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La pertenencia (5) El turista

Me desperté un poco antes de que amaneciera. Whatsappee con mi esposa, contándole de la lluvia, de que me mojé pero que ya todo estaba bien. Andrea se despertó. Se abrigó con calma.



"Me ducharé ya, así nadie me molesta."



"Dale." Ni buenos días, ni besitos ni nada. El anticlímax de la mañana después. Incluso me acordé que hace tiempo que no almorzaba con la gente del ministerio. ¿Qué mierda me importaba la gente del ministerio?



Mi ropa estaba mojada, pero no tenía otra que ponérmela, por lo menos ya no estaba estilando. Ella volvió del baño con su ropa de diario y el pelo mojado, no daba señales de frío. Yo estaba tiritando en mi ropa mojada. Con 20 años de menos estaría feliz de la vida, pero a mi edad temía por lo menos un resfrío fuerte. No estaba seguro si las endorfinas de ser su dueño iban a ser suficientes.



Se vistió y se arregló con cuidado mientras aclaraba. Iba a estar despejado, por lo menos en la mañana. Verla vestirse, acomodarse la ropa para lucir bien, pintarse con buen gusto, no para desfile como otras, me subió el ánimo y pensé que quizás no me enfermaría, por lo menos no hasta subir al avión.



Sacó el celular que había dejado cargando y desenchufó el cargador. Ahorrativa. Era un iPhone 3, difícil de conseguir ya. Estaba al día y sabía que no hacía falta gastar en un equipo; equipo, concepto de mi generación, pudiendo reproducir desde el celu.



"Quiero puro llegar al hotel y ponerme ropa seca."



"Lo siento." Su cara de tristeza lo decía todo. "En la esquina donde tomo mi desayuno hay un carrito de mates medicinales. Quizás te puedan dar algo."



"Probaré."



En los seis meses que llevaba en el proyecto algo del español local había tomado, por ejemplo el futuro imperfecto en vez del próximo.



Salimos a la calle donde un viento helado se me coló entre la piel y la ropa mojada, haciéndome tiritar sin control. Ella se veía tan triste, a punto de llorar.



Fuimos directo al famoso carrito. Le habló a la señora del carrito como quien le habla a un médico. Me tomé lo que me prescribió de un trago. Estaba caliente y tenía un fuerte sabor amargo y una consistencia viscosa. Me salió vapor de la boca e inmediatamente me sentí mejor. La ropa mojada era sólo incomoda. No sé si curaría el cáncer como decía uno de sus carteles, pero de que me sentí mejor, me sentí mejor.



"Gracias" le dije, y por extensión a Andrea también. "Oye, muy buenas tus agüitas. Hoy nos vamos a juntar a la hora de tu almuerzo largo en la plaza Abaroa. Chao."



"Chao."



"No te preocupes, ya me siento mucho mejor."



Volvió a sonreír después de varias horas.



Nos encontramos puntualmente en el lugar señalado. Yo ya estaba recuperado y verme en buena forma le volvió la risa a su cara. Nos sentamos en un banco a comer un par de salteñas cada uno que ya tenía listas y un jugo en caja. Un contraste con invitarla a almorzar o comer, pero que a ella le hacía igual de feliz.



"Parece que hoy vamos a tener buen tiempo," dije.



"Que lastima," dijo con una tímida risita.



"No hace falta que llueva." Repliqué con un guiño.



"Claro que no, no hace falta."



"Claro que igual nos vino muy bien. Me gustó la forma en que se nos dieron las cosas."



"A mí me encanta como se nos están dando las cosas."



Caminamos cuesta arriba. No me preguntó a dónde íbamos. Quizás había venido antes por acá. Lo dudo.



"¿Habías venido antes por acá?"



"No, es lindo."



"¿Nunca antes habías estado en Sopocachi?"



"Sí, en Sopocachi sí, pero no por aquí arriba."



El montículo me servía de guía. Ella subía con bastante más agilidad que yo. Haber hecho atletismo cuando joven siempre me ha servido. Me he vuelto sedentario pero con cuidado de no dejarme para gordo. Puedo subir varios pisos de un edificio feliz de la vida, lo hago seguido en la oficina. Pero a estos metros sobre el nivel del mar, es como que haya sido el guatón más charcha toda mi vida. Unas escaleras que servían de atajo fueron un obstáculo que sortee con esfuerzo. Ella me esperaba sin comentarios, sólo con su sonrisa, sin hablarme para que ahorre mi escaso aliento.



Llegamos a la puerta, único rasgo en una larga y monótona pared celeste. Ella sólo sonreía.



Lo que más me gustaba de este lugar era la calefacción. La iluminación indirecta también estaba bien lograda. Hasta ahora la había visto siempre con pantalón de trabajo, trajes de dos piezas de una variedad bastante limitada por lo que pude ver de su closet, a la que le sacaba un provecho increíble.



