puta madre, guarramente, de manera muy ensalivada, apretando con sus labios, pasándola por las encías, punteándome con la lengua, marcándome un poquito con los dientes, recorriendo las paredes interiores, metiéndosela bien dentro de vez en cuando y volviendo a empezar una y otra vez. Como al mismo tiempo no para de menearme la piel de la tranca con buen ritmo, pues es verdaderamente cojonudo.

Y ahora viene cuando, según ella, me equivoco una vez detrás de otra y empiezo a tratarle como si fuera una guarra actriz porno o una mala puta, tal y como me dijo en su momento. Le pongo la mano derecha sobre la cabeza y empujo con la pelvis hacia dentro, haciendo un suave movimiento de entrar y salir que a mí me encanta, como si le estuviera follando la boca despacito. Ya estoy cachondo como un garañón en primavera, la polla con todas las venas hinchadas, el capullo bien rojo, ancho, como el sombrero de una seta, y todas las ganas del mundo de correrme en esa boca tan fabulosa que tiene Amparo. Llevado del calentón y ante la cercanía del orgasmo, pues quizás pierdo un poco los papeles, así que me ayudo algo más con la mano haciendo más fuerza, intento acercar más su cabeza y meter entera la polla más veces y más deprisa, lo mismo que hemos hecho en mogollón de ocasiones. Me dejo llevar a la búsqueda de ese puntito de no retorno que es cuando sabes que estás ya mismo para correrte, empiezo a hablar según me sale, sin control alguno, con confianza y naturalidad:

—Sigue mi niña, no pares; qué rico, guarra; qué bueno, golfa; ahora, ahora, mi puta; sííííííí…

Ahí va toda mi leche de hombre, dentro de la boca, lo más dentro posible. Joder, qué bueno es, qué gustazo.

Al menos Amparo espera a que me corra, aunque no se traga el semen ni me limpia la polla con la puntita de la lengua, que son dos cosas que me gustan mucho y a veces me da ese capricho porque sabe que es como si me diera más placer todavía, como si prolongara mi orgasmo y la corrida fuera mayor.

—Eres un cabronazo, me tratas como a una puta y encima me lo llamas

—Amparo, cariño, que no, que es sólo por la excitación, que tú sabes perfectamente como soy y lo que de ti pienso

—Damián, eres un cerdo que me dice cualquier cosa con tal de tener un orgasmo de la manera que más te gusta

Como está muy cachonda no me impide que me ponga a mamar sus pezones un ratito, aunque no me besa en la boca cuando lo intento, y de inmediato empiezo a acariciar la sensible zona del clítoris. Cierra los ojos, empieza a respirar más rápido y con sus manos dirige mi cabeza hacia abajo para que se lo coma —ni más ni menos que lo mismo que yo hago cuando estoy bien empalmao— suavemente, con mucha lengua, abarcando el total de su clítoris erecto, vibrante. Es una gozada, más todavía viendo las reacciones de Amparo, dando grititos, jadeando y hablándome:

—Lo que me haces, cómo me pones; sigue, sigue

Todavía dura dos o tres minutos más, durante los que le doy una comida de la hostia, con labios, lengua, restregándole la nariz y la cara entera por el chocho, con las dos manos agarradas, engarfiadas, en su duro culo, manteniendo el ritmo, sin descansar, procurando no cansar mi lengua como para tener que dejar de hacérselo.

—Ahhh, ahhh, sííííí, ah, ah…

Amparo es clitoridiana, en contadas ocasiones se corre sólo vaginalmente, y cuando lo hace únicamente con la polla es como si le faltara algo, como si no se corriera del todo. Por el contrario, con el clítoris monta un buen escándalo, su orgasmo es largo, intenso, muy sentido. Tremendo.

—Cerdo, qué gusto me das

Me da un beso en los labios, muy suave y casi alejándose de mí —no le gusta el sabor de su propio coño— y se marcha camino de la ducha.

—No se me ha olvidado tu actuación machista, tengo que pensar sobre ello

Para mí que detrás de este cabreo —parece distinto a un simple berrinche— hay algo más, y no muy lejos está su amiguita Mercedes, la cabrona que me tiene manía desde que preferí a Amparo a ella, estoy casi seguro que le está comiendo la oreja con el asunto de mi presunto trato machista hacia ella. Trabajan juntas, aunque Amparo es jefe de Mercedes —es su secretaria— lo que hace que esta le haga la rosca como una auténtica pelota, además de ser un bicho que todo lo que tiene de maciza lo tiene también de mala leche. No puedo entender la amistad entre ellas dos —Amparo es siete u ocho años más joven, es abogada con cierto nombre e importante para el bufete en el que trabaja— pero se tienen mutua confianza y se lo cuentan todo o casi, además de ser ambas adictas a los rayos UVA. Según dice Amparo, le ayudó bastante en sus primeros tiempos de ejercer como letrada, cuando sólo era una novata recién licenciada.

Hace algo más de dos años, antes de ser pareja de Amparo, me presentó un amigo a Mercedes, nos caímos bien, tonteamos en alguna ocasión, y tras quedar los dos solos para tomar unas copas —es fiel consumidora de gintonics— estuvimos follando como locos todo un fin de semana en su casa. Vaya desparrames que monta la tía.

