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Mi nombre no tiene importancia, tengo 51 años, casada, dos hijos emancipados y dos nietos maravillosos, vivo en Bilbao, trabajo en una oficina desde hace más de veinte años, mi marido es ocho años mayor que yo y soy feliz a su lado pues siempre ha sido sincero conmigo y me ha dado todo lo que una mujer pueda desear. Aunque soy una mujer madura me conservo bien pues como soy muy activa hago bastante ejercicio, mis amistades suelen preguntarme cual es el secreto para mantener este aspecto tan joven.
Como he dicho trabajo en una oficina con horario de jornada partida y normalmente voy a un restaurante próximo donde habitualmente coincidimos los mismos clientes, entre ellos hay uno que siempre ha llamado mi atención, se trata de un joven que no aparenta más de 30 años, muy guapo y con aspecto de deportista. Siempre ocupa la misma mesa y está solo, cuando yo llego él ya toma el café por lo que coincidimos no más de diez minutos. Algunas veces he descubierto que tenía su mirada clavada en mí lo que me provoca cierto sonrojo, es tan guapo e interesante que alguna vez ha estado presente en mis sueños eróticos.
El jueves pasado cuando entré en el restaurante estaba completamente lleno, cosa no habitual y el camarero me dijo que debería esperar diez minutos máximo, el joven, Marcos, debió escuchar el comentario y enseguida se ofreció a compartir su mesa conmigo, después de dudar un momento acepté la propuesta. Tomé asiento y pedí la comanda al camarero, cuando le dije el postre Marcos me interrumpió para aconsejarme que pidiera arroz con leche pues estaba buenísimo, no me gusta pero como una tonta acepté el consejo.
El camarero volvió con mi primer plato y el café de mi acompañante, había intercambiado con él unas palabras para agradecerle su ofrecimiento y me sorprendió diciendo que hacía tiempo que deseaba compartir mesa conmigo, el comentario me resultó tan sorprendente que quedé muda. Siguió hablando que trabajaba como informático y era el último día que iba al restaurante pues había aceptado una oferta para trabajar en Sevilla que era su ciudad natal y ese fin de semana tenía previsto el traslado, le dije que si era por su bien me alegraba y agradeció el comentario con una amplia sonrisa.
A diferencia de lo que hacía habitualmente cuando terminó el café en lugar de marcharse continuó dándome conversación y como parecía una persona agradable yo le correspondía, de vez en cuando le observaba y cada vez me reafirmaba más en que era muy guapo, moreno con una cabellera color azabache larga y bien cuidada, ojos grandes y oscuros de mirada transparente, de su rostro muy proporcionado destacaba los labios carnosos que envolvían una dentadura blanca. Cuando acabé el café pedí la cuenta y él se ofreció a pagarla con la excusa que era su último día y deseaba tener ese detalle, después de una leve protesta cedí a su deseo, dándole las gracias con una sincera sonrisa.
Salimos del restaurante, llovía ligeramente, cuando creí que estábamos a punto de despedirnos preguntó hacia donde iba yo, le contesté y dijo que podíamos compartir durante unos minutos el trayecto pues coincidía durante un tramo. Caminábamos deprisa por la fina lluvia hasta que llegamos a un portal que estaba a cinco minutos escasos de mi oficina, pensé en despedirme pero me sujetó del codo diciéndome que esperara un minutos mientras subía a su piso a buscar un paraguas, le contesté que no me hacía falta pues no iba muy lejos y no llovía tanto.
Insistió y como me había dado muestras de confianza acepté proponiendo que no hacía falta que subiera y bajara sino que ya subiría yo y así sabría donde vivía para cuando llegara el momento de la devolución. Ya en el ascensor no dejó de mirarme y me hizo sentir acalorada. La puerta del ascensor se abrió en la quinta planta, le dije que esperaría en el rellano mientras iba a buscar el paraguas, abrió la puerta del piso y entró, segundos más tarde apareció con el paraguas que puso en mis manos. Le di las gracias insistiendo que se lo devolvería y contestó que me lo quedara como recuerdo de nuestro breve encuentro además de que en Sevilla apenas lo necesitaría.
