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La revancha que surgió del fuego

Contaré otro día la sucesión de extraños acontecimientos que acaecieron los siguientes días al regalo sorpresa que le ofrecí a Mónica (léase mi relato “Cerrando el círculo”). Mientras llega el momento, solo puedo adelantar que mi amiga acabó alojándose en mi casa temporalmente o, como ella dice jocosamente, “durmiendo con mi enemiga”. En realidad lanzaba esa frase con cierta retranca porque, si bien es cierto que, efectivamente, le proporcioné la experiencia más intensa de su vida, no es menos exacto que se llevó a cabo bajo determinados subterfugios que no acabaron de gustarle mucho. Decía que no estaba enfadada, pero no acababa de asimilar que yo le hubiera ocultado información aunque fuera "en su propio beneficio”. Y nunca mejor dicho, porque se“benefició” a dos machotes, uno primero y el otro después, en detrimento de mi propia participación.



 



Mónica llevaba ya tres semanas viviendo en mi casa. Nuestro acercamiento físico durante aquella tarde de autos abrió unas puertas a nuestra relación de amistad que ninguna de las dos pudimos ignorar. Ahora ambas experimentábamos el sexo la una con la otra con interés y cierta regularidad, algo que para ella era una novedad y, para mí, casi. La relación de amistad estaba siendo intensa y simétrica. Nos lo planteamos como algo temporal y, habiéndolo hablado mucho, decidimos que el amor no tenía cabida en este vínculo. Aunque la verdad, ¿quién es capaz de controlar un trastorno?



 



Muchas tardes, cuando Mónica llegaba a casa tras un día de trabajo duro en una gestoría financiera, nos sentábamos en el sofá a ver alguna peli, a descansar y relajarnos y, algunas veces, a recordar aquellos momentos de frenesí tridimensional que compartimos recientemente y que nunca se borrarán de nuestra memoria: un yupi precoz, un golem enorme, dos vergas excelsas, chorros de leche caliente sobre nuestras anatomías... sin duda ella aprendió más que yo aquel día. Y lo primero fue a abandonar a su novio de hacía 3 años, un pobre chaval reprimido y conservador que bloqueaba sistemáticamente sus impulsos, simplemente por tratarse de un ser asexuado. Y es que nos sorprendería saber cuánta gente sobrevive bajo los tabúes de unas convenciones sociales que ellos mismos dogmatizan.



 



La tarde de un lunes Mónica entró en casa, como siempre y, estando ambas relajadas en el sofá charlando de distintas cosas, dejó caer la primera de las bombas:



 



“El viernes he invitado a cenar a tu vecino”. Me quedé helada.



“¿Estás loca tía? No le conoces, es un puto pirado”, asentí tajantemente.



“Exagerada. Parece majo. Y quiero que te folle delante de mí”, afianzó la tía sin vetos.



“Jajaja... estás loca nena. Ya lo entiendo... ¿quieres ‘vengarte’?”, iba diciendo yo entre risas, mientras me levantaba a por un vaso de agua.



“Llámalo ‘revancha’. ¿Te gusta más así?”



 



No pude para de reírme, desde la cocina, durante su alocución. Me lo estaba tomando a broma, claro, pero a la vez, y siendo consciente de la seriedad y templanza de mi amiga al contarme su intención, me invadía un breve pero helado temor que, debo confesar, me inquietaba. Ese gilipollas de vecino mío llamado Rafa estaba ya ahí cuando me instalé en mi apartamento. Es un tío muy raro, una especie de friki de los ordenadores, todo el día en casa encerrado y haciéndose pajas frente a la pantalla. En los 5 años que llevo aquí no le he visto con mujer alguna, por muy fea que pudiera ser que, por cierto, es a lo único que podría aspirar. Es feo, desaliñado y sucio, tiene cara de obseso sexual, o de psicópata. Ahora sé que no lo es porque a día de hoy ya me habría violado. Pero el semblante es del todo desagradable y muy poco agraciado, sin morbo alguno ni espacio para la más minúscula de las fantasías. Cada vez que me lo cruzo por la escalera intento ser simpática, y a él solo se le ocurre desnudarme con la mirada. Alguna vez incluso le he visto babeando. Asqueroso, joder. En una ocasión me dijo, hace ya un año creo, que le“encantaba cuando (yo) me pajeaba”. Quedé perpleja. Le respondí algo parecido a “¿cómo puedes ser tan cerdo, tío?” e intenté desaparecer rápido. Es obvio que el tío tiene la oreja pegada todo el puto día a la pared de mi habitación, o a la del salón, y cuando me masturbo parece no perderse detalles. No es que yo aúlle como una gata en celo cada vez que me corro, pero mis gemidos, por muy leves que sean, especialmente al culminar, suelen manifestarse muy agudos y, por lo tanto, de fácil percepción si estás atento. El día que me soltó esa barbaridad me dio tan mal rollo que me tiré una semana entera sin hacerme una sola paja. Y andando por casa de puntillas. El problema es que al séptimo día ya no podía aguantar más y me alivié de lo lindo salpicando, incluso, la tele que tenía frente a mí. Fue de risa.



