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Categoría: Maduras

La novia de mi padre

Después de que mis padres se separaran, llegaron a un acuerdo y yo me quedé con mi padre y mi hermana se quedó con mi madre. Habían pasado casi 4 años de aquello cuando un día mi padre me presentó una nueva novia en una cena familiar los tres. Ella tenía 41, buena para la edad de mi padre. Buena de edad y de todo, porque era una rubia de pelo rizado con una figura envidiable para una mujer de esa edad o al menos lo parecía con los modelitos que solía vestir. Tenía unas arrugas suaves debajo de los ojos que le proporcionaban una belleza adulta y para mi morbosa. Además de sus tetas que seguro eran de silicona por su anatomía erguida, separada y voluptuosa.



 



Pocas semanas después de aquella cena oficial mi padre me comentó que quería probar la convivencia, ya llevaban tiempo viéndose y era el momento para ellos. Yo le dije que no tenía ningún problema si no me invadía demasiado mi habitación. No hubo problemas. Ella tenía llave y al principio solo venía algunos ratos a hacer algunas tareas de la casa, pero luego ya empezó a quedarse a todas las comidas, a dormir, a cambiar cosas de la casa… se había convertido en algo casi normal vivir con ella. Solía ser discreta y ayudaba más que molestaba.



 



Un día estaba colgando un cuadro nuevo cuando entré en el salón. Estaba subida en una silla y llevaba una falda negra ajustada, llevaba muchas veces ese tipo de faldas por su trabajo. Se marcaba su culito respingón y casi se podía apreciar el tanga, era la primera vez que casi me produjo una erección observarla. Me gustaba aquella madurita, pero nunca me había fijado de una forma tan sexual porque siempre intentaba verla como una madre. Entonces se dio la vuelta y me vio mirándola.



 



Yo corté la situación de inmediato preguntándole –¿Nueva decoración? –dije disimuladamente –Sí, esta pared estaba muy vacía y yo tenía este cuadro en mi anterior casa –contestó sonriendo –¿Es una mujer desnuda el cuadro? –volví a preguntar, ya que era un poco raro –Sí, es pop art o arte moderno, es una representación de la belleza del cuerpo femenino –explicó entusiasmada –Está muy bien –dije tontamente por decir algo –¿Qué dices? ¡Yo estoy mejor! –rió ella como si fuera un chiste y me quedé sorprendido –Me refería a que está muy bien la representación por los detalles que tiene –dije para cortarla, y lo conseguí. Se sonrojó. –Pero seguro que tú estás muy bien –añadí –¿acaso te gustaría verme desnuda? Eres un jovencito muy atrevido –dijo en tono confuso –No fui yo quien lo dijo, solo confirmé que estás muy bien –sonreí de forma pícara y ella me guiñó el ojo. Fue algo que me dejó muy turbado.



 



En ese momento aparecía mi padre por el salón. –¿Quién está muy bien? ¿Estás intentando ligar con mi chica? –rió mi padre y luego todos. Entonces la bajo de la silla con un abrazo y un beso en los labios. Aquello fue un beso húmedo y las manos de mi padre recorrieron la espalda de ella hasta apretar su culo. Ella hizo lo mismo con mi padre y yo me retiré ya con una erección completa. Fue entonces cuando pensé como sería follar con aquella yegua adulta y empecé a imaginármela constantemente, pero no sería que empezara a masturbarme pensando en ella hasta que una noche que no podía dormir les pillara haciéndolo.



 



Me había extrañado mucho de mi padre que no lo hicieran, pero se cuidaban de que mis 21 años no les delataran. Pero aquella noche no podía dormir y me quedé en silencio intentando relajarme cuando oí algo y lo imaginé al instante, quizá era solo lo que quería imaginar, pero era cierto. Eran casi las tres de la mañana y pude desplazarme lenta y silenciosamente hasta el borde de su habitación. Sin ni siquiera intentar ver ya les oía respirar fuerte. Me acuclillé y me dispuse a mirar. Estaba muy oscuro, pero la luz de la ventana les dibujaba. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude ver que estaban cubiertos por la sabana de cintura para abajo. Ella estaba encima y le cabalgaba nada lenta, era la de ella la respiración que más se oía. Al fin pude contemplar también sus abultadas tetas de goma, que esa noche y varias más harían las delicias de mis masturbaciones.



 



Empecé a sentirme malévolo, por encima de mi padre, como si quisiera quitarle la novia, aunque solo me interesaba sexualmente. Mis comentarios con ella, cuando no estaba mi padre se volvieron muy indirectos y referentes, y ella no era nada tonta, pero no lo hizo notar.



 



Todas las mañanas mi padre se iba muy temprano al trabajo y más tarde se iba ella, que siempre se duchaba nada más levantarse. Un día se me ocurrió una idea, me levanté a la misma hora que ella y tuve a oportunidad de colarme en el baño que estaba preparado. Tenía su ropa elegante acompañada de un estrechísimo tanga preparada, me excité de buena mañana solo de pensar en su culo con aquello puesto por debajo de la falda. Cogí la única toalla que había en el baño y la saqué de allí sin que se percatara. Ella entró a ducharse y cuando terminó la oí gritar. Me llamaba pidiendo que le trajera una toalla, pero yo disimulé no oírla, mientras esperaba en el corredor que saliera del baño a por una.



 



Así fue. Ella salió del baño completamente desnuda y no había dado ni tres pasos cuando aparecí yo diciendo –Ya voy, ya voy… –puse cara de sorpresa. Ni siquiera había cogido nada para cubrirse. Sus tetas eran completamente redondas, de grandes aureolas marrones, su cuerpo tenía una bonita forma adulta y mojada que gobernaba una vagina de poco bello púbico. –Lo siento, lo siento –dije simulando que no la miraba –Llamabas y vine –me excusé. Ella se apresuró a entrar a la habitación de mi padre donde guardábamos las toallas. Antes de que cogiera una pude contemplar su trasero, tenía un culo verdaderamente apetecible y yo una erección tremenda que tuve que rebajar con una fantasía derivada de a situación.



