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Tenía 24 años cuando fui a pasarme un fin de semana en la playa con mi novio y compañero de clases de 25. Por ese tiempo teníamos 9 meses de novios y aun no habíamos pasado de besos y magrearnos en el cine. ¿La excusa que le di a mis padres? Que necesitaba estudiar intensivamente en casa de unas amigas para mi próximo examen. ¿La realidad? Que aunque si tenia que estudiar lo que en verdad tenia ganas era de estar con el. De besarlo, apretarlo, morderlo. Hacer todas esas cosas con las que en secreto soñaba en la soledad de mi habitación. Lo planee con varias semanas de antelación, la ropa que me pondría, la comida que prepararía, en que lado de la cama pernoctaría, etc. Por cierto, compre un bikini que escandalizaría al mas cosmopolita y que para poder usarlo tuve que someterme a una dolorosa depilación brasileña.
Yo una chica católica, educada a la vieja usanza y aun virgen a los 24 años deseaba con febril anhelo descubrir eso por lo que mis amigas suspiraban y lo mas importante era que lo iba a hacer con el, con mi amor, el chico que había amado desde tiempos inmemoriales.
Bueno, llego el tan esperado día y luego de despedir a mi madre con un apresurado beso y rehuyendo su mirada, salí de mi casa con la conciencia de que cuando regresara algo habría cambiado, que ya no seria yo la misma de siempre. No me equivoqué, quizás los acontecimientos que se sucedieron no eran tal como los había planeado pero sin duda si que cambiaron el color del cristal a través del cual yo miraba. Quede de juntarme con mi novio en una cabaña en la playa que habíamos rentado por ese fin de semana.
Cuando yo llegue ya el se encontraba allí, esperándome en la puerta y como siempre sentí un a profunda emoción de verlo, tan masculino, tan bello, un hombre al que podía reconocer entre miles en la multitud. Lo mire y le sonreí, sonrisa que el supo corresponder espontáneamente. Tenían que haber visto esos ojitos oscuros brillando de felicidad. Por fin estábamos juntos y solos. No rodeados de compañeros, de otros amigos que aunque queridos a veces estorban, de familiares. No, estábamos solos, el y yo. Entonces sentí una felicidad nueva, hasta ese momento ignorada pero tan fuerte e intensa que me sentí mareada, borracha sin haberse posado sobre mis labios una gota de alcohol. Me acerque, el extendió sus manos que yo apreté con fuerza. Como las hormigas al mas dulce azúcar, el me fue atrayendo lenta y provocadoramente, mis labios se abrieron sin el menor esfuerzo y se unieron a los suyos. Fue un beso dulce, suave, de reconocimiento.
Rato después entramos a la cabaña, hablamos de todo y de nada, de cómo estuvo el viaje, el transito. En fin, de una u otra nadería que en el fondo nos complacía solo por el hecho de escuchar la voz amada articulando palabras tantas veces escuchadas y tan pocas veces saboreadas como hasta entonces. Me producía una placentera sensación el solo sus labios al abrirse y cerrarse al emitir su garganta cada sonido.Empezamos a besarnos. Lo hicimos una y otra y otra vez. Su boca era ambrosía de la que yo me atiborraba con gula.
Un rato después, un poquito mas calmado me pregunta: ¿Desayunaste?
-No, mi amor. ¿y tu?- respondo.
-No, ¿Tienes hambre?
-Solo de ti – dije. Tal vez la frase era un cliché pero de todos modos
funciono ya que me miro con ojos desorbitados por el deseo. Yo respondí el gesto con una ensayada sonrisa sexy, lo que nos hizo estallar en estruendosas carcajadas ante lo estudiado del gesto.
-¿Quieres escuchar música? Le pregunto aun un poco convulsa por la risa. Ante su asentimiento, busco dentro de mi bolso mi disco de Chopin y le digo:
-Ve escuchando mientras tomo una ducha para refrescarme.
El propósito básico de la ducha no fue precisamente la higiene sino el tranquilizar mis emociones y mi corazón que galopaba desaforadamente dentro de mi pecho. Mientras sentía las frescas gotas en mi rostro sopesaba cada una de las implicaciones de estar allí en ese momento. Hubo un breve espacio en el que dude si lo que hacia era correcto, volvieron con inusitada fortaleza a mi mente cada una de las lecciones de moral que en el discurrir de mis años había recibido. Pero al finalizar la ducha me di cuenta de que al fin y al cabo nada de eso importaba, que yo estaba justamente en el lugar que quería estar con el hombre que amaba y que se fueran al carajo todos esos complejos de santa que hasta el momento albergue. Yo iba a vivir tal y como mi conciencia y mi mente me dijesen y no como algunas otras personas opinaran. Tome un hondo suspiro y salí del baño con la actitud de quien va a reunirse con su destino.
Grande fue mi asombro al salir y encontrarle tendido en la cama profundamente dormido. Ahí estaba yo pensando en el destino y el se había quedado dormido con la música de Chopin como fondo. Alguien podría haberse enojado pero a mi solo me producía inmensa ternura verle allí dormido, su respiración acompasada y sus manos reposando sobre la almohada. Yo, con un desacostumbrado arrojo me libere de la toalla y me senté a su lado en la cama. Con cuidado de no despertarlo le quite sus zapatos, me tumbe a su lado arropándonos con una sabana blanca y finalmente abrazada a su espalda y sintiendo mi cuerpo desnudo y aun fresco por la ducha pegado al suyo tibio y cubierto por un jeans y una camiseta. Al poco rato de escuchar el ritmo regular de su respiración y sentir el sube y baja de su pecho, yo también me quede dormida.