 



Si Rafa ya me gustó muy poco cuando le conocí, me dio verdadera repugnancia saber que me estaba controlando a todas horas. En multitud de ocasiones él mismo se hacía las pajas con el porno a un volumen considerable y graznando su placer hasta correrse a los 20 segundos. Era nauseabundo. Y lo hacía sabe Dios con qué intención porque dudo mucho que ese chico sepa lo que es excitar a una mujer. Podría confirmar ahora mismo que Rafa es una especie de Torrente con 20 años menos.



 



Así mismo se lo estuve explicando todo a Mónica desde la cocina, mientras ella me escuchaba atentamente con cara de absoluta indiferencia. Es decir, no parecía que le impresionara categóricamente nada de lo que le estaba confesando de ese infecto personaje. Y entonces me soltó la segunda bomba:



 



“Todo esto que me cuentas lo sé muy bien, Evita, ¿o te crees que no le he oído practicando el onanismo durante estas últimas tres semanas? ¿O tal vez estimas que él no nos ha estado escuchando mientras tú y yo follábamos todos estos días? Y lo demás ya me lo imaginaba. El personaje es realmente dantesco, lo sé, pero al menos sabes a qué te enfrentarás, ¿a que sí?”



 



Mónica estaba hablando en serio. Y continuó:



 



“El sábado, mientras tú estabas con tus compras de pijita comecoños le hice una visita al interfecto. Con la excusa de que era nueva en el edificio llamé a su puerta para presentarme como tu huésped y mejor amiga. Deberías ver cómo tiene el piso. ¡Y cómo huele! Enseguida me soltó algo como ‘me parece que sois más que amigas Eva y tú,¿verdad?’ No le respondí pero, precisamente, saqué a colación sus prácticas zambomberas y la poca discreción con la que las profesaba...”



 



“No me lo puedo creer, Mónica”, le interrumpí.



“Calla cariño, por favor. Y escucha. Le pedí que no hiciera tanto ruido y, en tono irónico pero sensualmente le dejé caer que nosotras no somos de piedra y que, aunque nos gusta el “marisco”, no le hacemos ascos a una buena “ternera en salsa”. Creo que no se esperaba esa sentencia mía, pero mucho menos lo que hice a continuación: mientras caminaba por la estancia putrefacta me dirigí a su ‘base de operaciones’ al final del pasillo, efectivamente colindante a nuestra habitación, y le solicité, con gran habilidad femenina, todo hay que decirlo, que me enseñara alguna de las películas que usaba para aliviarse. Para eso sí que no estaba preparado el marrano.”



 



“No me lo puedo creer, Mónica”, le interrumpí de forma idéntica a la anterior, pero esta vez con un cariz más sorpresivo.



“Por favor, déjame acabar, cariño. Se conectó a una web llamada Xhamster, ‘hamster’de chocho, una expresión idiomática inglesa. Afortunadamente no era una web de zoofilia. Abrió su perfil y empezó a mostrarme sus vídeos ‘favoritos’ o como se llamen, y venga escenas anales, y venga corridas en la cara, y venga folladas con las tías más guarras que haya visto jamás... Al tío no le costó nada ponerse a tope en un solo minuto mientras me iba explicando el concepto filosófico de cada ‘poema’ visual. Y a mí no me supuso ningún esfuerzo proponerle una contribución preguntándole si le apetecía que le pajeara mientras veíamos uno de sus vídeos.”



 



“¡Pero serás guarra!” Me salió el reproche del alma.



“Ya, ya... pues no te creas que el tío tardó mucho en sacarse la polla.”, continuónarrando una Mónica que, hasta ahora, me era desconocida. “Le invité a que se levantara y, estando los dos de pie, le agarré la tranca empinada y empecé a masturbarle de la única forma que sé. No soy una experta como tú, claro, pero pareció gustarle bastante porque, a los 20 segundos, cuando noté que se iba a correr, le acerqué a su pantalla para que eyaculara contra ella, sobre el vídeo porno que había pinchado. Reconozco que me dio bastante asco la escena pegajosa que organicé y el olor que emanaba de ella, pero sirviópara hacerme una idea de sus medidas y sus mililitros”.



 



“¡Que asco!” tuve que esgrimir entre dos arcadas. “¿Se corrió mucho?” susurrétímidamente contradiciendo tangencialmente la anterior exclamación.



“Eso ya lo verás tú el viernes, guapa”.



“Sí, y tu puta madre, no te digo...” Ya me estaba cabreando la bromita de la cerdaca esta.



 



Lo de la cantidad de semen era una curiosidad mía basada en otro acontecimiento repulsivo que recuerdo con el Rafa este de las narices, dos días después de instalarme en mi piso: cuando se presentó como mi vecino, y aún no le conocía como ahora, cometí el fatídico error de proporcionarle mi email y mi Facebook, y días más tarde me encontré en mi bandeja de entrada una foto de mi jeta, extraída de la red social, llena de lo que parecía esperma. Bastante esperma. El texto que la acompañaba era simple: “espero que seamos amigos y te pueda poner así algún día”. ¿Hay que joderse o no? Aunque suene extraño, lo primero que recuerdo haber pensado en ese momento fue: “menuda corrida”. Pero enseguida ese gesto de supuesta admiración se volatilizó cuando fui consciente de la asquerosidad que había perpetrado aquel sujeto. Me sentí ultrajada y le respondí con una amenaza policial por acoso. Jamás lo repitió.