Rubia, alta, ancha, grande y fuerte, llaman la atención sus tetas, parecen balas de cañón, juntas —menudo canalillo tiene— grandes, con dos areolas oscuras de gran tamaño, muy anchas, que rodean pezones también oscuros, redondos, cortos, gruesos, apuntando hacia abajo. Es todo un festín, porque no lo he dicho, pero a mí los pezones de hembra me gustan mucho, mamarlos, comerlos, suavemente al principio y aumentando la dureza poquito a poco, me excito como un verraco.

No se puede decir que Mercedes sea guapa, pero sí atractiva, rubia natural, en tono dorado oscuro, se tiñe de un rubio más amarillo —cuando se pone cursi lo llama espiga de trigo— e incluso de color caoba cuando, según ella, está depre. Sus bonitos ojos color caramelo y la boca grande, recta de labios finos, disimulan una nariz demasiado grande y algo picuda. Anda detrás de arreglarse la nariz, pero no se decide a operarse.

Además de las excitantes tetas, su cuerpo es el de una mujerona grande a la que quizás sobren algunos quilos, pero los tiene perfectamente repartidos entre un estómago abombado, unos muslos anchos, fuertes, y un culazo muy grande, impresionante, duro, alto, como una perfecta gran sandía partida en su centro por una ancha oscura raja en donde destaca un ano grande, apretado, del mismo color que los pezones. Como desde el primer momento me permitió penetrar su llamativo culo y entré con bastante facilidad, se convirtió en mi manera preferida de follármela durante los cinco meses en los que nos estuvimos viendo al menos un par de veces por semana. Su pubis luce una gran mata de vello rubio oscuro, denso y rizado, que en muchas ocasiones rapa por completo y otras sólo arregla por los bordes, porque le gusta el color de su pelo, dice que realza el tono oscuro de sus gruesos labios vaginales. Es una tía camera, camera, de las que tienen un polvo detrás de otro —ese culazo es especial, desde luego, y unos azotes que lo hagan sonar me la pone bien dura— y no se corta en pedir sexo a todas horas, sin negarse a nada. Menos haciendo el pino me parece que de todas las maneras me la he follado, y recuerdo alguna que otra paja cubana ayudada por su lengua que fueron de categoría, de las que se vienen a la mente cuando uno está en época de vacas flacas.

Mercedes no le hace ascos a nada —varios tríos nos montamos con una amiga suya, y en su cumpleaños, conmigo y con dos boys musculitos que contraté, estuvo comiendo polla toda la noche, tragando leche sin parar, follando y recibiendo rabo por todos sus agujeros, en plan puta a tope, que hasta pidió que los tres le hiciéramos un pising en su bañera— desde luego que conmigo no le salió la vena feminista, mutuamente nos llamábamos de todo en el cénit de la excitación, así que sólo puedo pensar que está malmetiendo entre mi novia y yo.

Fue ella la que me presentó a su jefa e indirectamente quien me echó en sus brazos por hacerle la pelota a Amparo, presumir de mi polla y animarnos a hacérnoslo dado que no éramos pareja ni ella es celosa. Y follamos, por supuesto que sí, durante unas semanas me acostaba con las dos —qué tiempos más buenos para mí— hasta que Amparo y yo nos fuimos acercando cada vez más, nos hicimos novios de hecho y hasta hoy. Entonces Mercedes lo tomó de manera deportiva, se alegró por nosotros —hasta nos organizó una fiestecilla con amigos un puente en una casa rural de la sierra de Gredos— según dijo en repetidas ocasiones, y ella y yo perdimos prácticamente el trato, salvo si coincidimos muy de vez en cuando porque voy a buscar a Amparo al bufete o si tomo una copa con el grupo de compañeros de trabajo de mi novia, lo que pocas veces sucede. Nos saludamos, charlamos brevemente si llega el caso y nada más, aunque me ha parecido detectar más de una vez un resquemor, una cierta mala leche por su parte hacia mí. Se lo comenté a Amparo, pero ni siquiera lo consideró.

Néstor es un treintañero dominicano que se gana la vida poniendo copas en su pequeño bar y se saca un sobresueldo haciendo de stripper en despedidas de soltera e incluso cobrando por follarse a mujeres maduras que requieren sus servicios, bueno, y también algún que otro tío, que de todo hay. Mulato, musculado de gimnasio, muy guapo, simpático, amable, alegre, educado, y veintitrés centímetros de gruesa polla morenita, le hacen muy deseable para muchas y muchos. Mercedes siempre ha estado muy quedada con él desde un punto de vista sexual, visita a menudo el bar para charlar un rato y, en ocasiones, contratar sus servicios. El tío es inflexible, si no es él quien pide follar, tiene que cobrar por hacerlo, sea quien sea quien se lo pida. Desde que ella y yo nos montamos un trío con él nos tenemos mutua simpatía y me dejo caer —solo o con mi novia— de vez en cuando por su coqueto bar de copas para saludarle. Fue el primero que detectó la inquina de Mercedes hacia mí y me avisó de ello.