Cuando llegué a la calle ya no llovía y el cielo se abría paso entre las nubes, tras unos segundos indecisa apreté el timbre del quinto primera, la voz de Marcos pregunto quién era y contesté que ya no llovía, se abrió el portal y fui directa al ascensor. Marcos esperaba en el rellano, hice intención de devolver el paraguas y lo rechazó alegando que era un regalo pero como había vuelto a subir me invitaba a tomar un café, sin dudarlo acepté, me cedió el paso y hasta que no escuché el golpe de la puerta cerrarse a mi espalda no fui consciente que mi comportamiento resultaba inmaduro por encontrarme a solas en casa de un extraño que había conocido escasamente una hora antes.
Era un piso pequeño, tipo estudio de una sala que acogía la cocina, una mesa con cuatro sillas, un tresillo y en un rincón una cama individual cubierta por un edredón. En las paredes colgaban vitrinas y estanterías llenas de libros, trofeos deportivos y sobre un mueble metálico había un pequeño televisor y unos altavoces. En el suelo se amontonaban cajas de cartón con el nombre de una empresa de mudanzas. Marcos me invitó a tomar asiento y mientras hacía los cafés se disculpó por el desorden con la excusa de la inminente mudanza. Le miré y observé que se había cambiado de ropa, llevaba puesto un pantalón de deportes y una camiseta de tirantes bastante ceñida. Tenía un cuerpo escultural, la musculatura sin ser exagerada se le dibujaba en brazos y piernas y como estaba de espaldas aprecié que su culo no tenía nada que envidiar a los modelos que anunciaban colonias en televisión
Se acercó y puso la taza de café entre mis dedos, aprecié el aroma del café mezclado con el olor de la colonia que llevaba puesta, por un momento tuve su abdomen tan cerca de mí rostro que pude apreciar que era liso como una tabla de planchar, una sensación extraña invadió mi cuerpo como si cientos de mariposas revolotearan en mí estómago. Se sentó junto a mí, bebió el café en dos sorbos y yo acabé el mío en uno solo, se incorporó y llevó las tazas a la zona de la cocina, regresó y tomó asiento de nuevo pero esta vez tan junto a mí que sus muslos rozaban levemente los míos y a pesar de que yo llevaba puestos unos tejanos tuve la sensación que su piel y la mía estaban en contacto.
Intenté disimular mí excitación y lo debió notar porque preguntó por qué estaba nerviosa, balbuceando contesté que no lo estaba y para disimular le dije que necesitaba ir al baño, me señaló la única puerta que había en la sala y allí me dirigí. Como el resto del estudio estaba muy limpio y perfectamente ordenado, cuando iba a mojarme la cara pensé que llevaba maquillaje, el espejo reflejaba mi rostro, lo observé durante unos segundos, me vi guapa y noté que los ojos brillaban de una manera especial, llevé las manos a mis pechos y los noté duros pudiendo distinguir claramente los pezones a pesar de llevar puesto un jersey de lana, en ese momento noté humedad entre mis piernas, era leve pero me sorprendió de tal manera que quedé petrificada. Bajé la cremallera del pantalón y mis dedos rozaron la tela de las bragas, no había duda de que estaban algo húmedas y evité buscar una explicación
Me quedé inmóvil y algo asustada, no sabía como reaccionar, jamás había pasado por ese trance, hacía casi veinte y cinco años que estaba casada y nunca había deseado a un hombre que no fuera mi marido, éramos felices y jamás había tenido la mínima tentación de sentir placer con otro que no fuera él. Es verdad que algunas veces me masturbaba pensando en hombres jóvenes que había visto en anuncios de colonia por televisión pero entre mi marido y yo no existían tabús, cuando hacíamos el amor el único límite que nos poníamos era el del respeto mutuo y estaba convencida que era imposible que alguien fuera capaz de hacerme sentir como lo hacía mí marido. Pensé que no tenía sentido entregarme a un desconocido porque no podría darme algo que el hombre al que amaba no me hubiera dado antes.
