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La pertenencia (3) La pieza

No había timbre pero previno ese inconveniente mirando seguido por su ventana abierta, la única abierta con cortinas y un macetero con flores chicas. Debe haber salido un poco antes del trabajo. Bajó para guiarme. El besito de saludo no siguió progresando, no era necesario. El espacio común tenía un desagradable olor a humedad, principalmente por el baño común y el lavadero, a pesar de haber en una sequía con uso restringido del agua potable. La estructura era de concreto precariamente pintada.



Efectivamente vivía en una pieza. Agradecí el cambio de olor. Olía a limpio, y no particularmente por mi visita. El lugar era limpio. Soportó estoicamente mi inspección visual del lugar. Podía suponer su pulcritud independiente de mi ingreso, por supuesto que exacerbada. Muchas de las cosas eran de segunda mano. Era claro como la aplicación de su buen gusto fue limitado por su presupuesto, ajustado en la calidad de los materiales pero no en la combinación. La cama ocupaba el centro. Madera era preferible a metal, aunque sea barata. El color del cubrecama hacía juego. Un velador funcional con una lamparita y un cargador de su celular enrollado. El refrigerador debe haber venido con la pieza, y desde hace bastante tiempo. Era de medio cuerpo y la puerta se abría accionando la manilla. Los únicos implementos de cocina eran una hervidora y una juguera. Improvisó un mantel de género para reemplazar el de plástico. Las sillas eran de madera y parcas, con unos cojincitos de un solo color. El closet tenía la capacidad necesaria para no poner la ropa en sillas y mesas. Lo cargado del librero era lo más singular de la pieza. El Alquimista, Antología del Cuento Boliviano, Pueblo Enfermo, Juego de Tronos, una enciclopedia de antes de Wikipedia, El Quijote, una buena traducción de Hamlet, Así se Templó el Acero, un curso de inglés autodidacta, Juventud en Éxtasis, Salud Reproductiva y Sexual, Me Avergüenzan Tus Polleras y otros más. Todo con bastante uso. En la pared no había ni figuras infantiles ni puestas de sol con mensajes románticos. Sólo fotos. Fotos chicas y medianas de la familia, todos juntos y de cada uno, de paseos; uno al Titicaca y otro a los Yungas; las de curso de graduación del colegio y de la U, y de ciudades-icono del mundo; distribuidas por la pared con, como no, muy buen gusto. La televisión brillaba por su ausencia. La luz natural era suficiente, y cuando no había una ampolleta en el techo.



"Este fin de semana viene mi padre a instalarme un lámpara." Su primera explicación durante la inspección. "Mis padres quisieran arrendarme un departamento pero yo prefiero ser independiente. No sé, quizás estoy siendo muy orgullosa."



"No, estás haciendo lo correcto. Dónde deberías ser aún más orgullosa es en tu trabajo. Hacerte valer. Después vamos a hablar más de eso." No podía estar ganando tan poco. O ahorraba mucho o la estaban explotando groseramente.



"¿Comamos? Todavía está tibio" Mi almuerzo de ayer fue frío, dedujo correctamente que no me gusta muy caliente.



Sacó del refrigerador un jarrón con jugo de piña, hecho en la mañana. El aire estaba cargado de tensión sexual, el movimiento de los pliegues delanteros de su camisa dejaban ver que tenía la respiración un poco agitada.



No comí apurado, pero hablé poco para terminar luego. Nos íbamos a seguir viendo aquí, no exclusivamente por supuesto, pero su pieza lo ameritaba. Lideró la conversación con cautela y mis aportes, aunque breves, daban pie para continuar. No hubo postre.



Cuando terminamos se lanzó. "¿Quieres dormir una siestecita?" Hace décadas que La Paz ya no era el pueblo grande con jornadas que daban espacio para la siesta, pero igual uno se las podía ingeniar para tener unos quince minutos.



"¿Tú duermes la siesta regularmente?" No le respondí.



"No, nunca. Me acuesto a leer."



