El día que Pablo dejó a Lola por una chica más mona, más delgada y más joven (Dios Santo, ¡si ni siquiera tendría 18 años!), ella se sintió tan humillada que prácticamente dejó de salir. Perdió el contacto con sus amigos, porque no paraban de compadecerla, y no quería notar la paranoica sensación de tener una fría mirada clavada en la nuca. Era joven. Era guapa. Pero no soportaba la incertidumbre de pensar que todos la miraban y sonreían con caritativa simpatía. Así que, simplemente, fue dejando de relacionarse con el mundo. Salía por las mañanas al trabajo y volvía a las tardes en metro a casa, donde se enfundaba su pijama y podía repasar de memoria la programación de la televisión y de la radio. Pero sin embargo, ella no se sentía sola. En el fondo, no necesitaba a nadie más que a ella misma.
Una mañana Lola se despertó especialmente caliente. Sonrió, somnolienta, y bajando su mano hasta su clítoris, empezó a acariciarlo letárgicamente. Estaba muy muy caliente, ella misma se sorprendió. Pero aquello no daba resultado. Repasó todo su repertorio de fantasías, pero ni el estar en la playa a la luz de la luna ni ser la prostituta de un burdel de París consiguió arrancarle nada. Todo le parecía absurdo, pueril.
Contrariada, dejó de masturbarse y se levantó de la cama. “Ya se me pasará”. Se metió en la ducha, desayunó y salió a trabajar, aún con la comezón en la entrepierna. Sin embargo, aquello no remitía. Cada vez que se tropezaba con algún compañero de trabajo se excitaba aún más. Incluso entró en el servicio un par de veces, se bajó los pantalones y se frotó el clítoris desesperadamente, pero aquello no le daba placer. Cuando salió del baño, un compañero le dio una palmada en la espalda dándole los buenos días y tuvo el impulso de empujarlo hasta el baño, sentarlo en la taza y follárselo. “Lola, estás fatal” pensó, sonriendo amablemente a su compañero, y se refugió tras su mesa. “Esto tiene que ser natural, llevo 2 meses sin sexo. Será algo fisiológico. Pasará”.
Pero no pasaba. Empezó a fantasear con sexo salvaje, sin miramientos, de ese que a ella nunca le había gustado, porque ella era mujer de velitas y música de violines. Decidió que si no le ponía remedio, se volvería loca. A Pablo no le podía llamar, y no tenía amigos en quien confiar, así que, aunque nunca había sido su estilo, decidió que aquella noche iba a salir, y conseguiría quitarse aquella sensación que no la dejaba concentrarse.
Llegó a casa y se vistió lo más apetecible que pudo, sin perder el buen gusto. Salió y se dirigió a la parte vieja de la ciudad, donde se concentraban los bares. Entró en el primero que encontró. Se veía así misma ansiosa, buscando un hombre que le librase de la desagradable sensación, y le pareció patético. Se avergonzó de si misma, pero en cuanto un chico le saludó desde el otro lado de la barra, decidió seguir adelante. “Sólo es hoy, yo no soy así, pero me da igual, necesito remediarlo”. Él se acercó. Era moreno y con ojos azules. No era mister universo ni de lejos, pero a Lola le pareció suficientemente mono como para pasar el control de calidad de sus exigencias, al menos por aquella noche: Parecía amable; suficiente.
- Hola, soy Álvaro. ¿Te invito a un cubata?
- Sí, gracias. Hola, soy Lola.
- ¿Estas esperando a alguien?- preguntó él, sonriente. Lola se retorció sobre ella misma y decidió que podía hacer el ridículo más espantoso, pero, le dio igual.
-… realmente no… Estoy buscando a alguien con quien acostarme esta noche. Me siento muy caliente hoy y no tengo pareja, así que me preguntaba si a lo mejor tú estarías interesado en tener un poco de sexo duro conmigo esta noche. Algo libre, sin ataduras, algo salvaje. En fin, tú dirás. – Lola adoptó una actitud indiferente mientras acababa el cubata, y observó su reacción. Él se sorprendió, pero sonrió y dijo:
- Claro, haré lo que pueda por ayudarte. ¿Salvaje, no?
- A poder ser.
- Faltaría más. Sígueme. Espero estar a la altura de las circunstancias. – la tomó de la mano y la acompañó hasta un pequeño hostal que hacía esquina en la misma calle. Cogieron una habitación y subieron.
