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La pertenencia: (1) El encuentro

Había pensado por mucho tiempo en hacerlo y me decidí. En mis viajes de trabajo los servicios de las trabajadoras sexuales, incluso las de más 'alto nivel' como dice su publicidad, ya habían perdido toda gratificación mayor a la que da la masturbación. Mi principal preocupación era volver a caer la estupidez de pedir el divorcio. Ahora me sentía seguro de que no iba a sucumbir a impulsos irresistibles y que iba a poder estar a cargo de mi situación. Al llegar a La Paz, en mi primer momento de descanso, instalé un app de citas, uno popular en las clases bajas de Chile y de Bolivia entre otros países de la región. Me puse a buscar. No estaba apurado por encontrar cualquier mujer pasable con una disposición compatible. Tampoco me interesa el modelo de belleza predominante en esta parte del mundo. Estaba buscando a alguien de piel morena y rasgos indígenas. Nariz aguileña y ojos rasgados. Pómulos prominentes, del grado que es discriminado solo por ser propio de los pueblos originarios de los Andes. Los labios pueden ser gruesos o delgados, lo que importa es como van con el conjunto. Pelo liso, no corto, y que pueda tomarse sin tratamiento de peluquería para verse menos india. Querer que una mujer así en Bolivia no tuviera la percepción que todos esos rasgos le impiden ser atractiva es una expectativa improbable, pero eso no era problema. De cuerpo más delgado que gruesa, sin la manía anoréxica de estos años. Un poco de grasa abdominal es solo ser sano y no ser triatleta. Los senos no pueden ser muy grandes para estar en armonía con el resto del cuerpo, tampoco deben ser tan pequeños que con un escote de un vestido de diario no se note nada. No excesivamente caídos, de preferencia firmes aunque sean pequeños, pero si caen un poco no es problema. Es agradable una cintura, claro que en el caso de una mujer de contextura fina no puede ser muy pronunciada. Nalgas redondas; pueden ser pequeñas pero perceptibles, que no sea el rasgo más notorio de su cuerpo. Para que repetirme describiendo los muslos si, siendo muy importantes, siguen los mismo criterios que en las partes del torso descritas. Ese fenotipo es muy poco probable que venga acompañado de vello corporal que haya sentido necesario afeitar. Por lo mismo la estatura iba a ser baja, mejor aún si me llegaba más o menos al hombro.



Como se puede ver, tenía bastante claros los requisitos. No fue muy difícil en esa primera noche encontrar un buen número de mujeres con el perfil que buscaba en el rango de edad de los 18 a los 35 años. El estar interesada en un hombre casado que no piensa separarse y el no tener hijos descartó a la mayoría. De las que quedaron, un breve chat con cada una me permitió dar con la que mejor concordaba con mis gustos. Originaria de El Alto, iba a completar su segundo año en La Paz. Una ubicación central muy conveniente y un trabajo administrativo estable y regular, con ingresos que le permitían mantener un nivel de vida sencillo sin ser pobre, e incluso ahorrar y darse algunos gustos modestos. Una linda sonrisa con los labios sutilmente separados. Dientes bien ordenados y cuidados y ojos rasgados. Sencilla en la vestimenta, pero con buen gusto. Un apellido tan discriminado como sus rasgos faciales. Nombre sin haches, tes, ni cetas de aspiraciones anglófonas. Un apego moderado, para el estándar local, a su familia y sin la carga de relaciones con escándalos pasionales. Daba por sentado y no consideraba impedimento que fuera casado, más le llamaba la atención que tuviera un hijo único haciendo un MBA en Australia. En su caso la falta de una relación estable explicaba su ingreso a la plataforma donde la encontré. La mirada sana de una persona que no había sido sometida a maltratos desde la niñez. Tenía suficientes ambiciones para haber cultivado lo que se conoce como cultura general, aunque sus circunstancias le hacían difícil profundizar en sus intereses. Sus gustos en música, literatura y artes visuales se ajustaban a lo anterior, propias de alguien con una apreciación lista para volverse refinada, con lo limitado que había sido su exposición a lo que se le llama vulgarmente 'clásico'.