—Esa fiera rubia sigue colada por tus huesos, Damián, deberías follártela unas cuantas veces, y si sigue malmetiendo al oído de tu novia, le das una paliza y te la vuelves a follar, aunque igual provocas el efecto contrario, nunca se sabe cómo va a reaccionar un chocho calentón como esa culona

No sé qué hacer, porque me temo que dejar pasar el tiempo no es solución, además que yo soy caliente y quiero sexo a menudo, tal y como hasta ahora estaba teniendo con Amparo.

Maite es una amiga de Mercedes con la que ambos nos montamos varias veces un trío muy guapo y con la que mantengo cierto trato, dado que la empresa de servicios informáticos en la que trabajo está contratada por la gestoría propiedad del padre de Maite y en ocasiones tengo que ir por su local. Nos saludamos con simpatía, tomamos café, charlamos, vacilamos un poco —está deseando que yo convenza a Amparo para que nos lo hagamos con ella, le gusta mucho, dice que es una diosa— y dado que esta tarde voy por su trabajo, he pensado invitarle después a unas copas y ver si sabe decirme algo sobre su amiga Mercedes y lo que le esté contando a mi novia.

—No sé qué decirte, Mercedes es bastante cabrona cuando se pone a ello, y sí, tú le gustas mucho, se quedó impresionada, pero también le tiene mucho aprecio a tu novia, a lo mejor es que quiere follaros a los dos, aunque nunca ha tenido mucho de bollera, que yo sepa soy la única hembra con quien se lo hace

Es una mujer simpática, guapetona, que está muy cerca de los cuarenta, casada con un militar destinado en la embajada en no sé qué país, se ven poco y a ella le viene perfecto para vivir una vida sexual variada, relativamente promiscua, presidida por su evidente bisexualidad.

—Qué te parece si tú y yo nos lo hacemos, nos vamos al apartamento a darnos gusto y tienes mi palabra de honor que Mercedes no va a saber nada, por si se lo cuenta a Amparo

El apartamento al que se refiere es un pisito que tiene alquilado en un barrio algo retirado para llevar adelante sus diversiones sexuales sin comprometer al marido, de quien tiene permiso para hacer lo que quiera siempre y cuando sea muy discreta. Y lo cumple.

No es muy alta, delgada, quizás parece poquita cosa las primeras veces que en ella te fijas, pero tiene de todo y bien puesto. Cabello castaño rojizo, no muy oscuro, lacio, le llega hasta por debajo de los hombros, sujeto casi siempre en una cola de caballo, sin flequillo. Es guapa, de rasgos finos y elegantes, con ojos oscuros llamativos, nariz recta de pequeño tamaño y una boca también pequeña de finos labios rojizos.

Desnuda gana mucho, primero porque se hacen evidentes sus bonitas curvas, y segundo porque tiene un cutis y una piel preciosos, de un bonito tono moreno natural, suave, sin mancha ni marca alguna. Hombros bonitos que enseguida ponen de manifiesto unas tetas pequeñas, de tamaño perfecto para su cuerpo, altas, duras, más bien picudas, llevando en el extremo pezones alargados, del mismo color rojizo que los labios de su boca, casi sin areolas visibles, granuladas. Musculada sin marcar en exceso —dice que es genético, nunca ha pisado un gimnasio— tras un bonito achinado ombligo, muy grande, llamativo, y la estrecha alta cintura, se centra la atención en la pequeña rizada mata de vello púbico castaño, más bien rojo, que apenas oculta el abultado sexo, siempre mojado y brillante. Los muslos son bonitos, fuertes, en consonancia con las largas y altas piernas perfectamente delineadas. Caderas amplias, redondas, cobijando un culo del que se puede decir es una bonita ancha pera, con una raja muy fina, rojiza, que parece querer destapar en su final el pequeño arrugado ano y los labios vaginales, del mismo tono que los pezones o los labios de la boca, que se ven desde atrás accesibles, descarados, llamando a ser penetrados. Está buena, sí señor.

Me desnuda —me gusta desnudar a los tíos que me ponen cachonda— sin prisas, besando cada parte de mi cuerpo que va descubriendo, dejando para el final el quitarme el pequeño slip granate tipo tanga que llevo puesto. Antes, con la mano derecha acaricia y aprieta mi paquete mientras se centra en comerse mis pezones, para bajar después besando y lamiendo por el estómago y el vientre. Llega el momento de liberar la polla y los huevos, para lo que se pone en cuclillas —vaya pollón, cómo me gusta— e inmediatamente besa varias veces, como dando suaves piquitos, el tronco y el capullo del ya crecido rabo. Acaricia con mano experta los huevos, los aprieta varias veces, se pone un poco de lado para ver mi culo, al que da algunos sonoros azotes, antes de volver a ocuparse de la polla, metiéndola en su boca, chupando con muchas ganas, saboreándola, mamando el glande y comenzando a mover su mano de manera acompasada a lo largo de la tranca, descubriendo el capullo para ensalivarlo más todavía y dándose un verdadero atracón durante varios minutos en los que tengo que controlarme para no dejarme ir en busca de mi orgasmo.

