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Categoría: Maduras

La Nana Francisca

Lo que sigue a continuación es un relato recreado de una experiencia real. Lo contado lo viví de cerca, pues el protagonista real fue, en aquel entonces, mi amigo cercano, Daniel –nombre ficticio--, quien me relataba –y me daba pruebas— de su desenfrenada relación sexual con su nana. Lo publico en forma de relato con su consentimiento. Saludos don Daniel.



 



 



Esa noche tampoco pudo dormir. Dos noches en vela tratando de entender que había pasado con su "chiquito", con su "hijo", con Dani, pero no había lugar a dudas su niño se estaba convirtiendo en hombre!, "válgame el cielo", pensó la mucama mientras en su mente recreaba lo descubierto la última vez que había bañado a su niño: como tantas ocasiones anteriores estaba bañando a Dani, él estaba sentado en la tina con el agua hasta las rodillas, ya le había tallado el pelo, el pecho y la espalda y cuando la nana había metido la mano entre las piernas del "niño" –para lavarle la cosita-- grande fue su sorpresa al encontrarse con un erecto miembro en total demostración de poderío, de momento su turbación la paralizó, su cara enrojeció y sólo la insistente mirada del chiquillo la sacó del transe, como pudo terminó de bañarlo, haciendo esfuerzos para que su mano no volviera a tocar el duro miembro. Y cuando el chico se puso de pie en la tina para que la "nana" lo enjuagara no pudo apartar la mirada de aquel miembro de hombre. ¿Cuántos años habían pasado?, se preguntaba Francisca, pues muchos, ahora Dani tenía más de doce y ya era un hombrecito, qué lejos había quedado aquel recién nacido que recibió a su cuidado cuando entró a trabajar en esa casa.



Francisca, una indígena –morena, poco agraciada físicamente y sin ninguna instrucción—originaria del estado de Veracruz, contaba con poco más de 30 años cuando llegó a México con una recomendación para trabajar con los padres de Daniel. Como la madre y el padre trabajaban ella se hizo cargo del recién nacido, convirtiéndose casi en la madre del chiquillo, un hermoso niño a quien aprendió a querer y a cuidar como si fuera la verdadera madre. Fue ella quién tuvo que padecer las innumerables enfermedades del chiquillo, fue quien se hizo cargo de llevarlo y traerlo primero del kinder y luego de la primaria, de donde había egresado hacía unos meses, y para Panchita Dani siempre fue su niño, su chiquito, su hijo, pero había crecido, había cambiado, ahora ya tenía deseos de hombre, de ahí la erección descubierta por la nana, "ahora será diferente, tengo que tratarlo como lo que es, un guapo y hermoso jovencito, ya no mi niño, mi querido chiquito", se dijo la nana.



Pero lo que desconcertaba a Francisca no eran los cambios ocurridos en Dani, sino el hecho de que luego de muchos años de represión, ver muy cerca de su rostro el miembro erecto de "un hombre", la había inquietado sobre manera. Que ella recordara nunca había tenido la oportunidad de conocer cosas referentes al sexo, novios casi no había tenido, su madre se lo tenía terminantemente prohibido, y cuando en el pasado alguna noche se había despertado inquieta y con el cuerpo caliente, había echado mano de ciertas caricias manuales para apaciguar al "demonio de la carne". Fue la represión de su familia y su completo apego al niño lo que desterró de su cuerpo y de su mente cualquier pensamiento "pecaminoso".



 



Primeras señales



 



La Nana trató de repasar los últimos meses para tratar de descubrir cuando su nene había empezado a ser diferente y con sorpresa se dio cuanta de que el chiquillo ya le había tratado de avisar que algo en él estaba cambiando. Por ejemplo las últimas semanas Dani ya se oponía a que ella lo bañara, "ay nana, ya estoy grande, ya me puedo bañar solo", pero ella que siempre se había hecho cargo del chiquillo se opuso.