Se sacó la chaqueta y la colgó de una percha.



"No te sueltes el pelo." Hoy en vez de llevarlo suelto usaba un moño. Se siguió desvistiendo y dejando ordenada su ropa. "Quiero que salgas de aquí limpia y ordenadita."



"Sí."



Ya desnuda se sentó en la cama doblando una rodilla. A veces parecía que me leía la mente. Se acariciaba el muslo de la pierna que tenía doblada, con su sonrisa entreabierta.



Me arrodillé al lado de la cama y me puse a besar por donde pasaba su mano. Me acordé de Coco Chanel, 'Una mujer debería usar perfume donde quiere ser besada.' Me gustaba su olor, y en ese mismo instante me estaba gustando mucho, fresco, me recordaba todo lo bueno del olor a tierra mojada del sur; pero antes de idealizarla y luego aburrirme cuando la ilusión se desvanezca, tenía que ponerse algunos perfumes para mí. Al igual que con sus senos los besos dieron paso a la lengua. Dibuje figuras con suaves trazos de saliva. No abrió sus piernas, esperaba a que con mi cabeza diera la señal.



Me puse de pie. "Desvísteme. Tu sabes cuidar mi ropa mejor que yo."



Para que me saque los zapatos me senté en la cama. Para sentarse en el suelo lo hacía sobre sus talones, manteniéndose erguida, luciéndose de la mejor manera. No me lo tocó, apenas le sonrió cuando saltó erecto al bajar mi calzoncillo. Volvió a la cama en la misma posición inicial.



Volví a arrodillarme y esta vez mis manos sí le dieron la señal para que abriera las piernas. El que su vello púbico fuera liso hacia menos molesto los que se pudieran soltar. Una mujer puede aparentar ser virgen pero no nulípara. El interior de sus muslos sintió ahora el roce húmedo mejor dirigido de mi lengua.



"Échate de espalda."



La ginecología no es lo mío, pero ver su pecho levantarse según por donde pasaba la punta de mi lengua sí lo era.



"Tócate los pezones."



Puse un dedo a mojarse con los líquidos que empezaba a hacer fluir, estimulada por mi lengua, que con su punta le hacía cosquillas más fuertes en el clítoris, mientras mi dedo lubricado daba vueltas alrededor de su ano. Cuando se secaba volvía a la fuente y con mi lengua no cerraba la llave. Ella sólo gemía, ya había aprendido que estaba demás pedirme que hiciera alguna cosa. La estimulación doble fue una linda sorpresa para ella. Yo levantaba la cabeza para ver lo duro que tenía sus pezones negros entre sus dedos finos y el arrebato en su cara con los ojos cerrados y la boca abierta.



"Te tocas los pezones y sientes como es que tu papi te los pone duritos con su lengua."



"Sí papi" dijo entre jadeos.



La solté y la traje a mi lado, acostados a lo largo de la cama. No es que yo tuviera suficiente fuerza para moverla, menos levantarla al vilo; si no que ella sabía ponerse liviana como una pluma en mis manos y su cuerpo se movía al unísono con mis deseos.



"¿Que quiere mi niñita linda?" Yo acariciaba su brazo y ella con su mano mi pecho.



"Quiero tu verga papito, quiero tu verga por favor papito lindo."



"¿Sí?" Le di mi lengua y la tomó con ansias, como sucedáneo.



"Sí papi" dijo al poder su boca volver a formar palabras.



"¿No has tenido ya suficiente verga últimamente?"



"No papi, nunca es suficiente, siempre quiero más."



Le puse mi dedo en su boca y lo chupó apurada.



"Eres una mamoncita cochina."



Me lamía los lados del dedo. "Si papi, soy una cochina, una cochina mamona" lograba cerrar la boca para decir.



Acaricié su mejilla con mis dedos húmedos. Seguía con los ojos blancos y la boca abierta. Le pegué una cachetada. "Cochina."



¡Sí papi, soy una cochina!" Tenía su lengua afuera, como esperando algo.



"Perra cochina." La puse de espaldas, me senté en su pecho sosteniendo un poco mi peso con mis piernas y le di dos cachetadas más como latigazos en cada mejilla. No tengo fuerza en los brazos como para hacer daño con cachetadas ni quería hacerlo, pero suficiente para que suenen y ardan si son varias.



Ya no contestaba, sólo empezó a dar unos chillidos de baja intensidad, apretados y largos. Le di unas cuantas cachetadas más y luego pasé mi lengua por sus mejillas, sintiendo lo encendidas que estaban quedando. Sus chillidos se intercalaron con jadeos.