Hago que se ponga a cuatro patas sobre la gran cama del dormitorio, con las rodillas juntas, la cabeza apoyada sobre el colchón, de manera que su culo se hace más evidente, se ensancha, se pone tenso, totalmente apetecible para mí. Según se lo acaricio y beso —a todas les encanta que les meta la lengua bien dentro del culo, muchas veces, muy suave, con mucha saliva, repitiendo durante mucho rato— no puedo evitar preguntarle si le molestan los insultos, algo que ya le he comentado en alguna ocasión que me pone a mil por hora, que me ayuda en mi excitación.

—Cuando vuelve mi marido a casa follamos sin parar. Le excita que le cuente mis aventuras sexuales, que le dé detalles. Me insulta, me dice de todo, e incluso me castiga por puta. Las primeras veces me daba un poco de reparo, pero no es más que otra manera de excitarnos, de ponernos más calientes, de jugar, y me gusta, así que no puede molestarme que quieras ponerte más cachondo llamándome lo que te apetezca o te pase por la cabeza en ese momento

Le pido que coja sus nalgas con las manos y haga fuerza hacia los lados para abrir la raja, como si me lo estuviera ofreciendo, un gesto que siempre me gusta, supongo que me da sensación de poder sobre la hembra a la que voy a encular. El tubo de suave gel lubricante que tiene sobre la mesilla me sirve para meterle varias veces el dedo índice y pringar su apretado ano, así como todo el largo de la polla y el capullo —diecinueve centímetros y medio por casi cinco de ancho, un poco menos grueso el picudo glande— que está vibrante, con el rabo tieso y duro como en las grandes ocasiones. Los dos primeros intentos son fallidos, pero a la tercera va la vencida y la polla se abre paso sin demasiada dificultad, provocando un par de grititos de la hembra, quizás de queja, a quien le he pedido que se apoye con los brazos en la cama para poder agarrarme a su cintura y el comienzo de los glúteos con ambas manos, con fuerza, como a mí me gusta, sintiéndome poderoso, notando en la polla los apretones de los músculos anales, al mismo tiempo que los suaves restregones del metisaca que le estoy dando. Una follada de puta madre.

La tarde ha sido completita. Me he corrido tres veces, en el culo, en el coño y en la boca de Maite, quien se muestra complacida y contenta porque también ha gozado varias veces con ganas. Cuando salgo de la ducha, me visto, nos damos un suave beso, y me despide diciendo:

—A Amparo tampoco le deberían molestar especialmente los insultos si te cuidas de darle gusto, tendrás que preguntarle, explicarlo y también demostrarle que no es ningún desprecio hacia ella, que es sólo sexo. También tú tienes derecho a tener lo que te da placer, no lo olvides

Maite es una tía cojonuda. A ver si logro normalizar pronto la situación con Amparo y después le plantearé lo de montarnos un trío con esta caliente mujer. Seguro que a los tres nos gusta, y dos ya lo estamos deseando.

Hablo por teléfono con Amparo, sigue con cierto distanciamiento, me vuelve a decir que está cabreada y desilusionada. Quedamos en vernos el próximo viernes, cuando ella salga de trabajar.

Desde siempre Irene ha sido mi amiga, mi gran amiga. Tiene cinco años más que yo, nos conocemos desde cuando vivíamos en el mismo barrio y su hermano pequeño era compañero mío de colegio. Antes de mis veinte años entré a trabajar un tiempo como mozo en el almacén de material de construcción de su familia, y un día de verano en el que estábamos solos a la hora de cerrar, Irene y yo nos acostamos. Era la primera vez que yo lo hacía con una mujer que no era prostituta, de las de pagar.

Puede que indirectamente sea Irene la culpable de mi gusto por llamarle puta a las mujeres durante los momentos previos a mi orgasmo, a ella eso siempre le ha excitado y me lo pedía habitualmente, de manera que me acostumbré durante las muchas veces que follamos, en el pasado y ahora, porque nunca hemos dejado de vernos, de tener confianza y, por supuesto, de darnos gusto mutuamente.

Desde hace unos cuatro años vive Irene en la costa de Almería. Enviudó pocos años después de haberse casado, sin hijos, tuvo la suerte que una importante empresa inmobiliaria se interesó por los terrenos en donde estaba situado el almacén —han construido ahí mogollón de pisos— le pagó bien, incluyendo un chalet en el pueblo en donde vive actualmente y un piso nuevo para su hermano en una moderna zona residencial. Más o menos cada tres meses viene a Madrid a ver a sus dos sobrinos, de tiendas, al fútbol —es una forofa madridista feroz— quedamos en su antiguo piso del barrio, charlamos, nos contamos nuestra vida, tomamos unas copas, y follamos.