Luego estaba aquella vez en que la nana y el niño se bañaron juntos. Para Francisca siempre había sido algo normal y sin malicia bañarse con su niño, pero en una ocasión en que ella se lavaba el cuerpo bajo la regadera descubrió con sorpresa que Dani, sentado en la tina, seguía con atención cada uno de sus movimientos. Si, el niño le había estado mirando las tetas bamboleantes y carnosas, también le debió haber visto las nalgas cuando ella se quitó la pantaleta para enjabonarse el trasero, y lo peor!, si, su niño le había fisgado la peluda pepa. Ahora recordaba bien, había algo extraño en la mirada de Dani, y ella se había sentido nerviosa de momento, pero no hizo mayor caso.



También estaba esa noche en que Dani había ido hasta su cama para pedirle que lo dejara dormir con ella, Panchita soñolienta aceptó y el chiquillo se había metido bajo las cobijas junto a ella, la había abrazado estrechamente sumiendo su carita entre los voluminosos pechos de la nana, y cuando al día siguiente la nana despertó con sorpresa descubrió que la inocente manita de su nene estaba metida bajo su pantaleta, ahí, juntito a su gordo monte de Venus.



No había duda, Dani ya no era el mismo de antes. Estaba a empezando a sentir emociones y deseos de acuerdo a su edad, pero si así era, entonces tal vez ya no la miraba como su nana, sino como una mujer, muchos años más grande que él, pero mujer al fin y al cabo. Al llegar a esta conclusión, Francisca se había sentido más confundida aún, pues pese a negarlo, ver la verga parada de su "niño" le había removido deseos que ya creía por completo desterrados para ella, eso era peligroso para ambos. "Ahora tengo que ser diferente con mi Dani", se dijo convencida.



 



"No me podía negar"



 



"No me podía negar", así se justificaba la nana, una y otra vez se lo repetía luego de que poco a poco fue cediendo a su propia calentura y a la de su niñito. Primero fue aquella vez en que Dani le preguntó por qué ya no quería bañarlo.



--"No Dani, ya estás muy grande, ya debes bañarte tu solito", le dijo, pero ante la insistencia tuvo que aceptar. Cuando ya estaba en el baño con su niño su nerviosismo era más que patente, presentía que volvería a presenciar la erección del chiquillo y así fue, ya dentro de la tina mientras enjabonaba la espalda de Dani, el chico ya le mostraba la gloriosa erección de su pene. Trató de no mirar o no hacer caso, pero fue imposible, entonces le dijo:



--"Mira Dani si sigues de grosero, me voy a enojar contigo".



--"¿Grosero?, ¿soy grosero, Paquita?, ¿por qué?".



--"No te hagas, ya no estás tan chiquito, mira nomás cómo tienes el pájaro!".



--"¿Por qué me pasa esto nanita?, ¿por qué se me pone así el pajarito".



--"Pues por qué ya estás creciendo, ya casi eres un hombre".



--"Oye Paquita, ¿tú no tienes pajarito, verdad?".



--"¡No!, ¡cómo crees!, yo soy mujer, las mujeres somos diferentes".



--"Ah!, ¿entonces por eso tienes las tetas tan grandes?, ¿y esa cosa llena de pelos?, ¿verdad?".



--"Ay niño!, ya no preguntes", dijo la nana sintiendo que la respiración se le iba.



--"Anda dime nanita, ¿por qué somos diferentes?".



--"Porque así debe ser, los hombres tienen pajarito y las mujeres tienen... rajadita".



--"Pero, ¿por qué?".



--"Ay Dani, pues, pues..., para que de esa forma..., ay no se!, mira cuando el hombre y la mujer se casan, así pueden juntarse y con la bendición del cielo al tiempo pueden tener hijos, además de que juntando sus cosas sienten rico, bueno supongo, yo nunca he estado casada, pero supongo que así debe ser, bueno ya no sigas de preguntón".



--"Perdona Paquita, pero..., ¿por qué se me pone así mi pájaro?".



--"Bueno, creo que ya sientes curiosidad por las mujeres, pronto serás mayor y tendrás novias, y al paso del tiempo hasta puede que quieras mucho a una muchacha y llegues a casarte".



--"A mi me gustas tú, nanita".



--"¡Ay Dani!, no sabes lo que dices chiquito, yo soy casi tu mamá, a mi me quieres porque yo te quiero también mucho".



