Ya era usual que mi novia saliera para la universidad primero que yo. A ella le gustaba llegar súper temprano para ponerse a conversar con sus amigas del salón. Yo prefería quedarme un rato más en el apartamento viendo televisión, pero sobre todo esperando a que su sobrina, quien se encargaba de cocinar y limpiar casi a diario, se metiera al baño a ducharse para luego vestirse en su habitación y así marcharse. Se ganaba unos $90 por quincena, que aprovechaba para sus cosas personales, salir, la universidad pública, etc.
Yo ya me conocía la rutina, entraba vestida con la toalla en la mano y salía con la toalla puesta y la ropa sucia en la mano.
Ya un par de veces había visto braguitas suyas usadas en el cesto de ropa sucia que estaba en la habitación donde se cambiaba. Había estado pensando darle una ojeada a su ropa interior, más desde que empezó a usar esos shorts ajustaditos que mi novia le regaló.
17 años, trigueña claro, cabello negro, mediana estatura, buen trasero levantadito y unos senos paraditos, pero sobre todo su carita pícara. Ya nos teníamos confianza, así que yo no perdía oportunidad para echarle un baciloncito cada vez que podía, y mientras más días pasaban más picantito les ponía y menos ganas tenía de salir temprano para la universidad. Sé que no decía nada porque con lo celosa que era mi novia, al menor comentario me hubiera formado un escándalo.
Me imaginaba esa vagina jugosa y mojada bajo la toalla después de un buen baño y se me calentaban las orejas de la calentura.
Los comentarios ya iban por “ya está fresquita, ahora nada más falta un poquito de talco y queda hermosa, pero bueno…lástima” y las respuestas eran “ahí oiga, usted sí es…” o “y por qué lástima?” Se metía al cuarto y cerraba la puerta para cambiarse, pero primero la respuesta “bueno lástima que yo no le pueda poner el talquito para dejarla todita empolvada”. Después de eso una risita y ni una palabra.
Ese viernes me tomé unos tragos con unos amigos. Llamé a mi novia para saber si ya había llegado al apartamento, y cuando me dijo que no, y que todavía demoraba en la oficina, llamé al apartamento. --Hola Yane, ya llegó Annie? --No, no todavía. Ya yo estoy terminando de cocinar para cuando lleguen.
Agarré un taxi corriendo y me fui para allá. Cuando llegué escuché la regadera. Entré a su cuarto y encendí la televisión. Cuando llegó y me vio se asustó un poco. Estaba en toalla, toda mojada, desde el cabello hasta los pies. Venía descalza. Solo verla excitaba, las gotitas de agua en sus hombros, la toalla amarrada sobre sus pechos y hasta la mitad de los muslos, uf, su cintura se dibujaba a la perfección.
Pasa, le dije, no tengas pena. Buscaba qué ver en la televisión. La otra tele no coge el cable. –Te vas a vestir ya. –Sí, pero si quiere quédese y yo me cambio en el otro cuarto. –No, quédate, es más ven, siéntate, tu tía todavía demora. –No, cómo cree, primero me visto y bueno, luego lo acompaño un ratito. –Uhi, no, qué pereza, de aquí a que vuelvas ya me aburrí. –Bueno, un ratito y me voy a arreglar para irme.
Se sentó en la cama y todavía le goteaba el cabello. –Vio que así voy a mojar toda la cama. Voy a buscar otra toalla.
En cuanto se levantó, le tomé la mano y la halé hacia la cama. Quedó con una rodilla sobre el colchón y un pie en el piso, casi sobre mí. –Eres tan bonita, me encantas. –Oiga, qué va a decir mi tía Annie. –Ella no está y no va a saber nada.
Terminé de halarla y en ese momento logré besarla. Su boca de labios carnosos y suaves acariciaba mi lengua mientras la acariciaba. Empecé por sus muslos, de arriba a abajo. Subí más la mano y comencé a acariciarle el trasero. Era terso y firme, pasé mi mano por toda su raja, desde el comienzo hasta el final. –Y mi tía Annie? Le escuché decir un par de veces, pero yo estaba decidido a acostarme con ella esa tarde.
Sigue…