El sábado a la noche fuimos al cine con Maria y Roció. Al salir tomamos unos helados y fuimos caminando acompañando a Roció a su casa. Después que la dejamos seguimos hasta la casa de Maria pues había aceptado la invitación de pasar el fin de semana juntas. Pero al llegar nos encontramos con su novio que la estaba esperando, entramos y nos quedamos charlando y jugando a las cartas como 2 horas. Como vi como se miraban y las caricias que se daban me pareció más correcto volver a casa y dejarlos que disfruten. Ellos insistieron en que me quedara. Maria decía que pronto su novio se iría y quedaríamos solas para disfrutarnos, como esa tarde en mi casa que embriagadas después del almuerzo nos habíamos tirado en la cama fumando unos porros mientras jugando y riendo comenzamos a tocarnos íntimamente. Esto explicaría en gran medida cómo es posible que sentada con mi amiga en la oscuridad mirando el pezón blando, y a su boca acercándose rozándolo con la punta, un goce intenso y delgado corría como un líquido desde el labio hacia la garganta, hacia el interior del pecho, el estómago, el vientre, el sexo. Galopando entre imágenes a retazos del pecho blando en su mano derecha que amasa. Entre sus yemas pasa la línea húmeda en que el monte va despegándose de la curva vertical del cuerpo. Como una simetría temblorosa acaricio a mi amiga. Despierto envuelta en temblores sexuales con el rostro de ella suspendido entre las pupilas sudorosas.
Nada puede ser igual después. Ni la amistad. Ni el pensar por las calles una y otra vez preguntándome hacia adentro, hacia el sexo por dentro, si es que acaso de una vez por todas me gustan las mujeres. Intentando decidir por una cosa u otra, porque el orgasmo suave que nos despertó me hizo temblar la decisión ya tomada tiempo atrás. Pero, saben como son estas cosas. En el fondo nos deseamos pero por el momento es conveniente que me vaya a casa. Al salir vi unos relámpagos en el cielo que me indicaban una lluvia inminente, por lo que pensé tomar un taxi. Espere un rato y como no pasaba ninguno y estaba a 15 cuadras de casa me largue a caminar. A mitad de camino, se descargo una tormenta sorpresiva y violenta sobre la ciudad. Yo vivía en un barrio residencial hermoso, pero a esas horas sus calles se encontraban absolutamente vacías, sin un solo negocio donde meterse para esperar a que pasase la tormenta. Sentía el sonido del viento quejándose entre los árboles y un estremecimiento me recorrió el cuerpo, la lluvia caía mas intensamente sin poder distinguir casi nada, por el contrario mi imaginación asustada creía ver formas fantasmales que se escondían en la sombra de los árboles. Apure el paso resignada por el terror sin darme cuenta del frió que producía la lluvia sobre mi cuerpo tibio. Solo quería llegar pronto.
Llevaba puesto un vestido de algodón, muy liviano, ya que hasta el primer trueno y aun con las nubes cubriendo el sol, la temperatura aquel día era muy alta. Quiero señalar ciertas cosas sobre mí: tengo 21 años y un cuerpo de 90-60-90 delicado, con 1,67 de estatura con formas sutiles y muy atractivas, uso el pelo muy corto, que enmarca mi cara decorada por una boca angosta pero carnosa y unos enormes ojos verdes. El vestido empapado, abrazaba mis formas y quizás eso atrajo la atención de aquellos hombres.
Unas cuadras antes de llegar a casa al atravesar un terreno baldío, vi cómo ellos se refugiaban bajo una especie de alero que formaban unas chapas que cerraban dicho lote. Me preocupo y apure el paso. No había caminada unos metros cuando me pareció oír unos pasos que se acercaban corriendo. Al darme vuelta tenía encima a tres hombres que me tomaron de los brazos y en medio de forcejeos me arrastraron hasta el interior de aquel terreno.