Debía llevar mucho tiempo dentro del baño porque escuché la voz de Marcos preguntando si me ocurría algo, contesté que ya salía, me recompuse la ropa, me quité el anillo de casada, lo puse en un bolsillo y salí decidida a entregarme a un hombre joven que me tenía totalmente subyugada. Salí del baño y me senté junto a él tan cerca como pude, preguntó si no era hora de volver a la oficina, como no llevaba el móvil pedí que me dejara el suyo. Dije a una compañera que aquella tarde no iría a trabajar y si alguien preguntaba por mí dijera que estaba cerrando la contabilidad trimestral en una empresa. Cuando Marcos escucho la mentira debió pensar que ya era suya porque sin miramiento alguno estampó sus labios contra los míos.
Todo fue muy rápido, nuestras lenguas se juntaron y luchaban entre sí para ver quién de los dos llegaba más al fondo del otro, me pareció una lengua extraña pero no tarde en acostumbrarme a ella. Mis dientes mordían los carnosos labios que en mis sueños eróticos habían sido objeto de deseo. Sentí que una mano se abría sitio entre mi vientre y el jersey, fue directa a uno de los pezones que comenzó a acariciar y pellizcar suavemente. Asumí que no había vuelta atrás, me estaba entregando a un joven cas desconocido y me propuse no volver a recordar a mi marido mientras durara todo aquello.
Marcos decidió abandonar mí boca y llevó la suya a mis pechos, sus dientes rozaron el pezón que no acariciaba y después de un suave mordisco comenzó a succionarlo como si intentara conseguir que manara leche, chupaba como un bebe a la espera de llenar la boca de néctar maternal, yo misma me quité el jersey y retiré el sujetador para hacerle más fácil la mamada. Con una mano busqué su entrepierna, levanté la goma del pantalón y no tardé en notar la dureza de su pene que acogí ávida de tenerlo a la vista, no era ni más grande que el de mi marido pero si más firme y duro. Mis primeras caricias de arriba abajo hicieron que Marcos temblara mientras con sus manos intentaba quitarme mi pantalón, tuve que incorporarme y fui yo quien lo hizo quedándome totalmente desnuda. Sin tiempo a reaccionar sentí su boca estrellándose contra mí entrepierna y su lengua separando mis labios vaginales.
Fue una sensación extraña a pesar de que era habitual en mis relaciones con mi marido, sin usar las manos abrió la vagina y la llenó con la lengua moviéndola de forma continua alternando con suaves mordiscos en los labios vaginales, todo ello me hizo comprender que a pesar de su juventud estaba sobrado de experiencia, mis manos ahora acariciaban alternativamente su cabeza y su espalda y a cada sensación de placer clavaba las uñas con intención de producirle dolor, su piel era suave como la de un bebé y la ausencia de bello me producía una sensación desconocida. Los primeros síntomas de un orgasmo se acercaban, segregaba líquido vaginal sin parar y ahora ya notaba claramente como mis muslos se empapaban, Marcos a lo suyo apenas reaccionaba cuando me estremecía y le clavaba las uñas en la espalda. Mi descontrol era absoluto y sentía próximo el momento definitivo de éxtasis.
Comencé a temblar y una ola de frio me invadió, el sudor resbalaba por mí piel, jadeaba y respiraba entrecortadamente, Marcos me observaba orgulloso por haber provocado en mí aquel momento de éxtasis, generosamente me dio un respiro que agradecí dirigiéndole una mirada que pretendía hacerle saber que me entregaba para lo que deseara, se incorporó y disfruté de la visión de su cuerpo escultural tan diferente al de mi marido.
Todavía estaba abatida pero sedienta de compartir placer con aquel joven cuando debió pensar que ya le tocaba disfrutar, me cogió entre sus brazos y me llevó hasta la cama, me tumbó boca arriba, abrió mis piernas y su polla penetró mi cuerpo sin contemplaciones, fue como si me atravesara una lanza, el golpe seco de sus testículos contra mis muslos me hizo comprender que no podía llegar más a fondo, el mete y saca se hizo constante y volvía a tener síntomas de la llegada de un nuevo orgasmo. Mis piernas cruzadas abrazaban su espalda intentando juntarme aún más a su cuerpo. Se movía a un ritmo pausado y los huesos de su cadera golpeaban mí pelvis, yo susurraba que no parara y él obediente se movía a su antojo encima mío metiendo y sacando la polla con una agilidad a la que no estaba acostumbrada.