Irene es una mujer que resulta atractiva, de estatura mediana, pelo castaño siempre teñido de rubio marilyn, lo lleva bastante corto, sin flequillo, peinado hacia atrás en la mayoría de las ocasiones, destapando sus pequeñas orejas redondeadas. En su rostro moreno de sol destacan las oscuras pobladas cejas, que contrastan con el color del cabello, expresivos ojos marrones, siempre brillantes, la nariz romana, algo grande, y una boca acorazonada de labios anchos, chupones. Es delgada, ágil, fibrosa, con tetas que parecen grandes para su cuerpo, más bien bajas, separadas, apuntando cada una a un lado, empiezan un poco planas y ganan rápidamente volumen para, ya al final, ser redondeadas, como si fueran dos quesos de bola, duros, ligeramente aplastados, con pezones redondos, grandecitos, oscuros, del mismo color marrón que las pequeñas areolas circulares que los contienen. Ni gota de grasa en el estómago o el vientre —le encanta comer y tomar copas, pero jamás engorda— resulta llamativo el abundante vello púbico, del mismo color rubio que el pelo de la cabeza —lo tiñe porque así le gustaba a su difunto marido y ha continuado con esa costumbre, a ella también le gusta— que arregla de distintas maneras, aunque nunca lo depila del todo. Le encanta que le coma el coño, con el sexo oral goza como una yegua en celo, más que cualquier otra mujer que yo haya conocido, porque tiene un clítoris ancho y largo protegido por un llamativo capuchón también grande, en erección más parece un gran pezón tieso o una minipolla dura.

Su culo ancho, es alto, duro, como un perfecto melocotón atravesado por una raja muy apretada que parece querer proteger el redondo agujero marrón, pequeño, que siempre me ha resultado muy apetecible. Ella me enseñó a darle por el culo a una mujer, primero con la lengua y los dedos, después metiéndole la polla. Las piernas largas, finas, de duros muslos estrechos, son muy bonitas, parecen especialmente hechas para lucir minifaldas y vaqueros ajustados, lo que hace habitualmente. En conjunto es una tía buena, caliente, que se puede llegar a convertir en un volcán escandaloso en el momento del sexo.

—Pues qué tontería, Damián, tampoco hay que ponerse de uñas porque un tío hable e insulte a su mujer durante el coito para correrse mejor. A mí me gusta porque me excita, ya lo sabes, quizás tu novia se pasa de niña pija o de tenérselo creído. Muchos chochitos lindos no saben valorar lo que tienen, debería estar contenta porque la quieres en vez de hacerle caso a esa lagarta amiga suya. Debe haber algo detrás que tú no sabes

Desde luego Irene siempre me ha aconsejado bien y sabe decirme lo que necesito oír, si además le sumas que estoy callado porque llevo un ratito comiéndole el chocho de la manera que más le gusta, pues como no la voy a querer. Está tumbada boca arriba, atravesada en la cama, con las piernas muy abiertas, debajo, un gran grueso cojín puesto a la altura de la cintura le levanta el culo y el pubis, de manera que llego fácilmente con la boca a ambos y en los dos me detengo un ratito, en especial con la lengua, sin olvidarme de utilizar los labios. Irene se queja suavemente, gime cada vez que toco el clítoris con la sinhueso, y no deja de hablar en voz baja.

—Ay, ay, ay, qué rico me lo haces, cómo me gusta

Llevo ya varios minutos ocupándome de su erecto gran clítoris. Me resulta muy excitante sentirlo tan grande, poder meterlo en la boca, sujetarlo con los dientes y los labios, estirar de él, notar la gran excitación de la mujer, que poco a poco ha ido subiendo el nivel de sus gemidos y quejidos.

—Sigue, no pares, qué perra me pones; qué golfa soy, qué puta, ¿verdad que sí, mi niño?

No puedo contestar. Estoy agarrado a sus nalgas con las manos, poniendo los brazos por fuera de sus piernas, que mueve de manera más o menos instintiva, incontrolada, al igual que la pelvis, al ritmo de la comida que hago a su clítoris. Una característica de Irene es lo mucho que se moja, la gran cantidad de oleosos jugos vaginales que produce, así que tengo toda la cara empapada de sus jugos y de mi propia saliva. Cuando se corre parece eyacular —si eso existe en las hembras— se moja todavía más y los líquidos parece que los orine por la cantidad y la fuerza con que los expulsa. Todo ello acompañado de un largo grito y algunas frases dichas en voz alta:

—Síííííííí, ay, ay, ooooooh;  cabrón, qué gusto me das

Me aparta las manos y la cabeza cuando intento seguir acariciándole —puede llegar a tener como una decena de orgasmos sin demasiado esfuerzo, eso sí, después de los tres o cuatro primeros ya son más cortos y menos intensos— se escapa hacia arriba en la cama y queda recuperándose del intenso orgasmo, con los ojos cerrados, respirando con fuerza, subiendo y bajando su pecho.

—Espera un poquito, espera

No quiero esperar, tengo la polla tiesa y dura como el mango de una pala. Me arrodillo y subo hasta poner su coño a mi alcance, me ayudo con la mano derecha e introduzco el rabo sin mayor esfuerzo en el empapado chocho, pasando a sujetarme con las dos manos en las caderas de Irene. Tras tomar posesión plena del coño, sabiéndome en terreno totalmente conocido, moviéndome dentro a derecha e izquierda, comienzo un metisaca tranquilo, no demasiado rápido, profundo, llegando todo lo que puedo, en ocasiones sacando la polla entera y volviéndola a meter, sintiendo la humedad, la suavidad, el calor, la presión de las paredes de la vagina. Irene se ha vuelto a poner cachonda, como le pasa siempre, y ya me acompaña en la follada adelante y atrás, acompasando su movimiento al mío, al ritmo que poco a poco voy incrementando, sujetándose con sus manos a mis brazos, suspirando, gimiendo, dando grititos que van subiendo de tono según se nota más excitada. A mí me queda poco, ya tengo esa sensación especial que comienza en algún lugar indeterminado de la columna vertebral, continúa por el culo, pasa a la próstata, recorre un camino que parece bastante largo hasta llegar a los testículos, se traspasa al interior de la polla, al comienzo de la tranca, y lentamente parece subir en dirección al capullo. Me asaltan las ganas de hablar.