Una vez en el galpón pude ver que no eran sólo ellos tres, eran por lo menos seis. Todos perecían de entre 30 y 40 años. Y allí estaban, empapados mirándome con ojos desaforados y deseo. Uno me tapaba la boca para que no grite. Afuera la lluvia caía torrencialmente. Las manos de los hombres estaban en todas partes de mi cuerpo recorriéndolo desde los pies a la cabeza mientras se peleaban para tocarme las tetas brutalmente. Esas manos pasaron de hacer su recorrido sobre la tela empapada del vestido a desgarrarlo para sentir mi suave piel, mientras forcejaba para poder escapar de mis raptores. Pero ellos eran muchos y muy fuertes. Cada uno de los hombres me duplicaba en peso. Y lograban sostenerme con firmeza y al mismo tiempo chupar cada rincón de mi cuerpo adolescente.
Sus dedos penetraban en el interior de mi concha y de mi culo de una manera salvaje y brutal; sentía que se desgarraban. Pero no podía precisar cual de ellos... estaba atontada. Aterrorizada y al retumbar de los truenos se sumaba la tormenta de sensaciones que esas manos rozaban cada centímetro de mi piel. Sentía como si algo fuera a estallar. Y algo estalló: casi al mismo tiempo en que varios sostenían mi cuerpo a la altura de sus cinturas en posición horizontal, boca abajo, un enorme miembro perforó mi concha. Un grito de dolor se escapo de mi garganta mientras otra enorme pija aprovechó mi boca abierta para entrar violentamente.
El que había enterrado su miembro en mi entrepierna me hacía sentir todo su espesor entrando y saliendo acompasadamente, lentamente pero llegando al fondo de la cavidad con todo su largo. Pero no era el día de las sutilezas. Y el que tenía su miembro en mi boca, empujaba para hacérmela sentir en la garganta. Mis lágrimas se mezclaban con el agua de la lluvia.
Luego, otro de los hombres se tiró al suelo boca arriba, en medio de un charco, con su pija erguida como un garrote y sobre ella me acomodaron, que en medio del vértigo de todo aquello, pude sentir cómo éste miembro era más delgado que el anterior, pero parecía que jamás terminaría de entrar por completo: centímetros y centímetros de carne rozaban las paredes de mi interior. En medio de la lluvia oía las risas y los jadeos de mis captores. Les suplicaba clemencia, les rogaba que me suelten. Pero no era por su caballerosidad que estos hombres se destacaban. Mucho menos el que la empujó hacia adelante y con la boca pegada a mi oreja me dijo: "ahora, me voy a dar el gusto de mi vida, siempre soñé con romperle la colita a una nena como vos...".
Lo que vino después fue una sensación de vacío en el estómago, sentía cómo se iba enterrando esa enorme pija en mi culo. Todo esto mientras el otro largo miembro se mantenía alojado en mi concha. El constante bombeo de los dos hombres, más los apretujones en mis tetas que me propinaban las manos del resto, hacían que por momentos estuviera al borde del desmayo. Hubo inútiles intentos de zafarme de los tipos, pero esto sólo aumentaba su ensañamiento.
Un instante después, un chorro de semen se estrelló en mi cara. Oí que uno de los tipos decía: "no, inútil, así no se hace... fíjate y aprende". Entonces me tomó de los cabellos y acomodó su pija entre los labios semiabiertos de mi boca y al segundo, descargó toda su leche sobre mi lengua. Ya, sin poder controlarme, empecé a emitir unos quejidos que los violadores interpretaron como gemidos de placer. ¡Miren! ¡Le gusta! Dijo el tipo que se ocupaba de mi culo, entusiasmándose y aumentando el ritmo de sus embestidas que terminaron en un copioso chorro de semen descargándose dentro del culo. Lo mismo pasó con el que había ocupado mi vagina.
