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Cuanta razón tenía mi amigo, Ernesto, pensaba en el almacén rodeado de documentos sobre obras y demás. Un mes antes, había conseguido unas prácticas en una constructora y mi amigo, quien ya había hecho prácticas en esa misma empresa, me dijo que no esperase vivir como un señorito. Me dijo que iba a ser “la puta” de algún ingeniero y me iba a tocar hacer toda clase de cosas para él. Yo no me lo había creído, pues pensaba que exageraba cosa común en él. Grave error.
En fin, aquella mañana, tras la bronca de rigor por no tener preparado los datos del expediente de una obra, me encontraba en el almacén buscando datos de distintos sitios cuando mi móvil sonó. Era María, la secretaria del jefe de proyectos. María era una mujer de unos cuarenta y pico años que siempre era muy amable conmigo. Era bajita, en torno al metro sesenta, morena, ojos azules y siempre sonriente. María me dijo que debía presentarme en el despacho del señor Márquez. Le dije que en cinco minutos llegaba, entregué los expedientes a la secretaria de mi jefe y me dirigí al escritorio de María.
Cuando llegué, ella me miró, sonrió y me saludó. Yo le pregunté acerca del motivo, por si había vuelto a meter la pata en algo, pero ella sólo sonrió y me hizo pasar al despacho. Allí estaba el ingeniero Márquez, era un hombre de unos cincuenta años, serio y con ese mal carácter que aqueja a los ingenieros de la vieja escuela. No obstante, pasé y, tras saludar con el respeto debido, le pregunté el motivo que había requerido mi presencia.
- Bueno, Alejo,- comenzó- este lunes hay que entregar el cálculo estructural de la obra que sale a concurso la próxima semana. Por ello, este fin de semana lo voy a pasar en mi chalet trabajando en el proyecto, necesito un asistente y he pensado en ti. Pídele a María la dirección y preséntate el viernes a las ocho y media. Por cierto, lleva ropa para el fin de semana porque lo vas a pasar allí.
Fantástico, no tenía otra cosa que hacer en un fin de semana que currar con el abuelo cebolleta. En fin, por lo menos el cálculo de estructuras era un tema interesante dónde podría aprender algo y no siendo el chico de los recados en la empresa. Así que tras salir y pedirle la dirección a María, me fui a mi casa. Cuando me iba María vio en mi cara que me hacía poca gracia y trató de animarme diciendo que no me preocupase, que lo pasaría bien.
El viernes por la mañana, cogí mi coche, bueno el trasto de segunda mano que me llevaba de un sitio a otro, mi viejo SEAT panda, tras una hora de carretera llegué a la dirección que me dio María. Un chalé grande, mucho, casi diría que era una mansión, aunque no tanto. En fin, toqué al portero electrónico y, tras identificarme como el becario, pasé. La sirvienta me dijo que el señor me esperaba en su despacho. Por el camino, pude ver como a través de la cristalera del salón que daba a un jardín con piscina, una hermosa mujer de unos treinta y tantos tomaba el sol en bikini. No pude fijarme en si era guapa de cara, pero, sin lugar a dudas, tenía un cuerpo soberbio que, al levantarse para saltar al agua, me deslumbró. Una piel blanca dorada por el sol, un cuerpo torneado con unas piernas largas y unos pechos grandes y voluminosos, un culito respingón. Supuse que sería la hija del abuelo y seguí a la sirvienta hasta el despacho.
Estuve currando toda la mañana hasta que llegó la hora del almuerzo y la sirvienta llegó para que fuésemos al comedor. La sirvienta, una mujer de morena de unos veinte años con rasgos exóticos, probablemente de ecuador, se marchó ante la fría mirada del ingeniero y su “Vale, Rosa”.
Llegué al salón detrás del jefe y me presentó a su mujer, la deseable rubia que se bañaba en la piscina cuando llegué. Ahora, podía dar fe de ello, era una mujer hermosa de ojos azules y boca roja que sonreía con cordialidad. Probablemente, tenía ya más cuarenta años, pero era una mujer de una belleza excepcional y mucho más joven que el abuelete. Me saludó y me dijo que esperaba que estuviese a gusto con mi habitación. Luego, me presentó a la jovencita que se sentaba a su derecha. Clarita era la hija de mi jefe, una dulce muchachita de unos quince años que había heredado los hermosos rasgos faciales de su madre. Tenía un toque de pureza y una virginal mirada que la hacía brutalmente deseable, contrastaba frente a la sensualidad que transmitía el físico de su madre.
