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"¿Cambiaste de hotel?"
"Sí. ¿Cómo supiste?"
"El olor del detergente de tu ropa." Me gustaba traerla lavada. Para no despreciar su tiempo lavándomela la había empezado a pagarle a una vecina para que lo hiciera. Otro ahorro para mis gustos.
"¿Y en cuál te quedas ahora?"
"En el Presidente. Es más central, también es cinco estrellas y hasta hacen un precio un poco mejor que el Ritz."
Daba lo mismo, dar explicaciones de más fuese una conducta normal para mi. Igual ella tenía la certeza. No me interrogaba para confirmar algo que ya sabía.
Por lo demás había empezado a sospechar que ella estaba haciendo algo parecido. No hay el doble de mujeres que de hombres, por lo tanto, por cada hombre con dos o más mujeres debe haber una mujer con dos o más hombres. Ella era una de las equilibraba la ecuación. No era igual de cuidadosa que yo con su celular, de hecho yo ni lo usaba, todo lo que me servía estaba en el chip boliviano. No sé si fue a propósito, por indiferencia o por descuido, pero era difícil de interpretar de otra manera "Para que no te olvides de los amiguitos" de un número no guardado que aparecía en el registro de llamadas salidas justo en los días de mi ausencia.
Su debut en sociedad iba a ser en una fiesta la primera noche de mi visita. El amigo del amigo de Rodrigo nos pasó a buscar al Ritz. Se llamaba Felipe, igual que mi hijo.
"Hola, ¿tú eres Matías, no?"
"Sí, tú debes ser Felipe, el contacto que me dieron. Está es Andrea."
Nos saludamos él y yo, a ella apenas la miró.
Nos subimos a su Audi y bajamos hasta Machasa.
"¿Y qué tal? Cuanto llevas en La Paz?"
"Vengo por un par de noches semana por medio. Estoy haciendo una asesoría en el Banco Central."
"¿Eres ingeniero comercial?"
"No, abogado, pero estoy especializado en derecho económico y políticas públicas."
"¿Y cómo así llegaste a trabajar para el gobierno?"
"Contactos del dueño de la consultora."
"Nos conocemos hace unos minutos y ya te estoy interrogando." Dijo en tono de broma.
"No, está bien, a mi también me interesa conocerlos bien a ti y a tus amigos." Esperaba que no haya tomado "conocer" en el sentido bíblico.
"Ya nos vas a conocer." Amenaza amistosa.
"¿Y tú? ¿Has estado en Santiago."
"Sí, hace poco. Tengo un grupo de amigos allá en el círculo sadomaso. Probablemente conoces a alguno."
"No, no soy ni aficionado a esto. En la universidad participé un par de veces pero me retiré."
"¿Y cómo conociste a José Miguel? ¿En la universidad?"
"A él no lo conozco, sólo tenemos un amigo en común, un ex compañero mío de la facultad."
"Ahí fue que perdiste la virginidad." Risas.
"Precisamente."
"¿Y qué te dio ahora? ¿Cambiaste de opinión?"
"No, sólo tengo ganas de compartir a mi perra y que la traten como la puta que es."
Ella estuvo callada todo el trayecto.
"Este grupo es bien tranquilo. A cada uno lo que le gusta, nos conocemos bien. Hay otros grupos más hardcore. ¿Y tu perra, dónde te la encontraste? ¿Por internet?"
"No, así nomás."
"Que suerte. La de ella." Se le notaba que ya me estaba imaginando con el látigo en la mano.
"¿Tienes cigarros?" Llevaba seis años sin fumar.
"No fumo, pero casi siempre tengo en la guantera para algún amigo. Revisa y te sacas."
Tenía unos Camel Light y un encendedor.
"No hace falta que abras la ventana."
"Hace tiempo que no fumo. No quiero quedar pasado."
"Yo aunque no fumo, me gusta el olor a tabaco. Mientras más fuerte, mejor. Como unos Gitanes."
"¿Me das uno Matías?" Se escuchó su voz por primera vez.