—Qué bien follas, mujer; qué golfa más guarra; eres la más puta, la mejor de todas

Irene se corre dando un largo grito, en voz alta, durante el tiempo que dura me moja como si fuera una fuente de oleosos jugos, mientras que su coño abraza con más fuerza mi polla, le da pellizquitos incontrolados, suaves la mayoría y alguno más fuerte, así que ya no aguanto más, eyaculo sintiéndome el rey del mambo, con una sensación de alegría, de liberación, de descanso ante el agobio previo, que me deja cansado y derrotado durante un buen rato, acostado a su lado en la cama.

—Vengo a ver a mi familia muy a gusto, pero tus polvos son los que me hacen salir de Almería, cómo me gustas, cabrón  

No me digáis que no es como para sentirse contento, satisfecho, con el ego crecido. Pues así pasamos la mayoría de los diez o doce días que Irene suele permanecer en Madrid.

—Lo he pensado un poco últimamente y quiero que me presentes a tu amiga Maite. Tengo curiosidad por saber si me puede gustar el sexo con una mujer y un hombre a la vez, bueno, contigo. ¿Crees que le puedo gustar?

Que se puede contestar salvo darle un beso e intentar excitarle de nuevo. No resulta muy difícil.

He dejado pasar medio año desde que empecé a confesar aquí mi situación sentimental y sexual. Las cosas han cambiado un poco, ya no estamos juntos Amparo y yo, tampoco vivo en Madrid.

Es viernes, alrededor de las nueve de la noche estoy esperando en el coche a Amparo, aparcado en segunda fila, molestando porque hay mucho tráfico, apenas nos podemos saludar cuando se sube al automóvil, me da un suave beso e inmediatamente dice:

—Vamos a tu piso, estoy salida

Ni hablamos, durante el breve trayecto no ha dejado de tocarme el paquete por encima del pantalón. Nada más llegar nos desnudamos con prisas y de nuevo me impacta su cuerpo fabuloso, estoy completamente palote. Tengo ganas de ella y ella de mí.

Me ha estado chupando la polla varios minutos, arrodillada en el suelo, sólo con la boca, como sabe que a mí me encanta, sin quejarse porque le sujete la cabeza con mis manos y haga un suave movimiento de follar en su boca. Se pone en pie, me coge de la mano y me conduce a la cama del dormitorio.

En la cama estamos enfrentados Amparo y yo, sentados, con las piernas estiradas, las mías por fuera de las suyas, agarrados de las manos, sujetándonos mutuamente. Le tengo metida la polla en el coño, todo lo dentro que puedo llegar, apenas me muevo, casi me limito a sentir como las paredes vaginales de la hembra aprietan mi rabo. Como si estuviera haciendo algún tipo de gimnasia, me da pellizquitos alternando suaves y más prietos, llevándome a un estado de excitación de gran ansiedad. Me dejo hacer tal y como ella me ha pedido al comenzar, es quien se mueve, muy suavemente, adelante y atrás, a derecha e izquierda, sin dejar de apretarme la polla de esta exquisita manera. Mi agitada respiración presagia el cercano orgasmo, lo que sucede en apenas un par de minutos.

Ahhhhh, qué cojonudo, qué corrida más buena, qué gozada. Me vacío de manera que parece que lleve mucho tiempo sin follar —no es del todo mentira, al menos con ella— y después  de volver a la vida, miro a Amparo.

—Ahora tú

—Descansa, no tenemos prisa, aunque sí tengo muchas ganas

Desnudos ambos nos sentamos en el sofá que tiene delante una mesa baja. Tomamos una copa y compartimos un cigarrillo rubio, cosa rara porque yo no suelo fumar y Amparo sólo cuando está nerviosa o le pasa algo. Será por la excitación.

No estoy con una erección muy presentable, apenas tengo la polla un poco morcillona, así que mi novia hace que me tumbe de nuevo en la cama. Me besa por todo el cuerpo con suaves besos que se acompañan de lamidas, muchas, un poco más largas y ensalivadas a cada rato, volviendo a besar suavemente, otra vez lamiendo, cambiando una y otra vez, centrándose en los lóbulos de las orejas, las comisuras de los labios, dándole un buen repaso a los pezones, el estómago alrededor del ombligo, los muslos y las ingles, los huevos… una y otra vez, repitiendo, volviendo al principio, acercándose cada vez más a la polla, sin llegar a tocarla. Me tiene loco, nunca me ha excitado de esta manera tan cojonuda. Ya tengo la polla tiesa y dura como el mango de un martillo, palpitante de deseo.