Le pedí que eligiera un lugar público para que se sienta segura. Teníamos poco más de 30 minutos. Nos juntamos en el obelisco. Preferí a la antigua, hora y lugar, y no por celular. Solo después de esta primera reunión íbamos a quedar conectados.



"¿Andrea? Disculpa, soy muy mal fisonomista." Era bajita, un poco por encima de mi hombro. Vestía traje de oficina. Su pelo le llegaba a la cintura. Tenía las caderas estrechas y las piernas bien proporcionadas. Su mejor carta de presentación era su sonrisa. Sana, amplia, sincera.



"No te preocupes" palabras que con su sonrisa presagiaban un buen futuro. Venía del trabajo y estaba claro que no quería llamar la atención de sus compañeros con una tenida fuera de lo común, pero sí la mía. "Yo sí sé que eres Matías". Un gesto fugaz sirvió de disculpa por hacer notar su superioridad en algún campo. Viento en popa.



En el besito de saludo vi que había cuidado su aliento para este encuentro y que prefirió una colonia corriente pero buena a un perfume barato. Le di al beso ese segundo demás que sugiere con el roce que podría haber sido más que un saludo. También sostener su brazo durante ese momento empezaba a calentar los motores. Apenas pasaba mi hombro.



"¿Vamos?" le dije. Cerca de nuestro lugar de encuentro estaba la confitería Club La Paz. Su nerviosismo era bastante más notorio que el mío.



"Ya" Tan bien que le venía su forma de mantener la sonrisa.



Le corrí la silla. "Gracias". Se notó que no estaba acostumbrada.



"¿Qué vas a querer?" No quería alardear diciendo que iba a mi cuenta. Su elección fue el plato del día.



Por mi parte me expliqué, "Yo me tengo que cuidar..."



"Pero..." Hizo el ademán de interrumpir, para decir que me veía bien y sin necesidad de cuidarme.



"...por la altura. Si no como liviano, después paso una mala noche".



Soltó una tímida risa.



"Claro."



Tuvimos un almuerzo con modales cuidados y una conversación que tomó fuerza con la facilidad de algo hecho por dos en coordinación. Le conté de mi trabajo, una asesoría de largo aliento que me traería a la sede de gobierno semana por media. A ella no le parecía que su trabajo ameritara atención de mi parte, pero cuando le pedí los detalles me los dio sin timidez.



"Se nos pasó la hora volando" dije en el postre.



"Sí, a mí también. Quisiera no tener que volver al trabajo esta tarde."



"No te preocupes, nos podemos ver esta noche. Mañana vuelo de regreso a Santiago." Daba por sentado que eso era lo que quería.



"¿Dónde te gustaría ir esta noche?" No soy un Don Juan, no me molesta que sea fácil, como tampoco necesito que lo sea. "Como despedida..." agregó.



"¿Por qué despedida? Voy a estar de vuelta en dos semanas, y así sucesivamente, quizás por cuanto tiempo."



"Cierto" dijo con su linda sonrisa, le estaba dando la seguridad de que nos íbamos a seguir viendo.



Pedí la cuenta y cuando estaba por decir que ella se iba a pagar la interrumpí. "¿Me das el placer de invitarte?"



Se puso roja. "Bueno, si te da placer, claro, por supuesto, paga no más". Y no de vergüenza porque iba a pagar yo. "Gracias."



"De nada."



"Nos vemos entonces a las seis. Nos encontramos aquí mismo y de ahí vamos a otro lugar."



El besito de despedida duró dos en vez de un segundo, cerca de la comisura de sus labios, lo que en Chile se llama 'beso cuneteáo', y con mi mano le di una ligera presión en el brazo.



"Ya, a las seis."



Me fui sin mirar atrás.


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