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Antes de irme esa noche le dije que al otro día, camino al aeropuerto, nos íbamos a juntar a almorzar en la misma confitería de la primera vez. No expresaba pesar por mi partida, sólo alegría por mi llegada.
"¿Cuánto te pagan?"
"2.200" Muy poco más que el mínimo, y eso que era titulada.
"Quiero que te hagas valer. Yo soy tu dueño, ellos no, ellos son tus empleadores. No necesito que me lo confirmes, sé que si te vas les va a costar mucho encontrar a alguien como tú. Responsable, confiable, cumplidora, minuciosa, honesta, trabajadora, esforzada y más encima te llevas bien con tus compañeros de trabajo." No bajó la cabeza ni se avergonzaba, estaba seria, imbuyéndose de un nuevo personaje.
"Muy bien." Mostraba toda la actitud que le estaba pidiendo.
"Cuando nos volvamos a encontrar aquí para el almuerzo del martes en dos semanas más vas a haber conseguido un aumento."
En las calle nos despedimos con un beso, no un besito. Sin hacer escándalo, corto pero no un piquito, un momento que no dejaba dudas.
De la misma manera nos saludamos en nuestro reencuentro. Tenía grandes noticias.
"¡Me subieron 200 bolivianos!"
No era mucho, pero era algo.
"¿Cómo fue?"
"Facilísimo. Mi jefe me miró y así, de una vez, me dijo que bueno, que me iban a pagar más. Fue como que lo estaban esperando."
"¿Estabas nerviosa?"
"Nerviosísima, más que la primera vez que nos vimos. Cuando nos sentamos aquí esa vez ya me hiciste sentir más segura. Pero con ellos no demostré nada, nada de nada."
"Sólo seguridad."
"Sí, mala. Nunca había sido así. Me gustó."
"No vas a dejar de hacerlo."
"Gracias."
"Es mi placer."
Hablé con el administrador del hotel. Le presenté el negocio. Ellos podían revender mi habitación, pero la factura tenía que seguir a mi nombre. Acordamos sin demasiada discusión el porcentaje en que nos repartiríamos ese ingreso extra. La reserva iba a seguir a mi nombre y les dejé mi número por si cualquier cosa. Tenían bastante ocupación así que no iban a faltar interesados en una oferta sin factura.
Nos juntamos después del trabajo para ir de shopping de nuevo a San Miguel.
"Te vas a elegir joyas. No diamantes ni oro. Plata y piedras semipreciosas. Lo que importa es la calidad del diseño. Aros y collar. También pulsera si encuentras algo que venga bien."
Se lo tomaba muy en serio.
Mientras adelantaba mi trabajo en el café de un prestigioso hotel céntrico del que me iba a hacer cliente habitual sin alojarme, me llamó.
"No te los pongas. Haz que te los envuelven ahora."
Fui a pagar. No los abrí, llevamos el paquete con las cajitas en una bolsa. La maleta ya la había dejado en la recepción de ese hotel. Fuimos a buscarla. Estaba un poco confundida. A medida que se le fue aclarando su sonrisa explotó.
"Ahora te vas a probar tus nuevas adquisiciones. Veamos cómo hacen juego con el vestido."
Mi maleta todavía estaba en la esquina. Viajo liviano, un equipaje de mano de los más chicos.
Le quedaban muy bien. No sólo hacían juego con el vestido, también con su piel y su cuerpo. Iba a mantener esa plata brillando.
"Muy bien, va a ser un gustó lucirte así. Te puedes sentir orgullosa."
"Me siento muy orgullosa. Soy feliz de saber que quedas bien luciéndome así."
"Ahora quiero saber cómo te ves sólo con la cadena, los aros y la pulsera."
No hizo falta ni alguna indirecta ni una mirada decidora. Ella sabía perfectamente que quiere decir "sólo con."
"Aún mejor. Capaz que quiera mostrarte así también."
No hizo ningún comentario al respecto, pero su sonrisa confirmaba que sólo hacía falta que fuera mi deseo para que ella pusiera todo su corazón detrás de ser mostrada como mi pertenencia.