La tomé de la mano para levantarla del asiento. Me miraba con alegría nerviosa. La lleve a la cama y la senté en el borde, siguiendo mi mano como si le hablara. Acaricié su pelo negro, liso y largo, pasándolo detrás de su oreja. Tenía aritos con una piedra semipreciosa blanca, zircón seguramente. De ahí pase el dorso de mis dedos por su mentón. Dobló un poco la cabeza como un gato buscando la caricia. Cerró los ojos. Posé las yemas de dos dedos en su labio inferior que abrió un poco más, no para tomar mis dedos, más una señal de lo que le estaba pasando. Levantó sus manos y las apoyo en mis piernas. Me agaché para besarnos. Con mi lengua sugería la penetración, moviéndola hacía atrás y adelante mientras ella colaboraba cerrando los labios. Acarició mis piernas, de arriba a abajo, llegando un poco más arriba con cada caricia.



Me erguí. "Siéntelo, tócalo." Paso sus dedos a lo largo de mi erección, alternando su mirada entre lo que sus dedos tocaban y mi cara. "¿Te gusta sentir mi verga, en todo su largo?" Dejé 'pico' para Chile.



"Sí, me gusta, mucho. Mucho, mucho."



"Mira, pon tus dedos alrededor, arma su forma bajo el pantalón, ¿Te gusta sentir lo gruesa que es?"



Puso sus dedos como le dije, seguía moviéndolos a lo largo. Asintió con la cabeza.



"Baja el cierre y mete tu manito" Lo hizo "Ahora la puedes sentir mucho mejor, ¿no? Sólo la tela del calzoncillo entremedio"



"Sí"



"¿Quieres sacarla para verla?"



"¡Sí!" Acentuó su afirmación con la cabeza.



"Cómo hacen las niñas buenas para pedir algo que quieren?"



"¿Puedo sacarla por favor?" Sí, claro que sabía.



"Ábreme el pantalón." Se puso manos a la obra. "Sólo el pantalón." Cayó. "Ahora abre los botones de mis boxers. Fíjate como queda todo levantado como una carpa. Mira por la ventanita en el lado y dime que ves"



Armó la estructura y miró. "Veo una cosa gruesa con venas"



"Ahora sácala"



Lo dejo entero asomado, en posición firmes. Encogió los hombros con un gesto de alegre e inocente impaciencia.



"¿Cómo era que decían las niñas bien educadas?"



"¿Puedo mamártela por favor?"



"Pero como se te ocurre" Miró para arriba asustada "Tienes que ir por partes. Primero tómala en tu manito y frota con tu puño suavemente cerrado"



"¿Así?"



"Muy bien. Ahora aprieta un poco más."



Tenía los ojos bien abiertos.



"¿Quieres darle un besito?"



"¡Sí! Por favor."



"Mójate los labios, tómala y dale un besito."



Lo hizo perfecto, ni con ruido como algo gracioso, ni tomándolo entre sus labios como ya sabía que sería prematuro. Simplemente que se sintiera la suave presión de sus labios.



"Más besitos"



Lo recorrió en toda su extensión, sin dejar de lado el glande.



"¿Te gustó su sabor?"



"Sí. ¿Puedo probarlo más por favor?"



"Lámela como si fuera un dulce."



Lo hizo dando un sonido de agrado.



"Ahora como si fuera un helado. Pero ten mucho cuidado de que se te derrita y te manche la ropa."



Entendió y manejo la acumulación de saliva.



"Muy bien, eres una niña muy buena. Ahora te la puedes meter entera a la boca."



Cerró los ojos y empezó.



"Cuidado, cuidado con los dientes, duele, No quieres hacer que me duela, ¿no?"



"Noo, no quiero que te duela, quiero que sea muy rico para ti. ¿Cómo hago?"



"Protege tus dientes con tus labios. Vamos. Así, muy bien. Que bien aprendes, eres una niñita muy aplicada. Cierra bien los labios, que no se te chorree el helado. Mírame."



Volví a jugar con su pelo como al principio, delicadamente.



"Has sido una niña tan buena que te has ganado un premio. Un premio que te va a gustar mucho. Tapa la entrada a tu garganta con tu lengua." Eyaculé y después de estrujar la última gota se lo saqué, todavía duró. "Ahora tienes que tragar toda tu lechita, como una buena niña."



Tragó. "Que rico."



"Déjamela bien limpia con tu lengüita. Bien."



Me compuse. La volví a tomar de la mano, está vez para que se pare. Todavía tomándole la mano la abracé por la cintura y nos besamos.



"La próxima vez vamos a empezar por el postre.”


Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
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