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La pertenencia: (2) El beso

Esta la iba a considerar nuestra segunda cita, aunque fuera en el mismo día.



Esta vez el saludo incluyó mayor cercanía de nuestros cuerpos, menos echar la cabeza para adelante. Sus senos no eran grandes como para hacer fácil el roce, pero igual se siente cuando se cruza el espacio personal.



Nos pusimos a caminar aparentemente sin rumbo, primero bajando por El Prado luego subiendo y bajando por las placitas entre la Arce y la 6 de Agosto. Cada cierto rato nos sentábamos en algún banco.



Le pregunté por su familia. Sus padres se habían casado predeciblemente jóvenes. Habían empezado con un carrito-bazar, luego un kiosco, de ahí una tiendita, y así, poco a poco, llegaron a tener dos tiendas de tamaño respetable. De qué, daba lo mismo. Como para todo buen comerciante the business of business is business. Tenía un hermano mayor transportista que se casó con una cochabambina y se instalaron allá. Ella era la mayor de tres hermanas, una estudiando secretariado, la otra por terminar el colegio. La madre había tenido dos pérdidas entremedio de las tres hijas. Pérdidas de varón, dato no menor en su cultura. Que haya tenido esas pérdidas a pesar de que tenían los medios para una atención privada expedita no era de sorprenderse, más bien tuvo suerte de salir con vida de las dos. Nunca me pregunto, ni entonces ni después, por mi familia, entiéndase mujer e hijos.



"Te debo estar aburriendo con toda esta charla sobre mi familia" La pregunta que supone un 'no' de respuesta.



"Si te pregunto es porque me interesa, no porque me aburra."



"Claro" bajó la cabeza, "disculpa".



"Me encanta tu humildad Andrea".



"Así soy nomas" tomé su mano caminando, "qué bueno que te guste".



Sin soltar su mano tomé mi turno y le hablé de mis padres, mi desarrollo desde niño, mis viajes, mis estudios. Todo acompañado de su mirada absorta, su silencio reverente. Ni una pregunta, nada que desviara ni detuviera mi narrativa. Cuando ella hablaba yo la guiaba y buscaba profundizar con mis preguntas donde me pareciera.



"¿Dónde podríamos tomar algo caliente?"



"El Ciudad está abierto toda la noche, pero es bien lejos."



"¿Dónde queda?"



"En la Plaza del Estudiante, pasamos por ahí."



"Sí. Cerca. Caminemos. Lo hemos pasado bien caminando, ¿no?"



"Claro que sí, muy bien"



Estaba oscureciendo y el aire seco se volvió de un frío penetrante. Se apoyó contra mi costado como buscando calor y solté su mano para tomarla por el hombro, llevándola bajó mi brazo. El café era un buen lugar para descansar.



"Pide algo de comer para ti"



"¿Y tú?"



"Yo una agüita no más. Así le llaman en Chile a los mates." Le estaba exigiendo dejar atrás el tabú de comer delante de alguien, con alguna relación, que no esté comiendo.



No sólo hizo lo que le dije, si no que comió con gusto y no me ofreció. Hablamos de comida, la boliviana y la chilena. Como muchos alabé la cocina de su país y ella declaró su pasión por algunos de sus platos.



"Vamos, de nuevo el tiempo pasó volando. Mañana tenemos que trabajar. Te voy a acompañar a tu casa."



"Sí" Ya aprendió a no discutir "Pero te tengo que decir que no vivo en un lugar bonito."



"Está bien, no te preocupes. Esta vez te voy a acompañar sólo hasta la puerta del edificio." ¿Hasta dónde tenía pensado acompañarla en otra ocasión? Otra promesa implícita que le alegraba.



Por la hora tomamos un radio taxi. Juntos en el asiento trasero tomé su mano y las puse entre nosotros, cada uno sintiendo con el dorso el muslo del otro.



"Mi vuelo sale en la noche, a las nueve, así que almorzaremos juntos"



"¿Dónde mismo?"



"No, en tu departamento."



"No es realmente un departamento, más bien es como un cuarto."



"Perfecto, almorzaremos en tu cuarto entonces. ¿Tienes una mesita donde quepan dos platos y dos sillas donde quedemos a una buena altura en la mesa?"



"Sí, eso tengo" dijo con una risa liviana.



"Saliendo del trabajo vas a pasar a recoger nuestra comida, tú sabrás de dónde. De lo que almorzamos hoy te puedes hacer una idea de mis gustos." Siendo sólo una pieza, para poder mantenerla limpia a lo más tendría una cocinilla para calentar el agua. Comer afuera sigue siendo más barato que arrendar un departamento de dos ambientes.



"Bien" Se había dado cuenta con eso que no la quería de cocinera, que llegar a que me tengan lista la comida no era sinónimo de una buena vida para mi.



El taxi nos dejó pasadito la plazuela Riosinho. Bajamos por las escaleras de una callecita con jardines precarios hasta la puerta de un edificio antiguo de cuatro pisos.



"Aquí vivo" Una luz débil iluminaba su sonrisa. "¿Qué te parece lo que ves?" Levantó los brazos, un gesto que podía indicar la cuadra o a ella misma. Opté por lo segundo.



"Llenaste todas mis expectativas" Me acerqué, contuvo la respiración por un par de segundos, bese su mejilla. "Me gustó mucho lo que me encontré hoy." Busque sus labios y los encontré entreabiertos, listos para mi beso. Nos besamos, no me dejó besando sólo. Al separar mi cabeza vi que tenía los ojos bien abiertos, como sorprendida de lo que había pasado, de lo que había hecho.



"Entonces almorzamos aquí mañana."



"Sí" Ahí me di cuenta de que no me había llamado por mi nombre después de que me identificó en el primer encuentro; mientras que yo sí por el suyo, unas pocas veces. "Puedo quedarme hasta las seis en el trabajo para tener más tiempo de refrigerio."



Me despedí y sólo la vi entrar por el pasillo de acceso. No esperé caballerosamente a que la luz indicará que había cruzado la puerta de su pieza, ni como enamorado a que quizás se asomara para mirar. Ya no seguiré repitiendo que me fui sin mirar atrás.


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