Sin instrucciones, interpretando mi silencio y mi mirada, apagó la luz y se acercó para desvestirme. Esta vez prodigó sus atenciones desde un principio. Supo ponerse de tal manera que era yo el que tomaba la iniciativa y la decisión de cómo ponerla. Sabía ser dúctil.
Esta vez, en vez de llamarle perra la monté. Su pelo me sirvió de rienda. Levantaba la cabeza según la tensión que imponía, manteniendo siempre la espalda convexa, lordótica. Al caminar su postura era normal, pero conmigo no dejaba de acentuar sus caderas estrechas de esta manera. Emitía una A a la que le sólo le faltaba una Y para ser un Ay de dolor. No que hubiese evitado el dolor en mis manos, pero mi gusto por su placer tenía un límite en ese respecto. Sabía cuándo moverse y cuando quedarse quieta para ser cómodamente de mi uso. Sabía que me gustaba ver como después de un buen rato de haberla disfrutado, perdía el control y buscaba con ansias lo que quería y donde lo quería. Era una linda ocasión para hacerla sufrir negándoselo.
"Papito, no seas malito, papito, dame tu verga por favor." De rodillas, gateando, abriendo la boca, sacando la lengua, estirando la mano. Levantando la cintura con la cabeza en el suelo. "Por favooor, méteme la verga en el culo por favor, papi por favor, quiero sentir tu verga abriendo mi culito por favor, mi culito quiere verga, ay que rico, mi culito quiere verga." La invitación no era sólo la directa, también era una excelente ocasión de darle palmadas por ser una mamona tan calentona, tan cochina. "Si papi, estoy recaliente, soy tu mamona caliente." Por ser una puta barata. "Papi, metele tu verga por el culo a tu puta barata por favor. Usame, usame como tu puta barata."
Una vez cumplido el propósito de sus ruegos y de satisfecha mi necesidad básica me acosté con ella mis brazos. Las joyas seguían luciéndola, con un tenue brillo por la luz del farol.
"¿Soy rara?"
"Te sorprendería. Hay grupos, sociedades, de hombres y mujeres que se juntan exclusivamente para excitarse infligiéndose dolor y humillando de distintas maneras. Unos juegan el rol de amos y castigadores y otros el de esclavos. Lo hacen porque les gusta. Hay hombres que a falta de un grupo así, le pagan a una prostituta para que se ponga algún traje y les humille y les dé correazos."
Este breve relato le despertó apetitos desconocidas pero en formación. Sentí las señales de que su cuerpo se estaba preparando para una posible sesión de esas prácticas.
"¿Tú lo has hecho alguna vez?"
No podía interpretarlo de otra manera que como su curiosidad natural.
“En la U, un par de veces, pero no me gustó. Le encontré como muy actuado.”
“Pero lo que tú haces conmigo no es así, ¿no?”
“¿Tú estás actuando que eres mía?”
“No, es lo que soy, lo que realmente soy.”
“Por eso es diferente, no tiene nada que ver. Es muy distinto ser un amo castigador que ser dueño. Pero también hay otras mujeres, especialmente en Estados Unidos y Europa, que se vuelven por gusto propiedad de un hombre.” Lo había leído por ahí, ahora que lo pienso, fueron relatos inspiradores. “Son grupos a los que le gusta denigrar a todo el género femenino. El que seas mujer y yo hombre no aporta a que seas de mi propiedad. No me gustan los hombres, tuve un par de impulsos de ese tipo cuando joven, pero no llegó a hacer algo propio. Pero si quiero que surjas en tu trabajo es porque creo en tu capacidad como mujer.”
“En el trabajo están diciendo, qué le pasó a esta. Si supieran.”
“No entenderían. Pensarían cualquier otra cosa.” Interés, amor.
“Me da lo mismo lo que digan, que estoy loca, que soy rara, o cuanta gente hace lo mismo. Solo me basta ser tuya.”
Contuve una expresión de ternura, solo le apreté el hombro.
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