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La señora Ysabela y yo (7)

Con la mente sumida en lo acontecido el día anterior, deseaba con curiosidad enterarme de lo sucedido.



Tanta fue mi curiosidad que salí de mi casa, quedándome en la puerta esperando, así fue que pasó su esposo, que me saludó con normalidad y yo como buen chico y vecino devolví el saludo. Acto seguido, salí disparado al patio subiendo al techo de mi vecina, después de unos silbidos apareció ella sonriendo.



- Y, ¿qué pasó ayer, Ysabela?- pregunté muerto de curiosidad.



- Ay, mi niño, pues simplemente nada.- respondió indiferente.



- ¿No se dió cuenta de nada?- inquirí ante su respuesta.



- Es en serio, yo me metí a la ducha y finguí darme un baño.- dijo riendo.



- Te pasaste de ocurrente.- dije también riendo.



- Ja,ja,ja, ¿tú crees?- preguntó muerta de risa.



- Sí, ja,ja,ja.- contesté en un ataque de risa.



Yo me acerqué y la tomé entre mis brazos besándola, ella respondió igual, nuestras lenguas jugaban empalagosas producto de la calentura acumulada y por la frustación del día anterior.



Su bata cayó al suelo y la señora, dócil se dejó desnudar por mí; su sostén cayó rápido y luego su calzón fue el último valuarte para dejar paso a su desnudez. Yo fui dejando caer mis propias ropas mientras ella se mantenía parada ante mí. Al quedar los dos completamente desnudos me puse de rodillas empezando a lamer su vagina, ella pasó una pierna sobre mi hombro y sus manos me sujetaban los cabellos acariciándolos. Mi lengua recorría cada pliegue de su vulva, y sus vellos púbicos castaños hacían cosquillas en mi nariz.



Después de jugar travieso en su selva indómita, para otros pero no para mí, estando de pie, ella jalaba mi verga propiciando que alcanzara su tamaño que conocía muy bien. La señora restregaba el glande contra la espesura de sus vellos para luego tratar de colocarlo en su entradita vaginal, para facilitarme el trabajo levantó la misma pierna de antes, que yo sostuve con la mano derecha. Lentamente ella colocó mi verga en el lugar correcto y sin pedir permiso, empezaba a penetrarla limpia y seguramente, nuestros ojos se encontraron y nuestros besos eran acompañados por la cogida que hace un tiempo necesitábamos.



No tuve que esperar a que me dieran permiso, de un buen golpe terminé de enterrar toda mi pinga en su sabrosa concha. Ella echó su torso para atrás, ofreciéndome sus senos voluptuosos que yo empecé a degustar como dueño absoluto.



- Cárgame.- susurró pasando sus piernas por detrás de mi cintura.



Con mis manos sujetaba sus nalgas, subiendo y bajando su cuerpo permitiendo el coito. Así estuvimos cerca de 5 minutos o más, que importa, lo importante fue que la cachada que nos dábamos era la gloria. Sin decirle nada, la agarré firme en mis brazos y me lancé sobre la cama, rebotando nuestros cuerpos sobre el colchón de muy buena calidad para resistir mi locura.



Abrazados como tanto nos gustaba, seguimos copulando, minuto tras minuto, salía y entraba de su chucha húmeda y caliente como ella sola. Sus gemidos eran la música más hermosa que conocía y conocería por siempre. Yo sacaba toda mi verga dejando el glande dentro suyo y volvía a ingresar lento, muy lento haciéndole sentir el gusto más grande de su vida como siempre me confezaba. Otras veces se la dejaba entera por completo hundida en su concha, y la apretaba contra mi cuerpo tocando su útero con el glande, eso la volvía loca en verdad, porque le daba un placer inmenso y desbocado. La señora Ysabela, se retorcía de lo sabroso que se sentía llenada en sus entrañas por mi considerable pene.