--"No Paquita, tú me gustas mucho, me gusta mucho cuando me bañas o nos bañamos juntos, me gusta ver tu cuerpo, tus tetas, tus pompotas, tu cosa peludita, todo eso me gusta".



--"Ya te dije que no sabes lo que dices, chiquito, por lo pronto ya no nos bañaremos juntos, ya es tiempo de que tú lo hagas solo, y no está bien que me veas como mujer, eso no está bien, ¿entiendes?", dijo la nana que sin querer había puesto su mano sobre el erecto pene y a la vez que lo enjabonaba, repetía una y otra vez "eso no está bien, ¿entiendes?, eso no está bien", y como hipnotizada miraba como al recorrer con su mano la piel del prepucio la verga quedaba expuesta, mostrando el glande amoratado, a la vez que el tronco parecía adquirir mayor rigidez.



Nunca supo la nana cuantas veces repasó su mano sobre el tronco erecto, repitiendo siempre "eso no está bien, ¿entiendes?, eso no está bien". Como entre nubes escuchó varias veces la voz del chiquillo, pero ella siguió frotando el pito parado que ahora lucía grandioso para ella, hasta que de pronto la voz se hizo más fuerte e insistente:



--"Nana, ¡oye nana!, ¿me oyes Paquita?".



--"Si, dime", dijo ella sobresaltada pero sin soltar para nada el duro palo.



--"¡Ah vaya!, creí que estabas como dormida, oye nana quiero que me enseñes tu cosa".



--"¡¿Eh?!".



--"Que quiero ver tu cosa peludita".



--"¡Ay Dani!, ¿cómo crees?, eso nunca, además para que quieres verme, ¡si ya lo haz hecho antes cuando nos bañamos!".



--"Es que..., quiero ver cómo es eso que dices que el hombre y la mujer juntan sus cosas, ¿cómo?, ¿por dónde?, anda ¿sí?, anda nanita".



--"Eso no está bien, ¿entiendes?, eso no está bien, ¿cómo me pides eso chiquito?", dijo la mujer, pero ella misma se alarmó cuando se descubrió a si misma de pie frente a la tina, mirando fijamente a su niñito, subiéndose lentamente las amplias faldas y bajando a su vez su tosca pantaleta de algodón, como autómata, como hipnotizada. Y lo hizo –"no me podía negar" se reprocharía después--, se abrió de piernas para desplegar ante los ansiosos ojos del chiquillo de peluda panochota, el espeso conjunto de vellos hirsutos que formaban un peludo triángulo, al revés, sobre su pubis, que de tan tupido cubría la gorda pepa de labios gruesos y carnosos. Hizo algo más --cuando el niñito tomó con su mano derecha el erecto tronco de carne y lo empezó a frotar--, subió uno de sus pies en la orilla de la tina para despatarrarse más, vio al chiquillo escudriñar con sus ojos su más íntimo rincón, que ahora mostraba la raja entreabierta de su morena pepa y sus manos bajaron hasta su entrepierna para separar los carnosos bordes sin poder despegar los ojos de lo que hacía el niñito con su verga erecta, sus dedos sintieron la caliente humedad que escurría entre esos otros labios, esa carne que ahora sentía crecida e hinchada, caliente, mojada, muy mojada.



Se mantuvo así, ofreciendo su más íntimo y calenturiento espectáculo, con los ojos fijos y anhelantes sobre el trajín de la mano sobre la verga, presintiendo que su chiquillo estaba por convertirse en hombre, "!anda ya Dani, termina!" se atrevió a decir como queriendo poner fin a su delicioso suplicio, pero no, el niñito parecía no querer terminar pronto, más bien lo oyó decir: "¿por dónde Paquita?, dime por dónde entra el pájaro del hombre, dime nanita, ¿por dónde se mete?".



--"Por aquí chiquito, por esta cuevita caliente, aquí hay un hoyito, una entradita, por aquí se mete el palo, así como el que tienes en tu mano, entra todo y se mueve, entra y sale, entra y sale, y los dos, hombre y mujer se van al cielo", se escuchó decir sorprendida Francisca al tiempo que señalaba con un dedo la entrada de su viscosa vagina y lo urgió "anda ya chiquito lindo, termina por favor, ¡no me atormentes más!", pero su niñito parecía disfrutar haciéndola padecer: "ahora voltéate Paquita, quiero ver tu cola".



