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Capítulo 20: La cama
"¿Aló, Domingo?"
"Sí, con él. ¿Con quién habló?"
"Con Matías. ¿Te acuerdas de mí?"
"Claro que sí. El chileno que trajo a esa maravilla."
"Andrea, sí, oye, disculpa si te estoy llamando a mala hora."
Rompió una fuerte carcajada. "¡El mejor chiste de la semana! ¿Qué crees, que me levanto a ordeñar mis vacas?" Cuando se le pasó la risa me dijo "¿Qué se te ofrece Matías?"
"Resulta que Felipe y Andrea se están haciendo buenos amigos."
"Que bien, que bien. Me alegro por ellos. Sinceramente."
"Bueno, y resulta que quisiera que me recomiendes algún amigo que los pueda ayudar, que le sirva a Andrea para tratarlo a Felipe como le gusta."
"¿Qué quieres? ¿Alguien que le ayude a castigarlo? Pero si ella es una maestra del chicote. No me hables como un mojigato, ve al grano."
"Alguien con quien denigrar la hombría de Felipe, para que ella le diga mira, esto es un hombre, esto es una verga, no como tú."
"Ahora sí pues, era cosa que le dijeras al pan, pan y al vino, vino."
"Claro que esta persona no puede tratarla mal."
"Claro, me imagino. Mira, te debo una por lo que pasó en mi casa. A propósito, el tarado anda huérfano, su prestigio de amo se fue a la mierda. Creo que voy a poder ayudarte. Déjame ver y te mando el contacto."
"Ya, muchas gracias Domingo."
"No es nada, no es nada. Chao."
Llegamos al cuarto después de pasar a comer algo por ahí cerca. Ella sabía que estaba muy satisfecho con su desempeño, con su nuevo rol. Sin embargo una sombra de tristeza pasaba fugazmente por su cara. No la quise interrogar, tenía mis sospechas. Al llegar nos acostamos. Mientras me ponía de espalda ella se posicionaba para cumplir con su función como pertenencia mía. Le acariciaba la espalda, el cuello, la nuca. Una ocasión gentil, cariñosa. Su congoja era perceptible al sólo contacto de su piel. Al terminar mis gemidos con un suspiro de satisfacción, la empujé fuera de la cama. Su agilidad le permitió caer en una posición que no le dejara algún moretón. Su cuerpo reaccionaba automáticamente, sin pensarlo, para el cuidado de mi pertenencia, previniendo el mínimo daño para no reducir la calidad de su servicio, el visual principalmente.
"Esta noche duermes en el piso. Puedes usar dos trazadas, una de colchón y otra para cubrirte. Tú sabes, no quiero que lo mío se dañe, tienes que cuidar tu salud. También te puedes abrigar. Ponte calcetines gruesos, un pantalón de buzo y un polerón." Ya conocía la jerga chilena para muchas prendas. La sombra había desaparecido, ahora estaba liviana, contenta. "Tienes algo que decirme." No era una pregunta.
"Sí. Gracias."
"¿Por qué?"
"Porque me cuidas de que no me vaya alzar. No lo haría, pero me siento mucho mejor de que me cuides. Me recuerdas cuál es mi lugar, que eres mi dueño, que soy tuya. No se me olvida, pero me da seguridad que me lo recuerdes. Eres tan bueno, piensas en mí."
"¿Quisieras subir a la cama?"
"Sí, quiero estar cerca tuyo, para estar más a mano para ti. Pero lo único que me importa es estar donde quieres que esté. ¿Te puedo pedir algo?"
"Sí, lo haces muy poco, dale, pide."
"Déjame en el suelo por favor. Me entretiene Felipe, pero esta noche me gustaría estar aquí. Tú siempre sabes lo que es mejor para mí."
"En el suelo."
"Sí, no en tu cama."
"¿Mi cama?" Claro que era mi cama.
"Soy tuya y todo lo que alguien podría pensar que es mío es tuyo, nada es mío. Ese mantel no es de la mesa, está en la mesa porque yo lo puse ahí. Yo duermo en esa cama, tu cama, porque tú encuentras que eso está bien."
"Duérmete. Estás bastante a mano para mi uso."