 



“Pues eso Evita, cariño. Espero que no me decepciones. Yo no lo hice, confié en ti y, en efecto, mi vida ha cambiado desde entonces. Para bien, claro. Para muy bien. Así que también podríamos cambiar tu relación con el vecino, ¿no te parece?”, iba explicando la muy zorra en un tono irritantemente irónico. Sin duda, se le daba bien la cáustica a Mónica.



“¿Y qué pasó después de esa paja?”, le pregunté con escasa curiosidad.



“Eso es algo entre él y yo”.



“Ah, qué bonita historia de amor...” le propuse sarcásticamente.



 



Respondió con una carcajada contagiosa que me transmitió en el acto. Me acerqué a ella con decisión dominante, para que no olvidara quién mandaba en esa casa, le arranquélas bragas bajo su falda y me la follé con dos dedos a toda hostia. “Hoy vas a cenar contenta, so puta”, le iba diciendo mientras Mónica respondía a mis envites con el mismo número de gemidos. Verla ahí, con las piernas abiertas y levantadas, y cara de circunstancia, era una delicia. Estaba súper mojada cuando aún ni siquiera había empezado a darle. Deduje que se había puesto muy cachonda, no solo urdiendo y explicándome su plan, sino escuchando mi animadversión por el futuro invitado. Iba a resultar que esta tía es más guarra que yo. Madre mía, he creado un monstruo.



 



El día siguiente era martes, y aún le estaba dando vueltas a todo el tema, al comportamiento de Mónica, a la llegada inminente del viernes y cómo iba a afrontarlo. Me sentí francamente desorientada. No sabía muy bien cómo lidiaría con sus planes. Una cosa sí tenía muy clara: ese cerdo no me pondría la mano encima ni en broma, ni para“ajustar cuentas” ni para fantasear con un supuesto morbo de mi amiga. Salí a mediodía de casa para comer con una conocida e ir de compras después y, por la tarde, cuando ya estaba llegando al rellano del piso para entrar en casa vi salir a Mónica del apartamento de Rafa. Quedé confusa, de repente me sentí el objetivo de una conspiración judeo-masónica.



 



“¡Hola cariño!” vociferó la meretriz encubierta mientras se dirigía hacia mí.



“Buenas tardes, señorita Eva”, replicó el cerdo de la colina apoyado en el marco de su puerta.



 



No respondí a ninguno de los dos. Me metí en casa mientras Mónica saludaba con la mano a Rafa y seguía mis pasos.



 



“¡Esto es la hostia, tía!” le largué con muy mala leche al cerrar la puerta.



“No te enfades, amor, solo estaba revisando vídeos suyos para hacerme una idea de sus gustos sexuales y saber de lo que es capaz”.



“Ah pero, ¿tiene gustos ese gorrino?”. No sé ni para qué le seguía la corriente a la tía.



“Pues sí que los tiene, nena, y muy sofisticados. Me ha estado mostrando unas pelis que ¡ufff!, me he puesto a tope. El tío será lo que quieras pero le encanta el sexo, y sabráhacerte un trabajo de primera el viernes, ya verás.



 



Hice caso omiso a todas esas observaciones. Pero incluso a sabiendas de que me entraba todo por un oído y me salía por el otro, ella insistió:



 



“Ha estado enseñándome vídeos amateur de lo que llaman BBC, unos negros enormes con rabos a juego, que me han puesto tan cachonda que he empezado a mojarme a tope, ahí sentada a su lado frente al ordenador. Creo que, debido a mis suspiros de sorpresa en cada escena, se debió dar cuenta de lo caliente que me encontraba y, el muy guarro, me metió una mano bajo la falda para tocarme un muslo. Al oírme suspirar ese tocamiento me preguntó ‘si estaba húmeda’, literalmente, y le dije que sí. Seguidamente le pedí que se levantara y me senté sobre mis talones en el suelo, frente a él, para sacarle la polla y pajearle como nunca se lo habían hecho antes, según me dijo”.



“Tía, estás enferma, de verdad”, le recriminé sin apenas inmutarme.



“Ya bueno, no se la chupé porque me daba un poco de asco su olor, pero súbitamente descargó unos chorros de leche sobre mi pelo y mi frente. Aún tengo restos, creo. ¿me lo miras, porfa?”



“Vete a la playa”, le respondí indignada mientras me preparaba un sandwich para comérmelo frente a la tele.



 



No le dirigí la palabra en todo lo que quedaba de tarde y de noche. Y me quedé a dormir en el sofá. La mera visión de mi amiga recibiendo en su cara la leche de ese mendrugo me daba auténtica inquina.



 



Miércoles. He dormido en el sofá y Mónica ya se ha ido al trabajo. Me ha dejado cafécaliente y una nota junto a la taza: “Que tengas un buen día, te quiero”. Es el colmo. Consciente de lo que me afecta su anormal comportamiento,  a sabiendas de que he dormido en el sofá por despecho, ¿me hace café y me escribe una nota? Si lo que pretendía era confundirme, lo había conseguido. Y mucho. Daba la sensación de que, paralelamente a su plan contra mi orgullo, se había desencadenado en ella una obsesión morbosa por Rafa. Entonces me planteaba muy en serio que si una mujer tan atractiva como ella, con un cuerpo realmente envidiable y una belleza exótica poco habitual, no sentía verdadera repugnancia por ese tipejo, a lo mejor es que yo estaba equivocada prejuzgándolo sin conocer, a ciencia cierta, las supuestas virtudes del tipo. Una cosa sítenía clara: el pequeño Torrente guapo no era. Ni mínimamente atractivo, físicamente. ¿Tal vez tenía un pollón del 20 que había embargado el interés de mi compañera?,¿Posiblemente su incómodo y antiestético semblante era, en realidad, una excelencia? Joder, ni idea. Intenté olvidarme de las rencillas, me duché (sin paja), me vestí y salí a toda mecha del piso. Estas paredes con “oídos” se me caían encima.