El sudor de ambos se mezclaba en uno solo, mis manos recorrían su espalda y buscaban las nalgas duras empujándolas contra mi cuerpo, su piel era tan suave que mis manos deslizándose por ella me producía una sensación que muchos años antes había dejado de tener y que algunas veces había pensado que jamás volvería a tener.
Estaba a punto de correrme de nuevo cuando Marcos paró súbitamente, hincó sus rodillas en la cama y puso su pene entre mis pechos, los agarró con ambas manos y comenzó a moverse de delante a atrás cada vez más rápidamente, el glande de la polla me golpeaba la barbilla con tal fuerza que me hacía daño, yo quería compensar a mi amante por el placer que me había dado momentos antes, Marcos ponía ímpetu en su movimiento, su pene tenía un color rojizo y el glande de color rosado brillante poco a poco iba cogiendo color violeta. Por los gestos de su cara creí que estaba a punto de correrse, cogí su polla con una mano y la aproximé a mi boca que abrí tanto como pude, levantó algo su cuerpo y le pajeé a ritmo frenético hasta que un chorro de semen se estrelló en mí rostro, yendo a parar en parte dentro de la boca. Al primero le siguieron otros que golpeaban mi rostro nublándome la visión, fue una sensación extraña que me hizo recordar tiempos pasados cuando mi marido y yo éramos jóvenes. Cerré los ojos y pasados unos segundos la tela de una toalla húmeda me acariciaba la cara, no me había dado cuenta que Marcos había ido al cuarto de baño a buscarla.
Era tal mi excitación que estaba ansiosa por sentir más placer y reaccioné buscando la polla que lamí hasta hacer desaparecer el color blanquecino que la envolvía, Marcos, tumbado miraba el techo y se dejaba hacer, mis lametones provocaron que su polla volviera a endurecerse y creí llegado el momento de sentarme sobre ella para cabalgar en busca de nuevos momentos de placer. Él entendió mi propósito pues facilitó que lo montara y al primer intento insertó su polla en mi coño. Recordé que esta postura era la favorita de mi esposo que tenía costumbre de agarrarme las tetas mientras le cabalgaba, conscientemente agarré las manos de Marcos y las llevé a mis pechos, reaccionó como yo pretendía y mis pechos sintieron su fuerza sobre ellos. El tacto de aquellas manos era muy diferente a las otras que habitualmente me oprimían pero me daba lo mismo, incluso estas me daban más placer porque eran muchísimo más suaves. Me movía a un ritmo lento mirando el rostro de Marcos satisfecho por lo que le estaba haciendo, yo comenzaba a sentir signos de placer que de un momento a otro estallaría en una cascada de gusto, volvía a tener la vagina lubricada el pene que me penetraba resbalaba suavemente por su interior, mis manos se apoyaban en los pectorales de Marcos, aumenté el ritmo del movimiento, el hombre que tenía debajo sudaba y resoplaba y yo hacía lo mismo que él pero además dejaba ir alaridos esforzándome por no decir las palabras que habitualmente decía a mi marido en esas mismas circunstancias, intenté retrasar un poco más el momento culminante pero el roce de la polla con mi clítoris era tan constante que no pude evitar correrme provocando una inundación de jugos vaginales por las dos zonas pélvicas de ambos amantes.
Me dejé caer sobre la cama pensando egoístamente que todo había terminado pues estaba totalmente extenuada, pero Marcos no pensaba igual, levantó mí cuerpo de la cama, me hincó de rodillas, se colocó a mi espalda y no tardé en entender lo que se proponía hacer, no puse objeción alguna a sus deseos pues estaba ansiosa de sentir su leche regando mis entrañas, se hizo amo de mi vagina y sentí su pene entrar y salir deslizándose suavemente en mi interior, a cada penetración el gusto crecía según pasaban los segundos, sus testículos golpeaban mis nalgas, su pecho aplastaba mí espalda, sus manos apretaban mis caderas hacía él y su lengua recorría una y otra vez mi nuca que de tanto en tanto mordía o succionaba, entre jadeos le supliqué que no me dejara señal y su respuesta fue aumentar todavía más la fuerza de sus dientes sobre mi piel.
