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Ese día de mediados de diciembre me matriculé para cursar mi último semestre en la universidad. Estaba feliz y ansioso por iniciar ese último peldaño en de mi carrera. Tomé el autobús a mi casa y me relajé. Tendría casi dos meses y medio para reiniciar clases y me quedaría en casa disfrutando de la tranquilidad de mi alcoba con mis libros y mi música. Llegué y me encontré con la señora Edelba, una dama cuarentona que mi madre había contratado desde hacía como una semana para que trabajara como empleada domestica tras la renuncia de la aburrida y fea señora Pacha. La verdad ni me acordaba de Edelba, pues esos últimos días de estudios arduos, había permanecido casi siempre fuera de casa y tan solo llegaba a dormir muy tarde para volver a salir bien temprano.
A pesar de que la había visto un par de veces no había apreciado lo simpática que era. Me había acostumbrado tanto a la fealdad de la señora Pacha que daba por hecho que todas las empleadas que contratara mi mamá serían feas y sin gracia, pero Edelba era una excepción: de estatura media, de complexión algo gruesa con tetas medianas, tez blanca y un culo envidiable por cualquier niña de 18 años. Su cabello lacio y largo se le derramaba en castaña oleaje hasta poco mas arriba de su cadera. Lo que mas me impactó ese día fue su calidez y su amabilidad al tratar. Se sonreía bonito. Su rostro era sencillamente precioso con dos ojos marrones tan bellos como expresivos.
La señora Edelba y yo quedaríamos solos en casa de seis a cinco y media por esos venideros 78 días y bastaron los cuatro primeros en intimidad para que la química surtiera efecto y nos arrastrara inexorablemente a los abismos de pasiones prohibidas e insospechadas aprovechando cualquier momento y cualquier espacio de la casona para hacernos el amor de las mil maneras. Ella llegaba siempre puntualmente a las seis de la mañana, una hora antes de que mis padres partieran a sus trabajos, se quitaba su ropa de salir y se colocaba una un vestido enterizo de falda hasta sus rodillas que bien le dibujaba sus hermosas curvas. Preparaba el desayuno y luego se entregaba a los demás quehaceres.
Yo me levantaba a eso de las siete y media y mientras dormitando me cepillaba los dientes la señora Edelba, dueña y señora de mis destinos en esos días me tomaba por asalto en el baño y lo que empezaba en un beso tierno terminaba casi siempre en un mete y saca de verga violento o suave de acuerdo al ánimo del día, en algún rincón insospechado de la casa. Y es que cualquiera de los dos se escondía a veces para que el otro le buscara y finalmente lo hallara listo y presto para culear.
Uno de los lugares favoritos de ella, era esconderse en el closet de la alcoba de mis padres. Siempre se metía entre los pantalones colgados de mi papá, solo en calzones y con sus tetas chorreadas de mermelada de fresa para que cuando yo la encontrara se las comiera una a una, le embadurnara su chochita con mi lengua sucia y nos entregáramos a una aventura sexual intensa sobre el colchón matrimonial de mis padres. Luego nos bañábamos juntos y nos apurábamos a hacer el almuerzo para cuando llegaran mis papas nada pareciera haber ocurrido.
Extraño esos días entre ese diciembre y marzo tan lujurioso en los que en horas de la tarde cuando ella casi desocupada estaba y justo una hora antes de la llegada de mis padres nos bañábamos juntos ensartados en la tina del baño viejo de la primera planta en las que tirábamos un polvo “ahogado” como lo llamaba graciosamente ella porque siempre era debajo del agua. Allí cada tres o cuatro tardes le afeitaba la chucha no sin antes llenarla de caricias ricas con mi lengua ansiosa que aprendió a saborearla palmo a palmo sin cesar ante los gemidos profundos de esa señora mayor, contemporánea con mi madre.
Recuerdo tantos esos momentos en la cocina preparando juntos la sopa del almuerzo y exhaustos ya de haber culeado tanto cuando se le ocurría desnudar sus tetas para untarse salsa de tomate y simular una escena de sangre para que yo la socorriera quitando la sangre restregando mi verga por esos senos tan lindos para que ella morbosa y resuelta la limpiara mamándola, todo para lograr una última erección aunque corta fuera para contemplar como se me ponía chiquita otra vez.
Edelba me enseñó como es que se debe comer un chocho, por donde se debe empezar, con que intensidad, sobre que puntos debo presionar mi lengua y el como es que se estimula un clítoris. Ella me enseñó todos los secretos del chocho y del culo y me condenó a buscar de por vida una boca tan dócil y versátil para mamarme bien la verga. Porque eso si que lo sabía hacer con toda la maestría del mundo.
Una mañana me esperó desnuda en la sala sentada como toda una señorona leyendo una revista de alta moda de las que colecciona mi mamá. Tenía las piernas cruzadas y el cabello precioso envuelto en un moño rojo. Me excitó tanto esa pose que le comí hasta el culo. Esa fue la primera vez que me atreví a explorar el ano de una mujer con mi lengua. Me resultó una experiencia íntimamente deliciosa y sentí ganas de hacerle sexo anal. Pensé que se negaría, pero para mi fortuna con su sonrisa dulce me dio un si colocándose en cuatro patitas sobre la alfombra y apoyando sus brazos sobre el mueble. Por vez primera entré mi verga en un culo. Se sintió tan deliciosamente estrecho que desde ese día no hubo sexo sin pasar por los placeres anales.
