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La mujer del río

Una mañana muy temprano, cuando era joven, Pope vagaba en dirección a los muelles del Sena. Había estado caminando durante algún tiempo a lo largo del río y le detuvo la visión de un hombre que trataba de izar un cuerpo desnudo del agua, para depositarlo en la cubierta de una de las barcazas, aunque a veces parecía querer hundirlo. El cuerpo había quedado prendido a la cadena del ancla. Pope se lanzó a la carrera en ayuda de aquel hombre que lo miró sorprendido. Juntos consiguieron colocar el cuerpo sobre la cubierta. El desconocido se volvió entonces hacia Pope y le dijo: -- Aguarde mientras voy en busca de la policía. Y echó a correr saltando con agilidad desde la barcaza hasta las escalerillas de piedra del malecón. En aquel momento, el sol comenzaba a salir y proyectó un arrebol sobre el cuerpo desnudo. Pope vio que no sólo pertenecía a una mujer, sino a una mujer muy hermosa. Su larga caballera se adhería a sus hombros y a sus senos, llenos y redondos. Su tersa y dorada piel relucía. Era la primera vez que veía el cuerpo desnudo de una mujer; de una mujer con un cuerpo tan bello bañado por el agua y exhibiendo sus formas adorablemente suaves. Tragó saliva, pasándose despacio la lengua por los labios mirándola sin parpadear. Bellísima, pensó. La contempló fascinado. El sol la estaba secando. La tocó. Aún conservaba la tibieza de un cuerpo vivo, por lo que imaginó que debía llevar poco tiempo muerta. Le buscó el corazón, que no latía. El seno pareció adherirse a su mano. Se estremeció e, inclinándose, le besó el pecho y le succionó el pezón rosado. Como el de una mujer viva era elástico y suave bajo los labios. Experimentó un impulso sexual súbito y violento, y continuó besándola. Separó sus labios con los suyos; al hacerlo, brotó de ellos un poco de agua que a él le pareció saliva. Creyó que si la besaba lo suficiente volvería a la vida. Trasmitió el calor de sus labios al de la mujer y la besó en la boca, el cuello y el vientre; luego descendió hasta el húmedo y rizado vello del pubis abriendo la vulva para succionar el clítoris. Era como besarla bajo el agua. Yacía extendida, con las piernas ligeramente separadas y los brazos paralelos a los costados. El sol doraba su piel y el pelo mojado recordaba las algas. ¡Cómo le cautivaba la forma en que aquel cuerpo estaba extendido e indefenso! ¡Cómo le gustaban los ojos cerrados y la boca entreabierta! El cuerpo tenía sabor a rocío, a flores y a hojas mojadas, a hierba al amanecer. La piel era como seda bajo sus dedos. Amó su pasividad y su silencio. Se sintió ardiente y tenso. Finalmente cayó sobre ella, y, cuando se disponía a penetrarla, manó agua de su boca y la penetró sintiendo aún el tibio calor húmedo de la vagina femenina. Era como si estuviera haciéndole el amor a una náyade. Sus movimientos hicieron ondear el cuerpo. Continuó empujando en su interior, esperando sentir su respuesta de un momento a otro, pero sólo salió agua de su boca y un estertor agónico que la hizo toser. Se detuvo cuando ella, tosiendo violentamente, abrió los ojos, unos ojos rasgados de color negro que lo miraron como si lo estuviera contemplando desde una remota lejanía. Un muevo borbotón de agua brotó de su boca entreabierta, y siguió escupiendo agua sin dejar de toser y con voz tensa murmuró: -- Gracias… por sal… varme… gracias... – y de nuevo se desvaneció. Trató de apresurarse y satisfacerse, pero no lo consiguió. Nunca le había llevado tanto tiempo, pero empujaba cada vez más violentamente mientras la mujer, con los ojos cerrados, vomitaba agua y tosía. Presionó sus pechos con las manos, hacia arriba y hacia abajo varias