Me dejaron tirada boca abajo y exhausta en el barro. Otro tipo lavó mi concha con el agua de la lluvia y levantó mis caderas y se puso a saborearla metiendo la lengua entre los labios, jugando con mi clítoris y metiendome un dedo en el culo. Esto me estremeció. Parecía perder el conocimiento en medio de una sensación nueva y poderosa que me sacudía todo el cuerpo: era un orgasmo brutal, que me llevó a aferrarme al pasto, como me aferraba a las sábanas cuando me masturbaba en mi cuarto. Pero no estaba en mi cuarto, estaba en manos de uno de mis seis raptores, que enterraba su lengua en mi concha, que le daban pequeños mordiscones a mi clítoris. Otro de los tipos me exigió que lo masturbe. Me aferré a un enorme miembro, casi sin verlo pues la lluvia torrencial golpeaba mis párpados, y empecé a pajearlo suavemente. Con la mano totalmente mojada musitaba es hermoso y majestuoso. Murmuró, soy un poco egoísta, yo acabé y te dejé esto muy duro, pero yo lo quiero así le conteste, le di un beso en el glande, después otro, y otro más ardiente aún, con mi lengua recorrí el frenillo, una y otra vez, con mis labios chupaba frenéticamente, primero un tercio, luego la mitad de su pija hasta meterlo dentro de mi boca, lo sacaba todo afuera lo ponía todo adentro, mi saliva comenzó a chorrear por mi cuerpo, y nuevamente comenzaba a sentir las contracciones, los latidos que hacían presagiar un incontenible orgasmo, mas latidos, mas contracciones,... y mas fuerte,... y mas, el lo percibía y dejó de jugar con su pija, me hizo poner en cuatro patas y aferrándose a Mi cintura, me introdujo aquella inolvidable pija, que se abrió paso en mi vagina con no poca violencia. Abandonada a mi instinto, me lleve la pija que estaba masturbando a la boca. Las risotadas burlonas de los hombres rebotaban en mi cabeza. "Qué hermosa pendeja me estoy cogiendo" gritaba el que me estaba penetrando. ¡Probale la cola... vas a ver lo que es bueno!, Lo alentaron los demás. Y eso hizo. Sacó su verga de la concha y lo acomodó en la puerta de alguna vez estrecho tesoro. Y allí se enterró, descargó todo su peso dentro de mi culo, que me hizo dar un grito estremecedor que hizo coro con un violento trueno que anunciaba más tormenta. Quede acostada boca abajo por el impulso de la embestida. Encima de mí, entraba y salía con deleite de mi cuerpo. Yo podía ver cómo otro se arrodillaba frente a mí masturbándose, me tomaba de los cabellos y me decía "yo todavía no probé tu colita...". "Hijos de puta suéltenme" les gritaba. "Primero te hago la cola, después te soltamos". Pero le llegó el turno a él y no me soltaron. Luego vino otro y otro y otro. Nuevamente fui violada por dos a la vez. Terminaban unos y se reponían otros. Y casi todos acababan en mi boca. Un dejo amargo se mezclaba con el sabor del barro.
Ya era una muñeca de trapo sometida a la voluntad del violador de turno, cuando oí que los tipos se iban. Estaba boca abajo con la cara sumergida en un charco, esperando encontrar fuerzas para poder levantarme. Mi vestido estaba unos metros más allá, al pie de un arbusto.
Oí un ruido y mire. Era un muchacho de mi edad. Desnudo y embarrado. ¿Todavía están acá pregunte? "No, solamente estoy yo", contestó el muchacho. No tenía fuerzas ni para pedirle que me ayude a levantarme. El chico se acercó, se arrodilló junto a mí, me tomó la cabeza con sumo cuidado y la apoyó sobre sus muslos y comenzó a acariciarme el pelo dulcemente. Esto me confundió, pero en el fondo me reconfortaba un poco de delicadeza después de casi una hora de constantes embates violentos.
Unos segundos después, sentí algo en mi frente. Era la pija del chico, que poco a poco iba ganando en rigidez. Lo mire a los ojos. Eran ojos tristes pero hermosos. Tome ese miembro y lo acaricie con dulzura. Me lo lleve a la boca y comencé a chupar como había mal aprendido en aquel terreno baldío. Bese sus testículos. Los recorrí con mi lengua. Como pude me puse de rodillas de espaldas al muchacho. ¿Cómo te llamas? Pregunte. "Martín" contestó. Volcó su cuerpo hacia adelante, en cuatro pero con el pecho y la cara sobre el suelo. Un trueno acompañó su pedido: "Martín... te quiero dentro de mí". Martín acomodó su pija en la cola y empezó a despedirse de mí. A quién jamás volví a ver. A quien jamás podré olvidar.
Desde ese día Maria fue mi apoyo y mi amante, porque jamás volvería a sentir las sensaciones de aquella noche tormentosa.
Mateo Colon