Poco a poco, día a día se fueron develando los secretos y fantasías del uno y del otro. Pronto descubrimos que Edelba era una viciosa del semen. Empezó a exigirme cada vez con mas frecuencia eyaculaciones afuera en su chochita, luego sobre sus tetas, después sobre su rostro precioso y finalmente en su boca para jugar con el y luego tragarlo. Yo por mi parte me fui enviciando con su culo hermoso, con sus nalgas de almohada; cada vez me gustaba más meter mi verga en el culo. Y empecé a disfrutar el eyacular en su boca. Me fue gustando darle nalgadas fuertes mientras la embestía desde atrás para que ella gritara hasta que se le ponían como un tomate. Ay Edelba de mis pasiones como extraño ese culo perfecto que tantas y tantas veces exploró mi verga hambrienta.
Los últimos días descubrimos placeres poco convencionales. Mientras yo hacía pipí al levantarme ella me asaltaba desde atrás y jugaba como niña a los bomberos dirigiendo mi manguerita para que le chorrito de orín cayera bien dentrito de la taza. Se divertía con eso al principio, pero después se mojaba sus manos con mi orín y después terminaba pidiendo que la meara en las tetas. Nos bañábamos y hacíamos en el amor sobre la cama. Cada día el orín jugó un papel dominante hasta que ya quiso que la meara toda, hasta en la cara. Disfrutaba con mi caliente agüita amarilla resbalar por toda su piel. Luego se bañaba y nos ensartábamos de lo lindo.
Pero no solo fue ella la de los juegos líquidos. Después en el baño, en la ducha me sentaba en el suelo mientras ella de pie me meaba con su orín caliente y rico que recorría mi espalda, mi pecho y llegaba hasta mi verga. Eso mi excitaba. Me fascinaba cuando se agachaba y orinaba en mi barriga. Luego me lavaba y se ensartaba hasta cansarme de tanta cuquita.
Ay señora Edelba que será de su espíritu del que tantos recuerdos ricos tengo ahora diez años después. Recuerdo que hasta tres orgasmos míos se bebía en una mañana. Recuerdo que se le ocurría tomar una copa de vino pequeña del armario del bar de mi papá para que me llegara en ella hasta llenarla. Todo par luego meterse al baño y verter el líquido espeso sobre sus tetas. Edelba tan viciosa.
La última vez que la cogí fue en un polvo vespertino muy tradicional sobre mi cama. La tomé por le brazo desde la cocina y entre agarrones y besos la fui subiendo hasta mi alcoba a la que llegamos casi desnudos, yo en calzoncillos, ella en sostenedores solamente. Los demás trapos habían quedado regados en los peldaños de la escalera. Cuando entramos en mi alcoba me senté en mi cama y ella ansiosa me bajó de un tirón el calzoncillo blanco que tanto le fascinaba verme puesto. Engulló mi palo erecto con tales ansias como si supiera que esa iba a ser la última vez. Sentí su boca mamarme tan rico, tan cadenciosamente que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular precozmente en su boca. Luego me recliné sobre el colchón y ella se sentó sobre mi cara para que le comiera su vulva peludita ese día. Habíamos decidido dejar que los pelillos crecieran para variar el “look” de su vulva. Mi lengua se arrastró con violencia por entre los labios de ese sexo jugoso hasta que gimió en orgásmica expresión.
Llegó el momento y ella misma se ensartó en mi verga cabalgando como puta que quiere que su cliente se llegue rápido para rendir en la producción del día. Lo hizo con locura, lujuria desbordada y maestría que embrujaba. Yo me quedé pasivo y atónito viendo ese triangulo oscuro y carnoso tragarse mi sexo, el mismo por el que circulaban corrientazos insoportables de placer electrizante. Ella se quitó sus sostenes y una de las partes favoritas de su cuerpo saltaron a mi vista: ese par de meloncitos medianos, paraditos, blancos y de pezones perfectamente redondos de un rosado tenue. Bamboleaban como gelatinas al vaivén del sexo divino. La cama traqueaba y nuestras pieles se irritaban cada vez mas hasta que estallamos al unísono como pocas veces lo habíamos logrado. Yo vi destellos de colores rodear el aura de nuestros cuerpos vencidos mientras ella gemía en un mmmmmmmm tan profundo y honesto que nunca antes ni después he vuelto a escuchar en una mujer.
Nos quedamos buen rato recobrándonos del voltaje de nuestro sexo. Nos bañamos despacio y como siempre a las cinco y media nos despedimos con un beso corto y firme bajo el vano de la puerta de acceso. La vi girar hacia la izquierda para cruzar la calle y tomar su autobús. Fue la última vez que la vi. Iba sonriente como soñando despierta, casi levitando con su traje largo y su cabello ondeando por la brisa de marzo.
Todos me dijeron después que cruzó cuando la luz estaba en verde y que iba distraída. Que no escuchó los pitos insistentes de los autos ni los gritos de la gente a su alrededor. Simplemente no estaba en éste mundo cuando puso el pie en la calle y un pequeño camión la arrojó cuatro metros mas adelante. Nunca quise ver su cadáver. Me quedé con esos recuerdos lujuriosos y tiernos a la vez de esa persona hecha toda una mujer, una verdadera mujer.
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