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LA RUBIA, EL MARIDO Y EL TREN

"una hermosa rubia poco atendida por su marido se deja manosear en un tren y después se va a un hotel con dos amigos"

 

Mi nombre es Rolando (Roly), tengo 29 años y vivo en Paso del Rey. Mi amigo se llama Leonardo (Leo), tiene 30 años y vive en Moreno. Nos conocimos fortuitamente viajando en el tren Sarmiento, y digo fortuitamente porque en un apretujamiento de los que se producen a eso de las siete de la mañana, ambos coincidimos en nuestro intento de colarnos detrás de una pendeja de unos 15 añitos con un muy buen culo, para hacer de las nuestras. En un primer momento forcejeamos para quedar detrás de ella, pero yo gané la pulseada y quedé pegado a aquel delicioso manjar trasero, mientras él debió conformarse con apoyarla de “costelete”. Apreté mi pedazo a ese culo de película un buen rato, y al notar que no había resistencia empecé a meter mis manos debajo de la pollerita acariciándole los muslos y las nalgas a mi antojo. Entonces me acordé del flaco y guiñándole un ojo le hice señas para que aprovechara y le metiera mano a la pendejita, cosa que inmediatamente puso en práctica. Entre los dos la manoseamos todo el viaje hasta Liniers, tocándole el orto y la conchita a “gusto y piacere”. Cuando la niña se acomodó para bajar en Liniers, no tuvimos mas remedio que sacar las manos de bajo su pollerita, y ella nos dedicó una sonrisa cómplice como agradeciendo la manoseada que le habíamos brindado. ¡Vaya con la mocosa, tan chica y tan degenerada! El flaco se me quedo mirando y yo me acerqué sonriendo. -¿Qué te pareció la pendex, flaco? –le dije.

-¡Increíble, loco! ¡Qué putita relajada! ¡Y qué pedazo de culo que tiene!-

Continuamos conversando durante el resto de viaje y así nos conocimos. Cuando llegamos a Once lo invité a tomar un café y continuamos charlando un rato más. Ambos coincidimos en que nos enloquecían las apoyadas a mujeres en el tren. Y así es como desde hace cinco años hacemos de las nuestras en el tren ex Sarmiento, “trabajando” juntos. Hemos disfrutado de cientos de minas en nuestros viajes diarios, en ocasiones solamente apoyando, en otras metiendo manos en las redondeces, y en algunas oportunidades las “víctimas” nos han devuelto la pelota manoteándonos el pedazo con ganas. Pero lo mejor de lo mejor nos ocurrió el año pasado, en los primeros días de diciembre. Aquella mañana hacía bastante calor cuando Leo y yo nos encontramos como siempre en el andén de la estación Ituzaingó. Eran las seis y cuarenta de la mañana cuando ambos nos embarcamos en un tren detrás de una mina de unos treinta con un pantalón blanco, pero nuestro intento fracasó porque la tipa logró colarse entre la gente y se apoyó contra la pared del vagón, lejos de cualquier intento de alguien que quisiera hacer algo con ella. Ante tal circunstancia, decidimos seguir hasta Morón para intentar algún nuevo “contacto”. Así lo hicimos, y fuimos recorriendo el andén de una punta a la otra en busca de alguna minita con buen lomo para nuestros propósitos. Había un par de chicas que pintaban, pero por una u otra causa no terminaban de gustarnos. Hasta que por la mitad del andén descubrimos una rubia que inmediatamente marcamos como nuestra próxima víctima. El único inconveniente era que estaba acompañada por un flaco que supusimos el marido, ya que tenía en brazos a un nene de dos o tres años. Pero la mina estaba realmente muy buena: rubia, bonita, de unos 27 ó 28 años, con un vestido blanco demasiado corto para viajar en el tren a esa hora. Sus piernas parecían talladas a mano, tenía un culo redondito y voluptuoso y un muy buen par de tetas. La mina ideal para apretarla, nos dijimos con Leo. El tema era cómo íbamos a hacer para lograr pegarnos con ella estando el tipo de por medio. Acordamos que cuando llegara el tren nos tiraríamos sobre la rubia metiéndonos entre ella y el marido para tratar de separarla un poco de él y así tener posibilidades de hacer algo bueno con esa tremenda potra. En eso estábamos cuando por los altavoces anunciaron que el tren local de Castelar se había suspendido por razones