La orden pareció retumbar dentro de su cabeza, pero lo hizo repitiendo para sí "eso no está bien, ¿entiendes?, eso no está bien, ¿cómo me pides eso chiquito?". Ahora estaba de espaldas al chiquillo que seguía frotándose la verga, empinada mostrando el abultado nalgatorio, abriendo con sus manos los gordos cachetes de las nalgas como para que su "chiquito" disfrutara a plenitud su más recóndita intimidad.



--"¿Así, mi niño lindo?, ¿mi chiquillo travieso ve la colita de su nana?, ¿te gusta?, ¿también ve la pepa abierta de su Paquita?, ¿le gusta lo que ve, chiquillo malo?, ande niño malo malóte!..., frótese el palo, termine, váyase al cielo, ande termine mi niño, que su nanita de solo verlo casi se muere de gusto", dijo la calenturienta mujer mirando de reojo como el chiquillo entrecerraba los ojos y hacía más violento el movimiento de su mano sobre el erecto tronco, hasta que sorprendida miró el glorioso espectáculo de una verga al eyacular, la primera verga, que veía, echando leche en toda su reprimida vida.



Gozosa miró el primer chorro salir con fuerza, miró el cuerpo del chiquillo brincar dentro de la tina y salpicar de agua las paredes del baño, miró como la mano se agitaba sobre el mástil que escupía agua lechosa, lo miró gozar y gemir. Ella entonces cambió de postura, fue hacía él, estrechó contra su pecho su cabeza y tomó con la mano izquierda el pito que seguía eyaculando semen, "anda Dani, así, chiquito, disfruta, goza, anda chiquito lindo, echa toda tu rica leche", dijo con amorosa voz, pensando "no me podía negar..., no me podía negar, lo juro..., no me podía negar".



 



"No me podía negar", II



 



La nana seguía repitiéndose en sus noches de insomnio, "no me podía negar", ya no podría separar de su mente lo vivido con aquel chiquillo, se reprochaba haber cedido, se reprochaba haber dejado salir sus demonios, los mismos que la atormentaban a toda hora. No podía aceptarlo, pero ahora, ya una mujer madura, sentía esos irreprimibles deseos de tener un hombre dentro de si, y como a todos los seres humanos nos pasa, deseamos lo que más tenemos a mano. Pero en su caso lo deseado era antinatural e indecente.



Una de tantas noches en que sus desatados deseos sexuales no la dejaban dormir, sintió que el chiquillo se metía bajo las sábanas, junto a ella, que acostada de espaldas a él, luchaba contra sí misma por frenar lo que tanto deseaba. Sintió el infantil cuerpo repegarse a su espalda y pegado a su gordo nalgatorio la erecta virilidad de "hombre". El "no" que intentó expresar quedó atrapado entre sus labios y con el aliento contenido sintió la mano del "niño" acariciar sus voluminosos senos sobre la delgada tela de la bata de dormir, la nana se mordió los labios conteniendo de nueva cuenta el grito "no por favor", pero fue incapaz.



Cuando ya la mano de su "chiquillo" le había bajado las pantaletas para agarrarle a plenitud los redondos cachetes de sus nalgas, volvió a intentar negarse, pero el "no" de nuevo se quedó mudo. Las infantiles manos del chiquillo recorrieron con ansia sus carnes, ora apretando ora abriendo los cachetes, solazándose, disfrutando. Luego lo sintió repegar más el cuerpo, tratando de deslizar el erecto miembro entre las nalgas que ella intentaba mantener cerradas, pero fue inútil. A pesar de apretar las piernas y nalgas la nana sintió el duro garrote deslizarse por el valle de su culo, lo sintió moverse, entrar y salir entre los cachetes carnosos, entonces se abandonó, lo dejó hacer, disfrutando calladamente del infantil rapto, "anda ya, pronto, termina" se dijo la mujerona, sintiendo que todo el cuerpo se le ponía caliente y que sobre todo su pepa escurría líquidos viscosos.