Al sentir que mis huevos estaban a punto de estallar, saqué mi verga y me trepé hasta sus senos, sentado jalé todo lo que pude mi pellejo, y en segundos su cara se veía bañada de mi abundante eyaculación. Su cabello, su nariz, mejillas, un ojo y su barbilla estaban embarradas de mi néctar, mientras ella se relamía rescatando y disfrutando de la lechada que rodeaba su boca.



Extenuado caí a un lado de ella, su cabello era una maraña loca y desenfadada, quien pudiera creer que una madre pudiera ser tan salvaje.



- Uffff, mira cómo me has dejado, pequeño.- dijo riendo al ver su rostro en el espejo. Si mi esposo me viera así se moriría.



- Ja,ja,ja, ¡qué loca eres!- dije divertido por su ocurrencia.



Luego ella fue al baño, a lo lejos escuchaba el correr del agua, signo que se lavaba mi semen de la cara. Al poco rato regresó sonriendo y acostándose a mi lado. Yo la rodeaba con un brazo y su cabeza descansaba sobre mi pecho, sus vellos púbicos me rozaban la pierna derecha.



No necesitamos descansar mucho pues los días de abstinencia nos urgían a seguir copulando. Una vez más su mano se deslizaba sobre mi miembro viril logrando con facilidad que alcanzara su sobresaliente tamaño.



- Que verga, que pedazo de verga.- dijo jalando con fuerza mi pellejo.



La señora Ysa se movió sacando la vaselina, y procedió a embadurnar mi verga, luego su dedo se dirigó a su ano, y así como estaba yo, o sea echado, ella se puso de cuclillas sobre mí. Con una mano dirigía mi glande hasta su agujero cagón mientras con la otra mano sostenía el tronco de mi pene.



Con su experiencia de madre arrechona se fue dejando caer sobre mí, su cabeza miraba hacía arriba, concentrándose en su labor. Su ano se abría desmesurado ante el también desmesurado tamaño que la invadía, no por eso se detuvo sino que siguió y siguió hasta que de una sentada se terminó de incrustar mi verga por completo.



Ella sonrió satisfecha de sentirse llena, yo la observaba absorto por su desempeño magistral. Mi maestra me seguía dando unas clases únicas. Era toda una experta en la materia de eso no había dudas.



Yo agarré sus melones golosos con mis manos, a la vez que ella empezaba a cabalgarme, moviéndose de atrás hacia adelante, una y otra vez, sin detenerse, yo estaba loco de contento y no me detenía en el ataque a sus sabrosos pezones que apretaba hasta ponerse duros.



- ¿Te gusta papito?- preguntó arrecha.



- Por supuesto, muchísimo.- dije admirado de sus movimientos.



- ¡Qué inmenso que eres!- dijo sonrojada. Tienes un pedazote de verga mi amor.



Eran la locura absoluta las nuevas sensaciones que me producía, y siempre recordaba en esos momentos que era mi vecina, una señora casada y con hijos, si el barrio supiera lo que hacíamos, si mis amigos lo supieran pero ni loco podría confezar mi idilio con Ysabela. Así era feliz y ella igual, los dos nos entregábamos al acto sexual libres y decididos a probar, bueno aunque ella más a enseñarme como mi cumplida maestra.



Ya al borde del climax, manifestados en sus gemidos roncos de placer, hice esfuerzos por aguantar todo lo que podía, minutos después ella caía sobre mi pecho trémula disfrutando de su orgasmo y yo vaciando mis huevos a más no poder.



Mientras se terminaba de restregar, yo acariciaba su cabello que caía sobre mi rostro, ambos estábamos sudorosos y cansados de tanto coger.



- Ay, papito lindo, has estado como siempre.- dijo con la cara tapada por mechones de su hermoso cabello castaño.



- Y tú, aún más Ysabela querida.- contesté besándola.



Así permanecimos descansando después de haber saciado nuestra ardiente lujuria.


Datos del Relato
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