El eterno dilema para el hombre entre la imagen de una linda muchachita frágil, pura y virginal o la imagen de mujer de formas voluptuosas, sensual y llena de deseo. Ambas son atractivas, pero no pueden estar en la misma persona a la vez. Probablemente de la elección depende nuestra forma de ser.
Doña Sara, la mujer del ingeniero, me amenizaba la comida con su charla, me decía ante los gruñidos de su marido que no le hiciese mucho caso que era un cascarrabias. Me pidió que le hiciese saber cualquier necesidad que se me plantease durante mi estancia en la casa. Cuando comimos volvimos al trabajo hasta la hora de la cena y, luego, me metí en la cama a dormir destrozado.
Sin embargo, aquella noche hizo un calor horrible incrementado por la humedad de tener la costa cerca, no podía dormir así que decidí darme un chapuzón en la piscina aprovechando la oscuridad de la noche. No llevaba bañador, pero mis calzoncillos bóxer servirían para tal desempeño. Cuando salté al agua, estuve flotando sobre el agua haciendo el muerto y deleitándome con el frescor del agua. En esas estaba cuando se encendió una farola del jardín. “Mierda”, pensé, pero de la oscuridad salió una figura de mujer envuelta en una fina bata de seda rosa.
Cuando me acostumbré a la luz, reconocí a doña Sara. Sin embargo, me relajé al ver que no parecía enojada sino más bien divertida. Me preguntó si estaba buena el agua y me animó a disfrutar de la piscina siempre que lo desease. Yo la miraba embobado y sólo era capaz de responder con monosílabos. Segundos más tarde ni siquiera eso, pues me percaté que la potente luz del faro transparentaba la figura desnuda de doña Sara bajo la bata.
Observaba esas suaves piernas, que parecían jugar con las sombras, era imponente. Estaba realmente sensual con su larga melena rubia suelta, que le daba un aspecto salvaje. Observaba sus gruesos labios generar las palabras que formaban las preguntas que me hacía. Pero esos senos, bajo su bata, eran un deleite para los ojos. Grandes, firmes, con pezones puntiagudos. Claro, en esa penumbra, mi mente idealizaba el soberbio cuerpo de semejante mujer.
En breves instantes, percibí una sonrisa en la cara de esa fantástica mujer y unos ojos fijos en el agua. Seguí su mirada y me sobresalté al descubrir qué había provocado aquella sonrisa, mi cara se insufló de sangre. Debía parecer una de esas boyas que tienen las cañas de pescar flotando en el agua. Lo que estaba mirando era mi erecto miembro totalmente visible bajo mi ropa interior que se había transparentado al mojarse.
- Mañana, le diré a Rosa que te deje un bañador en tu cuarto.- dijo mientras se daba la vuelta y se marchaba, a la par que me mostraba el sensual y poderoso movimiento de sus piernas firmes y morenas que se cruzaban entre ellas dando los pasos que la alejaban de mí. Mi mirada iba desde sus suaves talones hasta perderse por el infinito que unía sus piernas.
Más caliente que antes de entrar en la piscina fui a mi cuarto y me la meneé como si fuese un mono. Deseaba a esa mujer, sí, pero no estaba tan loco como para intentar algo con ella, teniendo al marido pegado a mí. Además, yo era un joven íntegro que jamás se plantearía tener algo con una mujer comprometida.
Poco a poco, conseguí dormir y me desperté, la mañana siguiente, bañado en sudor sobre la cama. Me di una ducha y fui al despacho. Aquella mañana, llamaron de otra oficina porque otra obra había sufrido un retraso y el ingeniero debía ir a firmar ciertos documentos junto con otros asuntos. Me encargó que prosiguiese con los cálculos en el ordenador y me dejó bien claro lo que debía estar hecho a su regreso el domingo por la tarde.