La verga ya iba y venía entre las nalgas, hasta entrar apenas en la raja abierta del sexo de la nana, las embestidas ahora eran más fuertes, más urgentes, lo sentía chocar contra su nalgatorio una y otra vez, desatando en ella sensaciones totalmente desconocidas pero increíblemente deliciosas, y cuando por fin el chico se puso tenso y luego de un hondo suspiro empezó a eyacular, con la verga atrapada entre los gruesos labios de la panocha de la nana, la mujer por primera vez en su vida sintió el supremo placer, por fin tuvo un orgasmo, un callado y delicioso orgasmo. Su placer acompañaba sin querer cada uno de lo chorros de semen que la verga escupía entre la carnosa pepa, que distendida y caliente parecía palpitar al mismo ritmo que el miembro.



Cuando ambos terminaron y la respiración de la nana volvió a la normalidad, dejó que el chiquillo, sin sacar su verga de su delicioso refugio se abrazara a ella por detrás, así se quedaron dormidos hasta la mañana siguiente.



A esa primera vez siguieron otras, pronto Dani adquirió una inusual experiencia, la leche ya no le llegaba tan pronto, por lo que Paquita podía disfrutar de dos callados orgasmos, siempre diciéndose a si misma "eso no está bien Dani, eso no está bien". A los avances del chiquillo había correspondido Paquita, quien ansiosa cada noche esperaba el ataque de su juvenil amante ya sin pantaletas, así cuando el muchachito se repegaba a sus nalgas ella cooperaba parando el culo, así facilitaba el delicioso trajín del erecto miembro, de esa forma la mujer disfrutaba al sentir en la entrada de su vagina el ir y venir del duro tronco de su "chiquillo", hasta que pasó lo que tenía que pasar.



Una noche en que la nana gozaba de su primer orgasmo mordiendo la almohada para acallar su placer, sintió de pronto que el duro garrote penetraba su caliente agujero, quiso despegarse de su amante, pero no pudo, en silencio se repetía "no, no, eso no, por favor no la metas, sácala chiquito lindo que me puedes embarazar", tener la verga completamente dentro de su vagina desató en la mujer sensaciones de indescriptible placer, el ir y venir del tronco le arrancaba suspiros y todo su cuerpo parecía gozar del inusual rapto, le asombraba sobre todo que el chiquillo pudiera tener el miembro tan erecto.



La nana sentía que aquello la llenaba por completo y su distendida pucha chapaleaba en un mar de jugos, así se vino dejando escapar su placer por la boca, en tanto que su vagina escurría chorritos de semen y de sus femeninos jugos.



A la mañana siguiente a su pesar tuvo que aceptar que si quería seguir cogiéndose a Dani, tenía que hacer algo para no embarazarse. Con pena y con la cara roja fue a un dispensario médico, donde una chica vestida de blanco, luego de interrogarla sobre la frecuencia de sus relaciones, le aconsejo que podría utilizar una inyección cada mes, pero que si tenía relaciones frecuentes tendría que hacerse un chequeo médico al menos dos veces por año. Ahí mismo le aplicaron la primera dosis.



 



El desenfreno



 



No obstante la culpa que no la dejaba en paz, por la noche la nana se sintió más tranquila. Espero ansiosa a Dani, pero a partir de entonces sería diferente, no lo dejó repegarse a su culo. De espaldas sobre la cama Paquita le abrió las piernas, el chiquillo entendió de inmediato, la montó y cuando ya le había metido la verga quiso apresurar la cogida pero Paquita no lo dejó, lo apresó de la cintura con las gruesas piernas y con sus brazos rodeando la delgada espalda lo mantuvo contra ella, sintiendo el grueso carajo hasta sus más profundos confines, luego lo fue aflojando y ambos iniciaron un lento movimiento, lo dejaba salir, de poquito en poquito, luego jalándolo de las nalgas lo hacía arremeter contra ella. Dani aprendió pronto, es más, su ansiosa boca buscó los pesados melones de la mujer y como becerrito las mamó y mordisqueó sacándole a la sirvienta su primer orgasmo, al que siguió el segundo en tanto que el chiquillo le inundaba la pepa de leche.



