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La pertenencia (22): La presión

"¿Te suena la empresa de los padres de Felipe?"



"Claro que sí, justamente ahora hemos estado trabajando en una auditoría para ellos. Ha sido mucho trabajo, tienen un desorden grave en sus balances. Por eso les he tenido trabajando duro a mi gente."



"Entonces ya eres conocida como la que está a cargo de esa auditoría."



"Sí, y el que se supone que está a cargo es compadre del jefe."



"Pero está claro que un cliente importante pesa más que un compadrazgo."



"Ya estoy queriendo pelear ese ascenso." Terminaba su postre, comió con el apetito alegre de siempre.



"El ascenso va a caer en tus manos, lo que vas a pelear duro va a ser las condiciones de tu cargo nuevo."



"Eso va a estar lindo."



"Voy a estar orgulloso de ti."



Se encogió riendo, emocionada.



La cena fue una buena ocasión para rehacer lazos que se habían debilitado con los del banco. Especialmente con Guillermo me dio mucho gusto volver a compartir más, era un tipo muy agradable, desde el principio, tenía ángel.



Después de una larga sobremesa, con risotadas sanas, intercambio de opiniones intenso y amistoso, salimos a su jardín a fumar y a estirar las piernas, estaba cayendo de vuelta en el vicio, desde mis años de universidad. Guillermo, tan pulido en todo lo demás, en sus cigarrillos ahorraba. Yo todavía no había vuelto a comprarme los míos.



"Disculpa que te diga, pero ya tenemos bastante confianza tú y yo."



"Claro, dale no más." Seguro que la señora le había dicho que me hablara.



"¿Cómo están las cosas con tu señora?"



"Bien, de lo más bien." Respuesta automática, no me creyó. "En serio, nos estamos viendo con una terapeuta muy buena. Nos ha ayudado a recobrar la pasión de juventud."



"Que bien, que bien. Entonces lo de tu ñatita es solo una aventura, un desliz, un capricho sin importancia."



"Sí, claro que sí." Ahí sí que no se la vendí. Mi cara daba cada una de las señales de la mentira, y él las sabía leer.



Suspiro. "Matías, Matías, Matías hombre. Hazle caso a un viejo, de algo me ha servido pasar por tanto. No te dejes llevar, esas cosas nunca terminan bien."



"¿Y si te dijera que está empezando una relación, con vistas a un enlace extremadamente ventajoso?"



Me miró extrañado. "¿Cómo es eso? ¿De que estas hablando?"



"Eso mismo, la he introducido en un círculo de intereses comunes y está muy cercana a un joven de buena familia."



"A ver, a ver, ¿pero tú crees que va a poder casarse con él?" La piel morena, los rasgos indígenas marcados.



"No hace falta que yo te haga ver lo mucho que han cambiado las cosas en Bolivia."



"Sí, claro que sí, pero los corazones de la gente tardan más en cambiar, un par de generaciones."



"En este caso hay circunstancias que facilitan enormemente saltar esos problemas."



"¿Un embarazo? Ah, eso a lo más le dará una pensión, no un matrimonio."



"No, no es eso. Disculpa Guillermo, tienes que entenderme, no puedo comprometer la privacidad de gente que probablemente conoces, aunque sea indirectamente."



Me miró fijamente, sonriendo, los profundos surcos de su cara realzaban sus gestos.



"Carajo..." Una risita grave, de fumador.



Pisamos los cigarrillos en el pasto.



En la cama con ella me sentí cansado. No cansado físicamente, cansado de mi situación, de tener que pensar que hacer, de estar a cargo de esta situación, de no poder dejarla en automático, cansado de ella, de ser su dueño, pero al mismo tiempo no quería dejar de serlo. No quería usarla, para nada. Me sentí mal. La tenía en mis brazos pero algo estalló en mí. Salté de la cama y la arrastré del brazo. Recogí mi pantalón para sacarle el cinturón. Levanté su camisita para sacársela, con su valiosa cooperación. Me puse a azotarla, apurado, furioso.



"Arranca, no te quedes soportando el dolor."



Se levantó y trotó despacio alrededor mío. Ahora le di correazos por todo el cuerpo, menos en la cara, las manos y las pantorrillas, no quería que quede nada visible.



