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La pertenencia (18): El baño y (19): El esclavo

Capítulo 18: El baño



Nunca me dijo ni te amo ni te quiero. Tampoco te eché de menos. No era que lo supiéramos y no lo hiciera. Ser mía era tan diferente a amar. Amar era contingente. Así como amo, puedo dejar de amar, puedo amar a otro. Por muy maduro y estable que sea un amor, no es una condición, es un estado. Tu eres mi amor es en segunda persona. Yo soy tu amor es adjudicarle al otro un estado, quiere decir yo soy el objeto de tu amor, no implica necesariamente que ese amor es retribuido, si la reciprocidad está implícita, es por un estado de ese objeto, una circunstancia, no una condición.



Todo esto no hacía menos al amor. Simplemente lo dejaba fuera de lugar, no era un juicio de valor.



Echaba de menos su uso, su disponibilidad inmediata. Estar con ella sin que fuese mía no tenía sentido, era imposible.



"Llama a tu trabajo y avisa que te vas a quedar hasta más tarde."



"Me estoy quedando hasta más tarde todos los días, menos cuando estás tú."



"¿Te están explotando?" ¿Acaso me había contradecido?



"No, yo los estoy explotando. Cada vez que me quedo es con por lo menos uno de ellos. Se los hago necesario completar un trabajo, no se atreven a contradecirme. Uno les decía que si trataba de hacerlo quedar me iba a mandar al carajo. Terminó diciendo que se había quedado por su propia voluntad, no por mí." Nos reímos.



"O sea, en la práctica eres su jefa, sólo te falta el cargo con su correspondiente aumento. Estoy orgulloso de ti. Te voy a dar un premio."



El vestido, las joyas, el perfume, no eran premios, eran para darle brillo como pertenencia.



"Vamos." Había sido una conversación de sobremesa.



Caminamos al banco. Saludé y entramos, era conocido y estaba claro que venía conmigo. Tomamos el ascensor a un piso que no frecuentaba. Pocos habían vuelto de comer, no se estresaban por la hora, algo fuera de mi competencia. Nadie nos vio entrar a un baño. Todos estaban muy bien mantenidos. Levanté la tapa y se sentó. Me bajo el cierre y me lo sacó, lacio. Lo sostuvo para metérselo a la boca. Me supo estimular con la habilidad, la maestría de siempre. Una vez hecho, me alejé un poco y ella se paró y se dio vuelta. Así estuvimos un rato, aternando breves momentos sentada y de pie. Ella mantenía un silencio total.



Correspondía que terminara en su boca.



"Lávate la cara, especialmente los labios. Traga bien y enjuágate la boca." Atesoraba mis restos en su boca, le estaba pidiendo un sacrificio.



"Límpiame bien."



Me lo guardé.



"Sale 10 segundos después de mí."



Cuando salí me encontré de cara con un funcionario que venía al baño. Con sangre fría lo tomé y lo llevé por el pasillo interrogándolo en un tono serio. Lo dejé ir y se apresuró al baño, cruzándose con ella. Caminé al ascensor con ella a unos pasos de mí. Salimos juntos. En la salida le di un beso de despedida, a vista y paciencia de los que estaban pasando. Los más cercanos me ignoraron y evitaron hasta un buen rato después.



No me gustaban esas emociones fuertes, sólo quería usarla rápido. No lo iba a volver a hacer.



***************************



 



Capítulo 19: El esclavo



"Mañana voy a almorzar con los del banco."



Justo le llamó Felipe. Me recosté en su cama.



"Sí, estoy en casa." Cortante. "Te voy a avisar por whatsapp, pero sólo si dejas de fregar. Recuerda, me puedes llamar no más seguido que día por medio y no puedes comenzar una conversación por whatsapp. Si lo haces, te corto por dos semanas. Parece que vas a estar de suerte."



Ni chao.



"Excelente. Mañana en la noche vamos a conocer su departamento."



Dormimos abrazados, de frente para quedarnos dormidos, luego turnando las cucharitas al despertarnos, como una pareja.



Rechazó su ofrecimiento de auto, íbamos a llegar en radio-taxi. Era un edificio nuevo en Achumani. El conserje se limitaba a mirar a los que los residentes dejaban pasar con el citófono.



"Pasen." No le sorprendió mi presencia. "¿Les puedo servir alguna cosita? ¿Cerveza, trago, vino?"



La miré. "Yo quiero un martini."



¿Un qué? Me había equivocado, parece que no iba a para de sorprenderme. Ahora podía dar por descontado que no iba a quedar arriba de la pelota.



"Yo nada."



Era un hombre de mundo, sabía preparar un martini de libro. El bar era completo.



"Muéstrame lo que tienes." Sorbía su copa con elegancia.



Volvió con su parafernalia. Botas de cuero, pantis de red, shorts y chaquetín de cuero negro, y el clásico sombrero negro de oficial carcelero. En vez de látigo trajo una tira de cuero larga.