Lola estaba nerviosa. Nunca se había acostado con un desconocido. Se sentía como si fuera a cobrar por el servicio. Cuando sacó los preservativos del bolso y los dejó sobre la mesilla, se sintió un poco puta. Pero era una declaración de intenciones y él asintió. Se acercó y la besó y con la mano derecha comenzó a acariciarle los pechos, mientras que con la izquierda metió su mano bajo su falda y pasó sus dedos por encima de la tela de sus braguitas, lo que le produjo un vértigo. A esa señal él le quitó la camiseta de un golpe y el sujetador con extrema habilidad y empezó a acariciarle los pezones, suavemente al principio y cada vez con más fuerza. Ella acercaba sus manos hacia su pantalón, cuando de repente sintió mucho dolor en los pezones. Quiso apartarse, pero él la agarró por la espalda y los apretó aún más y le susurró “calla y disfruta…”. Entonces introdujo un dedo en ella, apartando las bragas, y ella dio un respingo, sus rápidos movimientos eran desagradables, pero la estaban llevando al orgasmo… De pronto él paró y se bajó los pantalones. Se quitó la camiseta y los calzoncillos y se sentó en la cama.
-Chúpamela.
-¿¿Qué??- ella estaba tomando conciencia de la realidad: estaba en una habitación de hotel, con un semi-sádico, que le ordenaba que se la mamara.
-Me has oído. Quiero que te arrodilles delante de mí y me la chupes. Estas tardando.
Ella hizo lo que le mandaba, al fin y al cabo, tampoco era una cosa tan sorprendente. En realidad era lo que le apetecía. Nada de ternura. Rudeza. Algo salvaje, ella misma lo había dicho. Tal vez quisiera sentirse deseada hasta el límite del deseo irracional. Quizás tan sólo fuese la fantasía infantil de obedecer. Desnuda de cintura hacia arriba y arrodillada, empezó a lamérsela y a introducírsela en la boca y hasta le gustaba, le daba morbo. Hasta que él le tomó la cabeza con ambas manos y empezó a masturbarse con ella. Lola sabía que el no tardaría mucho en eyacular, y sabía que no iba a poder tragarse el semen. “Sabes que sí” dijo él en voz alta, viendo su cara. “Te lo vas a tragar todito, porque eres una guarrilla”. Cuando por fin se corrió, él sostuvo su pene dentro de su boca, y a ella le dio tanto asco, que tuvo arcadas, no pudo tragar ni la mitad, y escupió el resto. Mientras ella tosía, él se reía.
-Te había dicho que te lo tragaras, perrita. Vamos a hacer una cosa. Vas a traerme el cinturón de mi pantalón.- Ella lo miró con extrañeza, desde el suelo, su insulto la indignaba y retaba a la vez. Ni vio venir la bofetada. Le repitió la orden, y ella, asustada, lo hizo. Mientras caminaba, se dio cuenta de que estaba toda hinchada y húmeda. Aunque con lo que llevaba ocurriendo todo el día, tampoco le sorprendió. Le entregó el cinturón, que él dobló en dos, y tomándola por detrás, la hizo inclinarse hasta posar las manos sobre la cama. SOsteniéndola de manera que ella no podía reaccionar, le subió la falda y le recomendó que ni se le ocurriera moverse.
El cinturón recorrió la distancia hasta su trasero en diez ocasiones, cortando el aire que se interponía en su camino con un sordo ¡¡ZASSS!! Y Lola lo recibió estremeciéndose con cada latigazo, pero aguantado las lágrimas, porque quería preservar su dignidad.
-Muy bien, putilla, veo que sabes soportarlo. Pero quiero que chilles un poquito. Ella se asustó, empezó a gimotear- Eso es… muy bien, así, - decía mientras le acariciaba con el cinturón. Con un movimiento rápido de su mano, le bajó las bragas hasta los tobillos y comenzó a azotarla con saña, con fuerza, con rapidez. Lola empezó a aullar con cada golpe, y cuando él acabó, ella tenía la cara cubierta de lágrimas. Sin embargo, el calentón que aguantaba desde la mañana cada vez se hacía más insoportable. Casi le daban ganas de pedirle que siguiera, porque aquello calmaba su ardor, en el fondo le daba morbo. Tenía en su cerebro espacio para pensar cómo ella podía tener una fantasía tan burda como la de ser castigada, la de asociar el sexo a algo prohibido y deleznable que requería la redención por el dolor, por la sumisión… Ella no era así, ¡era una mujer liberada, autónoma! Pero ella no deseaba ahora sexo tierno y lleno de caricias, como siempre había exigido para sí, la realidad es que sólo podía desear que él la recostara contra la cama y la penetrara violentamente.