Amparo se sube encima de mí, arrodillada con una pierna a cada lado de mis caderas, tomando la polla con una de sus manos y metiéndosela en el mojado coño. Suspira con fuerza, se queda quieta durante unos instantes, moviéndose después arriba y abajo, cabalgando sobre la tiesa polla, pasando a moverse en círculos, a derecha e izquierda, otra vez follándome arriba y abajo, dándome golpecitos con su pubis, ayudándose a subir y bajar con muslos y piernas, profundamente, con los ojos cerrados, la boca abierta, la nariz aleteando en busca de aire, gimiendo, cada vez un poco más fuerte. Vaya polvazo que me está echando.

La tengo sujeta con una de mis manos de las duras nalgas, bien agarrada, con fuerza, mientras llevo la otra mano a la zona del clítoris de la ansiosa hembra. Según comienzo a acariciárselo responde dando un grito corto, ronco, fuerte, que se continúa en quejas y gemidos ansiosos, a la búsqueda de su necesitado orgasmo, que llega no mucho después, largo, sentido, lanzando un fuerte escandaloso grito, sin detenerse en el movimiento de la follada, durante muchos segundos.

—Síííííí, sííí, sí, sí, sí… Ahhh, qué rico, qué bueno

 Me descabalga, se derrumba boca arriba a mi lado, descansando, intentando recuperar el resuello, dando todavía algún que otro golpe instintivo con su pubis, palpitando sus pechos picudos como si estuvieran bailando suavemente al ritmo de la alterada respiración, sonriendo, mirándome, valorando mi todavía tremenda erección y el movimiento de mi mano.

—Espera, no te masturbes

Me cuesta, pero lo intento, noto los huevos como si estuvieran hirviendo, dentro del culo algo parece abrirse y cerrarse aumentando mis ganas de gozar, el tronco del rabo está hinchado marcando todas las venas, y me parece que pocas veces he tenido el glande tan rojo y tan grande como ahora mismo. Quiero correrme, lo necesito.

Amparo se ha levantado y ha ido urgentemente al cuarto de baño, suena su móvil y como lo ha dejado en la mesilla de noche, veo escrito en la pantalla iluminada el identificador de la misma: mi amor, con un corazoncito rojo que parece esté latiendo. Vaya, ese no soy yo. Amparo ha oído el teléfono, y cuando mira de quien era la llamada se ha puesto nerviosa, mejor dicho, creo que los nervios provienen de mi presencia y que yo pueda haber visto que hay una persona a la que identifica con mi amor. Sin ni tan siquiera mirarme, en voz baja, temerosa, dice lo siguiente:

—No quiero seguir contigo, Damián, hoy es la última vez que estamos juntos. Por favor, no digas nada, no quiero hablar ni darte ninguna explicación, no sé si más adelante, pero ahora mismo, no puedo hacerlo

Se acerca a mí, me besa, insiste porque no respondo, mete la lengua en mi boca, agarra con una mano la polla y con la otra mi culo, empieza a acariciarme, pegándose mucho a mi cuerpo, con los ojos cerrados, sin dejar de besarme guarramente, llenándome de saliva la boca y la cara. No sé qué hacer, estoy excitado, me la quiero tirar de nuevo y al mismo tiempo aún no he digerido la frase que me ha soltado hace un momento. Me dan ganas de darle un empujón, de pegarle unas bofetadas, incluso, pero siempre me han dicho que soy bastante cerebral, debe ser cierto porque respiro hondamente y decido ocuparme de darme una alegría, luego ya veremos.

—Ponte de perra, puta

Sobre la cama, con las rodillas cerca del borde y las piernas muy juntas, es un bonito espectáculo tener a Amparo a mi disposición, a cuatro patas, quizás algo tensa por lo que yo quiera hacer. La verdad es que lo quiero todo, empiezo metiéndole la polla tiesa, dura, vibrante, en el mojado coño, de un solo golpe, con fuerza, regodeándome en el quejido en voz medianamente alto que da la mujer. Dos azotazos fuertes, sonoros, son la señal de comienzo de la follada dura, rápida, que le doy durante bastantes minutos, agarrado a sus caderas en la estrecha cintura, pellizcándole con mucha fuerza. Es evidente que de nuevo está cachonda, porque enseguida acompaña mi movimiento adelante-atrás al mismo ritmo con que me la estoy follando.

—Zorra, estás comiendo polla por ahí, eh, buena puta estás hecha

De repente me detengo, se la saco, tardo pocos segundos en extender sobre la tranca unos cuantos chorros de crema lubricante, apunto ayudándome de la mano hacia el apretado ano y empujo con ganas hasta que logro meter el capullo, provoco un grito de la hembra, y tras sujetarme en las caderas, sigo empujando hasta tenerla entera dentro del culo. Estupendo.

Le estoy dando por el culo con buen ritmo, de manera profunda, sintiendo como se abren y cierran los esfínteres con mi movimiento, sin hacer ningún caso de las quejas constantes de Amparo, dándole algún que otro azote, aderezándolo todo con mis insultos.

—Eres una perra salida, ¿tu amor no te da lo que necesitas?, ¿sabe ya que eres muy golfa?