Dejó su copa sin vaciar y con la aceituna en la mesa de centro. Fue donde él y examinó las prendas. Se las tiró en la cara.



"Tráeme las esposas."



Eran de buena calidad, como todo lo demás, no eran de juguete. Tomó la llave y se la guardo en el bolsillo trasero. Se había puesto unos jeans apretado, una camisa cuadrillé de franela y una chaquetita de cuero café. Generalmente su ropa era más suelta. Le pasó las esposas por una muñeca y arrastró a un pie de fierro al extremo de la mesa del bar. Lo esposó alrededor de él. Luego, sentados en el suelo, le abrió el pantalón y se lo bajó junto a los calzoncillos a los tobillos.



"¿Qué es esto?" Preguntó tomando su erección. "¿Qué está cosa tan chistosa?" Le dio una cachetada. "¿Ah? Contéstame cuando te hablo esclavo."



"Es mi pene."



"Eso no es una verga, eso es un arrocito." La verdad es que era de tamaño normal, unos quince centímetros. "Ahora te voy a mostrar lo que es un hombre de verdad." Se paró y vino hacía mí. Me paré mientras ella se encuclillaba. Me bajó sólo el cierre y lo sacó, largo y duro. "Esto es una verga, así son los hombres de verdad, no los maricas como tú." Jugo con él en su boca, haciendo alarde para que el la viera. Luego volvió hacía él. "Tú en cambio eres un perro, un chapi de la calle." Se lo tomó y empezó a pajearlo, riéndose. "Mira la cara que pone el marica." Lo soltó, alejó la mano y el exclamó un "Ay" mientras eyaculaba sobre sí mismo y el piso de parquet. "Ay, ay." Le imitaba burlándose. "Como grita esta basura."



Jadeaba. "Gracias." Le devolvió un mohín de desprecio mientras volvía a mí para terminar lo que había empezado.



"Esto sí que vale la pena, la verga de un hombre de verdad." Le dijo mientras se limpiaba los labios.



"Mi billetera está en mi pantalón. Ahí tengo plata."



"¿Ahí tiene plata el bebé?" Se paró y se agachó a su lado para soltarle las manos. "A ver tu plata."



Sin pararse metió su mano atrás y sacó su billetera. Sacó unos billetes de 200 y lo ofreció extendiendo su brazo.



Ella le pegó un fuerte palmetazo en la mano con el billete y lo soltó. Le gritó furiosa, "¿Qué mierda te has creído tú, gusano asqueroso? ¿Qué soy tu puta para que me pagues por hacerte cositas? ¿Ah?" Recogió la tira de cuero. "¡Contesta estúpido, te están hablando!" Le llovió correazos, en la cara, en el brazo con que se cubría, en la espalda cuando se dio vuelta para protegerse.



"No, no eres mi puta. Era sólo una humilde ofrenda."



"Mira esclavo, cuando quiera algo de ti te lo voy a decir, y ahí vas a tener el honor de dármelo." Se sentó con la correa en las manos. "Tráeme un cigarrillo." Partió. "Rápido. No me gusta esperar a los tarados como tú."



Llegó con una cajetilla de mentolados. Se la arrebató. "¿Me estás mamando, estúpido? Guarda está mariconada para tus putas. Tráeme algo decente." Se lo tiró en la cara.



Partió corriendo y volvió con unos Gitanes. No pedía perdón, sólo obedecía.



"Me aburrí de tratar de convertirte en algo útil, eres una basura inservible. Pasa." Se los quitó. Sacó uno, se lo puso en los labios. Con una mirada severa, recibió el fuego. Aspiró y le sopló el humo en su cara. Se rio. "Me entretengo humillándote esclavo. Por lo menos para eso sirves."



Tomé los cigarros y el encendedor. "No, a mí no. Ella es tu ama, yo soy un amigo no más." Me prendí uno. Me pasó un cenicero. "Gracias."



A ella le sostenía el cenicero. "Estás aprendiendo esclavo."



"¿Dónde trabajas Felipe?"



"En la empresa de mis padres."



"A verdad, sí, me habías dicho."



Me nombró una empresa mediana y próspera, una fortuna para darse muchos gustos. Le mencioné la oficina de contabilidad donde ella trabajaba.



"Somos uno de sus clientes."



"Deben ser uno de sus clientes importantes."



"Sí, de los más importantes."



"Andrea está haciendo carrera ahí ahora, pero no han querido darle el cargo de responsabilidad que le corresponde." No hizo ninguna acotación. "Oye, dame el teléfono de Domingo por favor." Sacó su celular y me dictó. "¿Vamos? Mañana hay que trabajar."



Nos paramos los tres. Ella pisó su colilla en el parquet. "Lo vas a limpiar bien. Tú, no tu empleada."



Le di la mano. "Chao Felipe. Qué estés bien."



"Chao Matías." Me apretó fuerte. "Voy a estar bien. Muy bien." Sonrió.


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