Era muy agradable la temperatura ambiente de la pieza, podíamos estar desnudos tranquilamente en la cama.



"¿Querías verga puta de mierda?" Levanté mi cintura y baje sobre su boca abierta, esperando. Con su cabeza debajo de mi cintura abrió la boca y se lo metí y saque varias veces, con fuerza persistente. "¿Ah? ¿Querías verga mierda?"



Me salí de encima de ella y me acosté a su lado. La tomé en mis brazos. "Mi niñita linda, tu papi te va a dar todo lo que tú quieras mi princesita."



"Gracias papi."



"Y usted mi niñita linda, ¿Le va a hacer a su papi todo lo que él le pida?"



"Sí papi, todo lo que usted quiera, todo todo todo."



"Ahora se va a tomar su lechecita mi niña linda."



"Sí papi, toda mi lechecita, toda todita toda."



Tenía su hermoso, largo y negro pelo otra vez revuelto.



Esta vez en vez de inclinarse sobre mí, se fue caminando de rodillas, dándome miradas mientras se colocaba entre mis piernas. Se puso de guata con las piernas flectadas, sus pies hacía arriba. Lo tomó mirándolo mientras lo frotaba, mirándome, lamiéndolo cuidadosamente antes de metérselo a la boca, primero sólo la cabeza, luego progresivamente más profundo, sacándoselo de rato en rato para volver a lamerlo, inspeccionarlo como si estuviera evaluando cuán bien le había quedado, preguntándome con la mirada si lo estaba haciendo bien, para volver al ataque. Le estaba gustando mucho lamerlo, tanto que se entusiasmó y siguió de largo hacía abajo para lamerme los testículos mientras me lo frotaba suavemente. Interrumpía su lamido para volver a metérselo a la boca. Al extender su lamido hacía los lados mis expresiones de aprobación le guiaron sin palabras para seguir hasta la ingle, donde descubrió una área desconocida para ella donde podía complacerme aún más. Fue de lado a lado, de la ingle derecha a la izquierda, mirándome entremedio, metiéndoselo a la boca como para no dejarlo dé lado, aunque no lo soltaba en ningún momento. Sí lo empezó a dejar de lado cuando se le ocurrió no interrumpir su lamido para cambiar de lado, lamiendo en el camino. No cerraba mis ojos por largo rato, prefería ver el meneo de su potito y de sus pies en el aire. La evolución de mis gemidos le inspiró para seguir aún más abajo, recibiendo una inmediata y entusiasta confirmación de lo acertado de su idea. Sus lamidos se volvieron un rápido cosquilleo y también una presión. Dejando el área bien mojada, se chupó el dedo índice y empezó a frotarlo y presionar. Nunca había encontrado traumante la visita periódica preventiva al urólogo, pero eso no significaba que quisiera replicarla con ella. Bastó un escueto "no" para que retomara sus atenciones en la forma anterior. En medio del placer que me estaba dando, no dejé de recordar nuestras responsabilidades.



"Ya es hora de tu lechecita mi niña hermosa" estimé.



Asintió con un m-hu, sin articular palabra, y se dirigió a tomar en su boca la fuente de su alimentación. Se la di sin más trámite.



"No te lo tragues."



Me miró con la boca bien cerrada. Me erguí, sentándome inclinado. Ella me dio el espacio y se sentó sobre sus talones, en la que ya había aprendido de una manera completamente autodidacta que era mi vista preferida.



"Ahora déjalo escurrir por tu mentón."



Abrió un poco la boca. Había perdido bastante viscosidad al mezclarse con su saliva y bajo con facilidad, goteando sobre sus muslos cerrados. Dio una risita muda.



"Ahora espárcelo bien."



Se acarició los muslos, limpiándose las manos en la guata.



"Límpiate la cara ahora. Esa lechecita ahora te la vas a tomar." Sabía que esa limpieza era con sus dedos y que sólo la podía tomar lamiéndoselos.



"Vamos a ducharnos. Tienes que quedar limpiecita para tu trabajo."



Volvió a asentir con un "m-hu", pero ahora al sonreír con la boca abierta pude ver que le quedaban restos adentro. Al levantarnos de la cama, la abracé y nos besamos con cierta cautela. No quería compartir con ella pero sí quería que supiera que no la consideraba sucia por lo que había hecho, a pesar de los apelativos que le daba.



"Soy una perra bien cochina" me dijo entre risitas.



"Ahora vas a quedar limpiecita."



Nos duchamos por turnos. Aunque estábamos con tiempo, si seguíamos jugando íbamos a dejar de estarlo.



Se vistió con cuidado, usando el espejo ancho de cuerpo entero, puesto allí con otra intención primaria.



Salimos a la calle.



"¿Postre?"



"Por mí no, ya tuve todo el postre que quería."


Datos del Relato
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