La enculada está siendo de las de premio Nobel, si sigo me voy a correr y al menos me falta una cosa todavía. Como tengo la polla necesitada de urgentes cuidados intensivos hago que se baje de la cama, pongo a la mujer de rodillas en el suelo para que me la chupe con mucha saliva, sólo con la boca, sin usar las manos —le ordeno que las ponga a su espalda—  y en pocos segundos se comporta en plan mamona guarra, haciendo mucho ruido, empapada de sus propios jugos bucales, sujetándole de la ahora despeinada y enredada cabellera, dándole algunos duros tirones, parándome en varias ocasiones a golpear sus mejillas como si le diera bofetadas con la tiesa polla, a modo de desprecio, comentando lo puta que me parece, hasta que no aguanto más, le obligo a echar hacia atrás la cabeza, con la boca muy abierta y la lengua fuera apoyada sobre la barbilla, agarro la polla con mi mano derecha para cascármela a mucha velocidad y cuando llega mi orgasmo eyaculo como un surtidor sobre el rostro de Amparo, intentando que alguno de los chorrillos le entre en la boca. Joder, ¡qué bueno, qué corrida más cojonuda!

No he terminado con esta hembra, agarrándole aún el pelo llevo con mis dedos a su boca los lechazos de semen que han caído en su cara, se los meto dentro sin ninguna delicadeza por mi parte, le pido que trague todo y después le obligo a que me la limpie, con mucho cuidado, tratando mi capullo con la mayor suavidad.

Ya no me preocupo más de ella, me da igual si está o no excitada, como penúltimo gesto de desprecio por mi parte, me limpio en su cabellera mi rabo ya desinflado, envolviéndolo entre los pelos, diciéndole que es una mala puta hasta para despedirse de un tío que la ha querido. He estado a punto de mear sobre ella, pero le tengo aprecio a la gruesa alfombra, regalo de Irene, y paso del asunto.

Lleva hipando, medio lloriqueando, unos minutos, lo que incrementa en el mismo momento en el que recojo su ropa dispersa por el suelo, el móvil, su bolso, lo arrojo sobre ella y le ordeno que se marche ya mismo:

—Sudada, sucia, guarra, pringada de mi semen, es como tienes que ir, ¡so puta! No quiero volver a verte en mi vida

Medio a empujones hago que salga del piso y cierro la puerta de golpe sin preocuparme si ha terminado o no de vestirse. Adiós a un par de años de mi vida y a las muchas ilusiones que me había hecho.

Como dije más arriba, ha habido cambios en mi vida, no hay mal que por bien no venga. Me he mudado a un pueblo de la costa del levante almeriense, sí, Irene y yo vivimos juntos, como pareja. Incluso vamos a casarnos, queremos adoptar una niña rusa, así que hemos empezado los trámites burocráticos, a finales de junio nos casaremos en los juzgados de la calle Pradillo de Madrid y a primeros de septiembre vamos a Moscú a por una preciosa niña de tres años curiosamente llamada Erena —Irene en ruso— de quien ya hemos visto varias fotografías. Lo estamos deseando.

Contaré que no me mudé yo solo, sino que conmigo se vino Néstor. Como su bar no daba demasiado dinero, lo traspasó a un compatriota y ha montado aquí algo parecido, en la playa, con un ambiente mucho más tropical, más bullanguero y vacilón. Menudo éxito ha tenido —él y su polla, desde luego— entre el gran número de maduras extranjeras —italianas, belgas, alemanas— con un buen pasar económico que están todo el año tomando el sol, la inmensa mayoría sin pareja, solteras, divorciadas, viudas, muchas practicantes de nudismo, siempre con ganas de sexo. En su bar no se cabe por las noches —buenas copas a buen precio, excelentes tapas gratis, música alegre— en especial a la hora del espectáculo de varios stripper, machos y hembras, de cuerpos esculturales. Irene y yo somos buenos amigos suyos, así que de vez en cuando —cuando ella lo pide— nos montamos un trío sabrosón y no nos cobra.

Me encuentro feliz y a gusto, no sólo porque no tengo límites verbales —ni de otro tipo si quisiera— a la hora de follar, sino por el tipo de vida que ahora llevo, tranquilo, sin sobresaltos ni presión, con mi pareja, próximo a ser padre —me hace mucha ilusión— sin estar pendiente de trabajar y prácticamente sin obligaciones. Sol, playa, copazos, sexo, algún viajecito no demasiado largo y poco más, os lo recomiendo, merece la pena, aunque antes te tiene que tocar la lotería o dar un buen braguetazo, como en casi todo, la suerte ayuda.

Maite ha venido varios fines de semana a visitarnos —este próximo viernes por la noche viene— ella e Irene se llevan muy bien desde que las presenté y se conocieron íntimamente en Madrid, se han hecho amigas y tienen contacto casi diario vía e-mail. Cuando viene pasamos buenos ratos follando los tres juntos. Nos trajo noticias hace poco, parece ser que mi exnovia se ha comprometido con uno de los dueños del bufete, bastantes años mayor que ella, y Mercedes ha tenido que cambiar de empresa presionada por el nuevo novio de Amparo, pero la verdad es que no nos ha interesado demasiado.

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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