"Dije arranca vaca estúpida, no que trotes como yegua trillando." Era raro que no me haya entendido, pero ahora sí lo hizo. Corrió de una esquina de la pieza a la otra, tapándose y protegiéndose como lo había hecho Felipe. Una virtud de este edificio viejo era el grosor de las paredes. Igual no iba a hacer escándalo, nada de gritos ni de romper cosas.



Todavía estaba la varilla sobre el estante de libros. Mientras la iba a recoger ella se acurrucó en el suelo, temblando de miedo, una respuesta física difícil de producir a voluntad. Le di varillazos, más fuertes que la otra vez, con rabia. La tiré del brazo para sacarla de su esquina. Ahora se acurrucó en el suelo mientras la seguía azotando con la varilla. Volví al cinturón.



La levanté de un tirón. Le metí los dedos en la vagina, sacándolos y volviéndolos a meter con fuerza y rapidez, haciéndola sacudirse con mi movimiento. Luego la di vuelta y le di el mismo tratamiento a su ano, metiendo tres dedos. La tiré de rodillas al suelo y le sacudí la cabeza, moviendo su boca a lo largo de mi erección, sin cachetadas está vez, pero en vez de eso la sostuve con fuerza contra mí y le apreté la nariz. La sostuve así varios segundos y la solté. Tragaba aire desesperada. Repetí el procedimiento varias veces, alargando la duración de la privación de aire. Empezó a empujar contra mí, luego a golpearme. Yo había sacado fuerzas que no sabía que tenía. La solté y la tiré al suelo, respirando ruidosamente. La volví a azotar con los dos implementos, una tras otro. Le subí las caderas y use su ano. Ya estaba calmándome, no se lo dañe, pero lo hice con más fuerza y rapidez que de costumbre, como que lo más importante del acto no fuera el placer directo por la estimulación sobre mi pene. Se lo volví a meter a la boca. Temblaba, pero no volví a ahogarla, sólo fui brusco. La fui usando de esa manera, de su ano a su boca, unas cuantas veces.



La volví a tirar al suelo, de espaldas, y me senté en su cara. Ella sacaba y movía su lengua para estimularme, pero era difícil por la presión que yo estaba poniendo. Nuevamente eso dificultaba su capacidad de darme placer, pero eso no importaba. Le agarré la cabeza en esa posición para frotarla contra mí.



Me puse de pie y ella sacudió su cabeza, como despabilándose. Le hice un gesto y ella se sentó de rodillas, en la posición usual. Las cosas estaban volviendo a la normalidad. Casi. Le metí los dedos a la boca e hice el mismo movimiento que abajo, sacando un par de deliciosas arcadas. Cuando los saqué y comencé los movimientos para darle fin a la sesión por mi cuenta, ella mantuvo la posición y abrió la boca como de costumbre. Quedaba una última novedad. Desvié el lanzamiento para que cayera al suelo.



"Ahora lo vas a recoger con tu boca, como la perra inmunda que eres." Como ya he dicho, su pieza, aunque vieja, la limpiaba con pulcritud prolija, pero igual, era un suelo de madera, y las tablas no estaban nuevas, con varias rendijas en y entre ellas.



No lo pensó ni un segundo. Se agachó sobre el piso e hizo sonar su succión. La hice caer unas cuantas veces, interrumpiendo su labor, empujándola con mi pie descalzo. "Cochina, asquerosa, eres un asco, una chancha mugrienta."



Cuando se levantó tenía la boca sucia.



"Límpiate chancha."



Lo hizo con la mano.



"Traga."



Me acosté y le di el gesto mínimo para que venga conmigo. Suspire profundo, me sentía mucho, mucho mejor. Era lo que me hacía falta.



Le acaricié el brazo mientras se quedaba dormida, su cabeza apoyada en mi pecho, tal como había estado recién. Estaba apoyada en mí, quedándose dormida con completa seguridad. Ni un temblor de miedo, ni ligera sacudida, ni humedad de llanto. No demostraba miedo de volver a recibir ese tratamiento, ni pena de haberlo recibido.



La seguí en poco rato.


Datos del Relato
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