 



Esa noche llegué tarde, después de cenar. No había tenido ninguna cita, pero no me apetecía estar con Mónica en casa, así de simple. No suelo ser nada rencorosa, pero este asunto de mierda apestaba a idem. Y seguiría oliendo hasta el mismísimo viernes, para cuyo momento aún estaba reflexionando acerca de en qué modo tendría que actuar.



 



“Hola cielo”, me saludó al entrar yo en el piso. “Esta tarde al llegar he ido a ver a Rafa otra vez. He estado con él un buen rato revisando más vídeos y poniéndonos a tope los dos. No entiendo porqué no se ducha ese tío, es realmente un sucio. Apesta a sudor y a polla lacrimógena. Si no tuviera tanto aguante creo que ya le habría vomitado encima. Hoy me puse unas braguitas muy chulas, de esas que se desabrochan por los lados y, cuando me he descuidado un momento, el tío me ha sentado en la mesa del ordenador, me las ha abierto y ha comenzado a comerme el coño. Estaba tan mojada que podía oír cómo me sorbía entera. Uff, me he corrido en su boca, tía, se lo ha tragado todo, y le he dejado que me penetrara previas precauciones de látex. Cuando se incorporaba hacia mí para hincarme pude apreciar cómo apesta el jodido. Menos mal que dura poco y se saliórápido”.



“Buenas noches, guapa”, le saludé muy seriamente en tono burlón. Me metí en la cama y ya no me enteré de nada más. Pese a todo me había dormido enseguida. Creo que fue el puro agotamiento mental.



 



Jueves. Otro café. Misma nota. No estaba dispuesta a dejar pasar ni un día más así. No iba a permitir que llegara el día siguiente sin haber tomado una decisión determinante para con la situación que se había enquistado entre Mónica y yo. Parecía mentira que una broma derivada de una experiencia positiva estuviera causando tan mal ambiente entre las dos. Decidí que la única forma de afrontar el desafío de Mónica era adelantándome a los acontecimientos y saboteando sus intenciones. Si la confabulación se llamaba Rafa me había propuesto hacer de tripas corazón marcando mi territorio y exponiendo mis armas. Habiéndole dejado las cosas claras a ese tipo conseguiría desbaratar los planes de Mónica para el día siguiente.



 



Dándole vueltas a todo se hizo tarde, eran ya las 12 del mediodía y aún estaba en bragas por casa. Sin ducharme, tal cual, sin lavarme ni asearme, sin acicalarme ni ponerme guapa, me puse el primer vestido que pillé en el armario y me decidí a llamar a la puerta de Rafa. Toqué el timbre. Nada. Insistí. Ni caso. Y de repente:



 



“¡Vooooy!” oí a lo lejos con voz ronca. “¿Quién coño es a estas horas?”



“¿Estas horas? Tío, son las 12, joder. Soy tu vecina Eva”.



“¿Eva?” preguntó, más sorprendido incluso que yo misma por estar ahí.



“Sí, Eva, ¿te suena?”, le solté burlescamente.



 



Abrió la puerta con la cadena de seguridad asomando la mitad de la jeta de cerdo por la apertura. Tenía pinta de resacoso, lleno de legañas y con aliento de podredumbre.



 



“¡Coño, Eva! ¿qué puedo hacer por ti, preciosa?” inquirió el pequeño Torrente mientras abría la puerta completamente y me invitaba a entrar.



“Quiero hablar contigo, ¿te importa?”



“No, no, claro, pero es raro, nunca has estado aquí. No te gusto nada. Y no me extraña, la verdad”, soltó  en tono de resignación.



 



Entré hasta la sala central. Era todo un puro desorden. Ropa tirada, cajas de pizza con restos orgánicos, vasos con un líquido amarillento, colillas de porro en ceniceros rebosando, un Fleshlight con la goma negruzca sobre la mesa del ordenador al final del pasillo... Una luz tenue invadía todo el piso, y el olor era el propio de una cueva, mezcla de humedad y suciedad, de moho y polvo. Era un auténtico hazmellorar el sitio. Yo caminaba como si lo hiciera sobre huevos, evitando romperlos, más que nada por si, de repente, veía aparecer una rata correteando de un lado a otro. El lugar era el propio de un personaje así. Ahora sé de dónde sacó la idea Santiago Segura. Por casualidad advertí a un invitado tirado en uno de los sofás.



 



“¿Y este?”, susurré patidifusa.



“Es Kevin, un amigo mío que se quedó frito en el sofá anoche. Shh... tú ni caso”.



“Vale”, respondí zanjando el tema.



 



El tal Kevin, de tez oscura y pelo azabache al uno, barba desordenada y manos de estibador, daba miedo de verdad. Lleno de tatuajes “de talego” y con un aspecto bruto y desaliñado, era de fácil prejuzgar. Y nada le beneficiaba. No me hacía mucha gracia que un tipo así durmiera al otro lado de mi pared, la verdad. Menos mal que estaba KO y que no interrumpiría el plan que había trazado para con Rafa.



