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La pertenencia (12): La varilla

En ese almuerzo de despedida le dije.



"Cuando vuelva vas a tener tres varillas para que elija. Varillas de como un metro de largo, de la rama de algún árbol. Flexibles, no seca que se rompa fácil, tampoco tan verde que no conserve su forma. Sácalas de donde haya árboles o arbustos, con luz de día, en lugares que no sean solitarios."



Como todas mis afirmaciones tomó nota cuidadosamente en su memoria.



En cada regreso la veía mejor. Más segura, con más desplante. Siempre se había vestido bien, ahora se estaba vistiendo mejor, cosas de mejor calidad, que le quedaban mejor.



"Me siento orgulloso de ti." Le dije al salir de la confitería y le di un besito en la mejilla. Paternal y sugerente.



"Gracias."



"Cada día más."



"¡Gracias!" Daba saltitos de alegría. "¡Qué bueno! Me siento tan bien de hacerte sentir así."



En el cuarto la estaba esperando cuando llegó del trabajo. Las tres varillas las había dejado a la vista. Tenía una en la mano. Cuando cerró la puerta le pase la punta de la varilla por la cara. La movía siguiéndola.



"Desnúdate de la cintura para arriba."



Sus pechos eran medianos y bastante firmes.



"¿De quién son estas tetitas?" Ahora le pasaba la varilla por sus senos, tocando sus pezones. Estaban muy duros.



"Son tuyas." No me decía papi a menos que yo empezara.



"Entonces como son mías puedo hacer lo que yo quiera con ellas, ¿no?" Le daba suaves golpecitos por arriba.



"Sí, son tuyas, hazles lo que quieras. Por favor, úsalas como a ti te guste."



Levanté la varilla a la altura de sus ojos. Abrió la boca y la miró con deseo.



"No vas a meter ruido puta de mierda."



Rápidamente la subí por sobre la altura su cabeza y la deje caer con un golpe seco sobre sus senos, en la parte superior, sin tocar los pezones. Su cuerpo se tensó con una mueca del esfuerzo por contener un grito. Su boca la mantenía abierta. Le di unos cuantos más. Me agaché para lamerle las marcas. "¿Quién es la putita más caliente de papi."



"Ay papi, yo soy tu puta, tu puta caliente papi. Soy demasiado puta, tienes que castigarme."



Fui a la mesa y llene un vaso con agua de la jarra. Se la tiré en la cara.



"¿Cómo que tengo que castigarte perra?"



"Perdón, perdón, perdóname por favor. Como pude decir tamaña barbaridad. Por favor castígame."



"Si le pegó a estas tetitas es porque son mías y porque me gusta hacerlo. Tú no te has ganado ningún castigo. No tengo ninguna necesidad de castigarte. Me gusta jugar contigo."



"Sí, disculpa por favor, perdóname." Ahora si lloraba, no antes por el varillazo, si por el temor de haberme fallado.



Con unos cuantos varillazos más en su piel fría por el agua le expresé mi perdón.



"Ay gracias, gracias. Eres tan bueno. Tienes tanta paciencia conmigo. Digo tantas macanas y tú siempre me perdonas."



Se mantenía de pie en posición firme. Sus senos mostraban ahora las marcas finas de la varilla.



"Termina de desnudarte ahora."



Tenía la respiración muy agitada, jadeaba.



Cuando se volvió a erguir, ya desnuda, le mojé de nuevo, está vez por atrás. Era tanto mejor así, fue un acierto, el agua fría acentuaba el dolor. La parte de atrás de sus muslos se prestaban mucho mejor para varillazos que para correazos. Seguí repartiendo marcas por sus senos, glúteos y cara posterior de sus muslos.



"Gracias." Hablaba apenas, le costaba mantener la boca cerrada.



Solté la varilla y me agaché para lamer sus marcas. Por su entrepierna corrían los jugos producidos por su excitación. Me detuve para hacerle cosquillas con mi lengua entre sus glúteos, aunque la varilla no había llegado ahí. Gimió mientras se tocaba los muslos y los senos. Seguí subiendo para terminar de lamerle las marcas en los senos. Igualmente, ahí me distraje con sus pezones, aunque fue muy poco lo que llegó por ahí.



"Ahora desvísteme. Vas a tener verga ahora."



"Gracias."



Procedió con su atenta labor. La metí conmigo en la cama. Lo tomé en su mano.



"Te lo has ganado, has sido un buena niña."



"Gracias papi, quiero ser siempre una buena niña contigo." Le di un piquito en la nariz y se rio. "¿Puedo mamártela papi por favor?" dijo con su tono más dulce.



"Dale mi niñita, mámesela a su papito, sea una buena niña."



Hundió su cabeza en la cama y volvió a demostrar su devoción a mi placer. Se desplazó dentro de la cama para complementar con las lamidas que sabía me complacían.



