La rubiecita ya me había dado el okey con la mirada, con la sonrisita babosa. Me fuí al baño de la disco a sacudir al señor Sorobongo y avisarle que en pocos momentos, de nuevo, tendría fiesta. Ni bien el señor Sorobongo asomó por la cremallera, resopló y me recriminó en un particular discurso.

-¡Alto ahí, tío! ¡Stop con la moto! ¡Ya estoy cansado! ¡Todos los días fiesta, fiesta, fiesta... ni un minuto de descanso! ¡Trabajo todos los días, me meto en oscuros culos y lubricadas conchas, es un trabajo insalubre!

-¿Pero... que estás diciendo, gran Sorobongo? ¡No me falles esta noche! ¡Te necesito! La rubia quiere guerra... y la va a tener.

-¡Guerra, guerra, guerra! ¡En lo único que pensás es en esas infernales batallas entre las sábanas! ¡Nada de paz, nada de remanso! ¡Ya estoy harto! Por lo menos, quisiera un día, un solo día de paz... cuando creo tenerlo, me levantás por una atorranta cualquiera y ya estoy trabajando de nuevo... ¡Nunca una lavada a mano, un baño de crema, bien merecido lo tengo!

-Pero la rubia de afuera seguro te va a besar, te va a lamer, te va a chupar y creo que hasta le gustará tu propia crema, tu leche de macho, y te secará con su lengua, hasta la última gota...

-¡Me niego! ¡Me niego rotundamente! ¡No voy a trabajar hoy! ¡Que se vaya a cagar la rubia y tus pretensiones de macho latino!

-¡No puedes hacerme esto, gran Sorobongo! ¡No hoy! ¡Te necesito, enhiesto y poderoso, como el cañón de un tanque, apuntando y demoliendo, escupiendo metralla de semen... vamos!!!

-¡Mi decisión es una sola! ¡No voy a trabajar!

-¿Acaso irás al paro? ¡Mejor!

-No, claro que no iré al paro. Hoy me arrugo, me hago chiquito, como el pito de un anciano.

-¡Nooo! ¡Por favor! Necesito encular a la rubia, hacerla cabalgar sobre mí, devorar sus deliciosos pechos... ¡Vamos!

-Te digo que no, que no vamos a ninguna parte.

El Sorobongo y yo comenzamos una dura lucha, comencé a sacudirlo, pero el gran Sorobongo me pilló parte del pantalón y los zapatos. No tuve más remedio que sacarme el pantalón y usar el secamanos eléctrico para poder secar la gran mancha de pis.

-Te guste o no te guste (le dije a mi pito) vamos a ir con la rubia.

En ese momento, entró en el baño un hombretón. Un rubio precioso, alto, fornido, de ojos celestes. Mi miró en paños menores y no supe que contestarle. El maldito Sorobongo comenzó a reaccionar ante el rubio, dándole a entender que estaba excitado con su presencia. El rubio sacó un terrible pene de su pantalón, al parecer toda esa situación le apetecía mucho.

No pude pensarlo dos veces. El tamaño del rubio me intimidaba, y además estaba pensando mucho en la rubia, así que me agaché y comencé a besar, a chupar, a lamer el pene del rubio, es decir, todo lo que había imaginado que la rubia me haría a mí antes... nunca lo había hecho antes, y la verdad, me estaba gustando.

Mi pito reaccionó mal, y comenzó a descender paulatinamente. Ahora quería ir con la rubia. Yo creo que supuso que la fellatio no sería suficiente para el rubio, y tuvo razón. El gigante me quiso encular, y por más que me resisití un poquito, no hubo caso, me la metió en el culo con un gran dolor de mi parte. Y para colmo, era bastante larga y gruesa...

Cuando el rubio terminó, yo enfilé hacia afuera con mi pito entristecido y el culo en flor, en busca de la rubia. Allí estaba ella, esperándome. Cuando me acerqué, me dijo:

-Hoy no puedo irme contigo. Acaba de llegar mi marido (y me señaló al rubio que había conocido minutos atrás en el baño de la disco).

¡Que mala suerte!