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La Peluquería. Primera Parte.

Aquella tarde de miércoles de principios de otoño las nubes amenazaban lluvia y el viento, a ratos, soplaba intentando desnudar a los árboles de hoja caduca. En un piso de soltero pequeño, David, un chico algo tímido que no llegaba a los cuarenta, estaba a punto de terminar su jornada de teletrabajo y acudir, como cada mes, a la peluquería.

No muy lejos de su casa había varios lugares donde cortarse el pelo, desde centros especializados solo en hombres ó solo mujeres hasta otros que admitían clientes de ambos sexos. Nuestro protagonista había frecuentado una peluquería especializada en varones durante años, pero la última vez el servicio no le pareció bueno y para colmo, le subieron el precio de manera, a su entender, desproporcionada. Debido a esto, hace un mes y dos días, decidió probar con una peluquería mixta que le quedaba a diez minutos andando de casa.

Aunque era un sitio nuevo, y al principio todo lo que no es familiar cuesta, el trato le pareció exquisito. Dos peluqueras y un peluquero formaban parte de la plantilla. La más joven, que tendría unos veinte muchos, se llamaba Susana y fue la encargada de cortarle el pelo. Parecía una buena chica. Tenía mirada risueña, ojos grandes y labios rojos que resaltaban en su tez pálida. Su jefa, atractiva, de raza negra, figura atlética y trasero contundente y algo temblón, tendría por lo menos diez años más. Por último estaba el chico, algo flacucho, que destacaba por su mirada inteligente, barba poblada y ropa de colores vivos.

El reloj marcó las 19:15. David se cambió de camiseta y mirando por la ventana hacia el cielo decidió que la lluvia tardaría en llegar al menos dos horas y que el paraguas era innecesario, así que se decantó por una chaqueta ligera y salió de casa. Se sentía bien. Ya conocía la ”pelu” y solo tenía buenos recuerdos. ¿Quién sería su peluquera o peluquero hoy?

Al llegar a su destino empujó la puerta de cristal translucido y entró con decisión. Susana estaba barriendo, llevaba zapatillas de deporte, pantalones amplios de color negro y camiseta de media manga blanca y escotada. Por contra su jefa, estaba en la caja, haciendo números. Ambas levantaron la vista y me saludaron.

- Pasa y siéntate por favor. En un minuto estoy contigo. - dijo Susana.

David repasaría mentalmente ese diálogo más adelante, sobre todo el tono de voz. Pero en aquel momento, como quien acude a un balneario a relajarse, toda su mente y cuerpo pensaban solo en disfrutar de los pequeños placeres de la vida, entre los que para él, se encontraba ir a la peluquería.

Todo fue bien al principio, la peluquera utilizó la máquina de cortar el pelo para apurar los laterales. En un momento dado, sus cálidas manos, para deleite de su cliente, apartaron la oreja doblándola con suavidad para cortar los pelillos escondidos detrás. Luego, ya con las tijeras en su mano, se acercó casi pegándose a David e inclinándose ligeramente, comenzó a cortarle el flequillo. David podía oler el agradable perfume de melocotón que usaba Susana. Además, con los ojos medio cerrados, alcanzó a ver el escote de la muchacha donde se perfilaban, atrapados en un sujetador rojo, dos carnosos senos y un canalillo.

Minutos después el chico miró al espejo y notó algo inusual, faltaba mucho pelo en la parte derecha de su cabeza mientras que la parte izquierda tenía todavía mucha cantidad. Luego vio que Susana parecía distraída.

- Perdona. Creo que me estás cortando demasiado pelo.

La chica salió del trance y en su rostro se dibujó una mueca de pánico. Se había distraído por completo y había cometido un error. Dejó de cortar el pelo inmediatamente y su mente se centró por completo en buscar una solución. Para su desazón no halló ninguna. Solo le quedaba recurrir a su jefa, ella sabría qué hacer.

- Un momento. - dijo a David. Su mano derecha temblando por los nervios. - Voy a consultar con Priscila.- continuó acercándose a la caja para hablar con su jefa.

Apenas un minuto después, volvió al lugar de los hechos con la encargada. Esta última se acercó, observó la situación y tras dirigir una mirada de pocos amigos a su empleada, entabló conversación con David.

-  Lo primero de todo pedirte mil disculpas. Voy a intentar arreglar esto lo mejor que pueda.

Y sin más dilación, las manos expertas de la dueña del local, se pusieron manos a la obra para igualar el desaguisado. El resultado casi obró el milagro, pero el corte de pelo no terminó de convencer a David, quien protestó vehementemente. Susana, avergonzada, sin levantar la mirada, pidió disculpas y su jefa decidió muy a su pesar, no cobrar al cliente y ofrecerle el próximo corte gratis.

David caminó de vuelta a casa enfadado. Sin embargo, al pensar en todo, la imagen asustada de Susana y la mirada asesina que le dirigió su jefa no abandonaban su mente. Se había pasado tres pueblos y la chica, a buen seguro, lo pagaría. La peluquera había cometido un error, pero todos tenemos un mal día y ella estaba distraída, sí, ese tono de voz inicial... pero él no se había fijado, no le había preguntado por ello, había estado demasiado ocupado en su mundo individualista, en su soledad. Estaba cansado de la soledad, necesitaba amigos, necesitaba mujeres y lo que había pasado hoy no era el camino a seguir.

Decidió dar la vuelta. Tenía que disculparse.
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