Esa noche Paquita liberó sus reprimidas ganas. Ya cuando ambos descansaban de la primera cogida, la nana sorprendió al muchacho al buscar con ansiosas manos y boca la virilidad parcialmente apaciguada, y con los ojos como platos en la penumbra el chiquillo miró como su verga era tragada por la desenfrenada boca de la mujer, el placer fue indescriptible, sentía como la succionante boca estaba por sacarle la leche, pero la mujer no lo dejó, pues cuando ya el garrote estaba de nuevo erecto al máximo, la lujuriosa mujer montó al chiquillo sepultándose la tremenda tranca, entonces lo cabalgó, brincó sobre el chiquillo durante minutos interminables, hasta ambos terminaron desfallecientes.



En pocas semanas la mujer y el chamaco recorrieron todos los vericuetos del sexo. Dani aprendió a besarle la gorda panocha hasta hacer que su nana gimiera de placer varias veces, también Paca dejó que el chiquillo le zambutiera el duro émbolo de carne entra las nalgas: "me va a doler Dani, no insistas", pero como nada podía negarle, mordiendo la almohada sintió como su apretado culo reventaba para dar paso al duro glande que parecía destrozarle el intestino, todavía con aquella sensación ardiente fue sintiendo que su cuerpo se llenaba de placer, y cuando el hoyo por fin se distendió, pudo percatarse que todo el émbolo de carne se deslizaba con inusual facilidad llevándola a confines de placer totalmente insospechados.



De esa forma el sexo anal se volvió casi un vicio para la madura sirvienta, que en poco tiempo se convirtió en experta en cuestiones sexuales, al igual que el chiquillo, que ahora ponía a su nana de rodillas en la cama y con el culo parado, de esa forma le sepultaba el erecto miembro en la gorda pucha, para sacarle a Paquita el primer orgasmo; luego Dani sacaba el todavía erecto palo y apuntando fuerte sobre el negro conjunto de pliegues, le metía a la nana el pito en el culo, entonces la mujerona se transformaba y sus quedos gemidos se transformaban en grititos, los "ay, no!, ¡me duele"!, se convertían en "anda chiquito lindo, dame más, quiero toda tu verga en mi culo, anda reviéntame todo el culo, quiero tus mocos en la cola, más, más, más fuerte, ay papito lindo, quiero verga, la quiero toda, toda, toda, la quiero toda", entonces ambos se venían entre gritos y gemidos escándalosos.



Acerca de la frecuencia de sus encuentros amorosos, ni que decir. La nana estaba encantada. Parecía que a sus años quisiera desquitar el tiempo perdido, y tenía al chiquillo siempre dispuesto para ello. Ambos eran incansables: el chamaco siempre con el pito erecto y ella dispuesta esperando la menor oportunidad para abrirse de piernas; en los lugares más insospechados; no obstante que la noche anterior ambos hubieran visto el amanecer juntos, despiertos, ahítos de sexo. No le importaba al chamaco que de vez en cuanto le bajara la regla a la nana, le encantaba mamarle el conejo sangrante mientras le metía los dedos de una mano en el renegrido culo distendido y la nana suplicaba para que el chiquillo le metiera, por fin, la erecta verga. Paquita y Dani estaban contentos, felices, disfrutando ambos de su sexualidad desenfrenada.



 



Descubiertos



 



Con el paso del tiempo, el secreto bien guardado entre la nana y Daniel empezó a crear sospechas en los padres del chiquillo, en especial en la madre, que poco a poco se percató de que algo raro ocurría con la nana: se había vuelto alegre, desenvuelta, risueña, siempre bien arreglada, en especial cuando el adolescente llegaba de la escuela, y todas las atenciones de la sirvienta se centraban en el chamaco, los mejores platillos, la ropa siempre limpia y planchada, los postres más suculentos, si, algo raro pasaba, se dijo la madre. Daniel a veces se tornaba tosco y rígido con la mujer, exigiéndole cosas, regañandola, lo que Paquita sumisa y obediente aceptaba sin chistar, además no le conocía ninguna novia a Dani, pero sobre todo estaba el hecho de que el muchacho a sus 17 años todavía durmiera con la nana en el mismo cuarto, si algo raro pasaba, pensaba la mamá.