Efectivamente. Me desperté con una típica erección nocturna. Generalmente disfrutaba sentir como su cuerpo acostado a mi lado seguía mi voluntad con apenas la guía de mis manos. Esa noche fue distinto. Me bajé de la cama, la destapé. Se puso boca abajo con mis brazos y subió sus caderas con mis manos. Le bajé el pantalón de buzo. Como siempre me recibió bien lubricada. Gemía bajito, sin palabras excitantes. Simplemente me sirvió, como lubricante y como un lugar agradable para ser abierto. Volví a la cama a dormir, ambos satisfechos, yo de su uso, ella de haber sido de mi uso.
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Capítulo 21: La posición
Antes de ducharnos en el baño compartido me daba el gusto de usar su boca por última vez en la mañana. Ella captaba inmediatamente el momento y se ponía de manera que pudiera disfrutar de la vista de sus muslos, suaves y brillantes, y sus rodillas flectadas para que su boca pueda ser usada con la mayor facilidad. En mi estadía usaba falda la mayoría de las veces, sabía desde siempre lo mucho que disfrutaba esa vista. En todo momento. A veces simplemente haciendo cosas por la pieza, al agacharse, lo hacía de la manera recomendada para la salud de la columna y para conseguir una nueva erección, incluso poco después de haber tomado su leche. No ponía cara de felicidad por haberlo logrado, no, eso hubiera sugerido algún tipo de control sobre mí, no, simplemente su cara de disponibilidad, de que se excita y se lubrica con la sola idea de que va a ser usada, la boca abierta y la lengua afuera. Un vestido corriente, apto para ser manchado, con botones adelante o con tiritas en los hombros para tener acceso fácil a sus senos, pequeños, firmes y bien formados. Adentro había abandonado el uso de la ropa interior, así era cosa de levantar el vestido para usarla. Vestidos de material liviano, para doblarlo sobre su espalda. También facilitaba otros usos, como acariciar y lamer sus muslos en esa posición deseada. Sabía subírsela justo lo necesario, sabía que no debía mostrarme su intimidad a menos que yo fuera por ella, justo lo necesario para que sus muslos estén a la vista de la manera preferida. Incluso afuera, una falda de oficinista, que no por llegar apenas sobre la rodilla dejaba de ser adecuada para el trabajo, le permitía encuclillarse de una manera socialmente aceptable en un espacio público al hacer algo cotidiano, recoger un lápiz que se cayó por ejemplo, accidentalmente, nunca a propósito y darme una degustación de lo que luego iba a disfrutar con más libertad, con ángulos sutiles para complacer mi vista. Acariciar esa región favorita en el taxi nocturno, darle una leve presión arriba de la rodilla, disfrutar su esfuerzo por reprimir gestos de placer.
"Yo quería descansar y tú eres responsable de que le siga exigiendo a mi verga ya sensible." Una cachetada para recalcar la molestia falsa.
"Perdón." Sin dejar de atenderme más que el segundo necesario para la palabra, sin cambiar la posición.
"Eres una puta que no puede pensar en otra cosa que en el pico." Otra cachetada. "¿No es así?"
"Sí, todo el rato, todo el rato me estoy imaginando el pico en mi boca, en el hoyo, y me caliento." Cachetada.
"Te pones de esa manera para conseguir tener el pico en la boca y en el hoyo, puta de mierda." Cachetada.
"No, yo no soy nada, no puedo buscar que me des algo." Cachetada. Cualquier interrupción en su discurso la aprovechaba para que tenga el panorama completo: sus muslos y su boca en uso.
"Un día de estos te voy a sacar de noche con un cartel al cuello, mamadas a Bs. 1." Gemido de placer ante el prospecto. "Sentada de rodillas en un callejón oscuro, con suficiente luz indirecta para que se vea tu postura invitadora y tu boca abierta sobre el cartel." No lo iba a hacer, muy peligroso, podíamos meternos en problemas con la ley.
Caminar alrededor de ella, apreciando de distintos ángulos, sentada en sus tobillos con las rodillas en el suelo, con el vestido subido. Tenerla en esa posición sirviéndome con su boca por un tiempo suficiente para que al ayudarla a pararse sus piernas cedan por lo tiesas que habían quedado.
Tenía todos los motivos del mundo para adoptar esa posición en cada oportunidad. Todos y el único: Complacer a su dueño.
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