Me sucedió en el colegio. Yo me consideraba una niña normal. Hasta esa fecha me gustaban los chicos como es habitual pero en mi vida he aprendido que por muy heterosexual que te creas siempre habrá alguien de tu mismo sexo que te hará temblar las piernas. Y este es mi caso.
Faltando 2 meses para concluir el año escolar, ingresó una chica de transferencia, pues su padre fue trasladado a mi ciudad. Su nombre era Leonor. Cuando la vi llegar a la clase, nuestra profesora la presentó y yo noté una sensación muy extraña que no podía describir en ese momento.
Ella era muy bella, de cabello castaño claro largo hasta la espalda, ojos café, piel blanca, un cuerpo que ya era el de una mujer, con todas sus curvas muy firmes y contorneadas. Pero era una niña muy callada, de esas que no hablan con nadie, encerrada en su belleza y en un mundo interior que sólo ella conocía. Esto provocó que nos llegáramos a conocer poco.
A pesar de que me considero una chica muy extrovertida, se me hacía un nudo en la garganta cuando me acercaba a ella. No sé qué sucedía pero en las clases sentía la necesidad de girarme para verla. Se sentaba en dirección diagonal a mi pupitre y pasaba largos períodos de tiempo contemplando su belleza. Era claro para mí que ella me llamaba la atención pero no sabía si era de manera sexual o una simple admiración por su belleza. Esto provocaba que todo el tiempo nos cruzáramos miradas durante las clases. De repente, ella volteaba como si supiera que la miraba y me tocaba desviar la mirada.
Era tanta la timidez y las pocas palabras que habíamos cruzado en todo este tiempo, que no habíamos podido llegar a ser amigas, sólo compañeras de clases. En las últimas semanas de clases se colocaron varios trabajos, en grupos de tres personas, para entregarlos antes del examen final, con tanta suerte que me tocó trabajar con ella y un chico. Debo decir que sentí cierta alegría pues esto iba a darme la oportunidad de conocerla mejor.
El día en que debíamos reunirnos había llegado. Salimos juntas del colegio, vestidas con nuestro habitual uniforme, hasta llegar a su casa. Era una casa grande muy bonita. Ella era hija de un norteamericano.
Yo llegué y dejé mis libros en un sillón. No traía nada planeado y a ciencia cierta no sabía qué podría pasar. La casa estaba sola, a excepción de la empleada, una señora de avanzada edad que se pasó toda la tarde en la cocina. El chico con el que también debíamos trabajar dijo que iría a su casa y luego a la de Leonor, pero nunca llegó. Eso provocó que trabajáramos más tiempo de lo normal. Yo estaba un poco incómoda, pues ella tiene una mirada muy penetrante, de esas miradas con una profundidad inmensa en la que te quedas como una idiota. Pero este temor fue desapareciendo.
Fuimos a su habitación, que también era grande, y empezamos a hablar y a conocernos mejor mientras trabajábamos. Me di cuenta de que era una niña muy tierna. Me trataba tan bien que sus atenciones me hacían sentir como una reina. Comimos pastel y teníamos la música encendida.
Más o menos a las dos horas, decidimos tomar un descanso. Nos sentamos a hablar de todo: ropa, chicos, ... De repente, la conversación se tornó más íntima. Yo le confesé que mi experiencia con chicos era nula y que no había pasado de simples besos. Ella sólo me escuchaba mirándome con esos ojos penetrantes. En ese momento me di cuenta de que parecía que me quisiera decir algo. Le costó, pero finalmente me dijo:
- Veo cómo me observas en clases.
Yo me quedé muda y sólo dije:
- Es que eres muy bonita.
- Tú también eres muy bonita.
Yo me sonrojé por un segundo y ella me dijo:
- Cierra los ojos, que te voy a dar algo.
Yo le obedecí de inmediato y sin vacilar. Sentí su respiración enfrente de mi boca y, a los pocos segundos, me llenó con un beso. Nunca nadie me había besado así. Fue realmente electrizante, cálido, hermoso y muy tierno. Yo abrí los ojos y le devolví el beso enseguida. Sin pensarlo, nos empezamos a abrazar mientras nos besábamos apasionadamente. Empecé a tocar sus senitos sobre el uniforme y pude percibir el placer que le hacía sentir. La ayudé a desabrochar su yomper y sacar su blusa. Aparté su sostén para poder acariciar sus senos. Siempre me habían atraído los senos de una chica pero nunca pensé que algún día pudiera besar unos. Los besé, lamí, chupé, toqué, mordí, como nunca. Eran como dos caramelitos.
Ella gemía y yo no paraba. Me sentí algo extraña al tener en mis manos unos senos distintos a los míos. Los de ella eran más grandes. Yo estaba ya calentísima. Mis pezones estaban duritos para cuando ella retiró mi sostén e, inmediatamente, empezó a besar los míos como lo había hecho yo. Me estaba volviendo loca. No sabía que esto me fuera a gustar tanto.
Ella bajó entonces su mano a mis bragas, tocando mi sexo. No tuve más remedio que responder a esas caricias. Me quedé debajo de ella, dejándome hacer todo lo que quisiera. Alzó mi falda y me quitó las bragas. Yo estaba mojadísima.
Cuando ya estaba sin bragas, empezó a besar mi conejito con besos pequeños. Yo le tomé la cabeza y se la apreté. Entonces fue cuando no aguanté más y me hizo retorcer con un orgasmo que jamás había sentido . Ella me besó y me dijo que le hiciera lo mismo.
Retiré sus bragas y empecé a hacerlo como podía, de una forma inexperta, mientras escuchaba cómo gemía de placer mi misteriosa amiga. Yo no dejaba de acariciar sus hermosos senos con mis manos.
Lo hicimos varias veces toda la tarde. Fue hermoso. Ella me confesó que una amiga de su mamá se lo había hecho.
Desde ese día, salíamos del colegio todas las tardes hasta su casa sólo para amarnos. Aquellos días fueron inolvidables. Mi experiencia con ella me hizo querer y valorar a las chicas como nunca y hacerme setir orgullosa de ser mujer. Pero su padre terminó sus proyectos en mi ciudad y se tuvo que ir.
Aún me escribo con ella y no sé si volverá algún día a mi ciudad porque, de hacerlo, repetiríamos los mismos momentos de aquellos días de quinceañeras en donde me enseñó lo maravilloso que puede ser el amor de otra chica.
Hola, como estas ? Espero que bien. Me gusto mucho tu cuento y kisiera hacer lo mismo escribeme pronto chao