Las sospechas de la madre de Daniel, paso a paso, fueron tomando forma. Cierto día encontró entre la ropa de la nana coquetos conjuntos de batitas de noche, rojas, negras; ligueros eróticos, medias negras, tangas por demás indecentes, pues sólo eran delgados hilos de delicado encaje; corpiños de media copa y otros más atrevidos: dejaban al descubierto los pezones de las tetas, todo perfecto para una mujer joven, pero no para una mujerona que rondaba ya los ¿40 y tantos?



El pánico invadió a la mamá, "¿sería posible, Dani y Paquita?, ¿ellos dos... haciendo sexo?, ella casí la madre de su hijo, su hijo querido, adorado, metido en una aventura sexual con su nana, ¡no!", se dijo la madre. El colmo fue aquella noche, luego de la cena, cuando vio perfectamente a Dani agarrándole las nalgas a la mujerona!, si, efectivamente, algo estaba mal, muy mal!, entre la nana y su hijo.



Dani estaba por cumplir los 18 y con la complicidad de Paquita, el adolescente preparó su entrada a la adultez con una memorable fiesta privada. Prepararon aquel fin de semana, el sábado para ser más precisos, aprovechando que sus padres irían a pasar el fin de semana en provincia. Y tal como lo prepararon ambos la pasaron de maravilla, todo bien, mucho sexo, la nana incansable, desnuda y en diversas posiciones, en los sillones de la sala, en la alfombra, en la cocina; metiéndose un plátano por la pucha mientras el chiquillo le daba pito por el culo; ambos un poco borrachos. Ese domingo por la tarde dejaron el sexo por la paz y arreglaron la casa para que los padres no sospecharan nada. Pero algo salió mal.



El lunes al regresar de la escuela Daniel ya no encontró a la nana, quiso preguntarle a su madre, pero la dura mirada de la mujer le indicó que mejor guardara silencio. Lleno de dudas y temiendo lo peor el adolescente se mantuvo expectante y callado algunos días, hasta que cierta vez se encontró con una mujer, conocida de Paquita, las dos eran del mismo pueblo, ambos se saludaron como si nada, y ya cuando se iba la otra criada, sin decirle nada, le entregó un sobre blanco, doblado, medio arrugado, con algo adentro. El chamaco sintió que el corazón se le salía del pecho y apenas pudo esperar a llegar a su casa para averiguar el contenido del misterioso sobre.



En la carta, escrita a mano y con pésima ortografía, Paquita le contaba que lo que tanto temía había ocurrido: el sábado por la noche, mientras ambos estaban en la sala cogiendo como desenfrenados, la madre de Daniel los había descubierto. Los padres no habían ido de fin de semana, un desperfecto en el auto los detuvo a mitad del camino, el padre se quedó a tratar de componer el auto familiar, mientras la mujer regresaba a la ciudad, de esa forma los vió, ¿cómo?, pues habría que imaginar a la mamá con los ojos como platos viendo como la madura mujerona recibía tremendas dosis de verga juvenil o cosas peores: la lechada de semen sobre el moreno rostro de la sirvienta, así por el estilo, no, si eran tremendos. Paquita le decía que el enojo de la madre fue más que mayúsculo, que no sólo la regañó, sino le requiminó su indecente proceder con el adorado hijo, y lo peor, la amenazó con denunciarla como corruptora de menores, vaya!, fue corrida de inmediato de la casa, el padre también supo del escándolo, pero se portó más tolerante, le dio algún dinero a la nana, quien con su ropa dentro de una caja de cartón había regresado a su pueblo, pero le suplicaba que por ningún motivo tratara de buscarla, que lo quería mucho, que lo iba a extrañar y tan, tan.



El pesar por la pérdida de su querida nana le duró poco al cogelón chamaco. Ya había probado la carne de gata, buena y barata, y al paso del tiempo no hubo sirvienta que no pasará a firmar lista de asistencia en la cama de Daniel. Las sirvientas no duraban mucho en su casa, pues en cuanto la madre sospechaba algo raro entre la nueva trabajadora y su querido hijo, de inmediato corría a la sirvienta, no importando lo eficiente que fuera en el trabajo doméstico.



 



 



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