 



“Oye, a qué has venido Eva. He dormido poco hoy y estoy hecho una mierda”.



“Te traigo un regalo muy personal”, le dejé caer de forma enigmática. “¿Cuál es tu habitación?”, pregunté.



 



Le seguí hasta un dormitorio acorde, por supuesto, al resto de la casa. Una cama completamente deshecha, arrugada, desordenada, con las sábanas atestadas de lamparones y ropa tirada aquí y allá, ceniceros a rebosar, una botella de Veterano vacía, y todo bajo el hechizo de un caleidoscopio aromático imposible de adivinar. Me senté en el borde del colchón y le acerqué hacia mí para pillarle el pantalón del pijama pringoso y bajárselo tirando de él mostrando, en casi toda su solidez, la excitación repentina de Rafa.



 



“¡Joder Eva!, ¿a qué viene esto?” preguntó sorprendido y muy agitado.



“Es un adelanto, relájate”, le respondí.



“Pero mi cumple no es hasta dentro de tres meses”.



“Muy gracioso”, suspiré.



 



Cuando tuve su polla en mi mano, apuntando hacia arriba, he de reconocer que me esperaba algo considerablemente más pequeño, menos trascendente, pero el chaval estaba bastante bien dotado. Del 17 ó 18, quizás. ¿Tal vez era esa la razón de la ofuscación morbosa de Mónica, y el motivo por el que ella me taladraba el coco cada día con lo mismo? Lo descarté. No era para tanto. Estiré hacia abajo del pellejo para extraer de él un glande hinchado y morado y, por qué no decirlo, con restos de requesón propios de una guarro maloliente. Inicié un lento movimiento con mi mano que enseguida dio lugar a varios suspiros del agraciado. Creo que este imbécil no sabía muy bien si estaba soñando o no. Gracias a mis movimientos y estrujadas, y a sus propios líquidos, la suciedad quedó disipada y me dispuse a saltar de la cama para agacharme a la altura de sus huevos y lamérselos mientras seguía agarrándole por el asa erecto. El hedor a lonja abandonada que emitía ese hueco era insoportable. No me creía lo que estaba asumiendo con la única intención de joderle los planes a Mónica. Me estaban entrando unas arcadas terribles y decreté superar esas sensaciones  repulsivas abarcando con mi boca la totalidad de la verga y así intentar bloquear mis papilas gustativas. Emitiendo otra arcada de auténtico asco intenté no pensar en lo que había visto y olfateado segundos antes. Hoy iba a salirme con la mía como fuera, tenía la intención de saciar a Rafa para suprimir el concepto novedoso que pretendía mi amiga. Como me consta que Rafa no iba a aguantar más de 20 segundos se me ocurrió que, si hacía que se corriera enseguida, tal vez resistiría un poco más en un siguiente endurecimiento y, al menos, podríamos consumar un acto que Mónica ya tenía diseñado para el día siguiente. Efectivamente, con su carne todavía dentro de mi boca me advirtió de su inminente llegada y, sin ofrecerme opciones, se la sacó con una mano para pajearse a la vez que me sostenía la cabeza con la otra. Conociendo su propia fisionomía de expulsión, supo muy bien cómo proceder para que su limitado esperma me manchara la cara, primero con una ráfaga muy breve y después con un reguero de pastosidad que caía por gracia de la propia gravedad. Aún no había acabado de expulsar los últimos restos y el Calippo ya era un trozo de pellejo sin consistencia.



 



“¡Uff tía, qué pasada! ¿Sabes la de pajas que me he hecho pensando en esto exactamente?”



“Estupendo, pero aún no hemos acabado”, le reprobé.



 



No creo que me entendiera muy bien, pero poco importó porque, sin más dilación, me hizo un oferta que no pude ignorar:



 



“¿Me dejas que te coma el coño? Me encantaría y me volvería a poner a mil”.



“Es que...”, es que aún no me he lavado, iba a decirle. ¡Anda ya! “Venga, a ver si consigues que me corra yo ahora”, le desafié con mi bigote y barbilla parcialmente embadurnados de su escaso pero pastoso engrudo.



 



Me quité las bragas a toda prisa bajo el vestido y me senté de nuevo en el borde del colchón, levanté las dos piernas para ofrecerle mi conejito y le atraje la cabeza agarrándole por el pelo brúscamente. La descripción que hizo Mónica del cunnilingus de Rafa no correspondía mucho con esta. No es que fuera la mejor comida de coño del siglo, pero se lo curró bastante bien. Usó con cierta habilidad la lengua, chupando y besándome, limpiándome con gran fruición mis labios y mis dos grutas, realizando pasadas con esa extensión rugosa, áspera, erizada, desde el ano hasta el clítoris a la vez que, con una de sus manos, me frotaba éste último mostrando un talento sin duda cultivado en la academia virtual Xhamster. Sin importarle lo más mínimo mi propia higiene o, mejor dicho, la ausencia de ésta, apuntaba con su lengua erguida sobre mi orificio anal usándolo como punto de partida a un recorrido lento y minucioso de toda la zona genital hasta culminar en mi botón rígido y descapuchado. El mancebo disfrutaba como un enano ese caramelo de centollo que le regalaba, repetía esa misma operación, de forma idéntica, una y otra vez, originando en mis entrañas un hervor difícil de controlar. Al principio procuré no ofrecerle el honor de mis expresiones pero, poco a poco, eso era imposible. Ahora mismo, cada viaje de su extensión bucal a través de mi imperfecta orografía genital recibía a cambio un gemido de placer y un ceño fruncido que animaba a Rafa a continuar sin complejos. Clandestinamente fijaba su mirada en mi semblante para regocijarse en su trabajo. E, irremediablemente, entre sus arrebaños y la estimulación directa de mi botón, muy pronto se originó una pequeña fuente orgásmica que rápidamente Rafa se preocupó de abarcar con la boca al son de mis contracciones y suspiros ahogados.



