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Categoría: Confesiones

La sirvienta magrebí

Las únicas condiciones que le he exigido a la nueva sirvienta es que hable español, sepa cocinar y tenga buen carácter. La mujer que he contratado cumple sobradamente los requisitos. Habla un español con acento marroquí simpático, me prepara a diario buenos guisos con singularidades propias magrebí (no voy a pedirle además que me los prepare a la española) y los condimenta y da un sabor particular que me agrada. La cocina mediterránea tiene ingredientes muy naturales con los que me siento identificado. En cuanto a talante, es abierta, dicharachera, de risa fácil y de estar confiado y amable, no puedo pedir más. 

Los días con ella en casa se me hacen cómodos, echamos nuestras risas, siempre tenemos algún comentario jocoso y nunca hablamos de política, ni de cotilleos sociales, no nos damos motivos de discusión. 

La oigo canturrear en la cocina y entro, veo que está preparando una ensalada muy variopinta, la saludo y curioseo como la hace. Es muy ágil de mano y da gusto verla como lo corta todo muy menudo. Le va añadiendo cosas, tiene muchos ingredientes dulces, trocea también dátiles. Le digo que son muy dulces, refiriéndome a la comida y me dice que también cariñosos. Lo tomo en broma y le pongo las manos en los hombros con afecto y simpatía. Su posición le permite dar un pequeño paso para detrás, lo hace y entramos en contacto. Podría retirarme, pero no lo hago. Su amplio culo queda en una posición inadecuada e impropia. Lo sabe y para mi sorpresa tiene recursos, los emplea y de qué forma. Comienza a moverlo suavemente a los lados, arriba y abajo, en un espacio mínimo pero más que suficiente y ella, como si nada. Sin apenas advertirlo estamos en actitud realmente excitante. Percibe mi respuesta a sus movimientos y los acentúa, en este punto debo retirarme, pero no lo hago. Tengo un motivo importante para ello, estoy realmente a gusto. Sus nalgas son contundentes, tengo envalentonado a mi compañero de guerrilla y así es muy difícil tener la determinación y el coraje de retirarme. No pensé se daría esta circunstancia y no tengo definido si me atrae como mujer. Ahora, sólo funcionan los instintos y estos son terriblemente determinantes. La sujeto por la cintura y ella ya sabe que me tiene atrapado, apoya su cabeza en mí, abre los brazos a los lados sugiriéndome que le atrape por arriba. Sigue con sus movimientos voluptuosos e instintivamente le busco las tetas. Las tiene grandes y predispuesta, con aureolas enormes y en medio los pezones erectos del tamaño de fresas. No sé porque razón me viene a la cabeza y le pregunto - ¿estás casada?, - que importa eso ahora, me responde con un hilo de voz. Cuando se da la vuelta y nos encontramos con la mirada, ya no tengo dudas de que estoy realmente perdido. Tiene resolución en los ojos y ahora siente por delante el empuje que sentía antes por detrás. Me ofrece una sonrisa de las suyas, que ahora siento distinta a la vez de cautivadora y sonrío sin más. Me coge la cara con sus dos manos y me morrea a placer. Tiene la boca amplia y experimentada, juguetea con su lengua hasta sentir que babeo de placer. Ambos lo hacemos dándonos chasquidos de ánimo que nos eleva la temperatura. Me ensaliva el cuello mientras va desabrochándome la camisa, sigue hacia abajo y tirito de gusto. Lo suyo hubiera sido que la sedujera yo, pero no es así, es ella la que lleva la voz cantante. Tengo el periscopio a su mayor elevación y le cuesta abrirle camino entre tanta prenda y sujeción. No está por el desánimo, sus dedos en esto también son rápidos y efectivos. Una vez liberada y en clara exposición ella queda ensimismada, como enfrentada a una cobra hipnotizante, pero le dura poco. Engulle la cabezota con unas ganas irresistibles, la envuelve con sus labios y le hace giros de lengua como si fuera una contorsionista. Meto mis dedos entre su pelambrera entrecana y le acompaño en su ritmo delicioso mientras masajeo sus sienes. Me mira desde abajo y sus ojos están lujuriosos y me llaman a tomar la iniciativa. No puedo esperar a llevarla a ninguna parte, allí mismo la pongo en posición y meto la cara entre sus muslos, lo encuentro libre, no lleva ni bragas la muy ladina, parece que esperaba que todo ocurriese así. Tiene un coño hermoso, sediento a pesar de que le chorrea de gusto. Comienzo a lamerlo y a saborearlo con verdadera glotonería, sus gemidos de placer me incitan a perseverar y la llevo a una primera explosión. Me llena de epítetos guarros y de agradecimiento. Por último me llama cariño, con un acento especial, está predispuesta a sentirse mujer en plenitud. La levantó y apoyo su culo en el resto de la mesa vacía, se abre de muslos y levanta las piernas dándome todo tipo de facilidades. Estoy muy enardecido y me cuesta acoplarme, cuando lo hago y ella siente como le entra en profundidad, exclama de nuevo, - cariño, y se echa para atrás para asumir todo lo que le viene encima. La barreno sin contemplaciones y grita descompuesta de tanto gusto. Está a punto de llegar de nuevo y cambio el ritmo, comienzo un entrar y salir lento pero apretando al final y llegándole a su límite, se descontrola y entonces me pide que le dé con ganas y así lo hago. Hasta el sonido se torna rítmico y sinfónico, explosiona como si fuera a descoyuntares y grita a la vez que suelta exclamaciones que me resultan deliciosas de oír. Vuelvo a cambiarle el ritmo cuando ella cree que todo a terminado y los sentidos se le vuelven locos. Siento sus humedades bajarme por el culo y juego con mis dedos (que con facilidad suben y bajan), los deslizo más abajo y me encuentro con su ojete predispuesto, primero uno, después dos, formo un cono con cuatro y le entra también, tiene perdida la razón y asume que está dispuesta a todo. Es como estar ascendiendo al Everest, no quiere perderse como le clavo la bandera en lo más alto. Me aparto un poco y la observo, tiene unas nalgas hermosas, el arito mancillado y dispuesto se abre con contracciones de deseo. Tengo el mástil a reventar, pero ella quiere saborearlo antes de que se pierda en su interior y ya no le quepa más opciones que gritar. Se lo traga como un faquir el sable y siento como el colgajo se me inflama y pone como al caballo de Espartero. Me hago de valor para retirarme y la miro con admiración, como los musulmanes al Cid, está enorme. La posiciono adecuadamente y se la envaino toda. Grita en una mezcla de dolor y placer que me llevan a una excitación completa. La agarro bien de los muslos y me dejo llevar por el huracán, gritamos y se tira pedos de descontrol, todo suena bien a estas alturas, apoya sus manos en mis brazos para que no la rompa y termino con una letanía de palabras soeces mientras me vació al completo en su interior. Se contrae y me oprime ya al límite total. 
Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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