Emilio era un tipo de cincuentaypocos años. Su vida transcurría normal, es decir, aburrida. Se llevaba bien con su esposa y todo eso, pero ya se le juntaban muchos años al matrimonio. Una noche, después del trabajo, lograron convencerle los compañeros del taller para que se uniese a ellos en la celebración de no se sabe qué cumpleaños. Llamó a su casa para avisar a su señora de que no iría a cenar y de que tal vez llegase tarde. Emilio no salía nunca, pero en esta ocasión, la pesadez y el hastío le hicieron cambiar de idea. Pensó "Bueno por una vez..a lo mejor me distraigo un poco." Fueron a cenar a un restaurante chino de una ciudad cercana, muy bonita, con playa, con turistas y con fiesta. Todos los viernes estaba animada. Gente de acá para allá, risas, algarabía, bullicio. Era contagiosa, y a Emilio se le empezaba a alegrar el cuerpo. Dieron una vuelta por sus calles para disfrutar del ambiente, y una copita aquí, una copita allá, terminaron con un punto de alcohol suficiente para que se esfumasen los reparos, los tabúes y las normas. A las tres horas y media, por votación mayoritaria, se dirigieron a un local en la autovía, de esos que no cierran nunca y que tienen unos llamativos letreros de luz de neón parpadeante, para que los camioneros durante la semana los vean ya de lejos. Emilio, pese a estar un poco borracho, sintió sus dudas. Él no fue de putas nunca desde que se casó. Él jamás le puso cuernos a su señora. Él respetaba el sagrado vínculo del matrimonio. Pero, él ahora mismo, también es verdad, estaba más cachondo que a los veinte años. El alcohol, las risas y la falta de costumbre, estaban concediéndole un arrojo que desconocía. Así que se metieron en el antro. Emilio iba con la cabeza gacha y sólo levantaba la vista muy de vez en cuando. Las chicas estaban para saltar sobre ellas, jóvenes, lascivas, sexys y gorrinas. Emilio se salía por momentos, estaba entrando en estado de ansiedad, temblaba, sudaba , bebía, resoplaba... Antonio, un compañero, que era más putero que Rasputín, se percató de ello, y lo cogió del hombro diciéndole al oído: "Emilio, chico, que te vas a morir si no haces algo. Venga, hombre que hoy es tu dia. Yo conozco este club más que mi casa. Vente conmigo arriba, que yo te apaño el negocio co la Betty, que está más buena que el copón." Lo arrastró por la escalera de fondo, lo llevó hasta el piso superior, y después de hablar con un tipo lóbrego, le dijo que se metiera en la cinco. Emilio miró las puertas, tres, cuatro, cinco, ésta. Entró con el paquete reventando en el pantalón y se encontró con una muchacha en camisón, peinándose frente al tocador. El novato no supo decir mas que "Buenas noches, señorita". A lo que ella dio un respingo en el taburete y se volvió hacia él con un gesto súbito. Emilio forzó los ojos y pudo ver que delante suyo estaba nada menos que su hija Amparo. Estuvieron largo rato dentro de la habitación. La música del local atenuaba los gritos de la terrible discusión que allí se estaba librando. Tuvo que ser tremendo. De pronto hubo unos minutos de aparente calma y nuévamente se retomó el griterío con más furia. Hasta que Emilio salió disparado corriendo, sin detenerse en la mesa de sus compañeros siquiera y voló hacia la carretera andando tan aprisa como podía, en medio de la oscuridad, como un poseso, blasfemando, imprecando, refunfuñando a ratos, escupiendo con asco, volviendo a gritar, absolútamente fuera de sí. "!Soy su padre, hostias,! !Esto no se le puede hacer a un padre.! !Sinvergüenza, canalla, perra!" En estas estaba, cuando un policía detuvo su moto frente a él y lo mandó parar. "!A un padre, a su propio padre....!" Seguía Emilio, dando alaridos. El agente lo mandó callar y le preguntó qué diablos le pasaba. !!!" La sinvergüenza, la asquerosa, la ingrata... ME HA COBRADO!!!.