 



“¡Diosss!”, no pude evitar manifestar mi éxtasis.



“¡Qué rica estás niña!” balbuceaba mientras terminaba de sorberme.



 



Rafa se levantó rápidamente y me ofreció otra vez su verga lista para proporcionar deleite. Qué feo y poco agraciado era el pobre, pero qué coño, esto era una misión contra un plan perverso, así que me levanté, le empujé sobre la cama, boca arriba, levanté mi vestido y me senté sobre él apoyando mis rodillas a cada uno de sus lados manteniendo una encajada del rabo perpendicular a su posición. Había pensado en ponerle un condón, pero este tío solo se alimentaba de pajas, y una ETS sería muy poco probable, así que comencé a saltar sobre su estaca mientras él abarcaba con ambas manos mis dos tetas todavía pendientes de su habitual dureza en estado de excitación. A pesar del desagrado en el ambiente y de su sabor agrio y vomitivo, Rafa me había puesto bastante caliente. Intenté moverme de forma lenta, acompasada y armoniosa. Mi intención era que durara más de 20 segundos y me proporcionara algo de placer con sus genitales. Pero, sobre todo, se trataba de conseguir que las fantasías de Rafa se acabaran cumpliendo hoy mismo, consiguiendo así aguarle la fiesta a mi compañera de piso y a su ridículo plan vengativo. Mi cabalgada pasó del paso al trote y al galope durante los siguientes minutos. De vez en cuando paraba y movía mi pompis en círculos para proporcionar descanso paraél y varias sensaciones internas para mí. En un momento dado, sin moverme de mi asiento, recoloqué mis pies sobre la cama para apoyarme con las manos hacia atrás, sobre sus muslos, cambiando el ángulo de la montada.



 



“¡Joder Eva! Qué buena que estás, tía”, se sinceró el bastardo.



 



El vestido que yo portaba impedía su visión subjetiva de la clavada y, de vez en cuando, él levantaba la parte delantera del mismo para ser testigo directo de su logro. Remiraba en silencio aquello que normalmente solía consultar en sus vídeos, para después perder la mirada en blanco hacia el infinito con el aspecto de no poder alargarse mucho más. Reconozco que su figura repulsiva y su olor a no sé bien qué no fueron un impedimento para disfrutar ese momento de calentura total. A medida que Rafa iba levantando con regularidad mi vestido para comprobar, una vez tras otra, cómo embadurnaba su cilindro con mi crema blanquecina, daba la sensación de que ya estaba a punto de explotar. Entonces yo paraba repentinamente y dejaba que sus huevos palpitaran entre mis piernas, me incorporaba sobre él y le susurraba al oído “¿quieres correrte dentro de mí?” Esto se repitió en varias ocasiones. Llegué a admirar su aguante. Yo le cabalgaba de forma arrítmica y, cuando se acordaba, él me pellizcaba un pezón alargando una de sus manos. Ese momento era un desafío para mí también. Hay pocas cosas que me exciten más que un retorcimiento de mi areola mientras me poseen.



 



Cuando me cansé de mi montura me dejé caer a un lado quedando arrojada sobre uno de mis costados y ofreciendo mi grupa al gorrino, que tenía todo el aspecto de no saber cómo plantear un 44. Le ayudé atrayéndolo hacia mí y agarrándole el miembro para posicionarlo entre mis muslos unidos. Cuando acerté el punto exacto le advertí el momento y empujó todo lo que pudo para adentrarse entre mis labios prietos. Disfruté escasamente esa embestida pues es esta una posición que exige una extensión especial del macho. Y no era el caso. Me dejé bombear de esa guisa mientras le invitaba a descargarme dentro. Y de pronto, la sorpresa:



 



“¡Qué cabrón, tiooo!” oí súbitamente a nuestros pies. Era su amigo el gitano, que se había recuperado del coma y ahora estaba oteando nuestra función con el torso desnudo y unos pantalones vaqueros.



“Hola Kev... Kevin”, titubeó Rafa saliendo de mi interior. “Esta es Eva, una amiga”.



“¡Qué cabrón... está buenísima, hijoputa!” gritó con violencia el calé. “¡Quita payo, deja un poco a los amigos!”, insistió el tipo prácticamente arrancando a Rafa de mi costado.



“¡Eh tío, qué coño haces!” le reprendí.



 



Me bajé rápidamente el vestido para tapar mis partes y disimular mi posición. Me dispuse a levantarme de la cama y el ex-presidiario, agarrándome de los tobillos, me arrastró hacia el borde de la cama mientras se convencía de que ahora era su turno y que yo estaba ahí mágicamente para satisfacer las perversiones de los habitantes de esa pocilga.



 



“¡Quítame las manos de encima, asqueroso!, le grité removiéndome para evitar su tacto en mi cuerpo.