- Sé lo que piensas. Ahora quieres que te coja y te folle. ¿Verdad? Salvajemente, como tú decías. Pues no va a ser así.- se tumbó sobre la cama, con la verga renovada y dura, que apuntaba al techo. – Fóllame tú si quieres, perra, gánate lo tuyo.-
Ella dudó. Le pareció tan humillante, tan poco digno, subirse encima de él... Pero esto solo era sexo. Ya había sufrido humillaciones peores. Esto en el fondo no era más que sexo, y aquí todo es relativo. Así que se acercó a él, se introdujo su pene dentro de ella sentándose a horcajadas sobre él, y empezó a agitarse fuertemente, para liberarse de la sensación que le estaba matando desde la mañana. Él se dejaba hacer, y sostenía con sus manos su trasero, al que daba algunos azotes de manera aleatoria, mientras que cerraba los ojos y le pedía susurrante que siguiera, como la buena zorra en la que se había convertido. Por fin, ella tuvo su orgasmo, fuerte, largo, salvaje,… indescriptible. Cayó sobre las sábanas boca abajo con un suspiro. Él la acariciaba, sobre todo el culo, que tenía muy dolorido. Se medio durmió con la agradable sensación y casi ni se dio cuenta de que él le introducía un dedo, y luego dos, por el ano. Se despertó con la sensación de su lengua acariciándoselo. Ella se asustó, se puso tensa. No, por ahí no. Nunca lo había hecho ni lo haría. Jamás… Pero él la puso a cuatro patas y empezó a acariciarle los pechos, dulcemente, mientras acercaba la cabeza de su pene a la entrada de su trasero.
- No! Álvaro, no. Por favor, Por ahí no. He hecho cuanto querías, por favor, Eso no.
- Mírate. Acabas de tener el mayor orgasmo de tu vida… te ha gustado porque eres una zorrita cachonda. Mira mi polla. Está a reventar. Tú estás relajada. Es el momento perfecto para darte por el culo. Sabes que lo haremos, así que toma- le lanzó su propia camiseta- muérdela si te duele.
Ella intentó zafarse, pero él la sostenía con todo el peso de sus caderas. Puso la cabeza en el orificio y sujetándole de la cintura, empezó a empujar. Lola mordió la camiseta y notó como si su ano estuviera desgarrándose. Chilló y sus chillidos se ahogaron sobre la tela. Pasó la cabeza y él la dejó ahí. Ella notaba su esfínter palpitando sobre la piel de su verga. Dolía, dolía mucho. Lágrimas caían por sus mofletes.
- Procura no chillar ahora.- Él se aferró a su cintura fuertemente y se la clavó hasta dentro. Ella gritó, gritó porque le dolía. Le ardía. Pero él no paró. Comenzó a entrar y salir de ella, embistiéndola con toda su fuerza, y ella en su dolor, empezó a sentir los prolegómenos del orgasmo. Él comenzó a jadear y a metérsela cada vez más rápido y violentamente. Con cada embestida él empujaba todo su cuerpo. Hubo un momento en que paró, con el pene metido hasta el fondo, jadeando, sudando, la miró con los ojos encendidos y le dijo: “Pídeme que siga. Vamos, vamos, hazlo.” Ella estaba dolorida, estaba rabiosa, deseaba morderle. Su excitación era tan fuerte que sólo acertó a separarse de él un poco y, apretando la sabanas entre sus puños, con toda su fuerza echar su cuerpo hacia detrás introduciéndose su polla hasta el fondo: “Sigue. Sigue!! Dame más. ¡¡MAS!! ¡¡RAPIDO!!”. Él puso los ojos en blanco y reanudó la tarea cada vez más fuerte y rápido, mascullando entrecortadamente que era una puta y una cerda y la llamó perra mientras se corría y ella, al sentir la descarga, se movió frenéticamente, sintiendo el dolor y el placer en una amalgama que estaba segura que le iba a matar, liberándose de un orgasmo que la hizo aullar, de dolor o de placer. Y se corrió, y se durmió.
Al día siguiente, despertó desnuda y arropada. Notaba una pequeña molestia en el trasero pero estaba totalmente renovada. Escrita en una servilleta de papel encontró la siguiente nota en la mesilla: “Espero que lo pasaras bien anoche. Si me pasé en algún momento te pido disculpas. No te dejo mi teléfono porque sé que no me llamarás. En todo caso, si quisieras, ya sabes donde encontrarme. En cuanto al Pablo contra el que despotricas susurrando en tus sueños… yo diría que no merece una mujer como tú, que no tiene miedo de sí misma, de sus fantasías. Pero tú sabrás a quien te entregas. Por mi parte, un honor haberte conocido. Un beso. Álvaro”
Ella sonrió. Realmente no se sentía usada, ni humillada. Un poco avergonzada, tal vez, como la primera vez que se desnudó frente a un chico o como la primera vez que habló en público. Ella había descubierto una fantasía un tanto freudiana, es cierto, pero cada uno somos hijos de nuestras propias inseguridades, y ella había sido valiente y la había llevado a cabo. Además, estaba bien eso del sexo salvaje. Se prometió repetir, algún día.
(dedicado a Eac que siempre me sorprende con sus relatos).