técnicas. Nos miramos y sonreímos complacidos por la novedad: eso nos daba la pauta de que el tren que llegara vendría bastante llenito y aumentaba nuestras posibilidades de éxito. Nos acercamos a la pareja para no perderles pisada, y escuchamos su conversación: él le decía que sí o sí tenían que tomar el próximo o llegaría tarde al trabajo, y ella le respondió que estaba de acuerdo, porque también llegaría tarde para llevar el nene a la guardería. Cuando minutos después vimos aproximarse el tren nos pegamos a la pareja, uno a cada lado. Se abrieron las puertas y bajaron muchas personas, e inmediatamente comenzó el malón para intentar subir. Leo y yo nos abalanzamos sobre la rubia y la empujamos dentro del vagón sin mirar qué pasaba con su marido. Con un tremendo esfuerzo logré darme vuelta y quedar cara a cara con la bella mujer, en tanto Leo se había pegado detrás de ella como una estampilla. Fuimos zarandeados por la masa de gente que pugnaba por acomodarse, pero eso sólo hizo que prácticamente nos fundiéramos ambos contra la opulenta rubia. Yo había dejado mi mano izquierda abajo, y ahora estaba casi incrustada en la entrepierna de la chica, con el dorso sintiendo el calor de su cuerpo. Leo estaba sonriendo, y seguramente tenía la verga calzada entre las nalgas de aquella diosa. El tren se puso en marcha y mi mano izquierda también. La deslicé suavemente por la delgada tela de su vestido y noté la pulposidad de la vagina de nuestra rubia. Ella levantó la vista y me miró a los ojos, como reprochando mi actitud. –Perdoname, linda- dije – pero no puede sacar mi mano sin molestarte…- ella no respondió. –Ni quiero sacarla…- agregué. Se sonrojó un tanto pero no dio muestras de fastidio. Lentamente di vuelta mi mano y ahora eran la palma y los dedos los que rozaban su intimidad. Volvió a mirarme, nuevamente sonrojada, e hizo un gesto como de resignación. Eso me envalentonó y apreté con más fuerza mi mano contra su concha, sin que ella se inmutara. Por el contrario, me pareció que separaba un tanto las piernas a la vez que buscaba con la vista a su marido sin encontrarlo. –No te preocupes, preciosa- le dije –si buscás a tu marido y tu nene, te digo que acaban de darle un asiento por la mitad del pasillo…- eso pareció tranquilizarla, porque suspiró y no se opuso a que mis dedos palparan su conchita. Entonces busqué el final de su vestido, metí la mano por debajo y la subí por en interior de sus frescos muslos hasta llegar nuevamente a la entrepierna. Ahora sí, notoriamente había separado las piernas para facilitar mi avance. Mis dedos separaron la tela de la pequeña tanga de algodón y acaricié sin obstáculos aquella húmeda cuevita de pulposos labios. Ella había cerrado los ojos y se dejaba manosear abiertamente. Pegué mi boca a su oído y se susurré: -¡Qué hermosa tortuguita que tenés, muñeca! ¡Y está mojadita! ¿Te está gustando que te juguetee con mis deditos en ella?- Con su cara pegada a mi pecho, asintió levemente con la cabeza. Entonces me fijé en Leo que le entroncaba la verga en el orto. Como su cara estaba a no más de veinte centímetros de la mía, pude hablar en voz baja con él.

-Amigo- le dije –nuestra amiguita rubia necesita muchos mimos, así que dale para adelante con ella!- Leo bajó ambas manos y me imaginé que ya estaban palpando el delicioso culo de la chica, porque ésta volvió a cerrar los ojos.

-¿Te gusta que mi amigo te acaricie el culito, bombón?- le pregunté.

-Síiii, mucho…- contestó en un suspiro. Mis dedos se deleitaron con aquella conchita sin un solo vello púbico, y sin ningún pudor mi otra mano acarició sus palpitantes y opulentas tetas, cuyos pezones estaban durísimos por la excitación. Metí primero un dedo en la cuevita y rocé su inflamado clítoris…luego introduje otro, y un tercero…ella suspiraba de placer mientras mi mano y las de Leo se rozaban por momentos palpando cada centímetro de las rotundas curvas de aquella mujer casada y sin duda calentona al mango. Le susurré obscenidades al oído y ella se sonreía gozosa de oírlas. En eso estábamos cuando en tren se detuvo. Miré por la ventanilla y ví que estábamos entre Haedo y Ramos Mejía…aquella situación nos daba más tiempo para gozar de la hermosa rubia, por lo que continué acariciando su intimidad sin ningún obstáculo. Leo estaba en la misma, manoseando a voluntad su soberbio culo. En eso estábamos cuando después de diez minutos el tren volvió a

marchar hasta entrar en la estación de Ramos. Pero lejos de mejorar la situación, debido a la demora fue más gente la que subió que la que descendió, por lo que tanto Leo como yo continuamos haciendo lo que quisimos con aquella diosa. Bajé el cierre de mi pantalón y pelé mi pija, tratando de llevarla a la húmeda cueva de la rubia, que al notarlo hizo un gesto de contrariedad. –No, por favor acá no- susurró en mi oído. –Dejame que mi “bebé” se divierta un poco, muñeca!- respondí.

