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~Allí estaba ella, sonriendo. Su sonrisa alemana y su dulce mirada hacían que mis deseos más salvajes salieran a flote. Sus 18 años dibujaban unas curvas perfectas y su sensualidad alemana eclipsaba cualquier acción que pudiese realizar con encanto alguna chica española.
Las alemanas eran mi perdición y su manera de ver el sexo, era mi manera de disfrutarlo.
Mis deseos estaban controlados e intentaba mostrarme diferente. Seguro que tenía a muchos depredadores intentando devorar su templo y mancharlo con sus sucios deseos, sin embargo yo esperaba el momento para que ella abriese la puerta y decorarlo por dentro. Quería observar los tesoros que su interior guardaba y el amante que deseaba.
Era una princesa codiciada por muchos príncipes bastardos, sin embargo, yo ofrecía algo que ningún otro podía ofrecer. Le ofrecía ser ella misma, le ofrecía sentirse al 100% conmigo, sentir que cumplía todas sus fantasías y que se sentía amada. Si probaba el sabor de mi piel, de mis labios, si me hacía partícipe de su corazón, sabría que no debería buscar en otro sitio más.
Allí estaba yo esperando el momento, aguantando entre las sombras, escuchando su lamento.
¿Dónde estará ese chico que me haga sentir? Todos los príncipes, todos los caballeros que han intentado tener algo de mi cuerpo, han fracasado. Todos deseaban sexo y sólo usarme como un objeto para presumir ante sus vasallos. Han destrozado con su rabia las puertas hacia mi templo, me han engañado con palabras vacías y entre sus oscuras palabras me he hecho fuerte.
Estoy deseando que alguien me apriete entre sus brazos, que me arañe la espalda y me grite te adoro, que me desee como si fuera su droga. Deseo explotar a su lado y sentir que soy lo mejor de su vida. Necesito sentir que monto al caballo más veloz y al más capaz. Quiero sentir el sudor por mi rostro, por mi cuerpo y sentir que no lo controlo. ¿Quién hará que vuelva a creer tanto en el amor, como en el sexo?
Comenzó a tronar y vi su imagen llorando en el balcón, ella abría su camisón de seda rosa y dejaba al aire sus hermosos encantos. La lluvia acariciaba sus senos y yo me moría de la envidia, pues la lluvia los tocaba sin pedir permiso y desde allí escuchaba su respiración entrecortada. Me acerqué lentamente y me acerqué hasta su balcón. Me quedé mirando, sin decir nada, esperando solamente a que su mirada se clavase en la mía y se fusionaran en una sola.
Ella bajó lentamente su mirada hacia donde yo me encontraba y allí me observó con una mirada dulce que yo mostraba y a la vez deseos de abordarla, de hacerle sentir lo que al cielo clamaba.
Ella observó mi mirada y la analizó, una leve sonrisa quiso regalarme. Entendió el idioma en el que le estaba hablando. Su sonrisa me invitó a subir hasta su balcón y estando una vez allí, sentí cómo nuestras energías se unían cada vez más.
Puse mi mano en su tímida mejilla, sin apartarle la mirada. Observaba su larga melena rubia y sus preciosos ojos azules. Ella me sonreía y se daba la vuelta para provocarme, notaba que me miraba de reojo y que quería que sólo la hiciese sentir segura y no una princesa fácil. Me acerqué por detrás y acaricié su cabello, mientras me acercaba para oler su joven cuello.
Mis besos comenzaron a darle suaves mensajes de dulzura y pasión. Ella endurecía su cuerpo, sintiendo que la energía aumentaba cada vez más. Yo seguía acariciando sus brazos y poco a poco le quitaba su camisón de seda y la dejaba desnuda bajo la lluvia. Los dos estábamos empapados, pero eso hacía que fuese mágico.
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Nos metimos en su habitación, donde tenía un lugar preparado para mí. Allí me tumbó y poco a poco fue quitándome mi armadura, que estaba llena de abolladuras y marcas de guerra anteriores, marcas que me habían hecho más sensible a los deseos de una mujer.
Ella fue besando mis cicatrices poco a poco mientras me tiraba dulces bocados en el cuerpo. Apenas nos tocábamos con las manos, sólo nos dábamos besos y curábamos nuestras heridas.
Nos mirábamos y sonreíamos. Acariciábamos nuestros cuerpos, como si fuera lo más precioso que habíamos tenido entre manos. Sentía su respiración y el latir de su corazón, un latido que iba a mil por hora, un corazón deseando que fuese su caballo.
A partir de ahí, nos fundimos en una locura salvaje, sacamos nuestra parte más salvaje, esa parte que estaba deseando salir. Dejamos que nuestra energía recorriese todo el universo, hicimos que los animales del bosque no durmiesen y que las estrellas no quisieran perderse nuestro espectáculo. La noche no quería irse y quería permanecer como testigo. Aquella noche fue interminable, llena de mordiscos, llena de besos, llenas de arañazos de y de caricias, llena de amor y de pasión. Aquella noche aquel reino encontró a su príncipe, y yo encontré a mi princesa. Aquella noche, el amor y la pasión se hicieron presentes en nuestras vidas.
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