No tenía idea de que fumaba. Le prendí uno y se lo pasé.
"Se me había pasado preguntarte. ¿Le haces a la droga?" Claramente no era fumadora, no había ni trazas de tabaco en su pieza ni en su ropa.
"No. En la universidad probé un par de veces fumar marihuana, pero no me gustó."
"Ni siquiera vas a probar otra vez alguna droga. Ahora me pareció bien dejarte fumar, pero no se te va a volver un hábito. Te hace daño y lo mío tiene que estar en buen estado."
"Tú si que sabes ser amo Matías, me gusta. ¿Cuánto llevas?"
"Ni tres meses."
"Wow. Es un talento innato. Ese tono." Se estaba excitando.
"¿Eres gay?"
"No, soy masoquista. Me da lo mismo el sexo de mi amo, siempre que me traten como corresponde."
Nos reímos. Por supuesto que era en serio.
"Soy bien amigo del dueño de casa. Es un buen tipo, tiene su casa bien arreglada para nuestras fiestas."
"¿Las hacen en otros lados también?"
"Sí, pero de a menos. Las reuniones grandes las hacemos acá, cada dos meses más o menos."
"¿Eres casado?"
"No, pero ya voy a tener que casarme. A mis padres se les está acabando la paciencia y prefieren dejarle la empresa a un extraño que a un hijo gay, eso es lo que creen. Si me caso, van a creer que me mejoré." Nos reímos otra vez. Nos estábamos llevando bien. Tanto mejor. "¿Y tú?"
"27 años y un hijo."
"¿Por gusto o por necesidad?"
"Soy hetero. Exclusivo."
Estábamos llegando. Del portón era todavía una buena distancia hasta la casa.
Habían varios autos estacionados, todos caros. Era una casa de campo grande, gastó su plata bien en el arquitecto. Cuando estábamos llegando a la puerta nos salió a recibir un tipo, seguro el dueño de casa. Más alto que yo, de unos 60 y algo de edad; y una buena guata. Velludo y canoso, una firme cabellera blanca y ojos claros. Estaba cubierto de sudor pero no le tenía miedo al frío de afuera. Vestía un traje típico del ambiente: cuero negro, no látex; remaches de acero y un cierre de dientes grandes a todo el largo del frente de su mono. Botas largas y aros con calaveras de piedras preciosas. Con menos guata se hubiera alejado del carnicero de barrio y acercado al matarife brutal que lo inspiraba, tenía la musculatura y la contextura para eso.
"Felipe, presenta a tu a amigo."
"Domingo, este es Matías. No es totalmente de los nuestros, pero viene recomendando y con su regalito."
"A ver." La inspeccionó de arriba a abajo. "Ahí hay unas collares con sus cadenas."
"Yo te traigo una Matías."
"Tengo algunas reglas eso sí." Le dije.
"Primero las de la casa. Nada de muerte, mutilaciones ni heridas graves. Nada de secuestros ni menores de edad. Hay cuartos para gustos especiales. Y lo más importante: los amos se respetan entre ellos, nada de peleas. Si tienen un problema, lo arreglan al otro lado del muro. Para eso hay clubes de pelea. ¿Estamos claro?"
"Claro que sí, pierda cuidado."
"Trátame de tú huevón." Sentí en mi brazo la fuerza de su mano. Una palmadita de el era como un manotazo mío. Ese "huevón" era para darme una bienvenida amistosa.
Mientras tanto Felipe volvió con el collar y cadena. Habíamos entrado a la recepción. Andrea se desvistió y le puse el collar y la cadena y le probó unos tacos altos. Su respiración estaba agitada, cada vez más. La toqué, y sí, ya estaba bien mojada.