Disfruté de sus atenciones por un buen rato, luego la volví a poner a mi lado. Nos besamos.



"Hijita, has sido tan buena con tu papi, además de ser la mejor mamoncita. Dígame ahora, ¿dónde quiere la verga de su papi?"



"Ay papi, por favor, méteme tu verga por el culo, me encanta sentirla ahí. Por favor, usa el culito de tu hijita papi, úsalo."



La di vuelta para disfrutarla. Se lo sacaba.



"Ay no seas malito papi, no me la saques. Mi culito quiere verga por favor."



"Fíjate, siente como te queda el culito abierto cuando te la sacó." Le pasé el dedo alrededor del ano dilatado. "Lo sientes mi niñita linda?"



"Si papi, es muy rico, es tan rico todo lo que me haces papito lindo. Soy tan feliz de que me uses."



"Ahora vas a apretar y soltar para que papi vea tu hoyito pestañear, muéstrale a papi como pestañea tu hoyito."



Levanté las sábanas para supervisar su progreso. Le tomó sólo un poco de práctica, unas cuantas metidas más, y ya pestañeaba como que lo hubiera estado haciendo hace años.



"Muy bien mi niñita. ¿Quién es la perrita culona de papi?" Nos volví a tapar.



"Yo papi, me encanta hacer cosas con mi culito para ti."



"Ahora vas a hacer lo mismo, pero con la verga de papi adentro. Aprendes tan rápido mi perrita."



Eso no le tomó nada de tiempo.



"Muy bien, esto es como que le estés mamando a tu papi con tu culito."



"Ay papi, es tan rico aprender contigo."



"Dime, ¿te gusta la lengua de tu papi en tu culito?"



"Me encanta papi, me encanta. ¿Cómo será con mi culito abierto?"



Me bajé de la cama ya la puse de rodillas en el borde, con sus caderas arriba, para poder dejárselo abierto y rápidamente bajar mi cabeza ahí.



"¡Aaay paaaapi!" Gruñó y emitió otros ruidos de animal. "Es demasiado riiico papi!"



Seguí repitiendo la maniobra varias veces, sacándole sonidos cada vez más salvajes. Después nos volví a acostar, abrigándonos en la cama, abrazándola de atrás.



"Ahora te vas a tocar rico para papi, como cuando haces cochinaditas sola."



Con la retaguardia cubierta se indujo nuevamente una larga serie de orgasmos que la dejaron exhausta.



"Papi, por favor, déjame sacarte la leche con mi boquita, ¿ya? Me gusta tanto que termines en la boquita de tu niña."



Solo un gesto basto para que procediera a cumplir su deseo.



Una vez recuperado el aliento la seguí sosteniendo por atrás.



"En serio, ¿soy muy cochina?"



No era para que le llamara perra cochina, por más que le gustara eso. Era curiosidad genuina. "Igual que cuando me preguntaste si eras rara, quiero que sepas que hay más gente que hace cosas parecidas a lo que hago contigo. De hecho, algunas las aprendí con una polola cuando tenía 20. Claro que es algo de lo que no se habla, pero está bien que me preguntes. Me gusta porque me recuerda que eres mía."



"Sí, soy tuya. Lo que más me gusta en la vida es que hagas conmigo cosas que te gustan, y poder hacerte cosas que te gustan a ti. Eso es lo que me fascina. Cualquier cosa, lo que sea."



"A mi no me gusta darle varillazos a cualquier persona. No le daría a alguien a quien no le da placer."



"A mi me encanta. Todo eso me encanta. Todo lo que hacemos me encanta, en serio. Me has enseñado tantas cosas que ni me imaginaba que existían."



"Contigo yo he aprendido como ser un dueño. No tengo ninguna necesidad de mentirte, si quisiera te diría que he tenido miles de posesiones como tú, y eso no debería importarte en lo más mínimo."



"No, por supuesto que no. Yo no puedo decir nada si tú has hecho lo que hayas hecho, eso no corresponde."



"Igual quiero que sepas que eres mi primera posesión."



"Eso es un gran orgullo para mi."



"Está bien, puedes sentirse orgullosa de eso."



"Gracias."



Si acaso iba a ser la última, no hacía falta decirlo. Es común pensar así cuando estás envuelto en las llamas de una pasión. ¿Pasión? Claro que sí, era una pasión. Era apasionante tenerla, ser su dueño, sentir que no era solo dueño de su cuerpo sino que también de su voluntad. No hacía falta decir si acaso iba a ser la última o no, porque ella era feliz solo con ser mía. Si acaso iban a haber otras, mientras no la botara iba a seguir siendo feliz, y si acaso lo hacía no me iba a importunar demostrándome su infelicidad. Simplemente esperaría pacientemente a poder cumplir con mi voluntad alguna otra vez.


Datos del Relato
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