Una de sus manos acarició mi entrepierna dándome la sensación que recogía jugos y poco después noté que varios dedos entraban tímidamente en mi ano y con un movimiento circular lo masajeaban, a pesar de la sensación continua de placer que me estaba dejando extenuada fui capaz de adivinar que mi amante estaba a punto de buscar su éxtasis follándome el culo, me asusté y supliqué que no me hiciera daño, mientras se lo decía pensé que esa súplica significaba que me entregaba a todos sus deseos.
El primer contacto de su polla con mi agujero fue suave pero la penetración de un solo golpe se transformó en un latigazo que recorrió todo mi sistema nervioso que en cuestión de segundos se convirtió en una sensación de placer que descendía y aumentaba a cada mete y saca de la lanza que me estaba atravesando. Estaba entregada a la voluntad de Marcos que hacía conmigo lo que quería, entré jadeos gritaba preguntándome si quería más, yo sumisa le contestaba que sí y le rogaba que siguiera follándome hasta que él no pudiera más. Cada vez su pelvis golpeaba mis nalgas con más violencia y parecía que de un momento a otro su polla iba a perforarme las entrañas. Se hizo el silencio roto por el tenue murmullo de nuestra respiración, ambos quedamos inmóviles durante unos segundos y noté que mis entrañas se estaban inundando de líquido caliente que las llenaba dando la sensación que un momento a otro me haría reventar.
Durante los últimos momentos no había llegado a sentir ningún orgasmo pero me sentía compensada por haber provocado en Marcos un placer que sus gestos demostraban le había satisfecho. Continuamos inmóviles durante toda la descarga hasta que ambos rendidos por el cansancio nos dejamos caer sobre el colchón, volví a acariciar su pecho pues sentía placer solamente por rozarlo con la palma de mi mano, coloqué la cabeza en su abdomen y besé como gesto de agradecimiento su pene que descansaba totalmente flácido entre sus muslos.
Estaba tan relajada que no era consciente que el tiempo pasaba, rodeada por aquellos fuertes brazos estaba en la gloria hasta que volví a la realidad y asumí que todo había terminado, a mi lado Marcos dormía y orgullosa pensé que había sido capaz de agotarlo hasta la extenuación, por un momento mi autoestima creció pero enseguida fui consciente que lo ocurrido podría suponer problemas en mi vida. Me vestí evitando no hacer ruido, me mojé la cara para eliminar cualquier resto de semen que pudiera tener, volví junto a Marcos y tuve la sensación que dormía profundamente, deseaba besarlo pero no me decidí a hacerlo, abandoné el apartamento cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido.
Ya en la calle me propuse no pensar en lo ocurrido, caminé casi una hora hasta llegar a casa, abrí la puerta y como siempre no había nadie, fui directamente a la ducha, me desnudé y dejé correr el agua por mi cuerpo, a mis pies la ropa que había llevado aquel día se estaba empapando, pensé en la alianza de casada, la busqué y me la puse. No me preocupaba nada, no tenía remordimientos y conseguí que en momento alguno mi marido me hiciera comentario sobre si estaba rara o me pasaba algo.
Ayer lunes pasé delante del apartamento donde viví lo relatado anteriormente, en el portal había colocado un cartel que anunciaba “apartamento en alquiler” y un número de teléfono, seguí caminando y llegué al restaurante, nada más entrar el camarero me entregó un sobre con mi nombre escrito. Me apresuré a leer la carta que llevaba en su interior, a media lectura fui a esconderme en el lavabo y lágrimas como puños comenzaron a resbalar por mis mejillas, eran unas palabras escritas con una sensibilidad que me emocionó de tal manera que mi cuerpo se estremeció como si recordara en sus poros los momentos de placer vividos con el las había escrito.
Acaba con una post data y en ella me pedía que escribiera un relato describiendo todo lo que recordara de aquel momento.
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