veces. La mujer volvió a toser expulsando agua a cada apretón y él siguió apretando aquellos pechos turgentes y satinados que mamó con ansiedad. Siguió penetrándola cada vez más deprisa. Notó la vagina contrayéndose sobre su miembro, quizá a causa de la persistencia de la tos que le producía el agua que expulsaban sus pulmones. Y de pronto sintió las manos femeninas frías, casi heladas, sobre sus nalgas oprimiéndolo contra su sexo en un deseo de ser penetrada cada vez más profundamente, mientras jadeaba acompasándose a su ritmo frenético, pero con los ojos cerrados. Ya no tosía. Al cabo de un tiempo, el muchacho notó de nuevo las contracciones de la vagina, esta vez con una fuerza inusitada, con la misma fuerza de una mujer que obtiene un orgasmo profundo y prolongado. El sexo de la mujer se calentó de pronto de forma extraña, casi repentina, mientras la miel tibia bañaba la dura erección que la penetraba. Gimió varias veces de gozo respirando el aire a bocanadas y el muchacho agarró el cuerpo por las caderas levantándolo ligeramente en el mismo momento que explotaba dentro de ella con violentos borbotones. Cuando las respiraciones fueron sosegándose, ella murmuraba una y otra vez entrecortadamente: --Gracias… muchacho… gracias… muchacho… -- Tengo que irme – se apresuró el joven – dentro de un momento vendrá la policía y el hombre. -- No vendrá nadie – respondió ella -- No me dejes, por favor, me ha violado y ha intentado ahogarme. De no ser por ti, casi lo consigue. Ayúdame, mi ropa está en la cabina. -- ¿Conoce al hombre? – preguntó el joven. -- Claro, se trata de mi marido. Quiere heredar mi fortuna. La levantó de la cubierta tomándola en brazos, y pese a la rotundidez de sus formas, le pareció un peso muy liviano, era pequeña pero muy bien formada. Caminó con ella en brazos hasta la cabina sin dejar de mirar hacia el malecón temiendo que alguien apareciera de repente, pero la calle y el malecón seguían desiertos. La dejó de pie en medio del cuarto, Las ropas de la mujer estaban esparcidas por el suelo. La vio recoger unas bragas destrozadas, al parecer a zarpazos, pues colgaban por delante y por detrás sin tapar el sexo femenino. Se puso el sostén llevándose las manos a la espalda para abrocharlo. Así vestida el muchacho tuvo una nueva erección y ella lo notó. Era hermosísima, aquellos ojos de color negro tan bellos lo miraban cariñosamente cuando se sentó para ponerse las medias. En aquella posición pudo verle el sexo, húmedo todavía y con manchas blanquecinas de su semen saliendo lentamente de su interior y de la brillante miel de su orgasmo; su deseo de ella aumentó de forma extraordinaria y la erección palpitó bajo la tela. Se dio cuenta ella de su deseo contenido: -- ¿Puedes esperar? – preguntó al levantarse para colocarse el vestido, rasgado en el pecho. -- Esperar… ¿A qué? – preguntó extrañado. -- A que estemos en mi casa. Entonces me tendrás todo el tiempo que desees. -- Sí, puedo esperar. ¿Cómo te llamas? – pregunto sin dejar de mirarle el sexo húmedo y brillante. -- Dominique ¿Y tú? -- Pope. -- ¿Pope? ¡Que nombre tan raro! -- Bueno, en realidad, me llamo Popeye. La mujer rió suavemente besándolo con dulzura en los labios, mientras su mano acariciaba el rígido pene sobre la tela del pantalón. Luego lo tomó del brazo y salieron sonriendo de la cabina. Parecían una pareja de enamorados cuando desaparecieron al final de la silenciosa calle. Bibliografía: Anais Nin.

Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16047
  • Fecha: 26-02-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.03
  • Votos: 91
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2356
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