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Categoría: Maduras

La señora Ysabela y yo (5)

Cada día era más fácil bajar del techo pues la práctica me había dado cierta experiencia.



Al entrar la pude ver esperándome en la sala con su vestido largo de flores. Nos abrazamos y besamos mientras nos tocábamos decididos.



- Mi niño, ¿cómo estás?- preguntó sonriendo.



- Pues, muy bien.- respondí apretando sus nalgas. Con unas ganas de verte.



- Igual yo, pequeño.- dijo tocándome el cabello.



- Je,je,je.- reí bajito.



- Mírame.- dijo modelando para mí.



- Estas guapísima con ese vestido.- respondí contemplándola absorto.



- Y eso que aún no ves todo.- dijo mientras se desnudaba.



Su cuerpo se mostraba completamente al natural pues no llevaba puesta ropa interior.



- ¡Y así has estado desde la mañana?- pregunté sorprendido.



- Sí.- dijo coqueta.



- Pero, ¿y tu esposo no se ha dado cuenta de eso?- pregunté mucho más admirado de su osadía.



- Pues, ni se fija en esos detalles.- dijo alzando los hombros.



- Vaya, que mal.- dije tomándola de la cintura. No sabe lo que se pierde.



- Bueno, sí sabe pero parece que le da igual.- dijo resignada la señora Ysabela. Antes no era así.



- Que mal, muy mal.- dije reprobando. Pero yo no voy a actuar de esa manera.



- Gracias, mi niño.- respondió besándome.



- No, gracias a ti... mi Ysa.- dije. Si antes era tu amante pues ahora deseo ser tu marido.



- Sí, mi papito lindo, tu vas a ser mi marido, mi amante, mi semental.- susurró dándome un sonoro beso.



Nuestros cuerpos empezaban a sentir el calor que emanaba y se esparcía por la sala. Lentamente mis ropas cayeron al suelo y yo me ponía de rodillas ante ella.



Mi lengua empezó a explorar su vulva, jugando empalagozo con su clítoris.



- ¡Qué rico, mi niño!- dijo revolviendo mi cabello.



- Muchísimo.- respondí entre dientes mientras sus vellos me daban sutiles cosquillas.



- Sigue, pequeño, sigue.- gimió perdiendo el equilibrio.



- Voltéese, señora Ysabela.- dije ordenando.



Ella me sonrió y se apoyo contra el sofá. Mis deseos se enfocaban a mi experiencia anterior y así, mi lengua empezaba a oradar su ano.



- Sííííí, eso me gusta mucho.- gritó deseosa.



El sabor de su orificio era ya como una droga para mí y nada ni nadie me podía detener en mi vicio.



- Uyyyy, ya veo que a ti también te gusta mucho.- gimió disfrutando de mis lengüetazos.



De una palmada en la nalga, le indiqué que se subiera al sofá, y yo me acomodé detrás de ella. Mi capullo se frotaba contra su ano y luego se dirigió a su vagina hasta dar con la entrada que tanto deseaba.



- Hazlo tú, Ysa.- dije sosteniendo mi verga.



- Esta bien, papito.- dijo mientras empujaba sus caderas hacia atrás permitiendo que mi pene entrara en su cuevita.



- ¡Qué rico!- dije sintiendo como sus paredes vaginales envolvían mi miembro.



- ¡Qué grandota!- dijo sin detenerse. ¡Qué bárbaro!



Una vez que terminé de entrar en mi vecina, seguí quieto mientras ella hacía pequeños círculos y se movía suavemente. Nuestras mejillas se volvieron a encontrar como alguna vez lo hicieron antes y yo empezaba a acometer feroces embestidas sin importarme los gritos desaforados de la señora Ysabela.



- Ayyyyy, damé duro, mi niño... ¡¡¡Cógeme durooo!!!- gritó adolorida.



Yo continuaba entrando y saliendo con la vitalidad de mi juventud, y los fluídos vaginales de la señora Ysabela se deslizaban a lo largo de mi verga y huevos. Aún, a pesar de los días, era muy excitante la visión de tener a mi vecina casada entregándose dócil al acto sexual.



Dirigí una mano hacia el punto de acoplamiento y sin mediar palabra alguna, retiré raudo mi verga de la vagina y la enterré, casi por completo, en el ano apretado de ella.



- Uyyyyy, que sorpresota.- dijo recibiendo contenta mi iniciativa.



Nuestros cuerpos se mecían cómplices, calientes y sudorosos, sin importar que los gritos y gemidos fueran escuchados por los vecinos. Otra vez, cogí mi pene y este volvía a invadir su húmeda vagina. Unos instantes después, una vez más, su ano era castigado por mi chipote, y así seguí, una y otra vez a intercalar sus orificios.



- Mi niño, mi niño... ¡eres mágico!- gimió transfigurada.



- Te gusta mucho, ¿verdad?- pregunté eufórico a la vez que la jalaba del cabello.



- Sííííí.- gritó ahogada en su orgasmo.



Las contracciones vaginales de la señora Ysabela apretaban mi verga y esta cedió en una copiosa lluvia de semen. Apoyados sobre el respaldar del sofá, descansábamos sin movernos de la pose mientras las caricias recorrían nuestra piel.



- Me ha gustado mucho, mi pequeño.- susurró arreglándose el cabello.



- A mí igual Ysa.- respondí con la cabeza apoyada en su hombro.



- ¿Y de dónde has sacado todo esta ocurrencia?- preguntó curiosa.



- Pues, la verdad es... que de un vídeo porno.- respondí sonriendo.



- Ah, vaya, vaya, vaya.- dijo admirada. Ya decía yo de dónde habías aprendido eso.



- Je,je,je... pero muy bien que te gustó.- dije.



- Por supuesto que me gustó y mucho más de lo que piensas.- dijo besándome la mejilla.



- Por lo que vi y escuché así me imagino.- dije abrazándola. ¡Podría hacerte el amor toda la vida!



Nos reímos y besamos apasionadamente para luego continuar como todos los días.



Gracias a todos por seguir mi relato


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