Había de todo a la vista. Hombres y mujeres de todos los tamaños y colores. Uno estaba dentro de un marco de metal, encadenado de manos y pies a las esquinas, casi desnudo, mojado y recibiendo descargas eléctricas con un bastón. En otro lado una mujer estaba doblada sobre una silla, con las manos esposadas en la espalda, recibiendo latigazos con un gato de nueve colas, con marcas de sangre. En otras esquinas se desplegaba una variedad de torturas y humillaciones. Los castigados estaban en general más desnudos que los castigadores, había uno de los segundos de traje y corbata incluso. La mayoría vestía el uniforme sadomaso. Había unos quince a la vista, pero salían y entraban de otras partes de la casa. En total debe haber habido fácil 30. En un bar unos fumaban y tomaban, y en otra mesa alguien armaba unas líneas sobre un espejo. Parece que no era una actividad sedentaria, a juzgar por lo sudados que estaban.
"Escuchen todos, este es nuestro nuevo amigo, Matías Bunster, de Santiago, Chile. Matías."
"Gracias Domingo. Hola. Les traje esta pequeña cosa que quiero que disfruten. Le pueden hacer lo que quieran con unas restricciones adicionales a las de la casa. La penetración vaginal o anal sólo con condón. Está muy bien entrenada en la mamada. No quiero ni hematomas ni marcas, pero la pueden cachetear todo lo que quieran." Les di una de demostración. "Por ella que le hagan de todo, pero es mía y va a hacer como yo le diga. No quiero ni orín ni fecas, salvo por residuos al lamer. Nada de droga. Aparte de eso, disfruten, humíllenla y trátenla como la perra cochina que es. No se olviden que tiene dueño y no me gusta que me dañen mis cosas."
Le pasaron unas sandalias. Un tipo alto y bien formado de algo menos de 40 recibió la correa que ofrecí. Se juntaron otros dos más para darle una bienvenida a su estilo. Me desvestí y me uní a ellos. Nos íbamos pasando su cabeza para usar su boca. Sabía abrirla bien de manera de hacer ese ruido de atragantamiento que me hacía tan orgulloso. Sus quejidos eran una excelente invitación al abuso más que una alerta. La cacheteábamos mientras la íbamos pasando.
En un momento que el tipo musculoso la tenía atragantada con su buen tamaño, le tomé las caderas y se las levanté. "Quiero que prueben lo que le enseñé a hacer con su culito." Se lo metí y verifique su pestañeo. Otro de los tipos sacó un falo más bien pequeño por un cierre, se lo forró y acepto mi invitación.
"La puta madre, que rico hace con el culo esta chola de mierda."
Lo podía hacer simultáneamente con la boca, era un talento innato.
"Dame ese culo, ahora va ver lo que es verga." Dijo otro. Efectivamente, lo iba saber.
"Ya, los dejo amigos. Disfrútenla pero no me la rompan." Dada la oportunidad se había puesto a lamer con entusiasmo, y el musculoso no demoró en darse vuelta y darle otra oportunidad de demostrar lo bien entrenada que estaba.
Por no hacer un desprecio agarré el pelo ondulado, castaño y largo de una mujer un poco más joven que yo que me habían venido a ofrecer. La traían gateando, tirándola de una correa.
"Toma Matías, muéstrale como tratan a las vacas en Chile." Me imagino que vaca por el volumen mamario.
Me limité a usar su boca y a cachetear su cara y senos. No estaba mal, pero Andrea tenía algo especial, un deseo tan intenso por el maltrato que no podías hacerle otra cosa. A esta le pegaba por buena educación más que nada.
Me di vuelta cuando Andrea dio un grito. Le estaban tirando de los pezones con los dedos. Los tenía increíblemente crecidos con la excitación, deben haber sido una invitación irresistible. Me traje a la rubia del pelo, usándola para masturbarme mientras veía como soltaban a Andrea y le empezaban a dar choques eléctricos. Sus gritos transitaban tan delicadamente por la fina línea entre el dolor y el placer, que hizo voltear más de una cabeza. "Fantástico," pensé, "esto promete."
Entonces todo sucedió muy rápido. El musculoso le trajo coca en sus dedos y se la puso bajo la nariz.
"¡No!" Grito ella y sopló, esparciendo la dosis que le traía.