 



Después de vestirse vino a la cocina y se quedó de pie detrás de mi mientras yo me preparaba algo para desayunar. –¿Ya lo conseguiste? –preguntó ella desde mi espalda. Me di la vuelta. –¿Qué conseguí? –pregunté despistado –Verme desnuda –dijo ella con total naturalidad. Se acercó más y sonreí sin contestar. Estábamos a pocos centímetros uno del otro y frené mis impulsos. Durante unos segundos nos miramos, aunque el escote que dibujaba su blusa era una tentación para dejar de mirar sus ojos brillantes. Permanecíamos en silencio y tuve que intentar algo. Mi boca se acercó lentamente a la suya pero ella volvió la cara para no besarnos, entonces cambié mi rumbo y mis labios rozaron su cuello. –Hueles muy bien –dije susurrando en su cuello. Pude apreciar un leve suspiro suyo. –Tengo que irme a trabajar –interrumpió ella de nuevo. –Que tengas un buen día –dije. Se dio la vuelta y le di una palmada apretando su blando trasero. Se fue sin decir nada.



 



Llegaba el fin de semana y el viernes por la noche ellos salieron de copas con otras parejas. Me quedé viendo la televisión hasta tarde que ellos volvieron. Habían bebido bastante, me lo dijeron entre risas, pero se notaba igualmente. Mi padre dijo que tenía que madrugar y se iba a dormir, ella se quedaría un rato más hasta que le entrara sueño. Cuando mi padre se acostó, ella vino y se sentó justo a mi lado a pesar de que teníamos otro sofá. Aquello me despertó de mi letargo televisivo. Ella me miró y dijo –¿Aburrido? –Un poco –contesté yo. Nuestras cabezas estaban reposadas de lado y mirándose de frente.



 



Su mano se posó sobre la mía y sus dedos jugaron con los míos, pero no dejé de mirarla. Intenté besarla y ella abrió la boca. Primero fueron leves lametones, luego pequeños mordiscos. Su mano llevó a la mía entre sus piernas por debajo de su falda. No había duda, había bebido y estaba caliente. Mis dedos jugaron apartando su tanga. Ahora nos besábamos lentamente pero de forma muy húmeda. Pude sentir en mi mano el calor de su sexo, su corto bello púbico, la entrada de sus labios vaginales tremendamente mojados. La froté con mis dedos suavemente y ella ya hacía lo mismo por encima de mi pantalón, que marcaba un bulto de infarto. De repente oímos un ruido. Era mi padre que se había levantado y estaba en la cocina. Frenamos nuestra lujuria. –Será mejor dejarlo –dijo ella en voz baja mientras se levantaba y se iba a dormir con él. Tuve que ir rápidamente a hacerme una paja, necesitaba explotar lo que había quedado a medias.



 



Al día siguiente era sábado. Mi padre trabajaba por la mañana, pero ella no. Cuando me levanté fui a la cocina sin camiseta y con el fino pantalón de pijama marcando mi erección matutina. Ella estaba en la cocina de pie, apoyada en la mesa, tomándose una taza de café. Llevaba un vestido corto de color blanco y con el escote cruzado. Con cualquier cosa que se pusiera empezaba a desearla siempre, era una madurita que se vestía muy sexy. –Veo que te sienta bien verme por la mañana –rió ella al ver mi erección, pero yo no hice caso y entonces se puso seria –Mira siento lo de anoche… –¿Qué vas a decir que no tendría que haber ocurrido? –dije un poco decepcionado –No, que no tendría que haberte dejado así –dijo con tono preocupante. Entonces me di cuenta que estábamos solos, que mi padre trabajaba y aquello era como una invitación al sexo desenfrenado. Seguro que se excusaría con que había bebido y cosas así. –Terminémoslo ahora –dije sin esperanzas de que ocurriera nada y acercándome.



 



Ella dejó la taza y sus manos se posaron sobre mis hombros. Nos miramos a los ojos y de repente nos besamos con furia los dos. Sus labios atrapaban mi boca abierta y nuestras lenguas se enzarzaron en una pelea apasionada. Los dos respiramos desesperados y entonces me bajé el pantalón para acercar mi polla erecta. Ella se separó, se bajó el tanga hasta que se le quedó en un tobillo, yo le subí el vestido hasta la altura de su trasero y ella se sentó en la mesa. Nos volvimos a besar mientras su mano agarraba mi polla dirigiéndola a su entrada. No tardé en entrar en aquel coño caliente. Ella me abrazó y me rodeó con sus piernas muy fuerte. Era mi turno. Empecé a penetrarla hacia arriba y casi la levantaba de la mesa.



 



Estiré el cruzado de tela para liberar sus tetas y seguí penetrándola mientras besaba sus pezones. Ella arqueó su espalda, todo su pecho era mío y además estaba dentro de ella. Me estaba follando a aquella madurita, ya no iba a ser solo mi padre su dueño, ella también me deseaba. La embestí más fuerte y ella gimió. Se agarró de nuevo, me besó el cuello y pocos movimientos después saqué mi polla. Me estaba corriendo dentro del vestido, sobre su vientre. Nos besamos de nuevo con besos cortos y cómplices, ella bajó de la mesa abrazada con mi ayuda, se desnudó y fue a ducharse y cambiarse de nuevo. Estuve tentado de seguirla y lo hice. Había que aprovechar el tiempo disponible y bajo el agua repetimos la escena más lentamente, menos precipitada y de forma más elaborada.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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