Cuando desperté el estaba besando mi frente, mi nariz, mis mejillas. Yo lance un entrecortado suspiro y pensé que era la sensación mas deliciosa que hasta ese instante había podido disfrutar. Sus manos recorrieron mis cabellos, nuca, descendieron por mi espalda y descansaron en mis nalgas......Ya en ese momento mi respiración empezó a hacerse mas profunda y mis senos se mostraban endurecidos bajo la sabana. Yo también lo bese, imitando el trayecto por el recorrido. Quise absorber su ser, fundirnos, hacernos uno, hombre y mujer, un solo cuerpo, una sola carne, un solo ser. Paradójicamente, disfrutando enormemente nuestras diferencias, el desigual relieve, montes, surcos, llanos y curvas de nuestra anatomía.
Y si que lo disfrute, con mis manos abarque su cuello, amase sus hombros.... introduciéndome por el bajo se su camiseta acaricie su costado, su pecho, su espalda.
Mientras tanto sus manos recorren con vehemencia los contornos de mi cuerpo, su boca se posa en mi cuello y traza un trayecto lineal pasando por mi pecho hasta mi ombligo y aun mas abajo hacia ese lugar en el que hasta el momento nadie se había acercado. Su lengua roza el contorno superior de mi pubis y creo desfallecer ( recuerden que me había hecho una depilación brasileña ) de lo sensible que estaba en ese punto de mi femenino ser. Su nariz absorbe mi olor y me parece el gesto mas erótico que ojos algunos hayan visto. No sentí ni vergüenza ni nada, solo un inefable placer que me hacia gemir sin intermisión. Sus labios se apoderaron de mi ser y ya no pude pensar mas. Su lengua recorría mis pliegues, saboreaba mis fluidos y mis manos mientras estaban sobre su cabeza acariciándolo y a la vez urgiéndolo a que no parase ese el placentero tratamiento que me infligía. Hasta que por fin supe lo que era un orgasmo, lo
que significaba que tu ser se fraccionara en miles de pequeñas porciones y luego se volvieran unir, encajando una en las otras como si fuese un rompecabezas. Sentía como mi cuerpo se contorsionaba causa de los temblores y lo abrace. El se recostó junto a mi y me beso. Su sabor y el mío se entremezclaban resultando, pecaminoso, embriagante como un néctar alucinógeno.
En ese momento sublime increíblemente solo acerté a preguntarle que por que aun estaba vestido. El se solo rió, seguro pensó que comentario mas inapropiado para ese justo instante. Yo también me reí mientras lo veía levantarse de la cama y quitarse la ropa. Quede transfigurada al observar por vez primera su cuerpo desnudo y demudada al ver que tan firme y excitado se encontraba. Ciertamente había sentido su erección en ocasiones anteriores pero nunca lo había visto de esa forma y fue en ese momento que mi amigo, mi compañero, mi cómplice se convirtió en un hombre ante mis ojos. Se acerco a mi y se tumbo a mi lado en la cama. Debo admitir que al principio me encontraba un poco asustada. Aun después de lo que acababa de pasar no es lo mismo ver a un hombre vestido que sin ropa, me sentía extraña de estarnos abrazando así piel con piel sin nada entre nosotros. Rápidamente me acostumbre a sentir su tacto. Acaricie sus brazos, palpe los bellos que los cubren y que siempre me han fascinado, ascendí por sus hombros mientras me sentaba sobre el con mi pubis presionando el suyo.
Descendí mi cabeza hasta su frente trazando intricados dibujos sobre su piel, su cuello, sus tetillas, su abdomen. Le di la vuelta e hice lo mismo con su espalda, sus nalgas, a las que mordí tal como había imaginado tantas veces. Recorrí la parte interna de sus muslos, su pantorrilla. Sus gemidos me indicaron que estaba a punto de caramelo. Dándole nuevamente la vuelta seguí besando su abdomen y recorriendo con mi lengua cada palmo de piel expuesta hasta llegar a su virilidad. En ese punto levanto mi cara y le miro a los ojos, el me corresponde la mirada urgiéndome a continuar. Le sonrió, desciendo y empiezo un lento y vacilante recorrido por su miembro erecto. Poco a poco voy adquiriendo seguridad al percibir que a el le gusta lo que hago. Continuo hasta la punta y lo introduzco en mi boca. En ese momento el lanza un fuerte suspiro que me motiva a sacarlo y entrarlo en mi boca en incontables ocasiones. Lo recorro, beso, lamo, chupo hasta que el estalla en un inconmensurable orgasmo. Mientras se vertía en mi boca yo me sentía inmensamente satisfecha de provocar en el una emoción comparable con la que momentos antes el provocara en mi.
Desde ese día hasta la fecha hemos tenido muchas otras experiencias pero siempre recuerdo ese fin de semana en la playa en el que por vez primera supe que era sentirse mujer. Por cierto, pese a todo logramos aprobar el examen con sobresaliente aunque sin duda habría valido reprobar para vivir esos momentos.
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