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La petición de mi vecina. Erotismo y nalgadas.

Laura se metió en la ducha y abrió el grifo. Mientras el agua caliente mojaba su piel haciendo desaparecer la espuma, pensó en su plan.

Después de secarse salió del baño. Ya en su habitación abrió el cajón donde guardaba la ropa interior, seleccionó un sujetador y un tanga color turquesa, se los puso y se miró al espejo. Estaba muy sexy. Al fin y al cabo, lo que iba a hacer tenía un componente inequívocamente sensual.

************************

Guillermo miró el reloj de nuevo. Quedaban solo diez minutos para que su vecina llamase a la puerta y todavía no tenía claro si eso iba a salir bien.

"Hola Guillermo, ¿vas a estar esta tarde en casa? Perfecto. Este es el tema. Quiero que me des una azotaina. Sí, que me tumbes sobre tu regazo y me des azotes en el culo. Y otra cosa, quiero azotes de verdad, ya sabes, pantalones y braguitas fuera." 

Había aceptado, aunque la petición le parecía insólita por varios motivos. Para empezar, nunca había tenido nada con esa chica. Luego lo de enseñar el culo... normalmente la gente no enseña su trasero. Es más, el solo hecho de tocar el culo a alguien es inapropiado. A parte de los amantes, el culo solo se le enseña al médico o a la enfermera de turno cuando hay una razón para ello.

Así que, como es natural, había estaba nervioso todo el día. Le preocupaba un exceso de reacción por su parte. Tener ese culete a su merced seguro que le iba a excitar, su pene crecería y ella lo notaría... aunque claro, seguro que ya contaba con ello. Lo que le preocupaba no era tanto el abultamiento, como el tener un "accidente" y eyacular mojándose el pantalón.

Tenía que hacer algo.

Cogió la caja de clínex, se desnudó de cintura para abajo y sentándose frente al ordenador, buscó videos porno. Había mucho donde elegir. Para empezar, se decantó por uno donde una chica hacía ejercicio en el gimnasio. El entrenador consideró que se podía hacer mejor, así que desnudo su culete y la azotó con una vara dejando marcas rojas en su piel. Los siguientes videos fueron de temáticas diferentes, desde uno con subtítulos donde unas orientales enseñaban el ano y soltaban pedos mientras comentaban lo avergonzadas que estaban, a otro donde se mostraba a una mujer sin bragas y a un hombre follándosela. Veinte minutos de videos y el pensar en Laura fue suficiente para hacer uso de un buen número de pañuelos de papel.

Ahora estaba más tranquilo.

****************

A la hora señalada el timbre de la puerta sonó.

Laura vestía una camiseta y unos pantalones amplios. Se descalzó en la entrada. Con algo de torpeza por parte de Guillermo, que contrastaba con la seguridad de ella, intercambiaron besos en las mejillas a modo de saludo.
Guillermo le preguntó si quería tomar algo, pero ella declinó la invitación. 

En el salón había una silla y un sillón. Laura indicó a su vecino que prefería hacerlo en la silla.

- ¿Quieres ir al baño? 

- No, no hace falta. - respondió la aludida. La pregunta había sido más un tema de cortesía que otra cosa, pues evidentemente ambos habían hecho pipí y quizás popo, en sus respectivas casas.

Guillermo tomo asiento e indicó a la mujer que se acercase. A continuación soltó un discurso resaltando el comportamiento inaceptable y la necesidad del castigo corporal. Terminado el monólogo, alargo los brazos y agarrando los pantalones de su vecina, los bajó hasta las rodillas de un tirón dejando a la vista el sexo de la joven al que rodeaba una generosa mata de vello púbico.

- Date la vuelta que quiero echar un ojo al culo.

La chica se giró.

- Bien. Sobre mi regazo.

      Laura obedeció dejando reposar sus partes íntimas sobre el regazo de su vecino y apoyando la palma de las manos en el suelo para mantener cierto equilibrio. Por su parte, Guillermo notó el peso de la muchacha y el contacto directo con su miembro. Como había adelantado, la vista de las posaderas de su vecina le excitaba sobremanera y solo gracias a que se había corrido recientemente, podía mantener la erección bajo control.

- Lista. -

- Sí. - respondió la mujer después de tragar saliva.

    El hombre le dio la primera nalgada justo en mitad del trasero, marcando los dedos y haciendo temblar los glúteos de manera deliciosa. Luego empezó a azotarla golpeando de manera alternativa nalga derecha y nalga izquierda. Esto duró unos cinco minutos de reloj. La azotada aguantó bastante bien la tunda, aun así, pasada esa primera ronda, él detuvo el castigo y reanudó el discurso mientras acariciaba el pompis. 

- ...y por esto, mereces un castigo extra. - concluyó. 

- Levántate y trae el cepillo azul. Está en el aseo, en el armario.

La vecina se reincorporó. Tenía las mejillas teñidas de rojo.

- Mejor quítate el pantalón y las bragas. Así podrás caminar mejor.

Obedeció y se encaminó al cuarto de baño caminando, sus nalgas medio tapadas por la camiseta, subían y bajaban con cada paso. Se oyó el interruptor de la luz y el chirrido de la puerta del armario. Guillermo aprovechó el rato en solitario para reincorporarse, deslizar la mano bajo los calzoncillos, y acomodar el pene a un lado.

- Aquí tienes el cepillo. 

- Gracias. Ya conoces la posición. Sobre mi regazo. Esta vez te voy a dar una docena de golpes y quiero que lleves la cuenta en voz alta. Además, quiero oir   "gracias vecino, dame otro más".

    Y sin más comenzó a atizar a la mujer con el cepillo. Llovía sobre mojado y los contundentes golpes del instrumento se hacían notar. La voz al contar el azote y el rostro dejaban clara la diferencia en intensidad de la zurra. Mediada la segunda ronda, el pompis, que hasta entonces había permanecido quieto, comenzó a moverse en un vano intento de evitar el contacto y el consiguiente aumento de escozor. Esto no detuvo al azotador, quién, dispuesto a cumplir el encargo, continuó hasta el final con igual intensidad. Había algo salvaje en todo aquello y el ver el culo cada vez más colorado, el observar cómo se contraían los glúteos, unido al continuo roce, no hacían más que alimentar la pasión y la excitación. Sin embargo, un acuerdo es un acuerdo, y cuando el duodécimo "cepillazo" aterrizó, el castigo toco a su fin. 

    Laura se incorporó, los ojos húmedos indicaban lo cerca que había estado de llorar. Sin importarla la presencia de su vecino, se llevó la mano al sexo y comprobó que tenía todo el vello púbico empapado.

- ¿Estás bien? - Preguntó Guillermo.

- Sí. - dijo Laura con la voz todavía tomada por la emoción.

En ese momento, se acercó a ella.

- Ven aquí que te dé un abrazo.

    Ella se acercó y rodeando la espalda de su vecino con los brazos apretó su cuerpo contra el de él. Guillermo podía sentir la presión de los senos de su vecina y oler el perfume de su cuello. 

- Gracias por calentarme el culo. - dijo ella cuando se separaron.

- Fue un placer. - añadió el aludido.

    Y después de vestirse y dar un beso rápido en los labios a quién tan diligentemente se había encargado de su trasero, salió del piso.
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