“O sea, ¿te estás follando a mi amigo Rafa y vas a pasar de mí?”



“¡Que te quites, joder!”, insistí atemorizada.



“¡Y una mierda, guapa! Yo también quiero ponerte fina”, amenazaba el tío bajo la mirada impertérrita de su compañero.



 



Yo intentaba incorporarme de la cama, poner los pies en el suelo para disponer de mejor ataque a mi huida, pero Kevin no solo era demasiado corpulento, sino que ofrecía una violencia que no parecía sorprender a Rafa. Estaba empezando a acojonarme de verdad. Ese tipo no tenía aspecto de bromear y, probablemente había salido de la cárcel hacía poco, por lo que yo era un dulce caramelo de fresa para un individuo abrumado por la amargura y la necesidad. No tenía buena pinta el asunto. Me empujó de forma muy tosca contra la cama y levantó el vestido que portaba durante toda la mañana.



 



“¡Uff, menudo coñito, tío”, le confesaba a Rafa, que estaba en silencio sentado en la esquina de la cama con una expresión acorde a las circunstancias.



 



Ahora yo tenía claro que mi “aliado” no estaba dispuesto a enfrentarse a Kevin por mí, así que tuve que asumir el papel de defensora de mis propios intereses e imponer mi genio desbocado para evitar que un puto pirado me violara impunemente. Mientras el gitano no cesaba en su intención de exponer mis genitales para su regocijo, yo pataleaba y abofeteaba su cuerpo musculoso e iba propinando todo tipo de golpes aleatorios, sin destino concreto. Solo quería salir de ahí abriéndome paso de la forma más salvaje. Pero ese tío era demasiado fuerte, y su hambre, voraz. Me agarró por las muñecas aprisionando mis piernas con las suyas y se acercó a mi oído:



 



“No te resistas, preciosa, estás demasiado buena para dejarte ir, y no sabes cuánto tiempo llevo sin echar un buen polvo”, me arrulló con el sosiego de un psicópata muy seguro de sí mismo.



 



Estaba cagada de miedo y empecé a asumir que la única forma de salir de ahí sería dejándome violar por ese cabrón. Tras el susurro de su frase amenazadora él notó la relajación de mis extremidades castigadas y empezó a disfrutar el néctar de su victoria.



 



“No te muevas”, me ordenó.



 



Se quitó de un tirón los pantalones y mostró el bulto bajo sus calzoncillos de mercadillo. Se sacó una tranca importante por el agujero frontal y comenzó a tocársela lentamente mientras me repasaba con la mirada de arriba a abajo. Yo solo podía echar la mirada a un lado para evitar ser su espectadora, pero él me conminaba a examinar su propia paja.



 



“Súbete ese vestido y levanta las piernas”, me exigió esta vez con voz de mando.



 



Decidí obedecer desvalida con la esperanza de que se limitara a descargar sobre mí y cayera exhausto y vacío. Alargando la mano que tenía libre la usó para juguetear con sus dedos en mi raja reseca y temerosa. Siendo consciente de ese laconismo empapó esos mismos dedos con su saliva y volvió a probar su intento de penetrarme con ellos. Ante mi absoluta indiferencia física y total rechazo psicológico consiguió adentrar su extensión más alargada dentro de mí. Entonces su polla parecía tomar más volumen entre la mano, acelerando sus propias caricias sobre el glande, a medida que, por una simple cuestión orgánica, mi chocho empezaba a dar muestras de excitación, delatando cada vez más flujo en su extremidad digital.



 



“Estás empezando a ponerte muy cachonda, pedazo de guarrita”, soltó el hijoputa.



 



Le saqué de un golpe el dedo de mi interior e intenté aventurarme por sorpresa para salir por patas del lugar, pero él ya se esperaba esa intención y, con grandes reflejos, me volvió a inmovilizar con su propio cuerpo, como antes, espetando con gestos de reproche mi tentativa. Aprovechando que tenía la verga fuera del slip, y que ahora me bloqueaba como antes, frotó su miembro mojado sobre mis muslos desnudos, como advirtiendo que se trataba de un preámbulo a sus intenciones. Noté la viscosidad de su calentura con mucha claridad y, mientras mantenía mis brazos aprisionados  contra las sábanas, por encima de mi cabeza, su cuerpo iba ascendiendo lentamente para abrirse paso hacia mi entrepierna usando un guía firme y consistente. Fue entonces cuando corroboré que, en efecto, mi coño tomaba sus propias decisiones y, en un arrebato de calentura extrema,  contradiciendo definitivamente mi raciocinio, se levantaron instintivamente mis dos piernas para reclamar el deseo de ser poseída inmediatamente. El gitano lo comprendió muy bien y, de una sola empitonada salvaje se adentró entre mis carnes, mientras poseedor y poseída gritábamos esa irrupción violenta.



 



“¡Ponte una goma!” le interpelé, con retraso, a mi empalador.