-¡No, por favor!- suplicó -¡Yo también quiero, pero acá no, es muy riesgoso!-

-¿Tenés algún lugar mejor donde hacerlo, preciosa?-

-Mirá, mi marido baja en Liniers a llevar al nene a la guardería y se va al trabajo, yo voy hasta Flores, si aguantan un ratito podemos ir a un telo…-

Leo escuchó la propuesta y me guiño el ojo. –Está bien, nena, hagámoslo en un lugar más cómodo- le respondió sin sacar su dedo del culito de la chica. Cuando el tren llegó a Liniers retiramos nuestras manos de sus curvas y ella se acomodó el vestido blanco. Su marido bajó con el nene saludándola al pasar y ella les tiró un beso. El tren se despejó casi a la mitad, por lo que tanto Leo y yo como ella quedamos despegados como si nada hubiera pasado durante el “movido” viaje.

-Muñeca- dije –Me llamo Roly y él es Leo. ¿Vos cómo te llamás?-

-Vivi- contestó sonriendo.

-Hola Vivi, la pasamos bien hasta acá, ¿verdad?-

-¡Claro!- respondió –ustedes dos son unos atrevidos, abusarse así de una mujer indefensa…-

-Tenés razón, preciosa- dijo Leo –no debimos aprovecharnos de tu hermoso cuerpo, tal vez ahora no quieras saber más nada con nosotros…-

-¡Ah, no! –dijo pícaramente- lo que se empieza, se termina, chicos. No me van a dejar con la calentura que me hicieron agarrar…-

-¿Puedo preguntarte algo?- dije

-Claro…-

-¿Por qué permitiste que dos tipos desconocidos te metieran mano por todos lados sin siquiera preocuparte por tu marido?-

-¿La verdad? Porque me excitó tu mano en mi cosita cuando subimos al tren…mi marido trabaja todo el día, llega a casa destruido casi a las once de la noche, y cuando quiero algo con él me dice que está fusilado, que debe madrugar al otro día, y por semanas me deja con las ganas…-

-Perdoname, pero es un tonto! ¡Con semejante mujer, ni un terremoto me impediría hacerte el amor!- contesté.

-Eso es lo que yo quisiera, pero…Carlos no piensa igual que vos. Apenas si lo hacemos los domingos, cuando no tiene que ir a trabajar, y yo no puedo estar toda una semana sin sexo…-

-Y decime…¿Has hecho otras veces lo mismo que pasó hoy con nosotros?-

-Y… sí… a veces me he dejado manosear en este bendito tren, no puedo negarlo… pero para serte sincera, es la primera vez que lo disfruto tanto…es que en general, los que te meten mano parecen buitres, te apretujan el culo o las tetas como si quisieran llevárselos a su casa…-

-¿Y alguna vez trataron de mandarte el pedazo?-

-Un par de veces me lo apoyaron entre las nalgas, pero conseguí zafar de la culeada, sólo los dejé jugar con mi rayita…-

-¿y te has acostado con otro que no sea tu marido?-

-Una sola vez, hace un par de meses…-

-¿Y como fue?-

-Yo estaba sola en casa una mañana, cuando apareció un viejo amigo de mi viejo, tiene unos sesenta años y siempre fue muy cariñoso conmigo, yo era como su “sobrinita” según él decía. La cuestión es que empezó a alabarme (yo tenía puesta una mini) las piernas, y se fue envalentonando cada vez más, me decía que envidiaba a mi marido, que ya quisiera él tener una mujer así, etc., y en un momento dado se me acercó por detrás y me apoyó su cosota en la cola…traté de impedirlo,

pero él no me soltaba y me decía obscenidades en el oído…me agarró una teta y metió una mano debajo de la mini…y cuando quise acordar me estaba chupando la concha como un desaforado. En ese momento se me despertó la fiera y dejé que me hiciera lo que quisiera…me desnudó por completo y me manoseó y chupeteó toda. A los quince minutos estábamos en mi cama y me echó dos polvos increíbles. La pasé muy bien, no lo niego, pero ahora me tiene agarrada amenazándome con contarle a mi marido y a mi viejo, así que cuando quiere venir a casa tengo que encamarme con él…-

A todo esto, el tren llegó a Flores y los tres bajamos, encaminándonos hacia la calle Yerbal. El asunto ahora era ver cómo hacíamos para entrar los tres en un telo…

La solución la aportó Vivi. Trataríamos de adornar al conserje para ir los tres a una habitación…y la cosa dio resultado, diez minutos después estábamos los tres en un cuarto del telo. Previamente la rubia llamó por teléfono al dentista al que debía ir y canceló el turno. Teníamos toda la mañana para darle maza y maza. Ella se desnudó sin preámbulos, exhibiendo muy naturalmente su escultural cuerpo de ondulantes curvas. También nos desnudamos, y allí comenzó una fiesta que duró más de dos horas. La cogimos por delante y por detrás, le hicimos la cola, la empalamos los dos a la vez, y la hermosa señora se portó como la peor de las putas.

Después de aquel magnífico día, volvimos a ver a Vivi cinco o seis veces más, pero cuando nos cansamos de coger con ella Leo y yo volvimos a nuestro pasatiempo favorito: apoyar mujeres en el tren.

Datos del Relato
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