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Después de una veda obligada por enfermedad de mi madre, a quien atendía al no poder ir a trabajar. No tuve otra que esperar hasta la recuperación de mi progenitora y por tanto mediante una llamada a mi vecina le hice saber mi ausencia por los siguientes días.
Como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que la resista, a los 4 días ya estaba sólo en casa presto para visitar a la señora Ysa.
Ante mis silbidos no demoró en salir al patio y hacerme señas de que el campo estaba libre. Ella estaba echada en su cama esperándome con su bata puesta.
- ¿Cómo estás Ysa?- pregunté al verla después de tantos días.
- Pues abandonada.- contestó haciendo cara de puchero.
- Perdón, pero ya sabes que pasó.- repliqué suplicante.
- No, importa a ti te perdono todo.- dijo sonriendo y abriendo su bata mostrando su desnudez.
Su mano masajeaba suave y provocadoramente su clítoris, iniciando en mí una inmediata erección. Mientras la observaba en su juego, fui desnudándome y me subí a la cama quedando de rodillas y dejando mi colgajo en sus mismas narices. No dijo nada pues no hacía falta, su boca aceptó gustosa su ración de carne por tanto tiempo sin probar. Le estaba cepillando los dientes con fruición y ella gustosa de saberse tan limpia.
Como 5 minutos estuvo comiendo verga sin cansarse, esta mujer era voraz, completamente fuera de este mundo. Vaya vecinita la que me tocó. Pero no tuve quejas, en lo absoluto, pues ella compartía sus interioridades conmigo. Un poco cansado de estar en esa pose me senté sobre su abdomen poniendo mi verga entre sus senos, apretando sus deliciosos y grandes melones procedí a hacerle un rusito sabrosón. Para no quedarse atrás con su boca capturaba entre sus fauces la cabeza de mi verga y para ayudarnos más, lancé unos salivazos que cayeron directo a mi verga y sus senos. ¡Esto estaba muchísimo mejor!
La señora con un poco de esfuerzo logró moverse mientras yo le daba algo de permiso y me quedaba así de rodillas ante ella. Volviendo a la carga se acercó lo suficiente para rozar sus vellos púbicos con mi glande que ya soltaba su jugos preseminales, deseoso de hembra madura. De una mamita traviesa y decidida. Suavemente se apoyo sobre mis hombros y con su conchita frotaba mi glande, provocando su invasión, que no demoró en ocurrir.
Yo sostenía mi verga y a ciegas logré incrustarla en su agujerito vaginal, ella se sentaba suave pero pareja y yo me mantenía quieto. Me terminé sentando sobre mis piernas pero de rodillas, y la señora Ysabela se dejaba caer abrazada a mí. Mis manos bajaron de su cadera a sus nalgas y ambos contribuíamos a la cogida. Subiendo y bajando, entrando y saliendo, aumentando el kilometraje de verga en su vagina, a pesar de estar tan recorrida aún podía competir con las mejores y más jóvenes mujeres.
- Ya estaba con unas ganas, mi niño.- gimió sonrojada y mojada.
- Yo también.- dije sin detenerme.
- Pero yo estaba cocinándome en mi jugo.- gritó arrechasísima.
- Eso ya veo, mejor dicho lo siento, estás muy mojada.- comenté apretando sus nalgas.
- No te olvides de mis tetitas.- dijo poniéndolas al alcancé de mi boca.
Como un recién hambriento nacido, caí y degusté esos pezones, que se hincharon respingones y tentadores. Yo comía y comía senos de Ysa, sin dejar de enterrarle mi pene hasta lo más profundo de su ser. Sosteniéndola bien de las nalgas, ella pasó sus brazos por mi cuello y aún unidos me levanté de la cama con ella encima. La fui paseando por toda su casa hasta detenernos en la cocina, allí la senté en la mesa y ella apoyó su cabeza contra la pared, y continué con el coito. Una pierna se mostraba estirada y la otra era sujeta por mi brazo derecho a la altura de mi cintura, ella sólo se masturbaba furiosamente soltando gemidos lastimeros y de placer.
Sumergidos en nuestro propio mundo de lujuria y gula sexual, nos abandonamos al goce casi animal del sexo. De un momento a otro salimos del trance en el que nos encontrábamos, alguien habría la puerta de su casa. Y ese alguien sólo podía ser su esposo. Al notar esto los dos salimos corriendo a su cuarto, tanto para recoger mi ropa como ella para atrapar una toalla y cubrir su desnudez.
- Corre, rápido, muchacho.- susurró muerta del espanto ante la llegada sorpresiva del padre de sus hijos.
- Eso hago señora, eso hago.- contesté terminando de recoger mis prendas y saliendo con la misma rapidez al patio.
- Apúrate.- dijo yendo al baño.
Lo único que hice fue lanzar mi ropa al patio de mi casa y trepar de un salto por las rejas al techo, el resto fue más sencillo y bajé por la escalera que me esperaba cómplice del retorno de mis aventuras.
Me puse la ropa tan rápido como pude y subí unos escalones de la escalera para tratar de escuchar algún ruido u otra señal que me dijera que había problemas. Pero eso no pasó, sólo había un silencio de lo más natural, eso me extrañó aún más, ¿se habría percatado de lo que pasaba? Sólo habría una forma de enterarme y eso sería lo que me dijera la señora Ysabela, la única que me disiparía la duda.
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