 



Imposible imponer mi exigencia. Aprovechando la viscosidad momentánea de mis partes que, con tanta paciencia había forzado Kevin, me empezó a follar violentamente haciendo fondo en mi interior. Asumí la invasión del gitano mirándole con cara de aborrecimiento primero, y con expresión exacerbada, después. Siendo violada por ese tipo quería evitar mostrar el más mínimo síntoma de placer, pero sus golpes contra mis ingles eran feroces y se antojaba físicamente imposible disimular el estímulo sexual que me proporcionaban las sacudidas. Mis gemidos oprimidos, los resoplos ineludibles y los propios gruñidos del gayán invadían la estancia arrinconando a un Rafa que prefirió no enfrentarse a la injusticia. Con dificultad, a veces yo conseguía sacar fuerzas de mi prisión para incorporar la cabeza y vislumbrar las sacudidas de las que era objeto. Solo podía adivinar la importante extensión del energúmeno que me fornicaba y cómo lubricaba con mis líquidos su herramienta taladradora. A pesar de haberme dejado mancillar por ese recluso de gimnasio al aire libre, me quedaba el suficiente orgullo para proponerme no llegar al orgasmo y así evitar regalarle ese mérito. Decidí desconectar de ese coito y solo me dejé hacer. Entonces permití que me violara, que liberara su aislamiento en mi cuerpo inerte, que saciara su asedio dentro de mí.



 



Cuando el gitano Kevin percibió mi indolencia salió de mi interior y me dio la vuelta para colocarme en el mismo sitio pero boca abajo, me levantó el vestido para colocarlo encima de mi espalda y, agarrándose el miembro con una de sus manos, esgrimió:



 



“¡Me cago en la puta Rafa, esta tía está buenísima!”



 



Abrió mis nalgas con sus dos manos y hurgó mi ano con uno de sus dedos. Aunque yo sabía que no iba a servir de nada, le rogué que no me la metiera por el culo. Pero mi súplica iba a ser soslayada sistemáticamente haciendo, por lo tanto, caso omiso a la misma aportando su fuerza bruta para bloquear mis movimientos de rechazo. Así, inició el fisgoneo de mi anillo con la punta de su nabo previamente lubricado con su saliva y, con la intención de escrutar en mis intestinos lo más profundamente posible, dio comienzo el forcejeo mientras yo soltaba los respectivos quejidos de disgusto. Cuando por fin escudriñóen lo más hondo de mi culo inició los vaivenes de rigor dando de sí mi orificio más privado. El tipo se había colocado prácticamente encima de mí y, apretando mi cabeza contra la almohada, sin apenas dejarme respirar, embestía ahora con gran goce mi retaguardia. Sus gruñidos eran roncos e histéricos, y los míos agudos y de dolor caprichoso. A medida que mi anatomía rectal se adaptaba al grosor del advenedizo, mi actitud debía ser de nuevo pasiva y sumisa, evitando mostrar el más mínimo placer y esperando pacientemente la llegada de mi abusador.



 



La eyaculación de Kevin era ya inaplazable y, contra todo pronóstico, salió de mi interior permitiendo que mis músculos rectales volvieran a su posición original. Me dio la vuelta para posicionarme de nuevo boca arriba y, ubicando su lanzadera entre mis muslos abiertos, a la altura de mi pubis, comenzó la descarga de su semen hacia mi barriga, mis pechos y mi cuello. Debió esputar 4 ó 5 ráfagas que embadurnaron de leche toda la zona frontal de mi anatomía mientras, con mis manos, yo esparcía su pasta por el resto de mi torso haciendo que la densidad pasara desapercibida a los ojos de los presentes. Cuando el gitano se apartó a un lado para recuperar el aliento, como pude, completamente congestionada y con una molestia incipiente en mi trasero, pero más aguda en mi orgullo, me levanté y salí corriendo del escenario para encerrarme en casa, sentarme en un rincón y recapacitar acerca de lo que había ocurrido durante las dos últimas horas. La táctica que debía dejar en jaque las intenciones de Mónica para el día siguiente me habían conducido al ultraje, la violación, el agravio, el atropello y la injuria más detestables. Me había salido con la mía, sí, y mi culo daba fe de ello, de acuerdo, pero me dolía el alma. Y todos mis sagrados agujeros.



 



Esa misma noche el ambiente en casa era otro bien distinto. Esta vez me sentí con la sartén por el mango y, a modo irónico, le preguntaba a Mónica acerca de Rafa: “¿No has querido follártelo hoy, cariño?” Se reía y me lanzaba besos desde la cocina. Su plan había fracasado y aún no era consciente, la pobre. Y entonces me lo confesó todo:



 



“Eva, mañana no he quedado con nadie, tontita. ¿Crees que yo te propondría follarte a ese sucio bastardo de mierda, asqueroso y maloliente, solo para culminar una revancha estúpida? No me jodas, cariño. Ha sido todo una broma mía. Era mi forma de “vengarme”de tu regalo respecto al que, por cierto, jamás podré agradecerte como mereces. Nunca permitiría que mi amiga preferida fuera poseída por semejante gorrino, ni siquiera para culminar una guasa. Estos días he ido a su casa para asesorarle acerca de unas transacciones comerciales que él tramita por internet. Se enteró de que yo trabajaba de asesora fiscal y quiso que le ayudara en un papeleo. Pero me alegro de haber acabado, la verdad, porque esa casa es asquerosa,  joder, está muy sucia, huele mal y da verdaderas nauseas solo sentarse en uno de sus sofás.”



 



Se acercó a mí para besarme en la mejilla.



 



“Ya sé que te has enfadado estos dos días, y me he sentido fatal, pero quise llevar mi broma hasta el final. El problema es que, tal y como te la has tomado, he preferido concluir la inocentada ya mismo. ¿Amigas?”



 



 



Fin


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