Aquella mañana, desayuné con la madre y la hija. Estaban las dos en bañador y ligeramente mojadas, probablemente, habían estado nadando en la piscina. Yo estaba más que caliente mirándolas, apartando una y otra vez mi mirada de sus escotes. Mientras hablábamos, doña Sara comentó que yo debía ser un buen estudiante, tan joven y próximo a ser ingeniero como su marido, mientras que a su hija la habían suspendido tres asignaturas en el instituto: las matemáticas, la física y el inglés. Yo le pregunté a Clarita, en broma, que cómo era eso posible, que eran asignaturas muy divertidas y que yo cuando estaba en el instituto las disfrutaba enormemente. Sin saber cómo, acabé prometiéndole a su madre que le dedicaría unas horas aquella tarde a su hija para ver su nivel y darle consejos. Menudo jaleo, tenía que hacer el trabajo de una semana en un día para su padre y tenía que perder parte de la tarde con la hija, pero bueno.
Estaba yo con la cabeza enterrada entre documentos cuando llamaron a la puerta del despacho, abrí y era doña Sara. Vestía una falda blanca y una blusa roja. Se acercó a mí cerrando la puerta a su espalda y mi corazón comenzó a bombear con inusitada fuerza debido a su cercanía. Mi mente se confundía con mi deseo de mirar su cuerpo y apreciar sus formas, frente a mi negativa a pensar en la esposa del ingeniero como en una mujer deseable. Sin embargo, ella se alejó un paso y me dijo que me agradecía profundamente que hubiese aceptado ayudar a su hija, pues su marido nunca quería dedicarle tiempo y ella no quería estar buscando a un profesor particular. Yo me relajé al ver que no era lo que imaginé en primera instancia. Observaba su elegante figura y sus bellas facciones cuando ella se acercó otra vez y me besó, sus suaves y carnosos labios apretaban los míos, yo no me pude resistir, nuestras bocas se acoplaron y nuestras lenguas se entrelazaron jugando entre ellas.
Ella se separó y me dijo que era un regalo por mi amabilidad. Se dio la vuelta e hizo el amago de irse, pero yo me dije loco de deseo que debía poseerla en aquel momento. La abracé desde atrás y mis manos la atrajeron hacia mí agarrándola de sus hermosos senos, hasta que mi pecho presionó su espalda y mi erección se enterró en sus nalgas a pesar de existir mi pantalón y su falda como frontera. Ella dobló su cuello hacia la izquierda y gimió ligeramente. Mis labios besaron ese lindo cuello, que mostraba su cabello recogido, desde el hueco tras la clavícula hasta detrás del lóbulo de la oreja, luego, mordí suavemente el lóbulo y ella gimió otra vez. Mi mano derecha mientras buscó su entrepierna y bajo la falda encontró una húmeda gruta de carne, no llevaba ropa interior. Mis dedos jugaron con ella una y otra vez, acariciando e introduciéndose, mientras sus gemidos iban en aumento. Su brazo subió hasta su peinado recogido y, mientras se zafaba de mi abrazo y dejaba que su melena cayese sobre sus hombros, se dio la vuelta. Sus ojos se clavaron en los míos lanzando una mirada salvaje y llena de deseo. Yo me quité mi camisa y sus manos se lanzaron a por mi cinturón a la vez que su boca besaba mi boca. Me desabrochó el pantalón y se dejó caer de rodillas hasta que su cara quedó frente a mis calzoncillos que parecían una especie de tienda de campaña. De un solo golpe, bajó mi ropa interior hasta mis tobillos junto con mis pantalones y mi miembro le apuntó directamente a la boca. Comenzó a besarlo y a lamerlo, hasta que permitió que se introdujese en su boca. Mientras sus manos subieron por mi pecho jugando con el vello y mi mano agarró su cabello acariciando su nuca para sujetar con algo de firmeza su melena e indicar el movimiento de su boca alrededor de mi erección.
Yo sólo resoplaba con la humedad de su boca en movimiento envolviendo una y otra vez mi duro y erecto rabo. Tras un buen rato aguantando a duras penas la eyaculación para que ese placer no acabase nunca, oí la voz de Clarita y me desconcentré lo justo para comenzar a descargar en la boca sin poder evitarlo. Sara abrió sus ojos y tragó mi simiente. Cuando acabé de descargar, se recompuso la ropa como pudo y yo me subí el pantalón. Justo un minuto antes de que Clara abriese la puerta del despacho buscando a su madre. Le recordó a su madre que habían quedado para ir de compras antes del almuerzo y mientras salían de la habitación, Sara me guiñaba el ojo con una gran sonrisa en la cara y una pequeña gotita de un líquido blanquecino en la boca.
Continuará.
A toda persona, que quiera contarme algo ya sea sobre el relato o alguna experiencia que le parezca interesante para mi educación, puede escribirme.
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