"¿Cómo que no india de mierda?" Replicó, indignado. La agarró fuertemente del pelo y la llevó a la mesa cerca de ellos donde estaban las líneas.
"¡Hey!" Grité.
"¡Enséñale modales a tu chola carajo!"
Toda la actividad a la vista se detuvo. Domingo venía de una pieza vecina, a paso decidido, claramente molesto. Entonces ella le apretó en los dedos del pie con un golpe de su taco. El tipo lanzó un fuerte grito de dolor y levantó su pie, saltando.
"¡Jorge!" Gritó Domingo, con una voz que llamaba a la disciplina. "¿Qué carajo está pasando acá?"
La volvió a tomar del pelo y le golpeó la cara contra la mesa, sobre las líneas. Iba a saltar para allá, pero la rubia tetona me tenía agarrado con fuerza para seguir teniéndome en sus boca. Me tropecé con ella y le caí sobre encima, rodando los dos detrás de un sofá.
"¡Ninguna india alzada me viene a decir que no a mí...!" No alcanzó a terminar bien su frase. No pude ver desde donde estaba, detrás del sofá, pero me contaron ella levantó su pie por atrás, doblando su rodilla, para golpearle nuevamente con su taco, está vez en los testículos. Me asomé detrás del sofá y lo vi doblado de dolor y a ella recuperando el equilibrio sobre sus tacos.
"¡Bien!" Gritó alguien en la multitud que se había formado.
"¡Dale más!" Intervino otro.
Mientras Domingo forcejeaba con alguien que le detenía el paso, yo salí de mi lugar, tomé una vara eléctrica y se la puse en su mano, sin palabras. Cuando él estaba irguiéndose, antes de que pudiera decirle o hacerle algo, le dio una fuerte descarga. ¿Quién le había mostrado el regulador de intensidad? Musculín cayó como un saco de papas, gritando de dolor entre sus dientes apretados. Domingo ya sólo observaba atónito. Ella tomó un látigo de por ahí cerca. Caminaba desnuda en sus tacos, con el látigo en la mano y le empezó a dar latigazos como una dominatrix con experiencia.
"¿Tú crees que puedes hacer lo que quieras con las cosas de mi dueño? ¿Ah?"
"¡Ayuda! ¡Hagan algo! ¡Sáquenmela!"
Se irguió sobre sus rodillas y ella le enrolló el látigo alrededor del cuello. Con un tirón lo boto al suelo.
"¿Quién te dijo que te podías parar hijo de puta?" A estas alturas ya había perdido toda capacidad de asombro ante las cosas con que salía, como cuando le soltó el látigo del cuello con un hábil movimiento de muñeca. Le siguió dejando surcos rojos en la piel. "Yo te avisaré cuando haya terminado contigo. Te voy a enseñar a respetar la propiedad ajena."
Lloraba como un niño, no estaba disfrutando su nuevo rol. El público agolpado sí estaba disfrutando del espectáculo, Domingo incluido. Su actuación era de su completo agrado.
Ella me miró y con una señal mínima de mi parte dejo el látigo de lado.
"Vístete, nos vamos."
Mientras yo hacía lo propio, Domingo se me acercó.
"Hermano, este carajo nos ha dejado mal a todos. Claro que lo compensó con un buen espectáculo el mierda." Rio. "¿De dónde la sacaste?"
Ya vestido le dije "Ni ella sabía que podía hacer las maravillas que está haciendo."
Le hice un gesto para irnos. Felipe salió de entre el público que se dispersaba comentando.
"Chao Domingo." nos estrechamos la mano con fuerza. "No te imaginas lo iluminador que ha sido tu fiesta para mí. Muchas gracias."
"Un gusto Matías, te cuidas hermano."
Una vez afuera Felipe le abrió le puerta del auto, en fuerte contraste con el trato inicial que le dio. Cuando ella estaba adentro, antes de que entremos, se me acercó y me dijo en voz baja, con una voz profundamente sentida. "Estoy enamorado."
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